La Iglesia de Uganda avaló el proyecto de ley que quiso implantar la pena de muerte a "homosexuales reincidentes" La falta de eco ante las palabras de Francisco en algunos ambientes eclesiales africanos
En Uganda, conocí a personas homosexuales que han tenido que vivir siempre soportando la tensión de ocultar su orientación, incluidas algunas que terminaron por perder su empleo o incluso ser expulsadas de su vecindario, sin poder reclamar nada a favor de sus derechos, ante el temor de que si intervenía la Policía les podía ocurrir algo peor.
Algunas de ellas me expresaron su desilusión de ser católicos practicantes en una Iglesia que no solo les daba la espalda, sino que se unía a los que los estigmatizaba y les hacia la vida imposible. Las ultimas declaraciones del Papa han tenido que sonar como un enorme alivio a personas así que han sufrido el peso de la injusticia. Es una pena que la Iglesia de su país no haya reconocido su sufrimiento y que, lo que es peor, haya mirado para otro lado ante las ultimas palabras de Francisco
“¡Antes de criticar una norma, hay que saber la razón por la que existe esa ley”! Así me contesto, con un tono bastante áspero, un sacerdote ugandés al que, hace pocos años, pregunte su opinión sobre la conocida primera frase que pronuncio el Papa Francisco sobre los homosexuales” “Si una persona es gay y busca a Dios con buena voluntad, ¿quién soy yo para juzgarlo?”. Ya he comentado en otras ocasiones que, conociendo la pasión con la que se rechaza todo lo que tenga que ver la homosexualidad en la mayor parte de ambientes católicos en África, mi propia experiencia me ha demostrado que sirve de muy poco intentar dialogar sobre un tema que se suele ver como tabú y sobre el que, a menudo, se debate más con la visceralidad que con argumentos racionales.
Conociendo la postura de la mayor parte de los obispos católicos en Uganda ante este tema, me imagino la cara de este cura, y muchos otros en el mismo país, al haberse enterado de las ultimas declaraciones públicas de Francisco: “Los homosexuales tienen derecho a estar en una familia. Lo que debe haber es una ley de unión civil, de esa manera están cubiertos legalmente”. Me da igual el contexto en el que fueron pronunciadas. El Papa es el autor de estas palabras y no me parece necesario empezar a hacer exegesis o a buscar interpretaciones varias. Si hubiera querido decir otra cosa distinta, lo habría dicho.
Trabajé 20 años en la Iglesia en Uganda, y así como en otros aspectos pastorales y de acción por la paz tuve la suerte de trabajar con obispos, sacerdotes y líderes laicos excepcionales, me di cuenta de que, sobre el tema de la homosexualidad, simplemente era mejor no sacar el tema. En una ocasión publique una columna en un periódico con el que tenía una colaboración semanal, titulada “Por qué la Iglesia está obsesionada con los gays” y durante varias semanas me llovieron criticas que en muchas ocasiones estaban expresadas en un lenguaje hiriente. Un par de años antes de abandonar el país, en 2006-2007, los parlamentarios intentaron sacar adelante una ley en cuyo proyecto inicial se contemplaba incluso la pena de muerte para los “homosexuales reincidentes” y se establecían penas de cárcel para una persona que conociera el estatus homosexual de un vecino suyo y no lo denunciara.
En una ocasión pregunte a dos obispos su opinión sobre este proyecto y me contestaron que la Conferencia Episcopal aún no se había pronunciado porque no habían visto el texto (cosa que me extrañó, porque cualquiera podía ver en anteproyecto de ley consultando en Google). Pocos días después, durante un acto público en presencia del presidente, el arzobispo de Kampala, junto con otros lideres religiosos, expreso en público su agradecimiento al mandatario por apoyar esa ley que, según él, defendía los valores tradicionales y cristianos del país. La ley, finalmente, no llego a aprobarse ante la enorme presión de la comunidad internacional, que se plantó ante lo que consideró – y con razón- una línea roja inaceptable en el campo de los derechos humanos más elementales.
He vuelto a recordar aquellos días al leer el tweet del sacerdote jesuita James Martin, conocido por su defensa de las personas del colectivo LGTB, en el que comentaba las recientes declaraciones de Papa en favor de las uniones civiles entre personas del mismo sexo: “Quizás estas palabras no signifiquen mucho en algunas partes del mundo, pero en lugares como… Uganda, donde muchos obispos se ponen de parte de leyes represivas que criminalizan la homosexualidad, significan mucho”. En Kampala, he conocido a personas homosexuales que han tenido que vivir siempre soportando la tensión de ocultar su orientación, incluidas algunas que terminaron por perder su empleo o incluso ser expulsadas de su vecindario, sin poder reclamar nada a favor de sus derechos, ante el temor de que si intervenía la Policía les podía ocurrir algo peor. Algunas de ellas que trate personalmente, me expresaron su desilusión de ser católicos practicantes en una Iglesia que no solo les daba la espalda, sino que se unía a los que los estigmatizaba y les hacia la vida imposible.
Para añadir mas sal a la herida, no son pocos los lideres católicos africanos que han señalado directamente a los homosexuales “infiltrados” en el clero como los responsables del escándalo de la pederastia, mezclando la velocidad con el tocino, además de hacer gala de una enorme hipocresía puesto que una buena parte de los casos de pedofilia en Iglesia de Africa -convenientemente tapados casi siempre ofreciendo dinero- se refieren a abusos sexuales a niñas por parte de sacerdotes.
Desde que se hicieron públicas estas palabras del Papa, he mirado, por curiosidad, las paginas web de los principales medios de comunicación ugandeses, incluido alguno de la Iglesia, y me he encontrado con el silencio mas absoluto. Es posible que, ante la incomodidad que les ha debido de producir estas declaraciones, hayan optado por permanecer callados.