Confianza en vez de paciencia

En círculos piadosos y monásticos se suelen exaltar las virtudes de la paciencia y de la resignación. Sobre todo cuando se trata de “sufrir” decisiones tomadas por otros, y no digamos si esos otros son superiores, se apela a la paciencia de los discordantes, añadiendo a veces este verso de Teresa de Jesús: la paciencia todo lo alcanza. Depende de lo que entendamos por paciencia y de lo que queramos alcanzar. Lo cierto es que en ambientes seculares la paciencia no goza de buena prensa. Cuando se trata de sufrir las consecuencias de decisiones ajenas, en vez de apelar a la paciencia, se apela al derecho y a la justicia; y cuando estas apelaciones resultan insuficientes se llama a la protesta y a la rebeldía.


Entre una y otra postura, la del que apela a la paciencia para acallar los desacuerdos y el que apela a la rebeldía, convendría poner en valor la virtud de la confianza. La confianza apela no a la suerte o al azar, sino a lo interpersonal, a la buena relación mutua que se establece entre dos personas. Cuando confío en otro, acepto más fácilmente lo que me dice, aún cuando a veces no lo comparta o no lo comprenda. Más aún, la confianza está emparentada con lo que se conoce como “parresia”, o sea, el comunicarse con franqueza, el poder exponer el propio pensamiento con libertad, sin saberse juzgado ni condenado por ello. Donde no hay confianza para hablar, prevalece la mentira y el engaño, a veces en forma de adulación.


La confianza facilita expresar los desacuerdos, manteniendo la amistad y la buena relación. La confianza es el mejor antídoto contra la agresividad. La confianza es el camino para superar las diferencias, puesto que en la base de toda confianza está el amor que une por encima de todas las distancias. La confianza suele ser contagiosa, pero también hay que ganársela. Cuando alguien tiene algún recelo para confiar en otro es importante conocer estos recelos, bien sea para aclararlos, bien para corregirlos. Adelantarse a preguntar a otro por su falta de confianza es un buen paso para ganarse su confianza. La confianza también puede perderse y, desgraciadamente, a veces se pierde para siempre. Lo grave de la mentira no es tanto la mentira misma, sino que cuando la descubres te impide seguir creyendo en el otro (Continuará).

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