"¿A quién atribuir hoy la responsabilidad de la muerte de Cristo?" El Poncio Pilato y la judeofobia, que "llegó a culpar a los judíos de la muerte de Dios"
"Es verosímil que los Evangelios tratasen de suavizar la responsabilidad del poderoso Imperio romano en la muerte por crucifixión, pena romana, del Cristo"
"Es verdad, acreditada por la Historia, de la existencia de una “judeofobia” en el mundo antiguo, que llegó hasta culpar a los judíos de la muerte de Dios, el deicidio, lo cual, según Taguieff, fue una invención cristiana"
"Desde la Nostra Aetate, no cabe mantener la acusación “'udeofóbica', habrá que preguntarse: ¿A quién atribuir hoy la responsabilidad de la muerte de Cristo?"
"Desde la Nostra Aetate, no cabe mantener la acusación “'udeofóbica', habrá que preguntarse: ¿A quién atribuir hoy la responsabilidad de la muerte de Cristo?"
El catecismo de la Iglesia Católica de 1992, en el importante Credo (Creo o Creemos), dice lo que es sabido y repetido, de memoria, por los fieles, que repiten rezando: “Jesucristo padeció bajo el Poder de Poncio Pilato, fue crucificado, muerto y sepultado”. Además, la llamada Semana Santa, que este año transcurrió desde domingo, el pasado día 2, al 9 de abril, desde el Domingo de Ramos al de la Resurrección, conmemoró la llamada “pasión de Cristo”, leyéndose el Viernes Santo en las iglesias el episodio de la condena a muerte de Jesucristo por el romano Pilato, prefecto de la Provincia de Judea, según narración indiscutida.
Y por escribir de P. Pilato, hay que volver a escribir de la diferencia entre lo que es Historia, relato de verdad o científico, de lo que es verosimilitud, que es una simple aproximación desde la Literatura a lo que pudo haber ocurrido. Álvaro Pombo (Discurso de ingreso en la RAE el 20 de junio de 2004) diferenció entre el pensamiento narrativo, que eso es la verosimilitud, y el pensamiento discursivo, que eso es la verdad o la Historia. Y siempre, según lo dicho por Carmen Iglesias en su Discurso de ingreso en la RAE el 30 de septiembre de 2002, utilizando ese instrumento único que es el lenguaje humano.
La cuestión se complica cuando la Historia se adjetiva de “Sagrada”, que recuerda desde cierta lejanía a la denominación de “la novela histórica”, que, en sentido estricto, ni es novela ni es historia, incluso tratándose de novelas tan históricas como Memorias de Adriano, de M. Yourcenar. Y una denominada “Historia Sagrada”, dividida, para los cristianos, en dos partes: el Antiguo y el Nuevo Testamento, doblemente discutida, pues, de una parte, está lo mítico a/histórico, de tanta sustancia en los episodios de lo religioso, y de otra parte, teniendo en cuenta el carácter instrumental de lo escrito, lo cual, más que mirar a la verdad, busca una narración apologética, un “exhortar” a seguir un comportamiento, el deseado según la voluntad divina.
Escribe Miguel Pérez Fernández, en el Capítulo II de la Historia del Cristianismo (V. Iº El mundo antiguo, Trotta, 3ª Edición de 2006), titulado Jesús de Galilea, que “en los relatos de la pasión hay unos datos incuestionables: Jesús fue crucificado en tiempos de Pilato, prefecto de Roma en Palestina. Esto es afirmado en todos los testimonios evangélicos y en las fuentes romanas”. Y de Pilato, de su verdad histórica, se sabe muy poco. Se encontró una piedra, la “piedra de Pilato”, en la que fue Cesárea Marítima, en tierra de Palestina, en el verano de 1961, considerada una autentica inscripción romana del siglo I en la que está el nombre de Poncio Pilato. Y no hay duda de que éste fue el “quinto prefecto”, término más comúnmente traducible por “gobernador” de Judea, no Procurator, desde el año 26, nombrado por Tiberio, al año 36 d. C, en el que fue relevado, siendo los cuatro anteriores gobernadores: Coponio, Ambivio, Anio Rufo y Valerio Grato, desde el año 6 hasta el 26 d C.
