Envejecer juntos: ¿Cima ardua? Gozos y sombras de la unión consumada

“Envejeciendo juntos se consuma el matrimonio. Bien nos felicitaron en la boda con las congratulaciones de rigor diciéndonos: Que realicéis vuestra unión acompañándoos mutuamente en una larga vida”. Con estas palabras de una pareja católica de edad madura se ponía colofón al coloquio del último día del Encuentro matrimonial sobre el Sínodo de la Familia (presidido por el obispo emérito, Mons. Mori Kazuhiro, en la diócesis de Tokyo, 10 al 12 de enero, 2015).

Fue este matrimonio amigo el que me enseñó la expresión correcta que debo usar en japonés cuando soy testigo como celebrante de la promesa de los novios. En Japón, es un tabú intocable pronunciar las palabras “muerte”, “final”, “terminal”, etc. en la fiesta de una boda. No se le ocurrirá al cura exhortarles diciendo: “hasta que la muerte os separe”. Pero este matrimonio amigo me enseñó una expresión preciosa: Acompañamiento consumado; acompañarse (en japonés, sou) y consumar la vida (en japonés, togueru; la misma raíz del verbo que se usa para decir que Jesús murió diciendo “todo está consumado”: en japonés, nashi-togueta). Unidos estos dos verbos en uno solo, les deseamos a los novios que se acompañen mutuamente hasta que la vida entera consume su unión: Soi-toguete kudasai, es decir, consumad el acompañamiento.

El primer día preparatorio del coloquio se proyectó la película japonesa “Familia prestada”, que dio lugar a unas conversaciones de tarde y noche sobre el distanciamiento y fragilidad de las relaciones humanas en la sociedad actual y sobre la soledad en los años maduros.

La ponencia bíblica del obispo confrontó al día siguiente a la comunidad participante con la revisión de la interpretación habitual (que peca de machista) de las palabras del Génesis: “compañía os doy... se harán una sola carne...”.

Lo importante en ese pasaje no es la narración mítica de "la costilla dde Adán" y “carne de mi carne”, sino la expresión hebrea Ezer Kenegdo: compañía apropiada y ayuda idónea. Pero no que la mujer sea mera ayuda para el varón, ni que se la entreguen como objeto para su satisfación o solamente para que juntos puedan transmitir vida, sino que la palabra divina dice a la pareja: “Sed compañía apropiada el uno para el otro, acompañáos digna, justa y saludablemente hasta consumar la vida”.

En el coloquio que siguió a esta ponencia ya se insinuó, por parte del matrimonio maduro antes citado, el tema del acompañamiento mutuo en la vejez, lo que preparó el camino para la charla de teología, que consistió en unos breves puntos de meditación sobre la definición de la vida matrimonial según el Concilio Vaticano II: “Communio vitae et amoris: Comunión de vida y amor”.

1. Comunión de amor. No de amor como mero enamoramiento transitorio solamente. Se casaron no solo porque se querían, sino para quererse más y mejor.
2. Comunión de vida, porque se prometieron recorrer unidos el camino de su vida, no meramente “hasta que la muerte los separe”, sino “hasta que la vida entera recorrida al unísono los acabe de unir por completo”.
3. Comunión, que es un proceso: dura lo que dure la vida juntos, si la debilidad humana no separa la unión deseada por Dios para que la pareja la consume con el camino de su vida.

Durante la tarde que siguió a estas dos ponencias, la comunidad participante –parejas de diversas edades, además de algunas personas célibes- prosiguió con los comentarios a las preguntas del Sínodo de Obispos sobre la Familia (como vienen haciendo en sus reuniones mensuales en el Centro de Formación “Vida Auténtica: Shinsei-Kaikan”, de la diócesis de Tokyo).

Esta vez se centraron en las preguntas siguientes del Sínodo: n.3: ¿Cómo sostener a las familias creyentes fieles al vínculo matrimonial?; n. 5: ¿Cómo testimoniar las familias cristianas a las generaciones nuevas el progreso en la maduración afectiva?; n. 7: ¿Cómo se utiliza la enseñanza de la Sagrada Escritura?; n. 10 ¿Qué hace para mostrar la grandeza y belleza del don de la indisolubilidad, a fin de suscitar el deseo de vivirla y de construirla cada vez más?; n. 11: ¿Cómo ayudar a comprender que la relación con Dios permite vencer las fragilidades inscritas en las relaciones conyugales?; n. 15: espiritualidad de la familia que “crece como verdadera comunidad de vida y amor”; y, finalmente, la estudiadamente ambigua y delicada pregunta n. 22 sobre “las diversas formas de unión en las cuales pueden descubrirse valores humanos”...

El resultado del coloquio, compartiendo vivencias de fe y vida cotidiana familiar, demostraba que lo que brota de la experiencia concreta de las familias es una auténtica fuente de teología sobre el matrimonio, que no consiguen exponer cientos de páginas de documentos eclesiásticos.

Un leit motiv de muchas intervenciones era el comentario siguiente: “No basta hablar de la belleza de unirse para siempre, hay que mirar de frente la realidad de su dureza y dificultad. No hablar solo de lo confortante del acompañarse con cariño, sino también de lo difícil de soportarse con paciencia”.

A estos comentarios les puso la guinda la palabra del matrimonio mayor que sirvió de conclusión a la reunión del último día, la que ha servido de título y pórtico a la presente crónica:

"Envejecer juntos, cima ardua, pero a la que merece la pena aspirar. Así es como se consuma el matrimonio y se realiza la vida juntos, haciéndose compañía digna mutuamente un cónyuge para el otro; una compañía con gozos y sombras, queriéndose mucho y también aguantándose mucho en el otoño de la vida, que a veces se convierte en “soledad de dos en compañía”.

Nota-Apéndice:

Creíamos que aquí terminaba con buen final el coloquio, pero una de las personas célibes participantes levantó la mano para hacer el siguiente comentario, al que habrá que dedicar otra crónica más adelante. Dijo así esta persona:

“A la luz de estos comentarios, se comprende la importancia que dio el obispo en su ponencia a las palabras bíblicas: No es bueno que la persona esté sola... acompañaos mutuamente de modo digno. Además, se comprende mejor la definición conciliar sobre la comunión de vida y amor. Tiene cabida en esa definición la relación conyugal de una pareja, tanto heterosexual como homosexual”.

Hubo participantes que fruncían el ceño, pero el obispo y el teólogo asintieron con la típica inclinación de cabeza al estilo japonés. El teólogo explicitó: Tiene usted razón. Y añadió: Pónganlo por escrito en las respuestas que van a enviar ustedes para el Sínodo.
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