El Evangelio en una sociedad laica y en la ambigüedad del mundo (IV) ¿Cómo entender el humanismo? "El misterio que llamamos Dios no aminora ni elimina la consistencia y la dignidad del 'yo' humano"
"En esa cultura la fe o experiencia cristiana propone otra salida: todas las personas estamos siendo originadas y sostenidas por una Presencia de amor. Somos amadas. Ahí radica nuestra dignidad inviolable"
"Pero otros pensadores también humanistas creyeron necesario prescindir de la existencia de Dios de cualquier forma de religión"
"En esta fe o experiencia cristiana, el misterio que llamamos Dios no aminora ni elimina la consistencia y la dignidad del “yo” humano, sino que es fundamento y razón última de nuestro ser y de nuestra existencia"
"En el siglo pasado y en éste, se han visto y estamos viendo los desastres generados por este “super-hombre” en el nazismo, en el fascismo, en el comunismo y en el capitalismo salvaje"
"En esta fe o experiencia cristiana, el misterio que llamamos Dios no aminora ni elimina la consistencia y la dignidad del “yo” humano, sino que es fundamento y razón última de nuestro ser y de nuestra existencia"
"En el siglo pasado y en éste, se han visto y estamos viendo los desastres generados por este “super-hombre” en el nazismo, en el fascismo, en el comunismo y en el capitalismo salvaje"
| Jesús Espeja teólogo
IV. Cómo entender el humanismo
“El principio, el sujeto y el fin de todas las instituciones sociales es y debe ser la persona humana” (Vaticano II)
Según la fe cristiana, en la conducta de Jesucristo se revela el ser humano libre y autónomo, pero desde su enraizamiento en el “Abba”. En su forma de vivir y de morir, manifestó que el ser humano es centro, sujeto capaz de pensar y decidir por sí mismo; su vida digna es antes que todas las normativas, aunque sean religiosas. Pero no es centro absoluto; está fundamentado en Dios y, si niega su condición de criatura, se destruye
1. Soy amado, luego existo
Con los rápidos y profundos cambios culturales en las últimas décadas, los seres humanos quedamos al aire, caminamos en la incertidumbre sin saber hacia dónde mirar. Nos vemos puestos en manos de nuestra propia decisión y lógicamente nos preguntarnos por nuestra identidad, dónde fundamentar nuestro “yo”.
En la prieta etapa de la modernidad se propuso como fundamentación y valoración de la persona la capacidad de pensar por su cuenta: “pienso, luego existo”. Después pasó a primer plano la dimensión afectiva: tener sensaciones fuertes de placer. En la sociedad consumista funciona otro criterio: soy persona respetable y respetada, “si gano mucho dinero y compro lo que me apetece”.
Estas y otras parecidas propuestas en una cultura de superficialidad, no dejan satisfechos a las personas que cada vez experimentan el vacío y la falta de sentido en la vida. En esa cultura la fe o experiencia cristiana propone otra salida: todas las personas estamos siendo originadas y sostenidas por una Presencia de amor. Somos amadas. Ahí radica nuestra dignidad inviolable
2. ¿Humanismo sin Dios?
Tomás de Aquino abrió las puertas a la modernidad, afirmando la dignidad singular de la persona humana que, dentro del mundo, es medida de todas las cosas. Pero la centralidad de la persona humana se fundamenta en una Presencia de amor que la origina y constituye.
En la primera etapa de la modernidad hubo notables humanistas -Francisco de Vitoria, Martín Lutero y Erasmo de Rotterdam – que contaban con Dios como realidad fundante. Pero otros pensadores también humanistas creyeron necesario prescindir de la existencia de Dios de cualquier forma de religión. Los ilustrados proponen que la persona humana no sea medio utilizado sino fin en la organización social, que actúe como mayor de edad, que no admita más que lo que racionalmente sea demostrable, y Dios queda fuera de esa racionalidad. Esa visión fue la premisa para los filósofos de la sospecha, humanistas ateos en el siglo XIX que siguen dejando su huella en nuestros días.