De Pilato escribió Filón de Alejandría, “como inflexible, voluntarioso y duro” y que menciona “su venalidad, su carácter violento, sus rapiñas, malos tratos, injurias, continuas ejecuciones sin proceso judicial, así como una incesante e insoportable crueldad”. También escribió Flavio Josefo que tachó a Pilato de corrupto. Y ambos escritores, judíos, describen desdichados episodios de Pilatos en Judea: caso del asunto de los escudos, estandartes con la efigie del Emperador, colocados primero y luego retirados, humillado Pilato; y caso de las protestas por el viaducto para mejorar el abastecimiento de agua a Jerusalén, acueducto construido bajo la sospecha de haberse costeado las obras con el dinero de las ofrendas que se guardaban en el Templo. Y el romano Tácito escribió en tiempos de Tiberio, que Cristo fue ajusticiado por Poncio Pilato. Y con tan escasas fuentes fiables, no sorprende la fabulación sobre Pilato, siendo ejemplo el libro Pilatos, biografía de un hombre inventado, escrito por la historiadora Ann Wroe, publicado en España en el año 2000 por Tusquets editores (Tiempo de Memoria).
Pilato, los Evangelios y el Imperio romano:
Empecé a sospechar de “cierta verdad” de los Evangelios, en relación al juicio ante el “Gobernador Pilato, cuando leí a André Chouraqui, en el diálogo entre él, un Sabio, y su hijo Élie, un artista, escribió en 2003 en el libro Le Sage et l´Artiste, página 115, editado por Grasset, lo siguiente: “La exégesis cristiana eliminó del relato de la Pasión el papel determinante de Roma”. Más tarde, en la Revista Claves de Razón Práctica, número 264, Mayo-Junio de 2019, Antonio Piñero, en el texto En el cristianismo primitivo casi nada es como parece, escribió: “El fruto de esa labor (empleo masivo de los métodos histórico-críticos y de otras disciplinas adyacentes, como la arqueología, la sociología, la antropología y la historia comparada de las religiones) es que la duda y el escepticismo se ha apoderado del ámbito de los resultados acerca del Nuevo Testamento en sí…”.
Y líneas después escribe Piñero: “Tenemos pruebas filológicas e históricas de que el relato de la Pasión en concreto fue compuesto para que lo presuntamente sucedido se acomodara a lo que previamente se creía que debía ser el mesías cristiano; no para relatar lo que ocurrió en realidad”. Y un Antonio Piñero, de cuya edición son los excelentes Libros del Nuevo Testamento, traducción y comentarios, 2ª edición de Trotta 2022, recordatorio de que los relatos evangélicos fueron escritos cuarenta y setenta años después tras la muerte de Cristo, probablemente en abril del año 30, y unos “evangelistas” que no fueron testigos oculares.
1º.- Dairmaid MacCulloc en Historia de la Cristiandad, editada en España por Debate, en 2011, escribe: “Casi ningún cristiano quería ser enemigo del Imperio Romano y, muy pronto, intentaron minimizar el papel de los romanos en la historia. De modo que la Pasión desplazó la culpa sobre las autoridades judías y presentó al dignatario local de la autoridad romana, un soldado tosco llamado Poncio Pilato”.
2º.- Ann Wroe en Pilatos, biografía de un hombre inventado, escribe: “Tal vez –como suponen muchos- los autores de los Evangelios inventaron un Pilatos vacilante sólo para hacer más comprensivo al juez romano y arrojar peor luz sobre los judíos. Tenían motivos para hacerlo si querían que la nueva y vulnerable religión pareciera más aceptable al Imperio. Si no podían esquivar la ejecución típicamente romana, consumada por soldados romanos, al menos podían hacer que Pilatos titubeara y desconfiara hasta que los judíos le forzaron a la condena”.
3º.- Jesús Peláez en Jesús y el Reino de Dios, trabajo incluido en el volumen Orígenes del Cristianismo, en edición de Antonio Piñeiro, ediciones El Almendro, 1991, escribe: “En relación con los responsables principales de la muerte, hay que constatar por lo menos una tendencia clara en la tradición al intentar cargar la culpa, cada vez mas sobre las autoridades judías. Según Mateo, Pilato incluso se lava las manos en señal de inocencia (Mt 27,24), y en época posterior se insinúa que éste, en el fondo creía en Jesús, pero que los judíos se habían obligado a llevar a cabo la ejecución (cf. la carta apócrifa de Pilato)”.
4º.- Rafael Aguirre, gran especialista y acreditado investigador, en su conferencia del día 6 de febrero de 2014, en su Conferencia sobre Jesús de Nazaret. Figuras del Antiguo y Nuevo Testamento, dijo:
“En los relatos evangélicos hay dos tendencias que se explican por la situación en que se encontraban las comunidades (de los respectivos evangelistas) después del año setenta d. C. de las que proceden los Evangelios:
“A) La primera, dirigida a amortiguar el conflicto de Jesús con el Imperio, disminuir la responsabilidad de Pilato, no pueden ocultar la cruz (el patíbulo romano), pero intentan que disminuya la responsabilidad de Pilato, porque son comunidades que quieren evitar la persecución, no quieren parecer como hostiles al Poder Romano, quieren poder subsistir; más aún, quieren poder extenderse. B) La segunda tendencia acentúa el conflicto con la oligarquía sacerdotal y la lucha de dioses que se dio en la vida de Jesús, entre el dios en cuyo nombre le matan y el dios por cuya causa Jesús muere. La cruz no es producto de un malentendido como a veces han dicho algunos teólogos ni adviene casualmente. Es el resultado de un conflicto que atraviesa toda la vida de Jesús”.
