Los ángeles cantan, María medita, se encarna Dios (Vigilia de fin de año)
Como otros cristianos, durante muchos años, he dedicado unas horas finales del año a evocar en oración la gracia del año anterior, la tarea de Jesús y la bendición del Año Nuevo
En ese contexto, este fin de año 2021, ofrezco unas ideas para aquellos que quieran cantar con los ángeles (Lc 2, 14), meditar con María (Lc 2, 19) y encarnarse con Jesús (Jn 1, 14)
El lector interesado puede centrarse en uno de esos textos o contemplar los tres unidos. A los que así hagáis, os deseo con Mabel, y Mikel, mi hermano, que os queráis y cuidéis unos otros, con unos textos tomados de 40 palabra de Jesús.
El lector interesado puede centrarse en uno de esos textos o contemplar los tres unidos. A los que así hagáis, os deseo con Mabel, y Mikel, mi hermano, que os queráis y cuidéis unos otros, con unos textos tomados de 40 palabra de Jesús.
| Xabier Pikaza X. Pikaza
1.CANTO DE ÁNGELES.
Gloria a Dios en el Cielo, paz en la tierra a los hombres
Texto: Lucas 2,8-14En aquella región había unos pastores que pasaban la noche al aire libre, velando por turno su rebaño. Y el ángel del Señor se les presentó; la gloria del Señor los envolvió de claridad, y se llenaron de gran temor. El ángel les dijo: "No temáis, os traigo una buena noticia, una gran alegría para todo el pueblo: hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador: el Mesías, el Señor. Y aquí tenéis la señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre." De pronto, en torno al ángel, apareció una legión del ejército celestial, que alababa a Dios, diciendo: "Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres que ama el Señor."
La palabra ángel es un símbolo “teológico”. No hace falta que “creas” en ángeles-personas, con alas o sin alas, con cuerpo o sin cuerpo, con rostro más o menos masculino o femenino. Quizá no existen ángeles en ese sentido externo con sus nombres y su historia personal. Tengo en mi estantería un bellísimo libro dedicado a los Nombres y Propiedades de los ángeles en hebreo (Porciúncula, Asís 1994); es un gozo releerlo entrando en el imaginario simbólico de los ángeles. Desde ese plano simbólico ha de entenderse este pasaje.
Este evangelio empieza hablando del Ángel de Dios en singular (melek Yahvé, angelos Kyriou), es decir, del mismo Dios que se hace mensajero y habla con los hombres, guiándoles en el camino, cantando, tocando instrumentos de música y bailando. Pero junto a ese ángel único, que es Dios, que anuncia la Navidad a los pastores (Lc 2, 10-12) se corporaliza y aparece, en la noche de Belén, el inmenso coro (orquesta divina) que canta al Dios hecho niño, repitiendo sin cesar el “gloria”: Gloria a Dios en la altura, paz en la tierra a los hombres, amados de Dios
Estos ángeles músicos, que rodean a Dios y que cantan su grandeza, aparecen con cierta frecuencia en la literatura tardía israelita, no sólo en la canónica (como en el libro de Daniel), sino en la apócrifa (como en los Libros de I Henoc). Ellos forman la corte de Dios, y le rodean y cantan, por miles de millones, como dice a lo largo de casi todas sus páginas el libro del Apocalipsis. Son seres celestes, cuya esencia es la música y cuya forma es la gloria, el fuego y la luz que se expande y rodea al misterio de Dios. Así aparecen aquí en torno al Excelso al que se llama Señor de los Ejércitos (Yahvé Sebaot), que forman un coro incontable de espíritu cantores. Así ensalzan en ese pasaje a Dios y a los hombres:
Gloria a Dios en las alturas. Gloria se dice en griego doxa, aquello que brilla y resplandece, como una luz, una gran claridad. Pero el sentido básico que recibe en este pasaje viene del hebreo, donde gloria se dice kabod, una palabra que está internamente vinculada a quien define en sentido propia. Entendida así, gloria es ante todo la riqueza y el poder, que se expresa en las grandes manifestaciones de los príncipes del mundo, y más propiamente en Dios.
