Leprosos

Pues sí, yo soy leproso también.

La gente me retira el saludo y la mirada

asustados por mis heridas, mis pecados y mis ruinas.

Desde lejos me tiran piedras

y crueles comentarios de anónimos haters.

Recuerdo mi pasado feliz y mis victorias

que se vuelven polvo y ceniza entre los dedos

y miro el futuro con miedo

de qué será de mí...

Pero en esta tarde Él ha llegado y me ha mirado.

No ha apartado la vista ni arrugó la nariz

ante mis evidentes calamidades.

Me ha mirado despacio con un cariño inmenso,

sus ojos en los míos y ya no existe nada.

Tan solo esa mirada de perdón y de paz me habría bastado,

pero El siguió adelante,

como sorprendente explosión de amor indescriptible.

Y me tocó.

Yo que estaba maldito, impuro, sediento de caricias

en una noche fría y solitaria,

Él me toco.

Porque Jesús es así, todos lo saben.

Jesús no es un estreñido emocional

severo y estirado, como algún eclesiástico...

Jesús abraza a niños, le acarician los pies las pecadoras,

le abrazan Magdalenas que le descubren vivo,

toca los ojos de los ciegos con saliva y con barro.

Jesús me tocó, mi carne y almas muertas y tristes.

Y me curó.

Me volví de nuevo como la piel de un niño,

libre, blanco, puro, querido.

Porque el hace nuevas a todas las cosas

y a todas las personas.

No juzga, no castiga, no hiere, no maldice.

El es el Amor puro con la cara traviesa

y el corazón de joven

que da todo por sus amigos.

Ahora levanto la cabeza

y me dedico a abrazar a los leprosos,

devolverles la dignidad perdida, 

las ganas de vivir.

Todos somos leprosos. Todos.

Pero hoy Jesús viene a tu vida.

Te mirará.

Te tocará.

Y estarás curado.

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