Porque otros han muerto vivimos. Para que ellos vivan morimos
Plantas y animales no saben que mueren, por eso no viven. Nosotros sabemos, por eso morImos.
Sólo porque morimos podemos dar vida. Si no muriéramos seríamos esclavos de una muerte en vida.
| X Pikaza Ibarrondo
Por el miedo de la muerte...
«Por la muerte, por el miedo a la muerte empieza el conocimiento del Todo… Todo lo mortal vive en la angustia de la muerte; cada nuevo nacimiento aumenta en una las razones de la angustia, porque aumenta lo mortal». Pero, al mismo tiempo, en otro plano, esa angustia de muerte es certeza de vida, pues, como dice la intuición más honda de todas las ciencia: En este mundo nada nace de la nada, y nada muerte en la nada, sino que todo se transforma en la historia inquietante y luminosa de la Vida.
Así comenzaba Rosenzweig su libro inquietante de antropología (La Estrella de la Redención, , Salamanca 1997 43-44). En un sentido, ese saber sobre la muerte es maldición, como ha visto el relato del «pecado ejemplar» de Adán/Eva, en Gen 2-3: «El día en que comas morirás…». Pero, en otro sentido, la muerte puede y debe convertirse en bendición, pues por ella transmitimos nuestros ser y saber en los que vienen tras nosotros, como Jesús que murió dando su vida por todos (resucitando por Dios en ellos.
Entendida así, la muerte puede ser y el momento culminante del sí a la vida, que es personal siendo trans-individual, en un camino de “conciencia” supra individual, que ha sido formulada por el dogma pascual de la comunión de los santos, que no es sólo transmisión de méritos externo, sino comunicación de vida.
Sólo por la muerte, sabiendo que mueren, los hombres pueden darse la vida unos a otros, superando un tipo de individualismo que tiende a cerrarse en sí mismo. Un hombre condenado a no morir, sería un monstruo, un ser de pura angustia, una momia condenada a repeteir eternamente su misma mueca.
Morir es duro. Pero infinitamente más dura sería esta vida sin muerte, condenados como piedras de menhir plantadas en la tierra, dólmenes tumbados sin aliento. Una vida sin muerte sólo tiene sentido en otra “tierra” muy distinta, cuando cambien en Dios las condiciones de este mundo, como ha querido Jesús, como han querido y quieren millones de personas, que esperan y desean una resurrección que es personal siendo universal: siendo en todos, en el Dios que es todo en todos (1 Cor 15, 28). Sólo muriendo a este mundo (regalando a otros la vida que tenemos, como Jesús en la cruz, como su madre rodeada de “apóstoles”) podemos esperar una resurrección como entrada a la vida sin muerte.
Así lo han descubierto los cristianos en la Pascua de Jesús, sabiendo que él ha muerto porque vivía para los demás y porque murió para que otros vivieran, descubriendo que todos los creyentes (¡todos los pobres!) mueren y resucitan y suben al cielo de Jesús, que es “Vida” más allá de la muerte. Sólo quien acepta la muerte puede vivir plenamente…, no solamente en sí, sino en los dem´`as, para los demás.
- Muchos filósofos y pensadores han querido engañar a los hombres con una mentira piadosa, diciendo que son inmortales y añadiendo que la muerte no es más que una apariencia. Los hombres mueren, es su destino; mueren y no son felices… pero todavía serían más infelices si no pudieran morir.
- Gracias a Dios, los hombres somos mortales, pero sólo así, siendo mortales, podemos regalar y compartir la vida, como Jesús, resucitando en la vida de Dios.
Los hombres mueren, pero pueden descubrir en la muerte la mano de Dios y ofrecer su mano de amor a otros, como ha hecho Jesús. En ese contexto se sitúa la respuesta de la fe, cuando afirma que el sentido de la vida está en vivir para los demás… y que de esa forma la misma muerte, sin perder su bravura, dureza y enigma (¡Dios mío, Dios mío! ¿por qué me has abandonado?), se convierte en signo de solidaridad (de comunión de vida en todos y con todos).
MORIR DADO VIDA, “RESURRECCIÓN” DE JESÚS
Jesús no vivió ni murió sólo para sí. Vivió y murió por los demás, iniciando así un camino de transformación de la vida antigua, en amor. Con otros y por otros murió… con ellos y por ellos sigue viviendo.
Le acompañaban y miraban desde lejos, sin poder acercarse, algunas mujeres que le habían acompaña y “servido” desde Galilea. Eran, entre otras. María Magdalena y María, la madre de Santiago el Menor y José, y Salomé (Mc 15, 40). No muere totalmente abandonado.
