Leprosos
| toño casado
Pues sí, yo soy leproso también.
La gente me retira el saludo y la mirada
asustados por mis heridas, mis pecados y mis ruinas.
Desde lejos me tiran piedras
y crueles comentarios de anónimos haters.
Recuerdo mi pasado feliz y mis victorias
que se vuelven polvo y ceniza entre los dedos
y miro el futuro con miedo
de qué será de mí...
Pero en esta tarde Él ha llegado y me ha mirado.
No ha apartado la vista ni arrugó la nariz
ante mis evidentes calamidades.
Me ha mirado despacio con un cariño inmenso,
sus ojos en los míos y ya no existe nada.
Tan solo esa mirada de perdón y de paz me habría bastado,
pero El siguió adelante,
como sorprendente explosión de amor indescriptible.
Y me tocó.
Yo que estaba maldito, impuro, sediento de caricias
en una noche fría y solitaria,
Él me toco.
Porque Jesús es así, todos lo saben.
Jesús no es un estreñido emocional
severo y estirado, como algún eclesiástico...
Jesús abraza a niños, le acarician los pies las pecadoras,
le abrazan Magdalenas que le descubren vivo,
toca los ojos de los ciegos con saliva y con barro.
Jesús me tocó, mi carne y almas muertas y tristes.
Y me curó.
Me volví de nuevo como la piel de un niño,
libre, blanco, puro, querido.
Porque el hace nuevas a todas las cosas
y a todas las personas.
No juzga, no castiga, no hiere, no maldice.
El es el Amor puro con la cara traviesa
y el corazón de joven
que da todo por sus amigos.
Ahora levanto la cabeza
y me dedico a abrazar a los leprosos,
devolverles la dignidad perdida,
las ganas de vivir.
Todos somos leprosos. Todos.
Pero hoy Jesús viene a tu vida.
Te mirará.
Te tocará.
Y estarás curado.