"Gracias amigo, allí donde debes estar, allí donde nos esperas" Se fue Antonio Aradillas y no, no nos dejó

Antonio Aradillas
Antonio Aradillas

"En PUEBLO, en el periódico que disfrutamos hasta su extinción, nos conocimos"

"Él, el cura Aradillas, dio vida a 95 libros. Como quien dice, ni aún soñando se puede llegar a tanto"

"¿Dónde están las lágrimas de la Iglesia por su alumno aventajado?"

Se fue Antonio Aradillas, el cura periodista y escritor, el hombre que, durante toda su vida de sotana, que debo confesar que nunca con ella puesta le vi, ni siquiera alzacuellos que de tales martingalas pasaba, defendió a  la Iglesia que nunca, nunca, le amparó. Obviamente no hablo de la mayoría de sus gentes, aquellos que eran sus amigos, aquellos que con él comulgaban, con sus ideas que contrariaban a las alturas, no precisamente celestiales, por decir la cruda verdad.

Sí, la verdad, aquella que nos salva y que en manos algunas se ensució, tal es el caso de su defensa a ultranza de la mujer que debería ocupar los mismos lugares en la Iglesia que los hombres y que hoy, tantos años después, así lo ha manifestado nuestro papa hoy en el Vaticano. Y como tal ejemplo a la memoria se me viene algunos otros que con él hablé en momentos de ocio, que compartimos a lo largo de nuestra existencia y que felizmente llenamos con nuestra amistad.

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Aradillas ante el diario Pueblo

En PUEBLO, en el periódico que disfrutamos hasta su extinción, nos conocimos y raudo debo decir que para mí, significó no el perdón de los pecados, como hasta entonces me habían enseñado los curas a creer aquello que era su proximidad trascendente, antes descubrí su ingenio junto a su saber estar tan difícil en estos tiempos que corren, su bondad, su cercanía, el conocer que todo cuanto emprendiera era lo mejor para ti, para el resto de los mortales, sin nunca tenerse en cuenta otra cosa.

Tan a propósito fue que un día, sabiendo que la literatura me atraía me propuso, me dio, las bases para escribir un libro al que titulé: “Banquillo para quince curas” y en sus páginas, entre los quince, estaban sus contestaciones a mis preguntas. No fue fácil, la idea regalada que alabé y debo presto en confesar que, cuando las dificultades me ahogaban, -recordemos que eran tiempos de censura cañí - ahí estaba el cura Aradillas para enseñarme el camino y darme los nombres que me faltaban para completar la alineación y así poder comenzar el partido.

Un buen día le sorprendí con una poesía que pasado un tiempo se publicó. Ella era un resumen de cuanto hablaba con Antonio y algunas experiencias mías personales que con él comenté y que siempre tuvo palabras de ánimo para dejar la tesitura un lado y mirar la vida desde la plataforma donde en aquellos momentos navegábamos.

Debo de decir que, me miró sorprendido una vez que leyó los ripios de ”Te estás quedando solo” En modo alguno me contradijo, de ahí que lo publicara, si acaso le hice mención de cómo había llegado a tales conclusiones. En verdad todo se debía a mirar al mundo con la perspectiva que trazaba y que yo veía diáfana que en nada se contradecía con la realidad.

  Estos son los versos de...

Aradillas
Aradillas


TE ESTÁS QUEDANDO SOLO

Te estás quedando solo, 

soledad de ruidos,

difusa soledad en el vacío de las mentes,

soledad, soledad y soledad,

de vientos azotando la calma,

de lluvias y torrentes esparcidos por la piel. 


Sí, te estás quedando solo, 

lanzas y “longinos” se han multiplicado,

clavos y martillos como la cizaña,

cuando el trigo se muere en el camino,

y las almas se secan sin palabras.


Te has quedado solo, 

espinas, sangre en la frente,

la tierra rota se abre,

lejos de tus manos,

y hay un rechazo sin esperanzas,

a poco más de dos mil años de tu marcha.


Están mudando las creencias de los hombres, 

ya lo sabes,

al Iscariote le nació familia,

en la ciudad infinita del mundo,

en las cavernas secretas del pecado,

allí donde más se necesita el perdón,

solo hay enfado,

nacido del desamor,

del pastor que mal guarda tu rebaño.


Está la soledad pegada a la palma de tu mano, 

cual cadena de fantasmas que arrastrara,

el interminable peregrinaje de la siembra,

cuando del suelo,

infinito erial,

solo nace un cardo sin olor,

cuando se esperaba radiante el cielo de una flor.


Protesta la humanidad herida, 

en el continuo cambio hacia la nada,

triste oscuridad nunca deseada,

en el camino que trazó la vida.

Aradillas
Aradillas

Ya fuera del paraíso terrenal que fue para nosotros el periódico Pueblo, lo ha dejado claro don Antonio, que mil veces me lo recordó cuando compartiendo mesa y mantel, con amigos comunes, siempre teníamos momentos de recuerdos gratos y algunos no tanto, por más que superados como me aconsejaba hacer.

Y una buena mañana, en uno de los bares de la Plaza de España, donde habíamos tomado la costumbre de vernos los sábados al mediodía me aconsejó escribir, mis siguientes libros en su editorial Liber Factory, no suya, donde publicaba sus libros. Yo acepté, no me quedaba otra, había que seguir los buenos consejos, que no en vano él, el cura Aradillas, dio vida a 95 libros. Como quien dice, ni aún soñando se puede llegar a tanto.

Me presentó al director y desde entonces, mis novelas, poesías o cuentos, que a todo hago, han venido teniendo eco en Religión Digital con sus comentarios. Siempre desde unas palabras amables que lejos de alejarse de la justicia que demandaba, se acercaban a la verdad, Así al menos lo he creído yo desde el primer comentario que de ellos hiciste. Por todo ello, una vez más y no será la última, gracias amigo, allí donde debes estar, allí donde nos esperas, con un fuerte abrazo del que nunca dejó de serlo.

Por último me pregunto, ¿dónde están las lágrimas de la Iglesia por su alumno aventajado? ¿Por qué no se permite calificar con palabras aquellas que se merecía a su paso por la Tierra? El hombre cura que luchaba por sus creencias y animaba a todos a seguir en ellas para lograr la felicidad tan cerca, a nuestro alcance. Todo porque no se escondía, todo para hacer una Iglesia más grande. Todo lo perdonó.

De cualquiera de las formas espero la llamada que me prometiste con impostada voz, que no era precisamente la tuya natural, al salir del hospital, la antepenúltima vez que le dejaste atrás. Un amigo periodista, como nosotros, vecino tuyo, vigilaba las luces de tu casa y nada bueno obtuvimos. De ahí, algunos de los zollipos que se me escaparon. Aunque yo, sigo aguardando, que crédulo soy un rato.

Aradillas
Aradillas

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