Omella hace una apelación a la unidad de los obispos en la inauguración de la Plenaria Guerra Campos (y el cardenal Marcelo) vuelven a rondar por Añastro
Venía apercibido Omella de que algo tendría que decir sobre la amnistía. Otros le habían marcado el camino. Y con luces de emergencia, en el caso de una tribuna en el ABC del arzobispo de Oviedo Jesús Sanz. Más suave en la forma, el también arzobispo, Luis Argüello. Vio las señales Omella -como para pasarlas por alto-, pero siguió fiel a su esquema (y al del papa Francisco), recordando de alguna manera el proceder de quienes le antecedieron en el cargo en aquellos años de la Transición
Tal vez acabe sucediendo como con José Guerra Campos, quien habiendo sido el primer secretario de la CEE acabó distanciándose de ella por serias discrepancias con quienes la presidían y sus posturas totalmente contrarias a las del cardenal Tarancón hasta dejar de asistir a sus reuniones
En una pastoral que mandó leer en todas las misas, acto que fue secundado en sus respectivas diócesis por otros ocho pastores (sí, entre ellos Guerra Campos), don Marcelo pedía el voto negativo o la abstención para el referéndum de una Constitución cuyos hijos en el episcopado hoy defienden a ultranza porque consideran que el mismísimo Estado de Derecho que se levantó sobre esa carta magna y la amnistía política está siendo demolido
En una pastoral que mandó leer en todas las misas, acto que fue secundado en sus respectivas diócesis por otros ocho pastores (sí, entre ellos Guerra Campos), don Marcelo pedía el voto negativo o la abstención para el referéndum de una Constitución cuyos hijos en el episcopado hoy defienden a ultranza porque consideran que el mismísimo Estado de Derecho que se levantó sobre esa carta magna y la amnistía política está siendo demolido
Hace nada menos que cien plenarias de la Conferencia Episcopal Española (CEE), en tiempos no menos convulsos que los actuales, los obispos se pronunciaron sobre la amnistía política que, hoy como ayer, tampoco fue aceptada por quienes ahora rechazan la que -sí, es cierto- ha permitido la investidura de Pedro Sánchez. “Reiteramos nuestra petición de que obtengan pronto la libertad los detenidos por delitos puramente políticos, de que puedan volver a la Patria quienes se encuentran fuera de ella por razones políticas y de que se revisen las leyes restrictivas del ejercicio de las libertades cívicas. Ello allanará los caminos hacia la necesaria reconciliación entre todos los españoles”, decía entonces un Episcopado presidido por el cardenal Tarancón.
No sería la última vez que se pronunciarían colegiadamente sobre el asunto, esta vez ya en vísperas de que aquella amnistía, en el año 1977, que propició el aterrizaje suave de la democracia en una España llena de baches, socavones y fisuras en su convivencia ciudadana. Fue tras la reunión de la Comisión Permanente de febrero, en unas sesiones también presididas por Tarancón, y donde los pastores acordaban “exhortar a quienes tienen mayor responsabilidad en la vida pública -gobernantes y dirigentes de grupos políticos- a superar todo rastro de pasadas contiendas en nuestra vida comunitaria con la gracia más amplia y generosa posible para los delitos de intencionalidad política”. Incluso el entonces arzobispo de Santiago, Ángel Suquía, al dar inicio al Año Santo Compostelano de 1976, declaraba solemnemente que “el indulto y la amnistía allanarán los caminos hacia una auténtica reconciliación entre todos los españoles”.
Sin duda, más de un pastor tragaría sapos y culebras con la medida, y seguro que tampoco gustaría que quien defendiese la medida en el Congreso de los Diputados fuese alguien que había pagado su coherencia con la cárcel, como Marcelino Camacho, cuya casa familiar ha sido vandalizada -hoy como ayer- por los mismos que entonces se oponían a la amnistía porque pensaban que gente como el fundador de CCOO no debiera haber salido nunca de Carabanchel, sin querer percatarse de que el borrón y cuenta nueva afectaría también a los que molían a palos a sindicalistas como aquel, cuyas reivindicaciones fermentaban al calor de las sacristías y salones parroquiales.
Son tiempos convulsos. Para todos. Lo reconocía esta mañana el cardenal Juan José Omella al inaugurar -cien plenarias después-, la CXXIII asamblea de otoño de los obispos españoles. También en la Iglesia, que tenía entonces que fajarse para cada gran pronunciamiento con aquellos pastores que se habían quedado enganchados en el regazo del régimen. Hoy, la amenaza de fractura -aunque lo sigan negando, lo mismo que hace casi medio siglo- ha estado muy presente en el discurso del arzobispo de Barcelona, quien ha intentado conjurarla recordando la Carta a Diogneto y el evangelio para pedirles a sus hermanos transitar ellos mismos entre el ‘mirad como se aman’ y el ‘no así vosotros’, invitándoles a que su “astucia o prudencia —que no ha de ser entendida como equidistancia— esté dirigida a construir puentes en lugar de muros, a sanar en lugar de herir”.
