El claretiano aborda, en entrevista con RD, el tema de la 53ª Semana del ITVR Antonio Bellella: "La vida consagrada hoy no puede presumir de ser una escuela de comunión y una parábola de fraternidad"
"Me atrevería a sugerir que, tanto en la concreción de los proyectos externos como en la cotidianeidad de los espacios internos, los consagrados adolecemos de falta de coherencia a la hora de hacer realidad estos dos ideales tan profundamente evangélicos"
"La persona consagrada, aunque externamente parezca algo distanciada de algunos virus sociales, nunca es inmune a las tendencias características de su ambiente. Siempre somos hijos de nuestro tiempo. Por ello, entre nosotros se experimenta la soledad y la desafección, y se sufre por el individualismo propio y ajeno"
"La vida consagrada ni se conforma con la negatividad, ni la maquilla… sigue luchando, es creativa y proactiva. Al igual que la vida consagrada está siendo muy valiente a la hora de afrontar diversas crisis, ha de serlo con cuestiones tan apremiantes como la comunión y la fraternidad"
"La vida consagrada ni se conforma con la negatividad, ni la maquilla… sigue luchando, es creativa y proactiva. Al igual que la vida consagrada está siendo muy valiente a la hora de afrontar diversas crisis, ha de serlo con cuestiones tan apremiantes como la comunión y la fraternidad"
"La sensación de que la comunión eclesial está amenazada comienza a ser preocupante". Desde esta premisa, que ofrece a Religión Digital Antonio Bellella, director del Instituto Teológico de Vida Religiosa, el lema de la 53ª Semana Nacional del ITVR, que se que se celebrará en Madrid (Espacio Maldonado) del 3 al 6 de abril, parece estar más que justificado: “Comunión y fraternidad, dos tareas siempre pendientes”.
"Desgraciadamente -apunta el religioso claretiano en esta entrevista-, la temperatura de la comunión eclesial se ha convertido en los últimos años en la 'comidilla' de las cabeceras de muchos medios informativos religiosos y no religiosos. Resulta doloroso y paradójico constatar que, mientras el Sínodo en curso incluye la categoría «comunión» en la tríada del contenido fundamental de la sinodalidad, en las comunidades cristianas y en sus líderes afloran actitudes y debates que parecen contradecir dicha propuesta".
"Siendo sincero, considero que la vida consagrada hoy no puede presumir sin ambages de ser una escuela de comunión y una parábola de fraternidad", añade en lo que suena a un serio aviso que habrá de ser analizado y reflexionado a lo largo de esa Semana que, desde hace medio siglo, pretende ser "un ejercicio de comunión y una apuesta por la fraternidad renovada".
Comunión y fraternidad son dos palabras indispensables en la vida de la Iglesia. ¿Cómo andan, en general, los niveles de ambas en la Vida Consagrada? ¿Es necesario chequearlos de vez en cuando con una Semana de estudio y reflexión como esta?
La propuesta temática de la Semana para Institutos de Vida Consagrada no se elige al azar, más bien suele hacerse tras analizar la situación de las personas consagradas. Siendo sincero, considero que la vida consagrada hoy no puede presumir sin ambages de ser una escuela de comunión y una parábola de fraternidad. Por ello, debe pararse a reconsiderar lo que tales categorías implican, además de comprometerse a darles un nuevo contenido. A mi parecer, necesitamos repensar –actualizar– el significado de la comunión y la fraternidad, incluyendo sus exigencias básicas en el catálogo de nuestras preocupaciones apremiantes. Me atrevería a sugerir que, tanto en la concreción de los proyectos externos como en la cotidianeidad de los espacios internos, los consagrados adolecemos de falta de coherencia a la hora de hacer realidad estos dos ideales tan profundamente evangélicos.
Y, a nivel general, ¿cómo está la Iglesia católica universal de ‘comunión y fraternidad’? ¿Cómo percibe, desde esos dos parámetros, el pontificado de Francisco, donde hay obispos, sacerdotes y también religiosos que cuestionan de manera directa su magisterio?
El binomio comunión y fraternidad suele unirse en el mundo eclesial; pero, en el lenguaje común, ambos términos se miran separadamente.
Socialmente hablando, se considera que la comunión es una aspiración religiosa y un concepto teológico, mientras que la fraternidad se formula como un ideal laico. En su encíclica Fratelli Tutti, el papa Francisco ha incluido la fraternidad universal como un elemento intrínseco de la tradición cristiana y de la doctrina social de la Iglesia. Sobre este particular, hay una gran sintonía entre los miembros de la Iglesia, pues la carencia real de fraternidad encoge y sobrecoge el corazón de creyentes y no creyentes. Contemplamos a diario el imponerse de algunas «anormalidades normalizadas» como son la indiferencia ante la tragedia de quienes buscan mejores condiciones de vida, las guerras cronificadas, la inhumanidad de ciertos comportamientos o el crecimiento de la desigualdad social.
