"A veces tenemos tendencia a hacer teorías sobre la misión", señala el misionero italiano en Mongolia Cardenal Marengo: "No debería escandalizarnos que los institutos misioneros disminuyan en número"

El cardenal Marengo
El cardenal Marengo captura de pantalla

"Me sorprende el creciente interés de escritores, periodistas y estudiosos de la Iglesia por nuestra pequeña Iglesia de Mongolia, en la que ven una experiencia de misión similar a la de los Hechos de los Apóstoles"

"Es siempre el Espíritu Santo quien hace posible el encuentro con Cristo, y no nuestras metodologías o nuestras cautelas. Pero tal vez su obra encuentre menos obstáculos si quienes quieren servir al Evangelio se hacen cercanos a sus hermanos por lo que son, anunciando con discreción la resurrección de Cristo"

"En este momento, tal vez necesitemos también una profundización teológica sobre la misión, necesitamos caminos académicos que ayuden a reconocer y replantear la perenne urgencia de anunciar el Evangelio, especialmente en situaciones de primera evangelización"

"Quienes se interesan por nuestra Iglesia me dicen a veces que nuestra pobre y pequeña experiencia puede aportar también ventajas e inspiración para situaciones de sociedades postcristianas, en las que ni siquiera una vaga referencia al cristianismo puede darse ya por supuesta, como ocurría en el pasado"

(Agencia Fides).- Comienza octubre, el mes que la Iglesia dedica al Rosario, pero también a la misión. Y el cardenal Giorgio Marengo, misionero de la Consolata, Prefecto Apostólico de Ulán Bator, quiere aprovechar la ocasión para compartir en una conversación con la Agencia Fides algunas ideas llenas de pasión apostólica por la obra misionera.

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Este año, como sucede con frecuencia, el «Octubre Misionero» se entrelaza con los trabajos en Roma para la Asamblea del Sínodo de los Obispos en la cual participa también el Cardenal Marengo. Esta asamblea también está llamada a reflexionar sobre el horizonte misionero de toda auténtica obra eclesial, como se desprende del título («Por una Iglesia sinodal: comunión, participación y misión»).

Cardenal Marengo, en su opinión ¿se insiste poco en la naturaleza misionera de la Iglesia y en la llamada de todos los bautizados a la misión?

El redescubrimiento de la llamada a ser todos misioneros, inscrita en el bautismo, ha sido providencial en muchos sentidos. Pero ahora parece haberse perdido un poco de vista la singularidad de la vocación misionera que se conoce como «ad gentes».

Es como si, en la era de la globalización y de la aparente reducción de las distancias geográficas, ya no hubiera lugar para este horizonte de la labor misionera que implica salir e inserirse en contextos humanos diferentes del propio.

En cambio, creo que precisamente en nuestro tiempo merece la pena reconocer que existe una especificidad del primer anuncio del Evangelio, del Evangelio anunciado a quienes no saben realmente lo que es. Esta especificidad no debe diluirse, no debe evaporarse en un discurso demasiado genérico sobre la misión. En este momento, me parece vital para toda la labor de la Iglesia en el mundo, y para su camino en la historia, precisamente percibir y tener siempre en cuenta esta particularidad.

¿Por qué no debería suprimirse y es crucial en el dinamismo misionero de la Iglesia esta particularidad del primer anuncio?

Si pertenecer a la Iglesia significa caminar junto a Jesús y detrás de Jesús, la misión puede ser descrita y formulada como «hacer posible el encuentro con Cristo».

Este encuentro puede producirse siempre por caminos desconocidos para nosotros. Pero normalmente sigue siendo necesario el impacto con una realidad humana. Una realidad humana que facilite y haga posible el encuentro con Cristo. Porque esta experiencia se transmite siempre por atracción y contacto. Y este dinamismo se manifiesta y se percibe claramente sobre todo allí donde las posibilidades reales de entrar de alguna manera en contacto con la persona de Cristo son objetivamente escasas. Por ejemplo en lugares donde la Iglesia no existe o está en un estado inicial, como es el caso de Mongolia.

