Que este Jubileo sea una ocasión para redescubrir la fuerza y la belleza de este encuentro Yo soy la puerta, pero también el que llama a la puerta...
Desde 1300, con la institución del Jubileo en la Iglesia Universal con el Papa Bonifacio VIII, el mensaje de liberación que transmite el capítulo 25 del libro del Levítico con el año jubilar, realizado por Jesús en la sinagoga de Nazaret (Lc 4, 16-30) entra con fuerza en el cristianismo
El paso por la «Puerta Santa» significa nuestro compromiso de «entrar» por el Señor. Pero es Él mismo quien primero da un paso hacia cada uno de nosotros, llamando a la puerta de nuestro corazón, de nuestra alma, de nuestra vida. Sólo nosotros podemos decidir si le dejamos fuera o le dejamos entrar
'Moisés' es la historia de un hombre corriente. Un hombre que quiso cambiar algo por su cuenta en beneficio de su pueblo, pero que tuvo que huir a un país lejano porque fracasó en su empeño y tuvo que replantearse su vida. Allí empezó de nuevo, formó una familia, se casó, tuvo dos hijos y comenzó a llevar una vida honesta, de trabajo diario, lejos de la pompa y los focos de la corte del Faraón.
Él mismo, enfrascado en su trabajo diario y alejado ya de sus intenciones juveniles, experimentó uno de los encuentros más intensos de los que nos habla la Biblia. Aquel Dios que se le reveló de forma poderosa, como un fuego que consume, que devora, que transforma en sí todo lo que envuelve, y ante el que uno no puede acercarse por curiosidad, sino que debe descalzarse, le eligió para liberar a su pueblo de Egipto.
Y cuando se le pide que revele su nombre, el Dios de sus padres se revela con el tetagrama del verbo «Ser», que es la máxima revelación y al mismo tiempo la máxima ocultación. Dios no se «define» por algún atributo o función. Él «es» y no puede ser encapsulado en una definición. Dios dijo a Moisés: «¡Yo soy el que soy!». Y añadió: «Así dirás a los israelitas: “Yo soy el que me ha enviado a vosotros”» (Ex 3,14).
En el cuarto Evangelio, Jesús retoma la revelación del nombre que Moisés recibió en la zarza ardiente y lo utiliza tanto en sentido absoluto: «Yo soy» (Jn 8,24.28.58; 13,19) como definiéndose a sí mismo en sus discursos teológicos. «Yo soy el pan de vida» (Jn 6,35); “Yo soy la luz del mundo” (Jn 8,12); “Yo soy la resurrección y la vida” (Jn 11,35); “Yo soy el camino, la verdad y la vida” (Jn 14,6); “Yo soy la vid verdadera” (Jn 15,1).
En el capítulo 10 está el discurso sobre el pastoreo de las ovejas: «Yo soy el buen pastor» (Jn 10,11). En este contexto, Jesús se describe a sí mismo como «la puerta de las ovejas» (Jn 10,7). «Yo soy la puerta: el que entre por mí, se salvará; entrará y saldrá y encontrará pastos» (Jn 10,9).
La puerta es un símbolo poderoso que atraviesa épocas, culturas y religiones con su significado de paso, iniciación, entrada. La puerta evoca, junto con muchos significados místicos, esotéricos y espirituales, en particular el paso y la entrada en «otros mundos» y lo que une la experiencia de todas las generaciones, con el paso de la vida al más allá.
Desde 1300, con la institución del Jubileo en la Iglesia Universal con el Papa Bonifacio VIII, el mensaje de liberación que transmite el capítulo 25 del libro del Levítico con el año jubilar, realizado por Jesús en la sinagoga de Nazaret (Lc 4, 16-30) entra con fuerza en el cristianismo.
La primera «Puerta Santa» de la historia del cristianismo es la de la Basílica de Santa María de Collemaggio, en L'Aquila, fundada en 1288 por el Papa Celestino V. La primera «Puerta Santa» vinculada a un jubileo es la de la Basílica de San Juan de Letrán en Roma en 1423. Con el Papa Alejandro VI tenemos noticias ciertas del rito de apertura de la «Puerta Santa» en el Jubileo de 1500 en la Basílica de San Pedro.
En 1950 se inauguró la actual 'Puerta Santa' situada a la derecha de la fachada de la Basílica de San Pedro del Vaticano, realizada por el escultor Vico Consorti para la Fundición Marinelli de Florencia e inaugurada por el Papa Pío XII, todavía representado en el último panel de la misma puerta, en un Jubileo que quiso caracterizarse como un acontecimiento de reconciliación y de paz, tras el drama de la Segunda Guerra Mundial.
El rito de apertura de la «Puerta Santa» en la noche del 24 de diciembre, en San Pedro, por el Papa, inaugura la apertura en el año jubilar.
Durante este año, la experiencia de los peregrinos al atravesar la «Puerta Santa» hace realidad de forma plástica lo que es un poderoso mensaje evangélico.
«Yo soy la puerta»: nos dice el Señor (Jn 10,9). La «Puerta Santa», por tanto, es uno de los símbolos que representan a Cristo. Cruzar su umbral simboliza «entrar» a través de Él.
La Palabra, sin embargo, sugiere otras indicaciones y la reflexión sobre los azulejos de la «Puerta Santa» de la Basílica de San Pedro nos ayuda, por ejemplo, a profundizar en ellas
«Sto ad ostium et pulso» -Estoy a la puerta y llamo-: con esta palabra, impresa en el decimosexto azulejo, recordamos la revelación que San Juan Evangelista recibió en Patmos de parte del Señor: «He aquí que estoy a la puerta y llamo. Si alguien oye mi voz y abre la puerta, vendré a él, cenaré con él y él conmigo» (Ap 3,20).
Hay una representación pictórica que muestra sugerentemente este versículo, con el Señor llamando a una puerta, que no tiene picaportes: es una puerta que sólo puede abrirse desde dentro.
El paso por la «Puerta Santa» significa nuestro compromiso de «entrar» por el Señor. Pero es Él mismo quien primero da un paso hacia cada uno de nosotros, llamando a la puerta de nuestro corazón, de nuestra alma, de nuestra vida. Sólo nosotros podemos decidir si le dejamos fuera o le dejamos entrar.
Que este Jubileo sea una ocasión para redescubrir la fuerza y la belleza de este encuentro.
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