Enlace LGBT no derrota, sino apoya al matrimonio
El resultado del referendum de Irlanda, en el que prevaleció el apoyo al reconocimiento del enlace matrimonial igualitario, ha suscitado preocupación y tristeza entre quienes creen que significa una derrota para la defensa de la institución matrimonial.
Más bien habría que decir lo contrario: no es una derrota ni una amenaza para la institución matrimonial, sino un apoyo.
Hay también quienes aceptan a regañadientes el reconocimiento civil de la unión homosexual, pero impondrían la condición de no llamarla matrimonio, ni equipararla con la unión heterosexual.
(Hay también quienes fuerzan el argumento, jugando con las etimologías de “matrimonio”, “patrimonio” etc... No sabemos si les tranquilizaría hablar en ambos casos de “enlace esponsal”).
En todo caso, a quienes insisten, con razón, en “hacer todo lo posible para defender, proteger y promover la institución matrimonial y la familia", habría que tranquilizarles, porque el enlace igualitario no amenaza, sino apoya precisamente la institución matrimonial al insisitir en la formalización social y jurídica del enlace, en vez de reducirlo al ámbito privado de la convivencia de hecho más o menos estable.
Se ha diagnosticado, en el contexto de la llamada cultura de la provisionalidad, que aumenta el divorcio, así como la falta de interés por formalizar social y jurídicamente las uniones que se reducen a convivencia de hecho con dudosa estabilidad. Precisamente en ese contexto resulta significativo el interés, deseo y reclamación, por parte de parejas LGBT, del reconocimiento social, jurídico y cultural (que podría y debería ser también religioso) de su unión matrimonial.
Como vimos (en posts anteriores de cara al Sínodo de los Obispos), la definición católica del enlace como “comunidad de vida y amor abierta a la vida” puede aplicarse tanto a una parreja heterosexual como a una pareja no heterosexual.
El criterio bíblico expresado en la narración mitopoética de la pareja primordial es el reconocimiento mutuo como “compañía digna”. Los contrayentes se prometen fidelidad para “acompañarse mutuamente en el camino de ir construyendo una comunidad íntima de vida y amor que haga de dos personas una”.
Más bien habría que decir lo contrario: no es una derrota ni una amenaza para la institución matrimonial, sino un apoyo.
Hay también quienes aceptan a regañadientes el reconocimiento civil de la unión homosexual, pero impondrían la condición de no llamarla matrimonio, ni equipararla con la unión heterosexual.
(Hay también quienes fuerzan el argumento, jugando con las etimologías de “matrimonio”, “patrimonio” etc... No sabemos si les tranquilizaría hablar en ambos casos de “enlace esponsal”).
En todo caso, a quienes insisten, con razón, en “hacer todo lo posible para defender, proteger y promover la institución matrimonial y la familia", habría que tranquilizarles, porque el enlace igualitario no amenaza, sino apoya precisamente la institución matrimonial al insisitir en la formalización social y jurídica del enlace, en vez de reducirlo al ámbito privado de la convivencia de hecho más o menos estable.
Se ha diagnosticado, en el contexto de la llamada cultura de la provisionalidad, que aumenta el divorcio, así como la falta de interés por formalizar social y jurídicamente las uniones que se reducen a convivencia de hecho con dudosa estabilidad. Precisamente en ese contexto resulta significativo el interés, deseo y reclamación, por parte de parejas LGBT, del reconocimiento social, jurídico y cultural (que podría y debería ser también religioso) de su unión matrimonial.
Como vimos (en posts anteriores de cara al Sínodo de los Obispos), la definición católica del enlace como “comunidad de vida y amor abierta a la vida” puede aplicarse tanto a una parreja heterosexual como a una pareja no heterosexual.
El criterio bíblico expresado en la narración mitopoética de la pareja primordial es el reconocimiento mutuo como “compañía digna”. Los contrayentes se prometen fidelidad para “acompañarse mutuamente en el camino de ir construyendo una comunidad íntima de vida y amor que haga de dos personas una”.