La gloria de Dios se manifiesta en su teofanía, cuando libera a su pueblo victorioso en las aguas del Mar Rojo, y de un modo especial en el Monte Sinaí, cuando despliega su grandeza y revela a los hombres su ley. La misma gloria de Dios, expresada en la Nube que se posa sobre el Tabernáculo, dirige a los hebreos a través del desierto y se posa después y reside en el Templo de Jerusalén, sentado sobre Querubines (Ex 25, 18-21). Gloria es, pues, la dignidad y la grandeza insuperable del Excelso, a quien ningún ser humano puede contemplar sin morir.
Pues bien, la gloria, es decir, la grandeza y poderío, el honor y majestad de Dios se manifiesta de un modo especial, incomparable, en el nacimiento de Jesús, un simple niño. Esta es la paradoja cristiana, la novedad inefable del Dios que no expresa su poderío en el terror sagrado de las convulsiones agónicas del mundo, ni en la lucha y destrucción de los poderes adversarios (en una guerra y victoria escatológica), sino en el nacimiento de un niño, lo más frágil y pequeño de la historia humana, en la línea de aquello que había dicho Is 7, 14, al predecir la revelación de Dios en el niño Emmanuel, Dios con nosotros (cf. Mt 1, 23).
La gloria de los ángeles cantores (¡ejército celeste de paz!) se abre y despliega ante los pastores de Belén, hombres, en general, despreciados. Dios no anuncia la llegada de su Cristo a reyes y sacerdotes, sino a pastores, a quienes dedica la melodía de los ángeles del cielo.
Esos pastores que escuchan el canto de Dios en los campos abierto, fuera del poblado, ellos no tienen que hacer ningún ejercicio de meditación profunda, como los videntes de 1 Henoc 14, que preparan cuidadosamente el ascenso hasta el último círculo de Dios, sino que se limitan a escuchar. No tienen estudios superiores, no son especialistas religiosos, no cumplen las ceremonias sagradas del templo, pero han sido capaces de descubrir la presencia de Dios en el niño, compartiendo el canto de los ángeles.
Y sobre la tierra paz. Los ángeles cantan la gloria de Dios en la altura. Pero, a través, a través de una ampliación que es normal en la Biblia desde el Génesis 1,1-2 (al principio creó Dios los cielos y la tierra) pasan de la altura o cielo de Dios a la tierra de los hombres, traduciendo o expandiendo así gloria en forma de paz.
Ésta es la palabra clave: Paz se dice en griego eirene, palabra de la que viene “irenismo” y que significa concordia, tranquilidad, equilibrio. Pero es más significativa la palabra hebrea que está en su fondo, y que es shalom, que significa más que simple eirene. Shalom es prosperidad, felicidad, seguridad en sentido personal y social, pero es, al mismo tiempo, plenitud vital y personal, en todos los sentidos. No hay nada mayor ni más importante que la paz, pues el mismo Dios es Paz, Shalom, que se expresa y despliega en la vida de los hombres.
La novedad de nuestro canto está en que identifica la paz definitiva con el nacimiento de un niño al que no acogen en Belén, un niño a quien sólo reciben los pastores del campo, no los grandes habitantes de ciudad real de David, o de Jerusalén, la capital de los sacerdotes. Los ángeles de la gloria de Dios anuncian de esa forma la llegada y triunfo paz que se extiende sobre el mundo a través de los hombres y mujeres que son como estos pastores del campo, que vigilan y custodian sus rebaños en la noche.
A los hombres de (la) buena voluntad… Más difícil de traducir es esta última frase, que puede tener dos sentidos. El primero y más conocido consiste en tomar la palabra “buena voluntad” (es decir, la eudokía) como una propiedad de los hombres. Según eso, Dios ofrece su paz a los hombres, a través del niño que nace. Eso significaría en el fondo “paz para los buenos” (y para los malos, por tanto, guerra).
Pero desde una perspectiva bíblica, y en el contexto en que se encuentran los pastores, resulta preferible traducir esa palabra eudokiaa desde su trasfondo semita (en hebreo razôn"), diciendo “paz a los hombres de la buena voluntad de Dios”, es decir, a los hombres a los que Dios ama gozosamente, porque su hijo nace entre ellos. Aquí se expresa, por tanto, la “buena voluntad” de Dios, su gozo más alto, su placer supremo, que consiste en alegrarse y gozar con los hombres.
