Un santo para cada día: 21 de enero Santa Inés (Patrona de las adolescentes)
Patrona de las adolescentes. Mártir de la pureza. Patrona también de la castidad y de las vírgenes consagradas a Dios
| Francisca Abad Martín
Patrona de las adolescentes. Mártir de la pureza. Patrona también de la castidad y de las vírgenes consagradas a Dios.
Esta adolescente romana, nacida a finales del siglo III, padeció el martirio en Roma, hacia el año 304, en tiempos del emperador Diocleciano. Su vida se cuenta en las “Actas de los Mártires”, aunque estas actas, como sucede con la mayoría de los mártires, hayan sido escritas al menos un siglo después de su martirio. En el caso de Santa Inés, hay otros testimonios, por desgracia todos “a posteriori”, como son los “himnos” que escribió el poeta hispano-latino Aurelio Prudencio, que vivió un siglo después, los “Epigramas” del Papa San Dámaso, casi contemporáneo suyo, o los textos del arzobispo de Milán, San Ambrosio, apoyándose también en las actas de su martirio.
Todos estos testimonios nos indican la importancia y la trascendencia que tuvo la historia de esta mártir, cuyo nombre estaba también incluido en el antiguo Canon de la Misa. El hecho de que la pinten generalmente con un cordero es debido a que su mismo nombre “Agnes” puede derivarse o bien del latín “agnus” (cordero) o del griego “agnos” (pura o casta) porque el cordero es símbolo de pureza. Apoyándonos en todos estos testimonios parece cierto que existió una niña llamada Inés, perteneciente a una noble familia romana, que era cristiana, nacida hacia el año 290 y que regresando un día a su casa, el hijo del prefecto la vio y se enamoró de ella, ofreciéndole a cambio de su promesa matrimonial, magníficos regalos. Hay que aclarar que en esos tiempos la edad núbil, es decir la edad apta para el matrimonio, era alrededor de los 13 años, que es la edad que tendría Inés. Ella despreció su oferta, ya que en sus planes no entraba el matrimonio, sino el consagrar a Dios su virginidad.
El joven, despechado, acudió a su padre, el prefecto de Roma, el cual, averiguando que Inés era cristiana, mandó a sus soldados que por la fuerza la llevaran ante el tribunal. No sirvieron de nada los halagos ni las promesas, tampoco la intimidación con amenazas, pues ella, a pesar de su corta edad, se mantuvo firme en sus convicciones. Primeramente la condujeron a un lupanar, para que allí fuera mancillada su pureza virginal, pero milagrosamente creció su cabellera y cubrió completamente su desnudez. El único que se atrevió a acercarse a ella fue el hijo del prefecto, quien cayó muerto a sus pies y solo volvió a la vida gracias a las oraciones de Inés, atribuyendo estos sucesos a “magia” fue condenada a morir en la hoguera, pero Inés permaneció intacta en medio del fuego. Entonces fue condenada a morir al filo de la espada.
Los padres de Inés depositaron su cuerpo en un sepulcro que tenían en su finca a las afueras de Roma, en la Vía Nomentana. Pocos días después de su muerte fue su mejor amiga, Emerenciana, a rezar junto a su tumba y cuando increpaba a los romanos por matar a su amiga, ella misma fue muerta a pedradas en este lugar donde se encontraba por una turba enfurecida.
Reflexión desde el contexto actual:
No es mucho lo que sabemos de Inés pero sí lo suficiente como para caer rendidos ante su recia personalidad y fortaleza a pesar de que no pasaba de ser una adolescente. Sus nobles ideales, sus fuertes convicciones, su pureza de intenciones la convierten en una criatura angelical que produce admiración en cualquier espíritu sensible, incluso más allá de las creencias religiosas. San Ambrosio pone en boca de Inés estas emotivas palabras poco antes de ser ajusticiada: “La esposa injuria a su esposo si acepta el amor de otros pretendientes. Únicamente será mi esposo el que primero me eligió, Jesucristo. ¿Por qué tardas tanto verdugo? Perezca este cuerpo que no quiero sea de ojos que no deseo complacer”. Y yo me pregunto, si un caso así se diera hoy entre nosotros ¿Cómo reaccionaría el conjunto de la sociedad?