"Los parches no son suficientes. Necesitamos cambiarnos de ropa" Ante el desplome de la práctica religiosa en España: ¿Y si se trata de reconducirnos un poco más a lo esencial?
"Yo soy sacerdote desde 1992 y en estos 32 años, que son pocos pero ya no son pocos, el descenso de la práctica religiosa en los contextos en los que yo me he movido, Euskadi y Navarra, ha sido no ya evidente sino lo siguiente"
"Si los fieles practicantes declinan, como creyente tengo que preguntarme por qué y ponerme a trabajar. Ciertamente no se trata de actuar según los criterios de una multinacional, lo que la Iglesia no es ni debe ser"
"Desgraciadamente, son muchas veces los practicantes, los que habitualmente asisten a la asamblea litúrgica, los que están más alejados del modo de pensar y de actuar que Jesús nos dejó como herencia y como mandato"
"Desgraciadamente, son muchas veces los practicantes, los que habitualmente asisten a la asamblea litúrgica, los que están más alejados del modo de pensar y de actuar que Jesús nos dejó como herencia y como mandato"
Hace unos cuantos días, y en esta misma página web de Religión Digital leía la noticia del desplome de la práctica religiosa en España (https://www.religiondigital.org/espana/practica-religiosa-catalanes-gallegos-andaluces_0_2696730309.html). Y hoy leo la noticia del lamento en la Iglesia vasca a ese respecto (https://www.religiondigital.org/espana/Iglesia-lamenta-radical-secularizacion-poblacion_0_2698230151.html).
Por lo que se refiere a Euskadi y Navarra que son las realidades que más y mejor conozco (aunque mi conocimiento, lo reconozco, es muy pequeño): un dato llama inmediatamente la atención, el descenso de la práctica religiosa de los católicos en sendas comunidades autónomas. La lectura científica de los datos, que es necesaria, la dejo a los sociólogos. Yo no lo soy.
Por mi parte, como "soldado de base" en la Iglesia católica, puedo decir que los datos no me sorprenden. Y me sorprende que a otros parece que sí se sorprenden. Yo soy sacerdote desde 1992 y en estos 32 años, que son pocos pero ya no son pocos, el descenso de la práctica religiosa en los contextos en los que yo me he movido, Euskadi y Navarra, ha sido no ya evidente sino lo siguiente.
No sé si antes ya hubiera llegado el tiempo. Tampoco sé si ha llegado hoy o si, como diría el poeta, mañana le abriremos, decía, para lo mismo decir mañana. Pero todo apunta, me parece, a que algo tenemos que pensar y, una vez pensado, algo tenemos que hacer.
Creo que hay, resumiendo mucho y simplificando demasiado, tres formas de reaccionar ante los datos anteriores, que parecen hasta despiadadas.
Primera opción: “el camino de la catástrofe inminente”. Es el camino de quienes en la Iglesia dicen que todo está mal. “Las iglesias se están vaciando… Dentro de 20 años no quedará nadie… Dentro de 10 años venderemos las Iglesias”, etc. Generalmente quienes siguen este camino buscan culpables: “la culpa es del Papa Francisco... con otro Papa no hubiera sido así... la culpa es de los sacerdotes de hoy que no saben ser sacerdotes”,“es culpa de la secularización (como si nosotros no fuéramos parte de ella...)”. Es una ruta posible, pero yo la evitaría cuidadosamente.
Segunda opción: “el camino espiritualista”. Ojo, he escrito “espiritualista”, no “espiritual”. Es el camino de quien, un poco aturdido por los acontecimientos, deja voluntariamente en manos de no se sabe qué providencia de Dios la solución del problema: “Estemos tranquilos, los sociólogos pueden decir lo que quieran, pero la Iglesia se deja guiar por el Espíritu, quien quita de sus predicciones e interpretaciones. Jesús hará algo... ¡No permitirá que las iglesias queden vacías!”. Es otra ruta posible, pero yo también evitaría esta.
Prefiero una tercera vía, que yo definiría como “espiritual”. Es la elección que hago yo. Creo firmemente que el Espíritu Santo guía a la Iglesia, pero también que la Iglesia debe discernir lo que el Espíritu Santo inspira.
Por tanto, no puedo evitar leer seriamente los datos que me ofrece la sociología. Si los fieles practicantes declinan, como creyente tengo que preguntarme por qué y ponerme a trabajar. Ciertamente no se trata de actuar según los criterios de una multinacional, lo que la Iglesia no es ni debe ser: la satisfacción de un producto que “ya no se vende” en el mercado y necesita ser sustituido por otra cosa no es la cuestión. Sin embargo, se trata de analizar seriamente nuestras opciones pastorales, litúrgicas, catequéticas, caritativas, etc. Esto sí. Y, si se me permite la expresión, “hacerlo a calzón quitado”, quiero decir, sin medias tintas.
Con toda probabilidad, dentro de veinte años habrá realmente muy pocos sacerdotes (¡y quizás esto sea una gracia!) y las comunidades cristianas serán pequeños grupos de fieles que se reunirán en torno a la mesa de la Palabra y del Pan (¿no es también una gracia?): ¿Qué podemos hacer al respecto?
Sabemos bien que no existe un manual de opciones y recetasciertamente eficaces y que la cuestión es compleja. Con toda probabilidad, dentro de veinte años habrá realmente muy pocos sacerdotes (¡y quizás esto sea una gracia!) y las comunidades cristianas serán pequeños grupos de fieles que se reunirán en torno a la mesa de la Palabra y del Pan (¿no es también una gracia?): ¿Qué podemos hacer al respecto?