Omella evita las señales de emergencia
Venía apercibido Omella de que algo tendría que decir sobre la amnistía. Otros le habían marcado el camino. Y con luces de emergencia, en el caso de una tribuna en el ABC del arzobispo de Oviedo, Jesús Sanz. Más suave en la forma, el también arzobispo Luis Argüello. Vio las señales Omella -como para pasarlas por alto-, pero siguió fiel a su esquema (y al del papa Francisco), recordando de alguna manera el proceder de quienes le antecedieron en el cargo en aquellos años de la Transición. No citó la palabra amnistía ni una sola vez, abonó las bondades del diálogo social “sin cordones sanitarios ni exclusiones” y, dirigiéndose al ya presidente Pedro Sánchez, le pidió que, "trabaje activamente, con el conjunto de todas las fuerzas políticas, para recuperar la cohesión social y dedique todas sus fuerzas a coser las heridas sociales que han provocado algunos de los recientes pactos de investidura".
"Prudencia y astucia va seguir necesitando el purpurado aragonés para mantener tranquilo el rebaño episcopal, toda vez que es evidente que quienes esperaban un pronunciamiento más nítido y condenatorio de la nueva Ley de Amnistía, por fuerza tienen que sentirse desilusionados tras casi una hora de discurso de su presidente"
Vio las señales Omella que le enviaban algunos obispos, pero se apartó de ellas deliberadamente. Prudencia y astucia va seguir necesitando el purpurado aragonés para mantener tranquilo el rebaño episcopal, toda vez que es evidente que quienes esperaban un pronunciamiento más nítido y condenatorio de la nueva Ley de Amnistía, por fuerza tienen que sentirse desilusionados tras casi una hora de discurso de su presidente. “Algunos vienen ya con las escaleras pensando en la Plenaria de marzo”, comentaba uno de ellos aludiendo a las elecciones que habrán de buscar al sustituto de Omella al frente de la CEE.
'Los obispos del búnker'
Hasta entonces es posible que asistamos a más pronunciamientos de obispos que, de alguna manera, recuerdan -cien plenarias después- a los de aquellos denominados ‘obispos del búnker’, que ponían palos en las ruedas del entramado democrático que hoy ven desmoranarse. Tal vez acabe sucediendo como con José Guerra Campos, quien habiendo sido el primer secretario de la CEE acabó distanciándose de ella por serias discrepancias con quienes la presidían y sus posturas totalmente contrarias a las del cardenal Tarancón, hasta dejar de asistir a sus reuniones.
Al que fuera obispo de Cuenca ya no le había gustado el referéndum para la reforma política que intentaba sacar al país de la dictadura propiciando el desmantelamiento del régimen y se permitió instar al Rey a no sancionar aquellos proyectos de ley y disposiciones que chocasen con lo que él consideraba que entraba en colisión directa con la Monarquía Católica, así, con mayúsculas.
Al igual que estos días los obispos que han disparado con postas contra la Ley de Amnistía y su mentor, también Guerra Campos vio ‘chanchullos’ entre personas, en su caso, entre las autoridades de la CEE y los redactores de la Constitución “en relación con algún punto en el que interesaba contener reacciones episcopales a cambio de acoger a algunas personas y a algunos poderes determinados”.
Conviene subrayar que ese no es el caso hoy. Pero sí que, también, como hacía Guerra Campos, el obispo que asistía a algunos actos de Fuerza Nueva, seguía a pies juntillas los pronunciamientos de otro de los ‘obispos del no’, el cardenal Marcelo González, muy recordado por un grupo de obispos actuales, también proclives al 'no' de entrada, de los cuales puede considerarse padre espiritual.
En una pastoral que mandó leer en todas las misas, acto que fue secundado en sus respectivas diócesis por otros ocho pastores (sí, entre ellos Guerra Campos), don Marcelo pedía el voto negativo o la abstención para el referéndum de una Constitución cuyos hijos en el episcopado hoy defienden a ultranza porque consideran que el mismísimo Estado de Derecho que se levantó sobre esa carta magna y la amnistía política está siendo demolido.
Un último apunte. Don Marcelo, por aquel entonces, echaba pestes de la televisión, aparato por el que entraban todos los males. Hoy, quienes están esperando con alborozo la publicación de una nueva biografía para recuperar su memoria en estos tiempos convulsos, han hecho de la que tienen en nómina un cauce para el agitpro ultra en lo político e integrista en lo religioso. Así que pasen otras cien plenarias...