Ha muerto hoy nuestro columnista, a los 95 años, después de una vida larga y fructífera Antonio Aradillas, el cura-periodista que nunca dejó de luchar ni de soñar
"Antonio Aradillas (Segura de León, 1928) era cura de profesión (más que de vocación, como le gustaba decir). Un cura como la copa de un pino. Plenamente identificado con el Concilio y con su espíritu"
"Se codeó y compitió (muchas veces, con ventaja) con las 'vacas sagradas' del periodismo religioso, como José Luis Martín Descalzo o José María Javierre"
"Sumamente querido en la redacción, donde le llamaban 'cura', se codeó con grandes periodistas, como José María García, Raúl Cancio, Miguel Ors, Luis Romasanta, Raúl del Pozo, Juan Luis Cebrián...y tanto otros"
"Esa libertad e independencia le llevó a ser olvidado por la Iglesia, que, cuando desapareció el diario Pueblo, lo dejó perderse en el ostracismo. Como suele hacer a menudo, la institución desperdició a uno de sus mejores 'espadas' periodísticos, simplemente porque era libre e independiente"
"Sumamente querido en la redacción, donde le llamaban 'cura', se codeó con grandes periodistas, como José María García, Raúl Cancio, Miguel Ors, Luis Romasanta, Raúl del Pozo, Juan Luis Cebrián...y tanto otros"
"Esa libertad e independencia le llevó a ser olvidado por la Iglesia, que, cuando desapareció el diario Pueblo, lo dejó perderse en el ostracismo. Como suele hacer a menudo, la institución desperdició a uno de sus mejores 'espadas' periodísticos, simplemente porque era libre e independiente"
Se ha ido mi amigo Antonio Aradillas. El Padre bueno, a cuya defensa dedicó toda su vida, ya le tiene en su gloria. Los santos de la Iglesia, a la que tanto amó y por cuya limpieza y renovación tanto luchó, seguro que le han recibido con todos los honores. Al igual que sus antiguos y sus nuevos compañeros de profesión. Ha sido un lujo conocerte, disfrutar de tus artículos (uno al día) y de tus libros y, sobre todo, quererte. Porque te hacías querer.
Antonio Aradillas (Segura de León, 1928) era cura de profesión (más que de vocación, como le gustaba decir). Un cura como la copa de un pino. Plenamente identificado con el Concilio y con su espíritu, al que se mantuvo fiel en la época dorada del postconcilio y en la más gris e invernal de la involución wojtyliana.
Un cura siempre fiel a sus principios y a su conciencia. En las duras y en las maduras. Cuando, allá por los años 60-70 era una referencia eclesial. Primero, como consiliario de la Acción Católica de Mujeres y, después, como periodista del diario Pueblo (dirigido por Emilio Romero).O cuando le expulsaron del cargo de consiliario, al igual que a toda la cúpula nacional y diocesana de Acción Católica, a instancias del Gobierno de Franco y con la anuencia de monseñor Casimiro Morcillo.
Incluso Tarancón le suspendió a divinis durante unos meses, porque había publicado una investigación sobre el funcionamiento (en algunos casos doloso) de los juzgados eclesiásticos en materia de nulidades. A los pocos meses, tuvo que retirarla y reconocer que el 'suspendido' decía la verdad.
Dedicado desde entonces, en cuerpo y alma, a las tareas de informador religioso, se codeó y compitió (muchas veces, con ventaja) con las 'vacas sagradas' del periodismo religioso, como José Luis Martín Descalzo o José María Javierre. Quizás, porque desde la trinchera del diario Pueblo, sin dependencias orgánicas eclesiásticas, podía desempeñar su labor con mayor libertad.
Los obispos, entonces, le buscaban y mimaban, por la importancia que tenía vehicular sus mensajes a través de un periódico como Pueblo, que llegó a tirar 300.000 ejemplares y a mandar en la información nacional. Sumamente querido en la redacción, donde le llamaban 'cura', se codeó con grandes periodistas, como José María García, Raúl Cancio, Miguel Ors, Luis Romasanta, Raúl del Pozo, Juan Luis Cebrián...y tanto otros. Casó a muchos de ellos, bautizó a sus hijos y era, para todos, la única presencia eclesial bienvenida.
Desde esa plataforma tan visible, Antonio nunca dejó de ser cura y buscaba en toda su información que la Iglesia saliese favorecida. Eso sí, la Iglesia del Vaticano II, no la de la jerarquía residual alineada todavía con el franquismo.
Cura-periodista siempre libre y valiente, ejerció la parresía por carácter, por convicción (“un seguidor de Jesús tiene que ser siempre un rebelde”) y porque nunca dependió económicamente de la institución ni nunca buscó cargos, ascensos y prebendas.
Esa libertad e independencia le llevó a ser olvidado por la Iglesia, que, cuando desapareció el diario Pueblo, lo dejó perderse en el ostracismo. Como suele hacer a menudo, la institución desperdició a uno de sus mejores 'espadas' periodísticos, simplemente porque era libre e independiente. Y quizás para justificar su conciencia, la jerarquía lo etiquetó y lo tachó de 'hereje'. Y acusar a Aradillas de herejía es como acusar de lo mismo al Concilio Vaticano II. “Es que los obispos pensábamos que tú eras malo, malísimo”, llegó a decirle un prelado extremeño muchos años después.
