El decano de Derecho Canónico de la UPSA publica 'Manual para párrocos', en Ediciones Sígueme José San José Prisco: "El párroco está llamado a ser un líder, pero un líder peculiar"
"Una Iglesia sinodal no puede prescindir de la voz de los párrocos, de sus experiencias y su contribución, porque al fin y al cabo son los que están en contacto directo con la gente"
"El párroco está llamado a ser un líder, pero un líder peculiar. Imagine un liderazgo al estilo del evangelio, cuya esencia misma radica en servir a la gente, desprovisto de toda pretensión de dominio o tiranía"
"Soy testigo de que la mayoría de los párrocos se toman su misión muy en serio y hacen lo que mejor pueden y saben, con gran disponibilidad y entrega"
"En el libro recojo, curiosamente, la aplicación práctica de Fiducia supplicans en la página 325, que recuerda la fecha del Concilio de Nicea, del que el año próximo celebraremos 1700 años, donde los grandes desacuerdos iniciales entre los obispos concluyeron, tras intensos debates, con un consenso sobre lo fundamental, siempre obra del Espíritu Santo. Algo debemos aprender también hoy de esa experiencia"
"Soy testigo de que la mayoría de los párrocos se toman su misión muy en serio y hacen lo que mejor pueden y saben, con gran disponibilidad y entrega"
"En el libro recojo, curiosamente, la aplicación práctica de Fiducia supplicans en la página 325, que recuerda la fecha del Concilio de Nicea, del que el año próximo celebraremos 1700 años, donde los grandes desacuerdos iniciales entre los obispos concluyeron, tras intensos debates, con un consenso sobre lo fundamental, siempre obra del Espíritu Santo. Algo debemos aprender también hoy de esa experiencia"
En vísperas del encuentro mundial convocado por el Papa ve la luz 'Manual para párrocos' (Ediciones Sígueme), el nuevo libro de José San José Prisco, donde el catedrático de la Facultad de Derecho Canónico de la Universidad Pontificia de Salamanca y decano de la misma, ofrece respuestas a muchas inquietudes pastorales que le han planteado los curas y que demandan una respuesta canónica.
Pero, en realidad, el manual de este sacerdote operario, nombrado por el Papa experto para el Sínodo sobre la Sinodalidad, es mucho más que eso, pues aborda desde el perfil idóneo del párroco -"capacidad de escuchar y dialogar; la disposición para debatir, negociar, argumentar y razonar; la capacidad de empatizar; la asertividad o la capacidad de asumir las propias responsabilidades y de comprometerse"- hasta la defensa de la parroquia como estructura básica, pero necesitada de un conversión profunda que pasa también por una profunda reconversión, también sinodal, porque "si el corazón de los párrocos no está sintonizado con la dinámica del camino sinodal, difícilmente lo estará la parroquia".
El papa Francisco ha convocado un encuentro mundial de párrocos en Roma del 28 de abril al 2 de mayo. ¿A qué cree que se debe?
El encuentro es la respuesta a una petición realizada de viva voz en la Asamblea sinodal el pasado mes de octubre, cuando uno de los participantes puso de manifiesto su sorpresa al ver que era –creo recordar bien– el único párroco en activo entre todos los presentes en la sala. De hecho, el informe de síntesis señala la necesidad de desarrollar vías para una participación más activa de diáconos, sacerdotes y obispos en el proceso sinodal durante este año de cara a la asamblea del próximo octubre.
Y pienso que esta ha sido la fórmula para que, con método también sinodal, los párrocos participen activamente en mesas de intercambio de buenas prácticas, talleres de propuestas pastorales, diálogo con expertos, celebraciones litúrgicas… y ofrezcan sus aportaciones al Sínodo. Y es que, como dice el mismo documento de síntesis, una Iglesia sinodal no puede prescindir de la voz de los párrocos, de sus experiencias y su contribución, porque al fin y al cabo son los que están en contacto directo con la gente.
¿Necesitan las parroquias y, por tanto, los párrocos, una transfusión de sinodalidad?
Creo que ese es el propósito del encuentro de párrocos en Roma. Una Iglesia constitutivamente sinodal tiene que entrar en la dinámica de la corresponsabilidad desde la base. Las parroquias son la estructura esencial de la acción evangelizadora de las diócesis. Los párrocos, sus primeros responsables. Si el corazón de los párrocos no está sintonizado con la dinámica del camino sinodal, difícilmente lo estará la parroquia. Porque la sinodalidad no es una entelequia, sino un modo concreto de vivir y de actuar, que implica una conversión del corazón, un abandono de viejas prácticas que corresponden a un modelo de Iglesia ya superado.