Se dirá con razón que estos pensadores parten de una recepción de la divinidad que no es la revelada en Jesucristo que invoca a Dios como “Abba”, amor infinito. Su ateísmo no es muchas veces más que negación de una falsa imagen de la divinidad así como la condena de una religión cristiana ilógica consigo misma. Pero ante los descalabros de esa pretensión humanista que pone a la persona como centro absoluto, hay que buscar otra salida
3.Hacia un nuevo humanismo
Según la fe cristiana, en la encarnación no se aminora la psicología, la libertad y autonomía del hombre Jesús, sino que se promueven. Y la encarnación continúa de algún nodo en toda persona humana, cuya consistencia y dignidad tiene su fundamento en esa Presencia de amor que la origina y sostiene.
En esta fe o experiencia cristiana, el misterio que llamamos Dios no aminora ni elimina la consistencia y la dignidad del “yo” humano, sino que es fundamento y razón última de nuestro ser y de nuestra existencia.
Observación de gran actualidad para un cristianismo reducido a cumplimientos religiosos, a una moral de miedo y esclavitud, a una inserción individualista en la organización social, a cristianos obsesionados por su seguridad, sin preocuparse de qué será de los otros desvalidos e indefensos. En el fondo esos que se dicen cristianos son teístas, creen en una divinidad inventada o imaginada por ellos; pero no viven la fe experiencia de la encarnación: Dios presencia de amor en condición humana.
El 7 de diciembre de 1965 Pablo VI en la clausura del Concilio matizó bien las bases del nuevo humanismo desde la fe cristiana.
“La iglesia del Concilio, sí, se ha ocupado mucho además de sí misma y de la relación que la une con Dios, del hombre tal cual en realidad hoy se presenta”. Y se refiere al humanismo que busca la centralidad de la persona humana, descartando a Dios y a la religión: “El hombre no solo se hace centro de todo su interés, sino que se atreve a llamarse principio y razón de toda realidad…; el hombre super-hombre de ayer y de hoy, y por lo mismo frágil, falso, egoísta y feroz…; el humanismo laico y profano ha aparecido, finalmente en toda su estatura”
En el siglo pasado y en éste, se han visto y estamos viendo los desastres generados por este “super-hombre” en el nazismo, en el fascismo, en el comunismo y en el capitalismo salvaje. Se impone la ley del más fuerte porque los humanos, olvidando nuestra condición de criaturas, pretendemos ser absolutos como si fuéramos dioses. Son las consecuencias de un humanismo idealista que aparenta ignorar la debilidad de esta condición.
Y Pablo VI continúa: “La religión de Dios que se ha hecho hombre, se ha encontrado con la religión –porque tal es- de hombre que se hace Dios”. El anhelo de más humanidad en que todas las personas sean fin y no medio queda burlado por personas, grupos o pueblos contaminados con la pretensión de ser absolutos y actuando como si fueran una divinidad intocable. La ideología imperialista se infiltra en todos los ámbitos e impide hoy el crecimiento en humanidad.
“¿Qué ha sucedido al encontrarse la Iglesia del Concilio con este humanismo? ¿un choque, una lucha, una condenación? Podría haberse dado, pero no se produjo. La antigua historia del samaritano ha sido la pauta de la espiritualidad del Concilio. Una inmensa simpatía lo ha penetrado todo. El descubrimiento de las necesidades humanas - y son tanto mayores cuando más grande se hace el hijo de la tierra- ha absorbido la atención de nuestro sínodo”.
Y el papa concluye: “Vosotros humanistas modernos, que renunciáis a la trascendencia de las cosas supremas, conceded a la Iglesia siquiera este mérito reconociendo nuestro nuevo humanismo. También nosotros –y más que nadie-somos promotores del hombre”.
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