El Papa, con el cardenal Marengo
El Papa, con el cardenal Marengo captura de pantalla

Usted pertenece a un instituto misionero. En las últimas décadas ha disminuido mucho el número de miembros de estos institutos…

Quizá ya no sean necesarios los grandes números como antaño, y no debería escandalizarnos que los institutos misioneros disminuyan en número. Pero incluso con menos impacto, la perenne necesidad del anuncio del Evangelio que dio origen a esos Institutos sigue viva.

La particularidad de la «missio ad gentes» que usted menciona evoca lo que antes eran los «territorios de misión», zonas que ahora se denominan «Sur del mundo» o «Sur global». ¿Sigue siendo válida esta identificación?

En lugar de deslizarse por el terreno traicionero de las fórmulas y definiciones sociopolíticas, las que se refieren, por ejemplo, al «norte» y al «sur» del mundo, es mejor atenerse a criterios exquisitamente eclesiales. Esta especificidad tiene que ver con la exposición concreta al anuncio del Evangelio.

Se trata de ver si en los distintos contextos sociales existe la posibilidad de una auténtica exposición al Evangelio, porque en ese determinado contexto el Evangelio es de alguna manera efectivamente anunciado, o si esto no sucede. Teniendo siempre en cuenta todas las situaciones particulares y su diversidad.

Una cosa es vivir en lugares donde la Iglesia está establecida con todos los carismas y ministerios, y otra cosa es tener una Iglesia con un solo sacerdote nativo, como es nuestro caso en Mongolia

¿A qué diversidades se refiere?

Una cosa es vivir en lugares donde la Iglesia está establecida con todos los carismas y ministerios, y otra cosa es tener una Iglesia con un solo sacerdote nativo, como es nuestro caso en Mongolia. Una cosa es estar en sociedades extremadamente críticas con el cristianismo, por el peso de la historia. Y otra cosa es interactuar con sociedades que no sean opositoras e hipercríticas con la Iglesia, porque sus historias nunca se han entrelazado.

En contextos y situaciones diferentes, la misión del primer anuncio es la que hace experimentar la novedad de la fe cristiana. Tanto cuando esto ocurre en contextos que históricamente no se han enfrentado a ella, como cuando se redescubre como novedad en lugares donde ha conformado a generaciones anteriores, pero ahora se ha evaporado de algún modo del horizonte común.

El cardenal Giorgio Marengo con los fieles de Ulán Bator
El cardenal Giorgio Marengo con los fieles de Ulán Bator

¿Cuáles son los rasgos fundamentales y propios de la misión del primer anuncio?

Dios, nuestro Padre, no envió un mensaje, sino que se hizo carne enviando a su Hijo único. Dios se abajó para abrazar la condición humana. Y por analogía, también la misión ha sido llamada desde entonces a someterse a las leyes del tiempo y del espacio, teniendo como modelo a Jesús.

Si el mensaje de Cristo fuera un mero mensaje, una enseñanza de vida, no habría necesidad de pedir a hombres y mujeres que fueran hasta los confines de la tierra, como hace el propio Jesús en el Evangelio.

Jesús entró a formar parte de un pueblo y una cultura definidos. Treinta años de vida oculta, tres años de actividad explícita y tres días de pasión, que desembocan en la resurrección. Todos los que le siguen están llamados a ser moldeados por el Espíritu Santo para vivir el mismo misterio. Ésta es la misión.

Gran parte del esfuerzo misionero se dirige precisamente a identificarse con el contexto y crear esas condiciones de confianza mutua, para luego compartir con los demás nuestro tesoro

Someterse a las leyes del espacio y del tiempo siguiendo a Jesús libera de abstracciones y abarca todo el esfuerzo y la paciencia del trabajo misionero, que puede parecer «inútil» e «infructuoso»...