Parece llamativo y sorprendente que Giovani Papini en El Cesar de la Crucifixión se haga eco de las llamativas y sorprendentes afirmaciones de Tertuliano (Apologeticum), Eusebio de Cesárea y Orosio, sobre Tiberio, que lo consideraron dispuesto a reconocer la divinidad de Cristo y prohibir que fuesen perseguidos sus secuaces, frente a Tácito y Suetonio que atribuyeron a Tiberio la comisión de los peores delitos. Y llama la atención que esos tres autores cristianos estuviesen tan empeñados en “limpiar” la imagen del emperador Tiberio, tan arbitrario y de “depravaciones sexuales y vicios prohibidos” en la Isla de Capri.
Llama también la atención lo escrito por Joseph Ratzinger en su libro Jesús de Nazaret, desde la Entrada en Jerusalén hasta la Resurrección, editado en España por Encuentro, en 2011, en el que escribió: “A menudo se dice que los Evangelios, siguiendo una tendencia pro romana por motivos políticos, lo habrían presentado cada vez más positivamente, cargando progresivamente la responsabilidad de la muerte sobre los judíos. Sin embargo, en la situación histórica de los evangelistas no habría razón alguna a favor de esa tendencia”. Todo lo cual es muy discutible y acaso justificable este párrafo escrito por un Papa.
La indiscutible judeofobia de los cristianos:
Es verosímil que los Evangelios tratasen de suavizar la responsabilidad del poderoso Imperio romano en la muerte por crucifixión, pena romana, del Cristo; pero es verdad, acreditada por la Historia, de la existencia de una “judeofobia” en el mundo antiguo, que llegó hasta culpar a los judíos de la muerte de Dios, el deicidio, lo cual, según Taguieff, fue una invención cristiana (“novedad absoluta, en el antijudaísmo teológico-religioso de la Iglesia constituido entre el siglo II y el IV de nuestra era”, “!pueblo judío condenado por su “crimen” y por lo mismo “diabolizado”. Es natural “cargar” contra los judíos, sin dejar de reconocer que la muerte por crucifixión, por ser de los romanos y no de los judíos el ius Gladii, fue sentencia y decisión de Roma.
Es interesante lo que figura en el número 596 del Catecismo de la Iglesia Católica: “El Sanedrín declaró a Jesús “reo de muerte” como blasfemo, pero, habiendo perdido el derecho a condenar a muerte a nadie, entregó a Jesús a los romanos acusándole de revuelta política lo que pondría en paralelo con Barrabás acusado de sedición”. Es sabido, lo que se reitera, de que la condena final a Jesús fue asunto de Roma, aunque siempre a instigación de las autoridades judías, de los “pérfidos” judíos como es manifiesta en los cuatro Evangelios, remitiendo a los magníficos comentarios de Piñero.
Y así hasta el Concilio Vaticano II:
En Nostra Aetate, Declaración conciliar del año 1965, se dice: “Lo que se perpetro en su pasión no puede ser imputado indistintamente a todos los judíos que vivían entonces ni a los judíos de hoy…No se ha de señalar a los judíos como reprobados por Dios y malditos como si tal cosa se dedujera de la sagrada Escritura”.
Y si en la Historia de la Iglesia se trató, para quedar a bien con Roma y conseguir unos beneficios político-teológicos, de “diluir” la responsabilidad del poderoso Imperio en la muerte por crucifixión de Cristo, y si posterior y consiguientemente, se trasladó a los judíos toda la responsabilidad, y si ahora, desde la Nostra Aetate, no cabe mantener la acusación “judeofóbica”, habrá que preguntarse: ¿A quién atribuir hoy la responsabilidad de la muerte de Cristo?
La respuesta está en el Catecismo de la Iglesia católica, en los números 598 y 601:
I.- “Debemos considerar como culpables de esta horrible falta a los que continúan recayendo en sus pecados. Ya que son nuestras acciones las que han hecho sufrir a Nuestro Señor Jesucristo el suplicio de la cruz, sin ninguna duda los que se sumergen en los desórdenes y en el mal crucifican por su parte de nuevo al Hijo de Dios y lo exponen a pública infamia”…Y es necesario reconocer que nuestro crimen en este caso es mayor que el de los judíos” (598).
II.- “Cristo ha muerto por nuestros pecados según las Escrituras” (601).
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