Y esta conversión pastoral no sólo afecta a los que conducen las comunidades, sino que debe alcanzar a los miembros de esas comunidades, que no pueden conformarse con ser meros sujetos pasivos de la acción del párroco, sino que deben convertirse en verdaderos agentes activos y corresponsables en la misión. Es el lema del Sínodo: “comunión, participación y misión”. También entre muchos de nuestros laicos es necesaria una transfusión de sinodalidad. El clericalismo no es un privilegio de los curas.
¿Una parroquia, en buena medida, es también su párroco? Si esto es así, ¿qué parroquias tenemos hoy en España?
Sería un poco atrevido responder a una pregunta que precisa de un conocimiento mayor del que yo tengo de la realidad de la Iglesia española. Es cierto que, por mi dedicación a la docencia y la investigación en la universidad, tengo contacto con muchas diócesis y con no pocos párrocos que narran muchas experiencias de diversa índole y que a veces solicitan respuestas, desde el derecho canónico, a problemas pastorales que van surgiendo.
Muchas de esas inquietudes están recogidas en Manual para párrocos. Además de mi trabajo en la universidad, los fines de semana echo una mano en algunas parroquias de mi diócesis, lo que me permite conocer la realidad más de cerca. Lo que se percibe evidentemente es que hay grandes diferencias entre unos lugares y otros, entre parroquias urbanas y rurales, entre urbanas del centro y de las periferias, en zonas de concentración de población o despobladas… Hay párrocos que trabajan muy bien, que cuentan con la colaboración de agentes pastorales, que acompañan comunidades vivas donde se desarrolla una amplia oferta de evangelización. Pero en otros casos, la necesidad de atender núcleos pequeños, envejecidos y dispersos hace que la acción del párroco se centre principalmente en celebrar misas los fines de semana, muchas veces sobrepasando el límite de lo razonable.
"Soy testigo de que la mayoría de los párrocos se toman su misión muy en serio y hacen lo que mejor pueden y saben, con gran disponibilidad y entrega"
En cualquier caso, soy testigo de que la mayoría de los párrocos se toman su misión muy en serio y hacen lo que mejor pueden y saben, con gran disponibilidad y entrega. Hay camino por andar para que la parroquia sea un engranaje bien engrasado en esta Iglesia llamada a caminar sinodalmente. Hay que dar gracias a Dios porque no son pocos los párrocos que están dispuestos a tirar del carro y, aunque es posible que otros no estén en la misma línea o que incluso se manifiesten contrarios, no es motivo para la desilusión sino para seguir trabajando con más intensidad todavía para que otros se sigan sumando.
Apunta usted en su libro un cierto perfil de párroco. ¿Cuál sería? ¿Es muy diferente del de décadas pasadas?
El párroco está llamado a ser un líder, pero un líder peculiar. Imagine un liderazgo al estilo del evangelio, cuya esencia misma radica en servir a la gente, desprovisto de toda pretensión de dominio o tiranía; un servicio que emana de un corazón generoso, siendo ejemplo para todos; un liderazgo que fomenta la colaboración y el trabajo en equipo, pero que al mismo tiempo valora a cada individuo de manera única, reconociendo y apreciando las contribuciones de todos, y construyendo relaciones de confianza sólidas.
Es un liderazgo que encarna la esencia misma de la “caridad pastoral” que es la que debe mover siempre a un párroco, que sabe que ha sido ordenado para ser administrador, y no dueño, de los misterios del Señor en el servicio al pueblo de Dios; un liderazgo que esté en consonancia con la Iglesia entendida desde el camino sinodal en el que estamos inmersos.
Para este tipo de liderazgo es necesario contar con ciertas habilidades comunicativas para poder favorecer las relaciones interpersonales, como la capacidad de escuchar y dialogar; la disposición para debatir, negociar, argumentar y razonar; la capacidad de empatizar; la asertividad o la capacidad de asumir las propias responsabilidades y de comprometerse. Y también una gran dosis lo que llamamos “resiliencia”, ese don humano que nos permite enfrentar situaciones críticas con flexibilidad, superándolas y emergiendo de ellas fortalecidos. En el contexto actual, esta habilidad es más relevante que nunca, ya que, en el desempeño de su misión, el párroco se enfrenta a una serie de desafíos, sociales y eclesiales, que precisan una especial consistencia humana y espiritual.
¿Necesita también la parroquia esa conversión misionera de la que habla el papa Francisco? Y si es así, ¿en qué debería consistir según usted?
No me cabe ninguna duda. En el contexto actual, la misión de la parroquia no puede simplemente centrarse en mantener la fe de los católicos más o menos practicantes y acompañarlos en sus deberes cristianos. Más bien, debe abordarse una evangelización “misionera” en el sentido más amplio de la palabra. Es imperativo llevar a cabo una renovación misionera para que la parroquia redescubra su dinamismo y creatividad, evitando encerrarse en sí misma enfocada exclusivamente en la supervivencia y el mantenimiento.