Pensemos en el tiempo dedicado a aprender lenguas difíciles y lejanas, a sumergirse profunda y respetuosamente en las culturas de las personas con las que se convive. Todo presupone comprensión, proximidad amistosa para hacer crecer una relación de confianza. Gran parte del esfuerzo misionero se dirige precisamente a identificarse con el contexto y crear esas condiciones de confianza mutua, para luego compartir con los demás nuestro tesoro, lo que más apreciamos.

¿No queda desfasada esta «paciencia» de los largos tiempos de la misión con la rápida dinámica del tiempo presente?

Quizá algunos piensen hoy que es más eficaz invertir en comunicación para lograr impactos cuantificables en la opinión pública. Pero el Evangelio no se comunica como una idea o como una de las opciones de un menú. Eso es marketing. A veces tenemos tendencia a hacer teorías sobre la misión, o a organizar estrategias con acciones sociales o humanitarias que presentamos como cosas útiles para lo que llamamos «anuncio». Hasta la ilusión de una Iglesia que se construye 'por proyecto'.

Francisco saluda al cardenal Giorgio Marengo tras pisar suelo de Mongolia
Francisco saluda al cardenal Giorgio Marengo tras pisar suelo de Mongolia Vatican Media

¿Cómo percibe la urgencia actual de la labor misionera de la Iglesia desde su punto de vista en Ulán Bator?

Me sorprende el creciente interés de escritores, periodistas y estudiosos de la Iglesia por nuestra pequeña Iglesia de Mongolia, en la que ven una experiencia de misión similar a la de los Hechos de los Apóstoles. Los Apóstoles dieron testimonio del Señor Jesús en condiciones de absoluta minoría respecto a los contextos sociales y culturales en los que se movían. Su labor tenía connotaciones de marginalidad y novedad.

En Mongolia, también, se vive la experiencia del primer contacto con el Evangelio por parte de personas y realidades sociales que nunca antes se habían confrontado con él. Quienes se interesan por nuestra Iglesia me dicen a veces que nuestra pobre y pequeña experiencia puede aportar también ventajas e inspiración para situaciones de sociedades postcristianas, en las que ni siquiera una vaga referencia al cristianismo puede darse ya por supuesta, como ocurría en el pasado.

En una reciente conferencia en el Instituto Católico de París, usted se refirió al «registro de la discreción» que debe caracterizar siempre la labor misionera. ¿A qué se refiere?

Es siempre el Espíritu Santo quien hace posible el encuentro con Cristo, y no nuestras metodologías o nuestras cautelas. Pero tal vez su obra encuentre menos obstáculos si quienes quieren servir al Evangelio se hacen cercanos a sus hermanos por lo que son, anunciando con discreción la resurrección de Cristo. El padre lazarista Joseph Gabet escribió a Propaganda Fide en 1840, después de su primer viaje a Mongolia Exterior: «La primera aparición de europeos entre los mongoles y tibetanos es una empresa muy delicada, y el éxito de la predicación entre estos pueblos dependerá durante mucho tiempo del grado de discreción que se demuestre».

Usted participó en la Plenaria dedicada a la Pontificia Universidad Urbaniana. ¿Cómo ve el presente y el futuro de esa Universidad?

Durante la Misa en el Estadio de Singapur, el papa Francisco recordó una carta de San Francisco Javier a sus primeros compañeros jesuitas, en la que el gran misionero hablaba de su deseo de ir a todas las universidades de su tiempo para «gritar aquí y allá como un loco» y sacudir a los intelectuales enfrascados en interminables discusiones, para exhortarles a hacerse misioneros al servicio de la caridad de Cristo.

En este momento, tal vez necesitemos también una profundización teológica sobre la misión, necesitamos caminos académicos que ayuden a reconocer y replantear la perenne urgencia de anunciar el Evangelio, especialmente en situaciones de primera evangelización. Quién sabe si por este mismo camino la Universidad Pontificia, con toda su historia, no pueda renovar y realizar hoy el sueño de san Francisco Javier.

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