"Hombre sencillo, trabajador y fiel a su esposa, a su hijo y a su Dios" José, el carpintero de Nazaret

Día de San José Obrero
Día de San José Obrero

"Buena parte de su vida transcurre en relación con los grandes personajes: Jesús y María.  Es grande su conformidad con el designio del Altísimo"

"Respetando la decisión de la pareja, Dios movió sus hilos procurando su felicidad y el  participar libremente en la encarnación del Hijo obediente"

"La felicidad llenaba el establo y hasta los animales mostraban su contento. María  fajando a su hijo lo acostó en el pesebre que allí había"

"La nube de la gloria de Dios descendió al lecho donde estaban Jesús, María y José, los  cubrió de luz y vida, se oyeron cantos de ángeles y oraciones de bendición"

¡Bendito sea José, el pobre y humilde carpintero de Nazaret, el actor secundario pero  muy necesario que colaboró generosamente en la economía de la salvación!  

Buena parte de su vida transcurre en relación con los grandes personajes: Jesús y María.  Es grande su conformidad con el designio del Altísimo. Su entrega, como la de María a  la redención de Jesús, especialmente en la infancia, es fundamental, laboriosa y poco  vistosa, pero esencial, y todo ello, solo porque era justo. 

La encarnación del Hijo amado del Santo Padre es para llamar a los pecadores a la  conversión, a los conversos hacerlos hijos y a los hijos hacerlos santos. De esta efusión  de gracia divina quién se llenó primero fue María, y luego José según Dios dispusiera.  La intensidad de la santificación está en relación con el que santifica. Y nadie en una  familia más unida al hijo que la madre y después el padre, generalmente

San José y el niño
San José y el niño

Desde hace tiempo, José mostró interés por María, la jovencita especial de la aldea,  alguien singular por el conjunto de sus virtudes. Era el parecer de todos los que la  conocían. La duda no recaía sobre ella sino más bien sobre él. ¿Estaría a la altura?  ¿Sería el esposo que le convenía a María? Un día se sintió lleno de un especial ánimo gozoso. ¡Sí! Decididamente, sí, le pediría la mano de María a sus padres Joaquín y Ana.  A María, dicho sea de paso, le agradó que José se decidiera. Le había observado y había  comprobado lo justo que era. 

Respetando la decisión de la pareja, Dios movió sus hilos procurando su felicidad y el  participar libremente en la encarnación del Hijo obediente

José y María viven su noviazgo con amor y alegría, esperando santamente el día gozoso  del desposorio. Mas para estos novios tan especiales hay designios celestiales. Habiendo  hecho José el primer movimiento, el Padre santo pone en marcha la maquinaria de la  salvación, y a los seis meses de la concepción de Isabel, el mensajero de Dios le anuncia  a María los planes del Altísimo sobre ella. La doncella de Nazaret, que se tiene por la  más pequeña de las esclavas del Señor, con el corazón ardiente, la mente confusa y la  resuelta voluntad, da un sí inmenso al Dios de Israel en el que confía plenamente.  

Los pobres de Yahvé sólo lo tienen a Él por toda su riqueza, y se le abandonan con  absoluta libertad y plena confianza, sabiendo que nunca serán defraudados. En los  momentos de oscuridad que vendrían, a José y María solo les sostendrían su amor y la  fe. Amor transfigurado de quién a la vida nueva ha pasado. Fe de quién camina  sabiéndose guiado en medio de una inmensa y, a veces, dolorosa oscuridad.

San José

La verdadera caridad no mira contras solo pros. Se le anunció que su pariente Isabel está  gestando al futuro Juan Bautista, y María considera que debe ir a su casa a ayudarla. A  sus padres y a José les parece bien la propuesta de la joven.  

María dejó su cuidado, en las manos del Amado. Después de lo anunciado lo más  prudente hubiese sido permanecer en su casa. La joven lo tiene claro cuando tiene que  elegir. Siempre el amor frente a la reputación. Jesús, su santísimo hijo, será vilipendiado  por salvar a los pecadores, ensuciándose y cansándose por buscar a la oveja perdida.  

María cuando vuelve de la casa de Isabel muestra signos de su embarazo. Los vecinos  murmuran y eso duele. A Joaquín y Ana y a José, las burlas sottovoce y gestuales  duelen, duelen mucho. Ella que se sabe noticia de ´última hora`, calla. Con todos, calla  y con José también. El Dios de los padres que la eligió a ella, la pequeña, revelándole  tan magno misterio, si quiere hacer partícipe a José que se lo revele también.  

El amor tiene unas razones que la mala razón desconoce y nunca descubrirá, porque  piensa mal y ellos creen que todos actúan según su perverso parecer. Ana y Joaquín  también callan mientras meditan qué pudo suceder. Y José reflexiona calladamente.  

San José

He aquí que la doncella de Nazaret tenía razón, ¡José es elegido también! y Dios envía  de nuevo a su mensajero que, a través del sueño, le revela lo dispuesto sobre él. Y José,  justo, fiel y temeroso del Señor, no tiene inconveniente en creer y aceptar, como su  luminosa prometida aceptó creyendo que sería todo verdad.  

Cuando los sufrientes prometidos se encuentran se produce un inmenso silencio, en la  fusión de un abrazo de amor renovado, con la disposición interna de confiar siempre en  ella, de confiar siempre en él, y ambos en el Dios de Israel. 

José y María celebran su matrimonio con un gozo y una paz inusuales. Mas cuando los  planes de Dios sobrevuelan sus cabezas, nunca se puede estar descuidado, pues cuando  menos te lo piensas llega el edicto del emperador de toda la tierra. Y cada cual va a  empadronarse en su ciudad de origen. Y ahí tenemos a los recién casados haciendo la  maleta para un largo e incierto viaje. 

