Con motivo del premio de Ciencias Sociales de la “Princesa de Asturias” a Hélène Carrère Académicos muy católicos
"El reciente premio, de la semana pasada, el de Ciencias Sociales de la 'Princesa de Asturias' otorgado a Hélène Carrère"
"Lustiger consideró a su antecesor en la Academia, Decourtray, uno de los “descifradores” de nuestro tiempo"
Destacó Hélène Carrére la experiencia pastoral de Lustiger habiendo sido “aumônier” de estudiantes en la Sorbona en un tiempo tan especial, coincidente con los episodios del “mayo de 1968”
Destacó Hélène Carrére la experiencia pastoral de Lustiger habiendo sido “aumônier” de estudiantes en la Sorbona en un tiempo tan especial, coincidente con los episodios del “mayo de 1968”
El diario regional de Asturias La Nueva España, que, al parecer, lo sabe todo, pues sabía de mi interés por Hélène Carrère d´Encausse, Madame le Secrétaire perpétuel de l'Academie française, me pidió un artículo con ocasión de haberse concedido a tal dama ruso-francesa el Premio “Princesa de Asturias” de Ciencias Sociales, según decisión hecha pública miércoles 10 de mayo de 2023. Envié el artículo al periódico, que se publicó el domingo 14 de mayo, bajo el título: Hélène, de Rusia y Francia.
En ese artículo, en su apartado último escribí: “El 14 de marzo de 1996, el cardenal Lustiger, arzobispo de París, ingresó en la Academia, siendo respondido por Hélène Carrère, que pronunció el discurso de recepción (ambos Discursos se publicaron en Le Monde el sábado 16 de marzo de 1996). El 4 de noviembre de 1999, René Rémond, historiador y politólogo, ingresó en la Academia, siendo respondido por Hélène Carrère, que pronunció el discurso de recepción (ambos Discursos se publicaron en Le Monde el viernes 5 de noviembre de 1999). Tanto Lustiger como Rémond fueron personajes centrales del catolicismo francés contemporáneo, y esos dos discursos de recepción de Madame le secrétaire perpétuel son de una profundidad religiosa muy importantes”.
Me interesaron muchos los discursos, el del cardenal Lustiger y el de René Rémond, teniendo en cuenta que del primero no tenemos libros, nunca quiso escribirlos, dejando únicamente de entrevistas y colecciones de sus homilías y predicaciones, mientras que del segundo, historiador y politólogo e intelectual católico y consejero de obispos, Presidente del Centro católico de intelectuales franceses, tenemos libros, entre ellos el titulado Le christianisme en accusation (2000), que causó gran conmoción.
El reciente premio, de la semana pasada, el de Ciencias Sociales de la “Princesa de Asturias” otorgado a Hélène Carrère, hizo actuales los discursos académicos de Lustiger y Rémond, contestados por la Madame, dedicando hoy, la 1ª parte, al Discurso de Lustiger, y dejando para otro día, próximo, la 2ª parte, dedicada a René Rémond.
Tres cuestiones previas:
1ª): Los días 24 y 30 de agosto y 3 y 12 de septiembre de 2022, aquí, en Religión Digital, se publicaron artículos míos en los que el cardenal Lustiger fue personaje central. Haciendo caso a mi Director, José Manuel Vidal, que siempre me aconseja ser amable con las lectoras y lectores, sin maltrato por aburrimientos, nada de lo escrito el pasado año o muy poco lo repetiré ahora, en este.
2ª): Al releer el Discurso de recepción del cardenal Lustiger en la Academia francesa, una vez acaecido su fallecimiento el 5 de agosto de 2007, me emocionó el siguiente párrafo: “Privado (el cardenal Decourtray) de la palabra por un cáncer de garganta, el hombre, de feliz temperamento y cuidadoso, vivió la tragedia de la vida convirtiéndose en un sin-voz, viviendo la amenaza de la muerte”.
Mi emoción surgió al saber que Lustiger murió, precisamente de un cáncer de garganta, terrible enfermedad que destruye las cuerdas vocales, impidiendo, de primeras, eso tan extraordinario y consustancial a lo humano, que es la palabra, y luego, acaba con la vida misma. Lustiger se quedó sin voz, no pudiendo seguir haciendo lo que siempre hizo y más gustaba: predicar el Evangelio. Y si sufrió pensando en el cardenal Decourtray, ¡qué no sufriría pensando en sí mismo sin-voz! “Somos lo que hablamos” escribió Emilio Lledó en Lenguaje e Historia (2011).
3ª): Los restos del cardenal Lustiger, enterrados en la cripta de la Catedral Nôtre Dame de París, estuvieron a punto de ser chamuscados, con ocasión del voraz incendio de esa Catedral en abril de 2019, entre los días 15 y 16, por el mal funcionamiento del sistema eléctrico de parte de las campanas. Y es que el fuego a punto estuvo de no respetar la caja fúnebre con los restos del cardenal, no incinerados al ser enterrado.
I.- Discurso académico de recepción del cardenal Lustiger:
Fue pronunciado en 1996, al ocupar el sillón vacante del cardenal Decourtray, Primado de las Galias por ser arzobispo de Lyon, fallecido en 1994. Ese Discurso fue un homenaje a su “amigo y hermano”, Decourtray, también fue una meditación sobre su vida y obra. Repasó la biografía del Cardenal (sacerdote en 1947, obispo en Dijon (1971), primero auxiliar y luego titular, más tarde arzobispo de Lyón (1981-1994), donde abrió los archivos para investigar la “Época de Vichy” durante la II Guerra Mundial, cardenal en 1985 y Presidente en 1987 de la conferencia episcopal francesa (los obispos franceses impidieron, tal vez por ser judío, acceder a dicho cargo al cardenal Lustiger).
