Romero ¿Se convirtió con el martirio de Rutilio?

Estas consideraciones catequéticas van a tomar como punto de partida una entrevista que le hizo el periodista Juan Arias a Monseñor Romero. Apareció publicada el 23 de abril de 2013, pero había sido hecha con mucha anterioridad, en febrero de 1979. Dice así.

Ahora que el Papa Francisco ha decidido desempolvar el proceso de beatificación de Monseñor Romero, he querido recordar aquí mi entrevista con él meses antes de ser asesinado. Fue en la ciudad mexicana de Puebla donde, un año antes de su muerte, Monseñor Romero me contó como se había convertido. Estamos a primeros de febrero de 1979. Había ido a Puebla para seguir la Conferencia del CELAM, abierta por el papa Juan Pablo II.

Le noté triste aquella mañana. Me costó conseguir aquella entrevista. Me dio la impresión de ser un cura de pueblo. Su sonrisa era limpia pero teñida de tristeza.

“Yo estaba ciego. Estaba con los ricos. Me había olvidado que el evangelio nos pide estar al lado de los pobres”, me dijo en una de sus últimas entrevistas. “En estos momentos es mejor hablar poco y hacer, estar al lado de los perseguidos”, dijo como hablando consigo mismo.

Después me explicó su conversión. Se llamaba a sí mismo, en efecto, un convertido. Me contó que él estaba de la parte de los ricos, del poder, viviendo en un palacio, hasta que un día le asesinaron a uno de los sacerdotes que él consideraba un santo, Rutilo Grande. “¡Imagínese que lo acusaron de comunista!”.

Fue la gota de agua que colmó el vaso. Entendió Romero que estaba de la parte equivocada. Dejó el palacio y se entregó a la causa de los perseguidos y a la defensa de los derechos humanos.
“Al lado de los pobres, de los que más sufren y de los perseguidos por defenderles, me encontré viviendo el evangelio”, me explicó.

Hablaba con la cabeza baja. Durante un momento, con una emoción contenida llegó a cogerme una mano. No hablamos mucho. No quería acusar a nadie. Se acusaba sólo a sí mismo de haber “estado ciego”.

Apenas un año después, el 24 de marzo de 1980, Romero sería asesinado con un tiro certero al corazón mientras celebraba misa en la capilla de un hospital de cancerosos. Acabó con su vida un militar que formaba parte de uno de los escuadrones de la muerte.

En un viaje hacia Brasil, le pregunté a Juan Pablo II en el avión papal, si, al llegar por primera vez a América Latina después de la muerte de Romero, tendría un recuerdo por el "mártir ", ante todos los obispos del continente. El papa se enfadó. Me respondió que la Iglesia se lo piensa mucho antes de proclamar mártir a alguien.

Lo cierto es que los cristianos de El Salvador y de América Latina, ya lo habían declarado mártir. Recuerdo que el padre Pedro Casaldáliga, cuando era obispo de São Felix de Araguaya, nos mostró que en el altar de su capilla tenía una reliquia no de santos canonizados, sino de Monseñor Romero, “nuestro mártir de las Américas”, dijo.

El último discurso de Romero desde el altar contra los militares que asesinaban campesinos inocentes, colmó la paciencia de los escuadrones de la muerte.

“Nadie hará callar tu última homilía,
Romero, de la Pascua Latinoamericana”,
cantó Casaldáliga en un poema en memoria de él.

Antes de morir, Monseñor Romero peleó durante un mes para ser recibido por el papa Juan Pablo II. En el Vaticano no querían que se encontrara con él. Una mañana Romero, se colocó en primera fila en una audiencia general en San Pedro, y cuando pasó el papa le cogió las manos: “Soy el arzobispo de El Salvador, Santidad, necesito hablar con Usted”.

Por fin, el papa lo recibió. Fue una audiencia triste y de despedida. El papa le pidió que se esforzara “para mantener mejores relaciones con el gobierno de su país”. Poco después Monseñor Romero caería muerto bajo las balas de aquel poder con el que prefirió no colaborar.

La Iglesia de El Salvador pidió al Vaticano que abriera el proceso de beatificación de Romero como mártir. Se abrió, pero enseguida quedó enterrado. Los dos últimos papas, Juan Pablo II y Benedicto XVI, se enzarzaron en discusiones bizantinas sobre lo que significa ser mártir en la Iglesia. Para ellos, Romero fue, si acaso, mártir de la justicia social, no de la fe. El papa Francisco, sin tantas discusiones teológicas, ha decidido reabrir aquel proceso.

Hoy, este periodista se siente orgulloso de haber recogido de los labios de Romero, antes de ser asesinado, la confesión de su conversión al evangelio, y de haber estrechado entonces las manos del futuro mártir latinoamericano.

