"Saldrá de ésta, no renunciará y se centrará en lo esencial: concreción del Sínodo, diaconado de la mujer y escudo antiTrump" Francisco, el Papa mermado: ‘Otro te ceñirá la túnica’

La Crucifixión de San Pedro
La Crucifixión de San Pedro

"El Papa argentino, que llegó hace doce años para revolucionar la Iglesia con su sencillez y su cercanía, se consumirá en el servicio, se quemará en la tarea, si es necesario"

"Y ese será, sin duda, el mayor sacrificio de Jorge Mario Bergoglio: dejar de vivir pegado a su pueblo, ese santo pueblo de Dios que ha sido su oxígeno y la razón de ser de su papado"

"Transformó el papado en un ministerio de carne y hueso, un servicio al pueblo más que una corona sobre un trono"

"Empezará un papado a cámara lenta, con poco contacto con la gente, y eso le dolerá en el alma. Pero bajar el pistón será inevitable: recortar la agenda, delegar funciones, renunciar a los viajes"

Francisco sigue luchando en el Gemelli desde hace 24 días. Y los que le quedan. Pero, el último parte médico habla de una "gradual mejoría", y su círculo más estrecho respira con alivio: saldrá de ésta y no renunciará. Porque no es su estilo. Porque está convencido de que el Espíritu le encomendó una misión que tiene que cumplir hasta el final. Sin bajarse de la cruz.

El Papa argentino, que llegó hace doce años para revolucionar la Iglesia con su sencillez y su cercanía, se consumirá en el servicio, se quemará en la tarea, si es necesario, como él mismo prometió.

Pero lo hará mermado, tocado, limitado. Ha llegado para Francisco su etapa más dura, esa que él ya preveía desde el primer día, cuando, antes de salir a la logia pontificia para saludar por vez primera a Roma y al mundo, se arrodilló ante la 'Crucifixión de Pedro', el cuadro de Miguel Ángel. Aquella imagen, que prefigura el sacrificio del papado, fue un presagio silencioso de lo que hoy vive: la hora en que, como dice el Evangelio, "otro te ceñirá la túnica y te llevará adonde no quieras".

Newsletter de RD · APÚNTATE AQUÍ

La Crucifixión de Pedro

Y ese será, sin duda, el mayor sacrificio de Jorge Mario Bergoglio: dejar de vivir pegado a su pueblo, ese santo pueblo de Dios que ha sido su oxígeno y la razón de ser de su papado.

Desde que pisó la logia de San Pedro en 2013, Francisco cambió la forma y el estilo de ser Papa. Y hasta la forma de hablar. Rompió moldes. Nada de parafernalia, nada de oropeles. Nada de 'nos' mayestático. Un hombre humilde, cercano, que hablaba con palabras que todo el mundo entiende, que prefería el Fiat al papamóvil blindado, que se bajaba a abrazar a los enfermos, a bendecir a los niños, a escuchar a los descartados.

Sus gestos sencillos —el maletín en la mano, las viejas botas negras, el alojamiento en Santa Marta, el mate en las audiencias, el "recen por mí"— calaron hondo. Transformó el papado en un ministerio de carne y hueso, un servicio al pueblo más que una corona sobre un trono.

Pero ahora, el tiempo y la salud le imponen un nuevo cambio, un antes y un después en su pontificado. Y no será fácil para él.

Porque Francisco saldrá de esta crisis muy limitado. Lo saben quienes lo rodean, lo intuyen quienes lo quieren. Su cuerpo, ya castigado por los años y las dolencias, no le permitirá seguir al mismo ritmo. Empezará un papado a cámara lenta, con poco contacto con la gente, y eso le dolerá en el alma.

Papa de la silla de ruedas

Pero bajar el pistón será inevitable: recortar la agenda, delegar funciones, renunciar a los viajes —adiós al soñado periplo a Turquía en mayo, para conmemorar los 1.700 años del Concilio de Nicea—, y hasta presidir por delegación los grandes momentos litúrgicos. Ya en 2023, los cardenales lo sustituyeron en los ritos pascuales, y este año, ni siquiera la Pascua llevará su sello directo. Será una sombra de lo que fue, pero una sombra luminosa, porque Francisco no sabe ser de otra manera.

Su mayor sacrificio no será el cansancio físico ni la fragilidad de sus pasos. Será dejar de estar con el pueblo. Ese pueblo que lo aclama en las plazas, que lo abraza en los barrios, que lo siente como un pastor de verdad. Para un hombre que hizo de la cercanía su bandera, este distanciamiento forzado será un calvario silencioso. Él, que siempre huyó de los muros vaticanos para salir al encuentro de los últimos, tendrá que recluirse más, depender de otros. Y lo hará con dolor, pero también con esa paz que da saber que ha dado todo.

Y lo hará sin soltar las riendas. Porque si algo tiene claro es que su papado no terminará, como el de Juan Pablo II, con la era de los Secretarios, cuando Wojtyla reinaba, pero los que gobernaban eran el Secretario de Estado, cardenal Sodano, y su secretario particular, Stanislaw Dziwisz. 

Tampoco habrá renuncia. Lo dejó claro en ese mensaje de voz dolorida que envió al pueblo que rezaba el rosario por su salud. Un mensaje que desnuda su fragilidad —la voz temblorosa, el aliento entrecortado— y, al mismo tiempo, muestra su determinación: "Sigo aquí, con ustedes, hasta el final".

Papa de la primavera

Francisco no se rinde, porque su ADN es el servicio hasta el agotamiento. Pero en esta etapa final, el Papa mermado deberá centrarse en lo esencial, en lo que realmente puede dejar como legado imborrable.

Tres tareas destacan por encima de todo: concretar en el derecho canónico las decisiones del documento final del Sínodo, dando forma jurídica a ese proceso de escucha y discernimiento que él tanto impulsó, y aprobar el diaconado femenino, el primer paso histórico para abrir el altar a las mujeres, un gesto que resonaría como un eco del Concilio y de su sueño de una Iglesia más inclusiva. Y plantar cara a la 'era dorada' de Trump. Esos serán sus últimos golpes de timón, su manera de asegurar que el espíritu de su pontificado perviva, incluso cuando su voz se apague.

Este Papa mermado nos interpela a todos. Nos recuerda que la Iglesia no es solo el vigor de un líder, sino la fuerza de una comunidad que camina junta. Nos obliga a mirar más allá de su figura y a preguntarnos qué hemos hecho con su sueño de una Iglesia pobre y para los pobres y de una Iglesia sinodal.

Su pontificado entra en una nueva etapa, más frágil, más callada, pero no menos profunda. Porque incluso en su debilidad, Francisco sigue siendo un signo, un grito, una esperanza. Y aunque otro le ciña la túnica, su corazón seguirá latiendo al ritmo del santo pueblo de Dios.

Papa y Trump

Etiquetas

Volver arriba