Éste hizo especial referencia a las influencias de escritores tan franceses como Charles Peguy, laico y cristiano, y a ese grupo tan destacado que fueron los escritores católicos, gloria de Francia, Bernanos, Mauriac, Claudel, y Maritain, habiendo sido estudioso, Decourtray, de los escritores de la “sospecha”, Nietzsche, Marx y Freud, aunque el verdadero alimento espiritual del alto clérigo fueron los Evangelios y la Biblia: “Es en la Santa Escritura, Biblia y Evangelio, donde Decourtray –dijo Lustiger- encontró el verdadero alimento y la matriz de su cultura”.
El nuevo académico, Aron o Jean Marie, recitó el primer terceto del Canto I de La Divina Comedia: “A mitad del camino de la vida, me halle perdido en una selva oscura porque me extravié del buen camino”, a propósito de los años “medianos” de la vida de Decourtray, “consagrados al servicio de los sacerdotes”, su preocupación eclesiológica fundamental del Ministerio ordenado. Atención de ambos, Decourtray y de Lustiger, que dijo este último en “La Coupole” en referencia al primero: “El sacerdote es una de las figuras que llevan, de manera simbólica, el destino espiritual de nuestro país”. Añadió: “El sacerdote es el servidor de la relación de los hombres con la trascendencia, desde el nacimiento a la muerte”, Y más adelante: “Penetra (Deceourtray) en la experiencia sacerdotal de la condición humana en la historia de una sociedad, cuya figura, la del sacerdote, condensa las tensiones y aspiraciones”.
Lustiger se detuvo en la naturaleza de la crisis de la sociedad, en la llamada “transvaluación” de todos los valores, con cita de la expresión nietzschiana Umwerttung aller Werte, el hundimiento de las grandes utopias, la idolatría del poder, las riquezas y el sexo, y la crisis de la cultura. Consideró a su antecesor en la Academia, Decourtray, uno de los “descifradores” de nuestro tiempo, “cuya profunda fidelidad a la fe, su amor a la Iglesia, esposa de Cristo, son la fuente y la razón de lo que aparece a los ojos de algunos como originalidad y no conformismo, con libertad de apóstol, a veces con temeridad, pero siempre con fidelidad”.
Y Lustiger concluyó su Discurso con la siguiente estrofa de Péguy que comenta la parábola del sembrador: “Peuple accointé a cette pètite espérance/ Qui jaillit partout Dans cette terre/ Et dans les mystérieux/ Dans les merveilleux, dans les très douloureux jardins des âmes/ Peuple jardinier qui as fait pousser les plus belles fleurs / De sainteté/ Par la grâce de cette petite espérance”.
II.- Discurso de recepción y respuesta de Hélène Carrère:
Hizo un relato biográfico del nuevo académico, un cardenal judío, obispo de Orleans en 1979, arzobispo de París 14 meses después y cardenal en 1983. Y un católico –señaló- que nunca dejó de ser judío –lo cual no fue fácil de entender- reconociendo en Cristo al Mesías esperado, prolongada la Biblia y con plenitud de sentido en el Nuevo Testamento, con el viejo adagio: “El Nuevo Testamento está ocultado en el antiguo y el Antiguo se hace luz en el Nuevo”. Sacerdote en 1954, después del encuentro con Dios, con Cristo, un Viernes Santo en la Catedral de Orleans, hijo de inmigrados llegados de Polonia y francés conforme al ius soli, con temerarias estancias en la década de los años treinta del pasado siglo en Alemania. Recordó Carrére que “vuestra madre (la de Lustiger) fue arrestada y murió en Auschwitz. Vuestro padre, con usted y su hermana tuvisteis que ocultaros yendo de un extremo a otro de Francia en búsqueda de seguridad”.
Destacó Hélène Carrére la experiencia pastoral de Lustiger habiendo sido “aumônier” de estudiantes en la Sorbona en un tiempo tan especial, coincidente con los episodios del “mayo de 1968” y párroco (1969) de la Iglesia parisina de Sainte Jeanne de Chantal. Y la señora académica habló de las señales del despertar de la Iglesia católica con ocasión del Concilio Vaticano II, siendo también Juan Pablo II “producto” de ese Concilio. Y un Lustiger –añadió- que siempre fue intransigente cada vez que consideró al hombre amenazado en su esencia, reafirmando sin cesar la existencia del mal y la necesidad de trazar una frontera clara entre el mal y el bien. A dicho efecto, fue fundamental –dijo- la renovación de la formación de los sacerdotes en la diócesis de París y la implantación de nuevos centros de estudios, algunos –pienso en la Escuela de Los Bernardinos, antes monjes cistercienses- muy punteros en la actualidad.
III.- Entre tanta trascendencia, un tema menor:
Mi párroco, don Maximino, que es tal cual proclama su nombre superlativo y que es tan santo como el Santo Cura de Ars, me comunicó hace horas la adjudicación a mi favor y descendencia de un nicho en el cementerio católico de Quintueles, en el municipio de Villaviciosa (Asturias). Confieso que escribí este artículo con aturdimiento, pues no sé si tal concesión mortis-causa, en la forma establecida por la Iglesia, es causa de jolgorio festivo o de flagelo con disciplinas.
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