- Cuando le enterraron, ellas estaban allí, observando y acompañando dos mujeres: Magdalena y María la de José (Mc 15, 47). Tampoco en el entierro le abandonan, están a su lado, cuando otros (quizá delegados del sanedrín) le ponen en tierra.
- Van a visitar con aromas su sepulcro el primer día hábil tras su muerte, el domingo: Van a ofrecerle el testimonio de su solidaridad, con aromas, que son signo de vida, María Magdalena, María la de Santiago y Salomé(Mc 16, 1)
Murió condenado por las autoridades del templo de Jerusalén y del imperio Roma, pero unas mujeres estaban a su lado, como humanidad abierta a la vida.
Le mataron como a un traidor, contrario a la “ley” de su pueblo). No le enterraron con gloria, al toque de trompeta, elevando sobre su cadáver una pirámide de honores o excavando para él un hipogeo de grandeza. No tuvo un funeral con jefes de estado y sacerdotes, con filas inmensas de seguidores. Al contrario, sus seguidores varones estaban en gran parte escondidos, sólo unas mujeres amigas pudieron mirarle, ofreciéndole el testimonio de su humanidad.
Le mataronmuy rápido, para que su cruz no estorbara el día de la fiesta. Le enterraron después de inmediato, por puro oficio, los sepultureros oficiales, judíos o romanos, con ganas de acabar muy pronto, antes de que llegara la noche, casi a escondidas, por puro oficio, para que el cadáver de Jesús no impidiera las celebraciones de pascua.
La vida histórica de Jesús acabó donde acaba la muerte de muchos condenados, descartados, asesinados, con juicio o sin juicio, arrojados o incinerados en la fosa común, de los que mueren y son expulsados, amontonados, , sin honor, en cualquier zanja de la humanidad triunfante, en una tumba cercana, quizá propiedad de José de Arimatea, pues apremiaba el tiempo, había que enterrarle (a él y a los otros muertos) ante de la puesta de sol, para que no contaminaran la tiera.
En esa tumba cercana de hueco de cantera le echaron con los otros dos crucificados (quizá con la ayuda de un hombre bueno, llamado José de Arimatea), para que los otros (¡los judíos y romanos triunfadores, nosotros!) pudiéramos seguir celebrando la vida orgullosa de una Pascua dedicada al Dios de la victoria de los «buenos».
BAJÓ A LOS INFIERNOS (1).… UNAS MUJERES ENTRARON EN SU TUMBA
Bajó muriendo al infierno de la historia, quizá a través de una fosa común del Sanedrín que servía para muerte final de ajusticiados. Le quisieron enterrar en el “infierno”, pero él bajó con gozo al infierno, para cumplir allí su tarea, que era rescatar a los muertos de la muerte, , según confiesa estremecida la tradición cristiana (el credo romano: Murió, fue enterrado, bajó a los infiernos…).
Lógicamente, las mujeres que fueron al “tercer día” al sepulcr o,para despedirle conperfumes, (el sábado no se podía salir fuera de las murallas) no lograron encontrar su cuerpo. Quizá lo habían cambiado de fosa o sepultura. Quizá era imposible separar su cuerpo de los otros cuerpos de los ajusticiados.
Pero el evangelio de Marcos sabe dice que las tres mujeres con aromas descubrieron que el sepulcro “abierto”. ¿Cómo? ¿Quién descorrió la piedra? Mc 16 no lo dice, pero añade con todo aplomo que a piedra de la muerte esta corrida, la tumba abierta.
Mt 28, situándose en otro nivel, en lenguaje igualmente simbólico, dirá que el Ángel de Dios corrió la piedra de la muerte… Una piedra más alta que los cielos, más ancha que la tierra, más profunda que los abismos del mar…
Al llegar aquí, los otros evangelios (Mt, Lc y Jn), concordes con san Pablo paran y dice que los discípulos vieron a Jesús vivo y creyeron en su resurrección. Pero Marcos, el evangelio más antiguo y misterioso dice: Las mujeres entraron en la tumba y el ángel mensajero de la vida les dijo
Mirad ahí, a la derecha de Dios le habían puesto.. Mirad ya no está, no está como estuvo en el primer momento: Jesús está vivo en este sepulcro, en el gran sepulcro de la vida humana (Mc 16, 4-8).
Éste es el dogma de Pascua: Murió, fue enterrado, resucitó en la misma tumba… Por eso, las mujeres, que entraron en la tumba de Jesús, fueron transformadas por su pascua, la pascua de Jesús y renacieron a la Vida de Dios, a la palabra de misión de la Iglesia, por la salvación de los condenados al Infierno.