De los inconvenientes para la gestante María ni contarlos y de los sudores del caminante  José ni decirlos. Cuando la vista alcanza a ver, vislumbran un cartel que dice:  Bienvenidos a Belén. -Por fin, María, llegamos, podrás quitarte el polvo del camino y  descansar. - ¿Y tú? Mi sufrido José, ¿debes estar agotado? - Y consolándose  mutuamente llegaron a la aldea. 

Belén
Belén

- ¿Tenéis posada?, preguntaba el dolido José. Y así, una y otra vez. Mirad que venimos  desde Nazaret para inscribirnos y mi mujer embarazada está. ¡Por compasión!, dadnos  lugar. Decía el justo José con paz en el corazón y temblorosa la voz. -No te preocupes  esposo mío-, dijo María contemplando lo que pasaba. -Yo estoy bien, y el niño que va a  nacer tiene un Padre en el cielo que cuidará de él. Todo sucederá conforme a su santa  voluntad-.  

Y, caminando lentamente, con el pueblo acabaron, y un establo encontraron ocupado  por animales que, gustosamente, lugar les dejaron. Sin decir nada, los dos se miraron y  se animaron ante tanta pobreza y necesidad. -Yo hubiese deseado otra cosa para ti y para  el niño-. Dijo José, siendo interrumpido por el dedo de su mujer sellando sus labios.  Ofrecerse a Dios es estar dispuesto a aceptar lo imprevisible, lo inexplicable para la  razón humana. 

Lo peor estaba por llegar. María se agita ante la proximidad del parto. José dice: -Voy a  buscar a alguien que te ayude-. Y le responde la doncella: -No, José, mejor quédate  conmigo. Dios proveerá- Y aquella joven que concibió por el poder de Yahvé, por el  mismo poder alumbró al que es Luz de Israel y de las naciones. Y el niño rompió a  llorar, y los primerizos padres mostraban su alegría con alabanzas a Dios y carantoñas al  bebé.  

La felicidad llenaba el establo y hasta los animales mostraban su contento. María  fajando a su hijo lo acostó en el pesebre que allí había. José aseó un lugar al lado de la  improvisada cuna, tomó de la mano a su esposa y se sentaron sonrientes a meditar el  misterio del que habían participado: el Verbo encarnado, naciendo de la Virgen, es el  Enmanuel anunciado, luz de las naciones y gloria de su pueblo Israel.  

❤ ¡María de Nazaret, la primera defensora "de todos los derechos humanos"!
❤ ¡María de Nazaret, la primera defensora "de todos los derechos humanos"!

Mientras regresan a su casa en Nazaret, José a paso firme, a veces, y cansado, otras,  sigue considerando lo sucedido con él, su papel en tan especial y celestial misión, y su  relación con su mujer. A veces mira a la madre y al niño, otras lo miran a él. Sobre el  borriquillo María acaricia a su pequeño, que gozoso le sonríe y, mirándose, se  complacen los tres.  

En un descanso, los esposos hablan dulcemente de lo que por el camino pensaron los  dos. Y, tomándose de las manos, su confianza, renovaron en Dios, vivirían sólo para su  hijo Jesús, y dejarían su cuidado entre las azucenas olvidado.  

Y, así, pasó una mañana y pasó una tarde. Pasaron los meses y pasaron los años. Sobre  las espaldas de José se fueron acumulando los fríos y los calores, las enfermedades y los  dolores, los años, las preocupaciones y la pobreza, con sus limitaciones. 

Un día José no se encontró bien, y no tuvo fuerzas para levantarse, y acudir a su cita  diaria con el taller. María su esposa-virgen lo atendió y cuidó con todo esmero y  delicadeza. Y Jesús atendía el trabajo de su padre, cuidando los detalles, donde la  maestría se evidencia. Vinieron los familiares para interesarse por José, y los vecinos  también. Todos le deseaban salud y pronta recuperación. Pero los de casa, María y  Jesús, veían que no estaba bien, que la luz vital se apagaba y el dolor mortal se  acrecentaba. 

San José

Una tarde José contempla que, mientras el sol se aleja, la oscuridad se adueña de la sala  y de su cuerpo. Es preludio de un final cercano. Llama a su familia para que oren con él.  Acuden la esposa fiel y el hijo amado al lecho del justo y bendecido José. Orad conmigo  para que en este postrero trance me encuentre con fuerzas para despedirme de vosotros  y presentarme ante el Todopoderoso. María y Jesús tomaron las manos de José y así,  entrelazados los tres, oraron al Dios de los padres, al Dios de Israel.  

La nube de la gloria de Dios descendió al lecho donde estaban Jesús, María y José, los  cubrió de luz y vida, se oyeron cantos de ángeles y oraciones de bendición. La  separación entristecía lo que la esperanza fortalecía. Entonces ascendió la gloria de  Yahvé y el alma de José entró en el Seno de los Justos, a esperar el día y el momento de  la glorificación de Jesús, el hijo de José.  

La sombra de José es alargada como la del ciprés. Protege al caminante del duro sol y  esparce, al cansado por la vida, con sus ramas el frescor. Como, en otro tiempo, se  pusieron bajo su custodia María y su Hijo, ahora se le encomiendan: la Iglesia, los  Seminarios, los pueblos y las gentes, confiando en la intercesión del Justo y Casto José,  hombre sencillo, trabajador y fiel a su esposa, a su hijo y a su Dios. 

Muerte de San José

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