Sin embargo, tenemos el deber, sobre los fundamentos de la acción de la Iglesia, de reflexionar atentamente, teniendo el coraje de dejar lo que hay que dejar y atreviéndonos a seguir caminos inexplorados a la luz del discernimiento comunitario, eclesial, sinodal. Es un paso necesario para mantener abiertas las preguntas correctas y no seguir respondiendo a preguntas que nadie se ha hecho.
Ahora que escribo estas líneas me vienen a la memoria aquellas cartas de los Obispos de Euskadi y Navarra… “Creer en tiempos de increencia” (1988), “Evangelizar en tiempos de increencia” (1994),… ¿Dónde quedaron aquellas líneas de reflexión eclesial? ¿De aquellos polvos… estos lodos? ¿Ya olvidamos aquellas profecías del teólogo Joseph Ratzinger sobre el futuro de la Iglesia en Europa?
En este tiempo de total secularización del mundo en el que vivimos, es necesario repensar seriamente la cuestión cristiana. Los referentes éticos y de valores, que hasta hace unas décadas eran el ‘abc’ de nuestras sociedades humanas, han desaparecido por completo o están en vías de extinción. Alguien habló de la "agonía del cristianismo". Bueno y, mejor aún, es necesario que la Iglesia de Navarra y de Euskadi sienta la necesidad de detenerse, reflexionar, darse cuenta del cambio antropológico que se está produciendo y del que, presumiblemente, va a seguir produciéndose.
Los parches no son suficientes. Necesitamos cambiarnos de ropa. Falta un paradigma común, por eso hablamos entre sordos. En una sociedad que se ha vuelto no ya efectivamente beligerante sino afectivamente indiferente, el lenguaje religioso ya no dice nada.
Es necesario empezar de nuevo desde una evangelización inicial, o mejor dicho, una alfabetización de la fe.
Pienso, por poner solamente un ejemplo que seguramente no es a estas alturas el más decisivo, en la liturgia, su simbolismo y las palabras que utiliza: alianza, sacrificio, memorial, redención, salvación... ¿qué logran significar para los hombres y mujeres de hoy que han perdido toda referencia a la cultura bíblica? ¿Pero también a palabras más utilizadas, pero que aquí cobran otra dimensión, como espíritu, paz, acción de gracias, gracia, cordero de Dios...?
Entonces el ritual queda como algo estéril, un automatismo que, como mucho, se reduce a un fenómeno emocional. Nos podemos preguntar. ¿En qué creemos? ¿Qué creen los que todavía asisten a la Iglesia? Incluso Jesús se preguntó esto delante de quienes se consideraban creyentes: “Pero cuando venga el Hijo del Hombre, ¿hallará fe en la tierra?” (Lucas 18, 8).
¿Cuál es el objeto de la fe? ¿Quizás valores no negociables? ¿Quizás una pertenencia social, un territorio, donde hasta hace unas décadas dominaba la tradición cristiana? ¿Quizás unirse al partido de “Dios, patria, familia”? ¿Qué se quiere decir con “práctica religiosa”, con “pertenencia eclesial”,…? O tal vez mejor no hacerse ninguna pregunta y seguir tirando, mal que bien, más o menos, por la calle de en medio
¿Cuál es el objeto de la fe? ¿Quizás valores no negociables? ¿Quizás una pertenencia social, un territorio, donde hasta hace unas décadas dominaba la tradición cristiana? ¿Quizás unirse al partido de “Dios, patria, familia”? ¿Qué se quiere decir con “práctica religiosa”, con “pertenencia eclesial”,…? O tal vez mejor no hacerse ninguna pregunta y seguir tirando, mal que bien, más o menos, por la calle de en medio.
Mientras, por un lado, asistimos a una desintegración de la fe cristiana, por otro, están surgiendo formas de fundamentalismo, de ritualismo preconciliar como fin en sí mismo, formas que pueden interpretarse como un baluarte contra la complejidad y la incertidumbre de vivir diariamente.
Y por eso, desgraciadamente, son muchas veces los practicantes, los que habitualmente asisten a la asamblea litúrgica, los que están más alejados del modo de pensar y de actuar que Jesús nos dejó como herencia y como mandato. No es que nuestra pastoral ya no diga el Evangelio, es que no lo dice como Evangelio. No transmite la Buena Noticia, la novedad del Evangelio, la libertad del Evangelio, el amor del Evangelio, el asombro del Evangelio, la radicalidad del Evangelio. No transmite a Cristo, su persona, icono del Padre.
A lo sumo sí transmite una costumbre, enseñanza, práctica pero también ésta despojada de su fuerza que socava toda retórica religiosa y toda autojustificación, con lo que la Gracia queda reducida a un “bien barato” que diría un tal Dietrich Bonhoeffer.
Es decir, es urgente volver a la raíz, al punto de apoyo de la fe: “En el principio era la Palabra”. Volver la mirada y retornar a lo esencial del cristianismo, que no es el cielo sino el Reino -expresión genuina tan de Jesús y ausente por completo en el Credo-, y que podría resumirse en amor y seguimiento, amor y obediencia al amor, hasta asumir los sentimientos de Cristo, donde el Amor es el que viene de Dios, gratuito, previsible, inmerecido.El resto, “vete y haz tú lo mismo”, “dadles vosotros de comer”,…,es consecuencia. “Para mí el vivir es Cristo” (Filipenses 1, 21) y todo lo demás, también tanta estructura, ‘tanto en cuanto’, ‘en la medida en que’.
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