4.BAJÓ A LOS INFIERNOS (2). SÍMBOLO DE DE FE
Diciendo que bajó a los infiernos (es decir, a la tumba de la historia) el primer credo cristiano (romano o apostólico) destaca el abismo de dureza, destrucción y muerte donde Cristo culminó su solidaridad y redención). Quien no muere del todo no ha vivido plenamente: no ha experimentado la impotencia poderosa, el total desvalimiento. Jesús ha vivido en absoluta intensidad; por eso muere en pleno desamparo. Quien no ha vivido por los demás no puede resucitar. Pero Jesús ha muerto por todos, penetrando en el infierno de la historia, para liberarnos de allí a todos, para iniciar con todos un camino de resurrección).
En el abismo de muerte ha penetrado Jesús y su presencia solidaria ha conmovido las entrañas del infierno, como dice la tradición: "la tierra tembló, las rocas se rajaron, las tumbas se abrieron y muchos de los cuerpos de los santos que habían muerto resucitaron" (Mt 27, 51-52). De esa forma ha realizado su tarea mesiánica:
Sufrió la muerte en su cuerpo, pero recibió vida por el Espíritu.
- Fue entonces cuando proclamó la victoria
- incluso a los espíritus encarcelados que fueron rebeldes,
- cuando antiguamente, en tiempos de Noé... (1 Pe 3, 18-19).
Jesús había descendido ya en el mundo al infierno de los locos, los enfermos, los que estaban angustiados por las fuerzas del abismo: ha asumido la impotencia de aquellos que padecen y perecen aplastados por las fuerzas opresoras de la tierra, llegando de esa forma hasta el infierno de la muerte. Así se relaciona con Adán, el humano originario que le aguarda desde el fondo de los tiempos, como indica una antigua homilía pascual:
¿Que es lo que hoy sucede? Un gran silencio envuelve la tierra: un gran silencio y una gran soledad. Un gran silencio, porque el Rey se ha dormido en la carne y ha despertado a los que dormían desde antiguo. Dios ha muerto en la carne y ha puesto en conmoción al abismo.
Va a buscar a nuestro primer padre, como si éste fuera la oveja perdida. Quiere visitar a los que viven en tinieblas y sombras de muerte (cf. Mt 4, 16). Él, que es al mismo tiempo Dios e Hijo de Dios, va a librar de sus prisiones y de sus dolores a Adán y Eva.
El Señor, teniendo en sus manos las armas vencedoras de la cruz, se acerca a ellos. Al verlo, nuestro primer padre Adán, asombrado por tan gran acontecimiento, exclama y dice a todos: mi Señor esté con todos. Y Cristo, respondiendo, dice a Adán: y con tu espíritu. Y, tomándolo por la mano, lo levanta diciéndole:
Despierta, tú que duermes, levántate de entre los muertos y Cristo será tu luz (cf. Ef 5, 14). Yo soy tu Dios que, por ti y por todos los que han de nacer de ti me he hecho tu hijo. Y ahora digo a los que están encadenados: ¡salid!; y a los que se encuentran en tinieblas: ¡levantaos!. Y a ti te mando: despierta, tú que duermes, pues no te creé para que permanezcas cautivo en el abismo; levántate de entre los muertos, pues yo soy la vida de los muertos. Levántate, obra de mis manos; levántate, imagen mía, creado a mi semejanza. Levántate, salgamos de aquí, porque tú en mi y yo en ti formamos una sola e indivisible persona. (P. G. 43, 439. Liturgia Horas, sábado santo).
Jesús ha descendido hasta el infierno para encarnarse plenamente, compartiendo la suerte de aquellos que mueren. Pero al mismo tiempo ha descendido para anunciarles la victoria del amor sobre la muerte, viniendo como gran evangelista que proclama el mensaje de liberación definitiva, visitando y liberando a los cautivos del infierno.
Jesús se ha introducido en la historia de la muerte. Por eso, la palabra de la iglesia le sitúa frente a Adán con Eva, padres de todos los hombres, primeros de los muertos. Hasta el sepulcro de Adán ha descendido Jesús, penetrando hasta el lugar donde la muerte reinaba, manteniendo cautivos a individuos y pueblos. Ha descendido para iniciar allí, en solidaridad, en comunión de vida, un camino universal de pascua.
De esa forma, lo que podía ser supremo castigo (¡maldición de morir sin buen entierro ni una honrada sepultura!) vino a presentarse como bendición suprema, revelación del Dios de Jesucristo ¿Cómo vas a encerrar el grano de trigo y guardarlo en una vitrina. Ese grano ha de morir para hacerse espiga y pan para todos los pobres de la tierra.