El gozo de los ángeles de Dios que cantan anunciando la paz a los hombres es la manifestación suprema de su gloria, es decir, de su kabod más alto. Este pasaje, de tipo hímnico, nos sitúa ante el Dios que se goza con los hombres en la fiesta del nacimiento de su Hijo. Sólo por este gozo de Dios pueden los hombres alegrarse y vivir, compartiendo el misterio del mismo Dios.
2.MEDITACIÓN DE MARÍA
Lucas 2,16-21:María guardaba todas estas cosas comparándolas en su corazón
En aquel tiempo, los pastores fueron corriendo a Belén y encontraron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre. Al verlo, contaron lo que les habían dicho de aquel niño. Todos los que lo oían se admiraban de lo que les decían los pastores. Y María conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón. Los pastores se volvieron dando gloria y alabanza a Dios por lo que habían visto y oído; todo como les habían dicho. Al cumplirse los ocho días, tocaba circuncidar al niño, y le pusieron por nombre Jesús, como lo había llamado el ángel antes de su concepción.
Los ángeles cantan (no piensan: Tocan instrumentos, bailan…). María en cambio piensa (esto es, medita): A ella le toca quedarse con el niño: Amamantar, limpiar, cuidad, educar al mismo Hijo de Dios. Por eso, ella tiene que meditar.
Las palabras de 2, 19 (meditaba todas estas cosas…), repetidas en Lc 2, 51 (tras la escena del niño perdido en el templo), muestran a María, Madre de Jesús, como expresión suprema de una fe pensante, de un pensamiento creyente y activo. Su pensamiento está centrado en el niño, que Dios mismo le ha dado (a ella y a José), en la forma de cuidarle.
Las “cosas” en las que María medita son aquí las referentes al nacimiento de Jesús en un campo de rebaños (fuera de Belén, ciudad donde sus “parientes” no le reciben), con el testimonio de los pastores que hablan de la manifestación del Ángel de Dios y el canto del coro de los ángeles (Lc 2, 1-8)…
María, arropada por José, piensa en el niño de descampado, como los miles y miles de niños del suburbio, de la cueva, de las villas barrosas, de la calle, barrida por el frío y por el viento. A María le ha “tocado” una buena: Por eso tiene que pensar en las cosas la vida del niño (de todos los niños del mundo), la tarea inmensa que el mismo Dios le ha confiado (a ella con José). Este pasaje nos sitúa ante la revelación de Dios que se realiza en obras y palabra (gesta y verba), conforme a la teología tradicional de la iglesia, aunque aquí encontramos antes “cosas que son palabras”, como seguiré indicando.
Todas estas cosas son como he dicho las referentes al nacimiento de Jesús. La terminología es básicamente hebrea, pues “cosas” se dice, que en sentido estricto significa “palabras”, es decir, aquello que se dice. Pero, desde el trasfondo del lenguaje hebreo que Lucas está empleando aquí, esas palabras/cosas en las que María medita sondebarim;, de dabar, cosa importante, asunto… . En esa línea, dabar no es la idea que simplemente se piensa, sino la cosa que se hace diciendo. María piensa estas cosas (debarim),las que tiene que hacer, las que hará su niño; cosas de niño, más importantes que las de Herodes rey, más significativas que la de Augusto emperador.
Guardaba… María conservaba y recreaba “esas cosas”, y así las mantenía, de manera que ellas tenían no sólo una existencia fuera, sino también en su corazón. Eso significa que hay una conexión muy honda entre el mundo exterior y el interior, de manera que no pueden separarse. Pero ella no es simplemente un “depósito” donde se guardan la cosas que han pasado, sino que, al mantenerlas dentro de sí, María las recrea, tiene que cumplirlas, tiene que empezar una vida nueva al servicio del niño, de todos los niños del mundo[1].
Comparándolas… También se podría decir “meditándolas”, porque la palabra griega aquí empleada (symbalein, como símbolo) tiene un sentido muy concreto de echar o poner dos cosas, una junto a otra (symballô). De esta forma se evoca un pensar por comparación, poniendo unas al lado de la otras dos o más partes o elementos de un todo, como se hace en el símbolo (que viene de la misma raíz). Esta palabra significa que María comparaba los acontecimientos del nacimiento de Jesús con el conjunto de su experiencia creyente y de la experiencia de su pueblo, como israelita que conocía las promesas de Dios y las palabras de los profetas. María sitúa su tarea de madre de Jesús en el contexto de la tarea de todas las madres, la más importante de todas las obras de la humanidad.