Hasta aquí el texto de Juan Arias

Hoy, 10 de junio, a unos meses de la canonización del Beato Óscar Romero, me pregunto: ¿Hubo o no hubo conversión de Monseñor Romero? Mi respuesta es NO y SÍ. Quisiera dar una explicación sencilla de esta respuesta.

Todo cristiano tiene dos conversiones. La primera conversión es un acto fundamental y fundante, que consiste en la decisión por Jesús y la entrega a Él. Lleva consigo un cambio total de actitud. En esa decisión encontramos varios elementos como los siguientes:

• Esa persona está convencida: Jesús la ha convencido.
• Entrega su persona, valores y cualidades a Jesús
• Se hace amiga de Jesús.
• Hace suyo el proyecto de Jesús y decide extenderlo; decide proseguir la causa de Jesús.
• Hace de su vocación matrimonial, presbiteral o religiosa un instrumento de Jesús.

Esta primera conversión puede producirse por un golpe puntual o bien por un proceso no largo, generalmente ocurrido en la juventud en personas de familia cristiana, ligadas a la Iglesia. En ambos casos, por gracia de Dios. Más aparatoso, en sentido positivo, es el golpe, como en el caso de San Pablo, San Francisco o San Ignacio; y en nuestros días, de varias mujeres procedentes del mundo del arte y el espectáculo. En cambio la conversión progresiva no es aparatosa, aunque tiene momentos fuertes de encuentro con Jesús. Suelen ser personas de familias cristianas que viven desde la infancia correctamente. En ellas, la primera conversión se produce sin que haya un acto, un momento especial, un choque. Van viviendo como cristianos, creciendo al mismo tiempo en lo humano y en lo cristiano. Y, casi sin darse cuenta, en un momento dado, la persona se encuentra convertida, siente que es de Jesús. Y a veces les ocurre que, cuando van a un retiro, se sorprenden de no tener una experiencia potente, un golpe de gracia. Incluso pueden llegar a dudar de si han tenido la conversión inicial, al ver a otros que han recibido alguna gracia ´tumbativa´. No deben dudar. Ellas han tenido otra gracia de Dios no menos grande.


Lo central de la primera conversión no es el cambio ético, aunque en muchos casos lo tiene, sino el cambio existencial, la decisión por Jesús, con todos los defectos y pecados de la persona convertida, que inmediatamente empieza a cambiar. Y no hay que sorprenderse de que después cueste vencer por completo algunos pecados, incluso graves; ni desanimarse por ello. Lo que hay que hacer es luchar y orar con constancia.

Añadamos que la primera conversión requiere una toma de postura explícita, sobre todo en la conversión procesual, que corre el peligro de poca consistencia y de vuelta atrás, si no se explicita decididamente una y varias veces.

¿Fue esta conversión primera la conversión de Monseñor en el martirio de Rutilio? Hay que decirlo claramente: No. Romero tuvo la gracia de la primera conversión desde la infancia, en la juventud; una conversión procesual que duró toda su vida, sin vacilaciones, probablemente con pocos pecados, y con gran fervor. Fue siempre un hombre de mucha oración, de mucha caridad y ayuda a los pobres y de grandes sacrificios para cumplir las misiones que se le encomendaban.

Ello no impidió que tuviera vacíos y defectos. Tuvo dificultades, a veces grandes, en la Iglesia, con los sacerdotes y con los laicos más comprometidos, por su conservadurismo, su postura estricta, su rigidez en las exigencias. De tal forma que, al ser nombrado arzobispo de El Salvador, fue mal recibido por el clero.

En resumen: la conversión de Romero en el martirio de Rutilio no fue la primera conversión.


Veamos ahora la segunda conversión. Es larga. Prácticamente dura toda la vida. Es un proceso lento y continuo, en el cual, con la gracia del bautismo, la eucaristía, la comunidad, la persona de la primera conversión va corrigiendo defectos, pecados que no ha logrado erradicar del todo, adquiere mayor generosidad, gana en entrega, sacrificio, espíritu misionero, aprende a orar más profundamente con la oración de amistad, aprender a leer la Biblia con la nueva visión, por medio de las con las catequesis y sus propias lecturas. Se trata de una constante purificación, crecimiento y maduración.

El camino de la segunda conversión es largo, es un proceso que tiene avances y retrocesos, muchas alegrías y no menos sufrimientos. Y no debe detenerse, porque tiene varios peligros. Detenerse en la segunda conversión puede ser fatal. Fijémonos en dos peligros muy reales.

Uno de los peligros es la rutina. Como el proceso es largo y lento, la persona se cansa, deja algunos actos, disminuye la oración, consiente en pecados veniales importantes, etc. Resultado: pérdida del fervor y posición de cuesta abajo.