Jesús le encerraron en un sepulcro… con todos los muertos de la historia, pero él resucitó como vida de todos los muertos, como principio de resurrección. Le encerraron en un sepulcro, quizá para que no saliera, pero él penetró en el abismo de todas las muertes, para resucitar con todos… Y por eso el ángel de la pascua les dijo a las mujeres, en palabra de fe que nosotros seguimos escuchando: «No está aquí, id a Galilea, es decir, al camino de su vida… Allí le encontraréis, con aquellos y en aquellos que aceptan su historia» (cf. Mc 16, 7-8).
Dios trasformó de esa manera la muerte del “maldito” Jesús (condenado a muerte y crucificado) en victoria de Vida en bendición suprema de resurrección para todos. Desde ese fondo puede y debe leerse el relato simbólico de Mt 28, 1-4 que evoca la acción escatológica de Dios, que ha empezado a romper las tumbas de la vieja historia de muerte, para ofrecer una esperanza a los crucificados y muertos de la historia (cf. Mt 27, 51-53).
UNAS MUJERES ENTRARON EN SU SEPULTURA.
Según Mc 16, 1-8, las tres mujeres que entraron en la tumba de Jesús, vieron el lugar donde la habían puesto…. Y se descubrieron transformadas por su vida. Entraron en su tumba para así morir con él: Para rehacer su camino de entrega de la vida al servicio de todos los vivos y los muertos.
Las mujeres entraron en la tumba de Jesús para compartir el camino de su muerte y resucitar de esa forma con él, como primeras cristianas.
Ellas entraron, creyeron y así “resucitaron”: Descubrieron que Jesús les hacía personas nuevas, les resucitaba, pidiéndoles que fueran a Galilea con sus discípulos y pedro, retomando el camino de Pascua. Habían ido al sepulcro de Jesús para ungir con aromas un cadáver, pero el mismo “muerto” (Jesús) les ungió a ellas, les dio una vida que antes no tenían. De esa forma, ellas mismas se hicieron testigos de la resurrección… por eso tuvieron que salir para anunciar y proclamar la palabra a los discípulos de Jesús y a Pedro: Ha resucitado y os precede a Galilea.
Jesús ha sido y sigue siendo para la iglesia un muerto sin tumba honorable en este mundo…, es decir, un muerto que no está en la tumba, sino en la vida de los hombres. Jesús fue según eso un muerto que está Vivo, un muerto que ha empezado a resucitar en la fe de sus discípulos, en la vida de los hombres y mujeres que le aceptan, con todos los que han muerto y han sido sepultados como él en la fosa común de la historia. Pero no está vivo sólo en la fe de sus seguidores: está vivo en Dios, en el Dios que resucita a los muertos (cf. Rom 4, 23), en el Dios que ha revelado por él y en él la nueva historia de la Vida.
Por eso, la novedad del evangelio no está en una tumba aislado, sino en la tumba de todos los asesinados y el hecho de que (en contra de lo que podía esperarse) los cristianos (empezando por las mujeres) no cerraron la fe en Jesús en una tumba, sino que la abrieron… Vieron la tumba abierta, la muerte vencida, descubriéndole a él resucitado, para reiniciar con él (y con todos los asesinados) el camino del Reino, centrado en su presencia pascual, en la palabra de su mensaje, en el mensaje de su vida, en su vida hecha evangelio, buena nueva de Dios.
En esa línea, de manera sorprendente, en el principio de la Iglesia no hallamos ningún rastro de búsqueda de tumba, sino una experiencia fuerte de presencia de Jesús en sus seguidores. Los mismos evangelios de Marcos y Mateo que dicen que las mujeres amigas de Jesús fueron a “visitar” su tumba el domingo de Pascua siguen afirmando que no le encontraron allí, sino que el ángel de Dios les marcó un camino nuevo: «Id a Galilea… allí le veréis»(en vez de decirles: «traed aquí a sus discípulos para que vean que la tumba se halla abierta…»).
Aquellas mujeres no organizan peregrinaciones turístico-religiosas para ver la tumba de Jesús vacía, porque Jesús no está en una tumba, sino en la vida de todos aquellos que creen en él y sigue su camino. El cristianismo empieza como peregrinación de unas mujeres y luego de todos los creyentes hacia la vida nueva de Jesús, que empieza en Galilea y culmina en la resurrección de todos los muertos. Ellas, estas mujeres que han visto morir a Jesús, que han descubierto su tumba vacío los “la nueva presencia de Jesús”, la resurrección encarnada en sus propias vidas. Este es el primer camino de la Iglesia, el de unas mujeres que empiezan a ir desde la tumba abierta de Jesús hacia la vida de los hombres retomando el camino y proyecto de Jesús desde Galilea.