María aparece aquí como la primera “teóloga” en el sentido radical de la palabra, pues “teologar” no es un pensar en abstracto, sino repensar la tradición desde las nuevas circunstancias de la vida, desde su propia experiencia de Jesús. Estamos, pues, ante una meditación y teología de tipo histórico, concreto, reelaborando en la propia vida el proceso de los acontecimientos de la salvación.
En esta línea se mantiene la palabra hebrea tahageh:,meditar de un modo concreto sobre los acontecimientos y tareas de la propia vida, en el sentido incluso físico de “rumiar”, como un pensamiento que no se ha separado del movimiento de labios que se mueven produciendo un sonido característico. Esa es la hagôn omeditación clásica que aparece en la historia israelita, como pensamiento concreto de la vida, experiencia comprometida de vinculación personal con el despliegue de la realidad, y especialmente con la manifestación de Dios.
En su corazón. El lugar propio de esta meditación no es la mente que conoce ideas, sino el corazón que valora y compara experiencias. Así lo indica ya la palabra griega evn th/| kardi,a| auvth/j,, en su corazón (kardi,a) así entendido como “facultad de amar” (es el hogar del sentimiento y del afecto) y también de conocer en profundidad, como dice la bienaventuranza de los “limpios de corazón que verán a Dios” (Mt 5, 7). Cuando el corazón descubre y despliega las cosas con limpieza interior (no puramente externa) se abre a lo divino.
En este contexto es quizá más significativa la expresión hebrea: be-libba., en su corazón. Ciertamente, la palabra leb, corazón evoca en primer lugar el órgano físico vinculado con la respiración y la sangre; pero en sentido simbólico, alude al hombre entero en su capacidad de amar y pensar, de sentir y conocer en el sentido más profundo de la palabra. El corazón vincula al hombre con Dios, y con los demás hombres, para conocimiento y comunión de vida, aunque se puede convertir y se convierte también a veces en lugar de malos pensamiento y deseos.
El corazón de María es el lugar en el que Dios mismo viene a expresar el sentido de su revelación, es la sede de la palabra y del conocimiento salvador, vinculado de un modo especial con Jesús niño, que depende por un lado de ella, siendo por otro la expresión más honda del misterio de Dios. Significativamente este pasaje nos pone ante un corazón/pensamiento de mujer, que “medita” sobre Dios, deliberando y pensando con amor de madre en la suerte de su hijo.
3.LA PALABRA DE DIOS SE HIZO CARNE (Jn 1, 14)
Y habitó entre nosotros
Jn 1, 9-14: La Palabra era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre. Al mundo vino, y en el mundo estaba; el mundo se hizo por medio de ella, y el mundo no la conoció. Vino a su casa, y los suyos no la recibieron. Pero a cuantos la recibieron, les da poder para ser hijos de Dios, si creen en su nombre. Éstos no han nacido de sangre, ni de amor carnal, ni de amor humano, sino de Dios. Y la Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria propia del Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad.
Los ángeles cantaban, sin más preocupación que la música de Dios. María meditaba con la gran preocupación y gozo que Dios les había dado (a ella y a José, en forma de niño)… Finalmente queda, en otro plano, el Dios que se ha hecho carne en el niño. El Dios que lo sabe y tiene todo, que tiene que aprender a ser niño, a ser hombre-persona, al servicio de todos. En la vigilia de esta noche, tras habernos puesto en el lugar de los ángeles (cantando) y en el de María (meditando), tenemos que ponernos en el lugar de Dios: Como si fuéramos Dios, como si tuviéramos que hacernos hombres.
Esta afirmación (Dios se hizo carne) constituye el centro de identidad del cristianismo (frente a griegos y judíos) al afirmar que el Logos que era Dios en el principio se hizo carne en la historia de los hombres. No es una sentencia para discutir. Aceptada o no. ella ha de ser bien situada desde la perspectiva del Dios que se encarna, que nace y vive en (con) los hombres.