Otro peligro, que es consecuencia del anterior, es la pérdida de la segunda conversión, con el consiguiente riesgo de perder también la primera. La misericordia de Dios no tiene límites, siempre tiene abierta la puerta de la recuperación y la reconversión. Pero ante la tentación de la rutina y la tibieza he de decirme a mí mismo: No juegues con la segunda conversión; no te des por convertido; sigue luchando

Ahora podemos afirmar que la conversión de Romero fue un escalón de la segunda conversión, un escalón grande, mucho más alto que los escalones que nos presenta ordinariamente la segunda conversión. ¿Cuál fue ese escalón? ¿En qué consistió? En pasar de la neutralidad a la toma de postura neta por la gente pobre.

Romero había seguido luchando, orando, aprendiendo, cambiando… menos en ese punto, que es el de los pobres. Pero no tanto como para decir que estaba a favor de los ricos, como afirma el periodista mencionado. De ninguna manera. Poco antes de ser nombrado arzobispo de la Capital, actuó con gran amor a los obreros y con mucho acierto, como obispo de Santiago de María. Su caridad era poderosa y amplia. Y no estaba a favor de los ricos. Mejor es decir que su postura era neutral. Estaba con todos, amaba a todos, ayudaba a todos. Y el golpe de segunda conversión que recibió con el martirio de Rutilio consistió darse cuenta de que la postura neutral no es la del evangelio, porque Jesús optó claramente, arriesgadamente, por la gente pobre y dolorida.

Este golpe que recibió con el martirio de Rutilio fue probablemente el mayor de los saltos que tuvo que dar a lo largo de su segunda conversión, un escalón casi imposible de subir sin la gracia de Dios –como vemos en otras personas buenas que no dan ese salto-. Tremendo golpe, que le exigió fuertes cambios, todos prácticamente al mismo tiempo.

• Romper con la neutralidad.
• Dejar de andar con la gente rica.
• Acercarse a la gente pobre, “aprojimarse”.
• Escucharlos a las empobrecidas y escuchar a los curas que andaban con ellas.
• Además, aprender de ellos.
• Y con la potente gracia de Dios que fue aquel golpe, más su fidelidad total, arriesgar su vida hasta perderla.

Un gran salto, que no era la conversión primera a Jesús, -cosa que ya tenía- sino subir aquel escalón más alto de lo normal –abandono y superación de la neutralidad-, sobre todo para un hombre importante de la Iglesia, que está ordenado para toda clase de personas y debe estar con todas. Y Romero siguió estando con los pobres y con los ricos, aunque de distinta forma, nada de neutralidad, sino con el posicionamiento cristiano adecuado a cada grupo, como Jesús.

Y esto también es necesario decirlo bien alto. Monseñor no se posicionó contra los ricos; estuvo también con ellos, amorosamente, pero críticamente, al modo evangélico, siguiendo de cerca los pasos de Jesús, “el Hombre más solidario que ha existido”, no neutral, pero hombre de todos.

Creo que esta exposición catequética puede ayudar mucho. Así lo espero. Por ello, para terminar, les invito a dar tres pasos espirituales.

• Primero, renovar e intensificar la primera conversión, la opción por Jesús con todo fervor.
• Segundo, dar marcha potente a la segunda conversión, con un firme propósito ante Jesús: no dejarme vencer por el cansancio y la rutina.
• Tercero, hacer ante Jesús la opción preferencial por los pobres que nos pide la Iglesia, durante un rato de oración, explícitamente. La opción por Cristo lleva consigo la opción por la gente pobre y por unas estructuras más justas.

Acabo con un texto poético, que es también una oración.

El atleta de Cristo

Romero, hermano amado:
tremenda sacudida la que te dio el Espíritu.
Te pisó el pie y con un dolor agudo,
te obligó a dar el salto más mortal,
que haya dado el mejor de los atletas.
Después del salto limpio sin error
caíste victorioso al nuevo suelo,
donde se hallaba Cristo,
viendo cómo bajabas hacia tu nuevo hogar,
la tierra donde habita la multitud sin tierra,
para tomarte en brazos y llevarte en volandas
por su mismo camino.
Hoy queremos subir hasta las nubes
la ruta de la gran liberación,
levantada con brazos campesinos,
obreros y trabajos ambulantes
y con muchas, muchísimas caricias;
la ruta que enseñaste a todas las cristianas,
la misma que cantaste en catedral:
(espere un poco, antes de proclamar)
que la gloria de Dios es que los pobres vivan
y que vivan también las mujeres sin vida.


Patxi Loidi, Pbro, 10 de junio de 2018
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