Informe del Defensor del Pueblo sobre la pederastia La Iglesia en España y su relato insostenible sobre los abusos
"No hay objeción posible: nada ha dañado tanto al cristianismo en los últimos veinte o treinta años como los escándalos sexuales de los curas pederastas"
El Defensor del Pueblo ha señalado el “impacto devastador” de los abusos en las personas y se ha mostrado muy crítico con la Iglesia, exigiéndole ejemplaridad y recordando su respuesta “insuficiente y dilatoria”
La gravedad de los abusos contrasta cruelmente con la indiferencia atronadora de la respuesta que hasta hoy mismo venía ofreciendo la institución eclesiástica. ¿Qué otra cosa hizo la Iglesia durante décadas sino responder con indiferencia?
La gravedad de los abusos contrasta cruelmente con la indiferencia atronadora de la respuesta que hasta hoy mismo venía ofreciendo la institución eclesiástica. ¿Qué otra cosa hizo la Iglesia durante décadas sino responder con indiferencia?
| Roberto Esteban Duque
Se ha instaurado en el seno la Iglesia una costumbre dominante basada en una afirmación fundamental: el porcentaje de abusos cometidos por el clero es tan insignificante que ofende incriminar a toda una institución que sigue iluminando el mundo con la entrega generosa de sus miembros. ¿O acaso habría que trasvasar arbitrariamente el yugo de la culpabilidad de unos cuantos desalmados entre sus filas y hacer responsable también al colectivo eclesiástico, empezando por aquellos a quienes más se les haya confiado? ¿No deberíamos pensar que es una miseria común la que permea nuestra lábil condición humana, tan propensa a malograr sus propósitos, a defraudar a los demás con la mudanza de sus deseos y pasiones?
No hay objeción posible: nada ha dañado tanto al cristianismo en los últimos veinte o treinta años como los escándalos sexuales de los curas pederastas, como el desgarramiento sordo provocado por la vetusta Sodoma protegida por la tibieza de sus guardianes ante los delitos procedentes de la rebelión de quien debiera custodiar la belleza y la inocencia. Nada más aberrante que la libertad convertida en una quimera cuyas secuelas hacen revolcarse de sufrimiento a las víctimas, anegadas en un infausto mar de depresiones, ansiedad, bajos niveles de autoestima e intentos de suicidio. Digamos entonces con Pascal, en este nudo gordiano, tejido por una madeja de hilos difícil de encauzar: “reconoced, pues, arrogantes, qué contradicción sois para vosotros mismos”.
La presión mediática de un sector secularmente hostil a la Iglesia y la necesidad de reparación y justicia exigidas por las víctimas ante los actos repugnantes cometidos durante décadas por el clero, cristalizan en la primera investigación y el primer Informe sobre abusos en la Iglesia que se hace público en España, a la espera de que el despacho de Cremades entregue el suyo encargado por la Conferencia Episcopal Española. Se trata del Informe del Defensor del Pueblo, Ángel Gabilondo, que creó una comisión en julio de 2022 a la que invitaba a los obispos a pertenecer, aunque ellos se negaron a participar. Por entonces, Gabilondo reconocía que “en muchos sectores de la Iglesia no he notado demasiado entusiasmo” ante la investigación de abusos.
El Informe presentado este viernes, 27 de octubre, al Congreso nos muestra, grosso modo, que el relato de “unos pocos” mantenido por la Iglesia se revela ya insostenible. El 3,36% de los abusos se produjeron en el ámbito familiar, el 0,6% de las víctimas fueron abusadas por el clero católico y un 1,13 % en el ámbito religioso, mientras que el 72% considera que el abuso sexual infantil “es un problema social muy grave”. Después de sostener que la aplicación del Derecho Canónico no ha servido, prevaleciendo una mala praxis reiterada de “traslado de los abusadores”, y alabando el motu proprio Vos estis lux mundi del papa Francisco, el Defensor del Pueblo ha señalado el “impacto devastador” de los abusos en las personas y se ha mostrado muy crítico con la Iglesia, exigiéndole ejemplaridad y recordando su respuesta “insuficiente y dilatoria”, además de un compromiso público de reparación y la conveniencia de que las diócesis permitan el acceso de los archivos de la Iglesia.
"La gravedad de los abusos contrasta cruelmente con la indiferencia atronadora de la respuesta que hasta hoy mismo venía ofreciendo la institución eclesiástica"
La Iglesia se ha visto obligada a desplegar ahora una lógica y una “praxis más evangélica”, creando un pretendido marco de mayor empatía, reconociendo así su propio desorden interior pretérito y obligando a indemnizar “cuanto antes” a las víctimas “si hay sentencia condenatoria”, recayendo sobre cada diócesis proveer fondos destinados a tal efecto. La gravedad de los abusos contrasta cruelmente con la indiferencia atronadora de la respuesta que hasta hoy mismo venía ofreciendo la institución eclesiástica. ¿Qué otra cosa hizo la Iglesia durante décadas sino responder con indiferencia ante el mal de la pederastia dentro de sus muros, construyendo así una segunda Torre de Babel, símbolo de una organización meramente humana, alejada de Dios, y simplificando el conflicto con el sórdido encubrimiento?
Autodestrucción
Con los abusos, la Iglesia se autodestruye, ofreciendo un rostro aterrador y monstruoso. Pero con su ocultamiento elimina cualquier esperanza, se incapacita para evangelizar, porque la manifestación más grave del mal en el destino humano no es el ateísmo, sino la tibieza, la indiferencia total, que comporta el terrible sufrimiento provocado a seres humanos inocentes. El proceso a través del cual el hombre alcanza el bien es el reconocimiento del mal para poder dominarlo. Dostoievski propuso, a través de su narrativa, una fórmula práctica para superar el mal. No concebía la idea de querer acabar con él, sino, más bien, utilizarlo para transformar al hombre hasta hacerlo un hombre nuevo capaz de optar decididamente por el bien; sólo así se conseguiría transformar a la humanidad. El mal es algo que forma parte de la vida y el ser humano que lo reconoce logra elevarse sobre los demás.
La Iglesia debiera sentirse a ser llamada con urgencia a reparar la belleza dañada, como iconos de la presencia del Padre misericordioso; a restaurar y transfigurar con el paradigma del Amor la cruda malicia del mundo adulto; al perdón público por su actitud nihilista respecto de la pureza encarnada en los niños, que es justamente aquello que se opone a la indiferencia, a lo obtenido por la negación: la pureza, señala Jean Guitton, no es “carencia o vacío, sino que, por el contrario, es plenitud de ser, afirmación de la verdad, del bien y la belleza”.
La Iglesia debe empezar siempre de nuevo para que el espectáculo de una armonía en que la madre, el hijo y el verdugo acaben por unirse en una única y acorde alabanza a la justicia del Creador resulte sencillamente soportable. Una verdadera Kátharsis, una limpieza y clarificación urgentes, llevará ahora a la Iglesia a una prudente reacción que contribuya al alejamiento de la complicidad en el crimen y a mostrar al mundo la verdad. “Ya es hora de despertar del sueño” como enseña san Pablo, “dejemos a un lado las actividades de las tinieblas y conduzcámonos como en pleno día, con dignidad”.