En esa línea podemos recordar que Dios acontece (se hace patente) en la palabra o, mejor dicho, en la vida de los profetas, en los que (primero en Oseas, después es Isaías y finalmente, de un modo más fuerte en Jeremías) aparece y actúa de manera “teomorfa”, de manera que su misma vida humana viene a presentarse como imagen y presencia de Dios. Ciertamente, ningún acontecimiento o profeta de Israel se identifica del todo con la acción o palabra de Dios, pues Dios sigue siendo siempre misterioso, y el hombre no refleja nunca toda su grandeza. Pues bien, los cristianos se atreven a decir que esa línea o camino profético desemboca en la experiencia de la encarnación plena, tal como la ha formulado de manera inseparable Jn 1, 14, diciendo que la acción y palabra de Dios se identifica ya plenamente con la vida y persona humana de Jesús, que se mantiene y avanza en la línea de la experiencia israelita.
Esa revelación profética no era nunca completa en el Antiguo Testamento; Dios no había dicho su última palabra, y ningún profeta había desvelado plenamente el misterio de su divinidad. Pues bien, avanzando en esa línea, el evangelio asegura que Dios se ha encarnado en Jesús, ha dicho en Jesús todo, ha puesto su Vida al servicio de la vida de los hombres.
La experiencia profética de la Palabra de Dios ha desembocado, según eso, en un hombre, en línea de encarnación: La palabra de Dios es la vida humana, que los hombres viva, que amen….
Los cristianos dicen así que Jesús de Nazaret es la misma Palabra encarnada, una Palabra que no se “hace” libro (ni Torah, ni Corán), sino ser humano en concreto, principio de humanidad. Ciertamente, éste es un tema para dialogar fraternalmente entre judíos, musulmanes y cristianos, pero sosteniendo que los cristianos son tan “semitas” como sus hermanos monoteístas (judíos y musulmanes), siendo al mismo tiempo, universales, pues lo que a todos nos une es la “carne humana” de Dios. Así lo ha comentado San Juan de la Cruz:
“Porque en darnos, como nos dio a su Hijo, que es una Palabra suya, que no tiene otra, todo nos lo habló junto y de una vez en esta sola Palabra, y no tiene más que hablar; porque lo que hablaba antes en partes a los profetas ya lo ha hablado en el todo, dándonos al Todo, que es su Hijo. Por lo cual, el que ahora quisiese preguntar a Dios, o querer alguna visión o revelación, no sólo haría una necedad, sino haría agravio a Dios, no poniendo los ojos totalmente en Cristo, sin querer otra alguna cosa o novedad” (San Juan de la Cruz, Subida al monte Carmelo 2,22,3-5
De esa manera, superando toda especulación sobre lo divino, el evangelio de Juan ha proclamado su mensaje de manera específicamente cristiana, diciendo en forma lapidaria y escandalosa que la Palabra se hizo Carne y que hemos visto su gloria en Jesucristo (Jn 1,14). Antes había dicho que la Palabra “era” (ên) en lo divino (Jn 1,1). Ahora añade que “se ha hecho” (egeneto): ha entrado en el tiempo (esto es: ha suscitado el tiempo), volviéndose historia, humanidad concreta.
Sólo de esa forma, por encarnación (cf. Flp 2, 1-11), Dios y la Palabra reciben nombres personales: Padre y Unigénito. Sólo así en Jesús, que es Dios/Unigénito, podemos conocer y conocemos al Padre. Antes no le habíamos visto. Especulábamos sobre su Palabra como Vida y Luz, ahora sabemos lo que ella contiene. Sólo ahora, viendo a Dios en Cristo podemos afirmar que le conocemos como Padre.
Antes no había conocido todavía al hombre. No sabíamos la dignidad y grandeza de cada uno de los hombres. Ahora sabemos: Cada hombre es Dios encarnado. Cada hombre que nace es navidad. El amor humano, en el amplio abanico de sus sentidos, se identifica con el amor divino. Cada hombre (varón o mujer) es Navidad.
[1] En este contexto, los términos que pueden emplearse en este caso son muy semejantes, aunque con matices algo distintos. (a) En griego se dice synetere,, que significa no sólo guardar algo en la memoria, para que no se olvide, sino también protegerlo cuidadosamente, para que no se pierda. (b) En hebreo se dice shomrah, que significa vigilar y proteger, como desde una atalaya o castillo elevado; María aparece así como una fortaleza donde se guarda la palabra de Dios, expresada y revelada en el nacimiento de Jesús, con los acontecimientos relacionados con esa ella. María aparece así como signo de la comunidad creyente que mantiene en su memoria la revelación de Dios.