Sin embargo, la sensación de que la comunión eclesial está amenazada comienza a ser preocupante. Desgraciadamente, la temperatura de la comunión eclesial se ha convertido en los últimos años en la “comidilla” de las cabeceras de muchos medios informativos religiosos y no religiosos. Resulta doloroso y paradójico constatar que, mientras el Sínodo en curso incluye la categoría «comunión» en la tríada del contenido fundamental de la sinodalidad, en las comunidades cristianas y en sus líderes afloran actitudes y debates que parecen contradecir dicha propuesta.
¿Son síntomas de ese egocentrismo y narcisismo del que también se va a hablar en la Semana?
El marco antropológico es inexcusable en el programa de cualquier Semana de Vida Consagrada. Los psicólogos hablan sin rubor de la deriva narcisista y egocéntrica de nuestros contemporáneos, viendo en ambos fenómenos un punto de tensión entre lo relacional que nos constituye, y la tendencia individualista que ha logrado imponerse de manera callada, pero con gran fuerza. También en los proyectos comunionales y en la realidad fraterna de la vida consagrada es necesario tener en cuenta ambos aspectos.
"La vida consagrada siente hoy, en su identidad y en su misión, la llamada apremiante a intensificar la comunión interna y a seguir construyendo proyectos de fraternidad, acordes con el Evangelio"
¿Y qué síntomas preocupantes detecta usted en la Vida Consagrada que pueden acabar afectando a la comunión y a la fraternidad?
La vida consagrada siente hoy, en su identidad y en su misión, la llamada apremiante a intensificar la comunión interna y a seguir construyendo proyectos de fraternidad, acordes con el Evangelio y con los carismas particulares. Para muchas órdenes, fraternidad es el nombre habitual que dan a su lugar de vida y la comunión es el ideal al que aspiran. Hasta aquí, no hay aristas.
Dicho esto, también hay que afirmar que la persona consagrada, aunque externamente parezca algo distanciada de algunos virus sociales, nunca es inmune a las tendencias características de su ambiente. Siempre somos hijos de nuestro tiempo. Por ello, entre nosotros se experimenta la soledad y la desafección, y se sufre por el individualismo propio y ajeno; asimismo, resulta complicado hacer proyectos en común, renunciando al propio interés. No hay que olvidar tampoco que nuestras fraternidades se han hecho más complejas, interculturales e intergeneracionales, justo en el momento en que nuestras fuerzas se han debilitado a ojos vista.
¿Qué aportaciones específicas cree que puede brindar la Vida Consagrada al robustecimiento de la comunión y la fraternidad en el conjunto de la Iglesia?
Cada uno de nuestros carismas contribuye a edificar el Cuerpo de Cristo; es una aportación específica a la vida eclesial. Nuestra comunión no está para sentirnos bien o para vivir encerrados en una especie de paraíso privado, sino para perfeccionar nuestra identificación con Jesús que «pasó haciendo el bien». Nuestro ideal de fraternidad en la diversidad sigue siendo, a pesar de los pesares, un punto de referencia para muchas personas, en el campo espiritual y en la misión de la Iglesia. Más allá de nuestros defectos, somos capaces de llevar adelante proyectos grandes a favor de las personas más desfavorecidas y de los vulnerables; y todo esto depende, en gran medida, de la comunión que pretendemos representar.
Por otro lado, la vida consagrada ni se conforma con la negatividad, ni la maquilla… sigue luchando, es creativa y proactiva. Al igual que la vida consagrada está siendo muy valiente a la hora de afrontar diversas crisis, ha de serlo con cuestiones tan apremiantes como la comunión y la fraternidad.
¿Es la misión compartida un camino para estrechar precisamente esos aspectos?
Lo está siendo, como se demuestra en la gran apuesta formativa, carismática e incluso económica, que casi todas las congregaciones siguen haciendo en la misión compartida.
Más de medio siglo de las Semanas Nacionales del ITVR… ¿Qué papel juegan precisamente comunión y fraternidad en este hito académico?
Andrea Riccardi afirma que la vida consagrada es inseparable de la sociedad y las comunidades cristianas; dice también que, en su concreción fáctica, puede considerarse una especie de muestra sociológica representativa de las vivencias y las líneas de acción de la Iglesia a lo largo de los siglos, así como en una especie de reflejo de los procesos sociales característicos de cada época, según los lugares diferentes.
Suscribo esa afirmación y diría que, desde el principio, las Semanas de Vida Consagrada han intentado situarse en ese espacio intermedio: ese lugar de encuentro, donde confluyen las realidades sociales, las eclesiales y las preocupaciones de las personas consagradas. La mera celebración de la «Semana de Vida Consagrada» es pues un ejercicio de comunión y una apuesta por la fraternidad renovada.