Tras una larga temporada en la que, sin dejar nunca de ejercer como cura, se refugió, al lado del desaparecido José María Íñigo, en labores profesionales laicas. Y siguió aumentando su enorme cultura, que abarca muchos ámbitos. Por ejemplo, tiene una memoria prodigiosa y sabe muchísimo de etimologías. En el viaje, nos explicaba como el prefijo árabe 'seg' significa fortaleza, como en el caso de Segovia o de su propio pueblo, Segura, presidido por su elegante castillo. O el prefijo 'ar', que significa agua, como en Aragón, Aranda o su propio apellido Aradillas.
Hace 15 años lo recuperamos, desde Religion Digital, para las labores informativas propiamente religiosas. Con una presencia constante y una enorme repercusión.
Escribiendo un artículo diario hasta el pasado mes, tan lúcido y valiente como siempre. Quizás porque nunca dejó de luchar y de soñar. Y siempre se mantuvo fiel al Evangelio y al Vaticano II. Por eso, llegada la primavera de Francisco no tuvo que cambiar de chaqueta. Le pilló donde siempre estuvo: en una iglesia samaritana, abierta y evangélica.
La Iglesia española le debe mucho, pero nunca se lo ha reconocido. Por ejemplo, nunca le honraron con el premio Bravo, que mereció como el que más. Porque a la institución eclesiástica siempre le ha costado horrores eliminar de la frente de los suyos los 'sambenitos' de los malintencionados o de los envidiosos. Y, hasta hace poco, Aradillas seguía cargando con el de 'hereje'.
Su caso me hace pensar en el pasaje del Evangelio en el que Jesús de Nazaret se dirige a Jerusalén en estos términos: “¡Jerusalén, Jerusalén, la que mata a los profetas y apedrea a los que son enviados a ella!” (Mt. 23, 37). La Iglesia, como Jerusalén, sigue esa misma dinámica con los profetas, como Aradillas, porque dejan sus vergüenzas al aire y le exigen coherencia evangélica.
Trabajador incansable. Escribió 95 libros, uno por año. Además, todos los días escribía uno o dos artículos. Reportaba conmigo a diario, para proponer temas y pedir consejos, como en sus buenos tiempos de profesional en Pueblo. Sabía conectar con la actualidad y, sobre todo, titulaba de una forma magistral: veraz y, al mismo tiempo, atractiva.
Sus libros versan sobre los temas más dispares. Al principio y al final de su vida, centrados en la Iglesia. Algunos de sus títulos: 'Piedra de escándalo: la Iglesia en cambio' (1986); 'Proceso a los tribunales de justicia' (1974); 'Divorcio, recto final' (1977); 'Locos a lo divino' (1975); 'Vírgenes de Madrid' (1999) o 'Francisco, Papa en la encrucijada' (2023).
Entre medias (muchas veces asociado con el televisivo José María Iñigo), abordó en sus libros viajes, turismo, vinos, ciudades y hasta tapas. Por ejemplo: 'Madrid en metro' (2002); 'Vive y descubre de tapa en tapa por Madrid' (2004); 'Viaje por la España judía' (2002); 'La ruta de los conquistadores' (1999); 'Las rutas de Don Quijote' (2016); 'Los cien mejores campings de España' (2002) o 'Paradores de turismo' (1999).
Una de sus mayores preocupaciones eran la Iglesia y la violencia contra la mujer, entre ellas su marginación en la propia institución que tanto amaba. Por eso escribía así:
"La Iglesia –esta Iglesia- se acaba, si no cambia de verdad de la buena, adaptándose todo lo que pueda, y aún más, a los que reclaman los tiempos nuevos. Aparte de lo esencial del amor a Dios, al igual que al prójimo, en la Iglesia –es decir, en el evangelio-, todo es accidental, liturgia, Derecho Canónico, autoridad, rito, símbolo, dinero, poder y pío y misterioso tinglado, por decirlo de amable y respetuosa manera que comporte el exilio de cuanto pueda relacionarse con lo que se llama negocio, espiritual o del otro…
Sí, esta Iglesia se acaba, si no cambia, como certeramente tú diagnosticaste. La edad media de los curas, en España,- también los de tu Olivenza y los de mi Segura de León- rondan los 68 años. Como bien dices, y por exigencias de catequesis elementalmente eclesiológicas, “la Iglesia no pastorea a los fieles, estos son Iglesia”. Yo completaría tu aserto con la advertencia, también extraída de los santos evangelios, de que tanto o más que los “pastores” –con inclusión de la jerarquía en la pluralidad de sus grados-, son depositarios de la educación-formación religiosa, en proporciones idénticas, los laicos educadores de sus curas y obispos, también “en el nombre de Dios”, prescindiendo de sus palacios y modos de vivir “en el mejor de los mundos”.
Ya desde el cielo seguirá luchando por 'otra Iglesia', más limpia, más evangélica, en sintonía con el mundo y, sobre todo, misericordiosa. ¡Antonio, eres un crack, la gente te quiere y RD está orgullosa de ti! Te recordaremos siempre, amigo.
Etiquetas