Es imperativo llevar a cabo una renovación misionera para que la parroquia redescubra su dinamismo y creatividad, evitando encerrarse en sí misma enfocada exclusivamente en la supervivencia y el mantenimiento
Y en esta conversión pastoral hacia una parroquia misionera todos los bautizados tienen que sentirse protagonistas de la misión: los sacerdotes, los diáconos, los consagrados y los laicos. La Iglesia, enviada con el mandato de evangelizar, necesita revitalizarse para llevar el Evangelio de manera más efectiva a aquellos que aún no lo conocen, debe salir al encuentro de los hombres y mujeres de nuestro tiempo.
Esto implica testimoniar en medio del mundo que hoy también es posible vivir la existencia humana de manera hermosa, buena y justa según el Evangelio, brindar apoyo y acompañamiento a los creyentes que se encuentran débiles o desorientados, asistir a aquellos que se alejan para que inicien nuevamente un camino de conversión que los reconduzca hacia la fe, dialogar con quienes no creen desde sus preocupaciones y aspiraciones, y trabajar arduamente para hacer que los valores del Evangelio estén presentes y sean efectivos en la sociedad
¿Es una excesiva ‘sacramentalización’ la arterioesclerosis de la parroquia actual?
Es innegable que las celebraciones de sacramentos y sacramentales representan un tesoro insustituible para nutrir la fe de la comunidad. Son más que simples ceremonias; constituyen momentos sagrados que pueden servir como puertas de entrada a la comunidad, capitalizando la búsqueda espiritual que surge en ocasiones clave de la vida de las personas. Estas celebraciones, bien preparadas y ejecutadas, tienen que ir más allá de lo mecánico: cada detalle (desde una cálida bienvenida hasta los gestos y los signos, desde el cuidado del lenguaje y la profundidad de la homilía hasta la emotividad de la música), debe estar diseñado para tocar el corazón de los presentes y despertar la fe dormida en aquellos que la viven débilmente.
La liturgia es un testimonio vivo de la belleza y fuerza del Evangelio, pero no es el único. Es cierto que ocupa gran parte de la vida de los sacerdotes, máxime en situaciones de verdadera escasez de vocaciones o de gran dispersión de la población, pero no es la única pastoral y de centrarse exclusivamente en ella la parroquia languidecería. También el testimonio de servicio a los necesitados es lugar privilegiado de evangelización, mostrando al mundo, creyentes y no creyentes, la fuerza del amor que viene de Dios.
Como lo son las manifestaciones de religiosidad popular, convenientemente orientadas y armonizadas con la celebración litúrgica. O una catequesis adecuadamente organizada, con atención prioritaria a la formación de los catequistas y a la implicación de las familias. O la creación de un verdadero “atrio de los gentiles” donde se establezca el necesario diálogo con la cultura que pueda ser atractivo para los alejados… Se trata, como le gusta decir al Papa Francisco, de abrir las puertas y salir hacia afuera.
Durante la pandemia cerraron las parroquias físicas y abrieron algunas virtuales. ¿El futuro va por ahí, cuando se refiere usted a una mayor creatividad en las parroquias y a “otras acciones del anuncio de la Palabra”?
La era digital ha irrumpido con fuerza en todos los aspectos de la vida, incluso en el ámbito pastoral. En parroquias de todo el mundo, se transmite regularmente en vivo la misa a través de las redes sociales, permitiendo que aquellos fieles que no pueden asistir físicamente al templo aún puedan mantenerse conectados con su comunidad de fe, aunque sea de manera virtual. Yo mismo lo hago. Pero eso no es todo, también se han desplegado numerosas iniciativas evangelizadoras y programas de formación, aprovechando al máximo las herramientas que ofrecen las plataformas digitales.
El uso de las redes sociales se ha convertido en un recurso indispensable sobre todo entre los más jóvenes, ya que es accesible, fácil de usar y económico: solo se necesita un teléfono móvil y conexión a internet para participar activamente en la que podríamos llamar “vida espiritual en línea”. Todo esto es una oportunidad para ampliar la acción evangelizadora de la parroquia.
Sin embargo, creo que es crucial resaltar dos ideas fundamentales para evitar peligros: en primer lugar, recordar que la realidad sacramental no puede reducirse simplemente a una experiencia virtual; y, en segundo lugar, subrayar que la celebración en la Iglesia es un acto comunitario e interpersonal, donde la interacción física, la presencia real entre los miembros, es esencial. Siguiendo estos principios, es evidente que las celebraciones en línea siempre tendrán un papel secundario, aunque puedan ser particularmente útiles en ciertos contextos e incluso necesarias en otros. Sin embargo, nunca podrán reemplazar completamente la experiencia ordinaria de la celebración presencial, la cual verdaderamente refleja la naturaleza del sacramento como un evento salvífico para el individuo en el presente, aquí y ahora.
El Papa, lo creemos como católicos, es el pastor supremo de la Iglesia. No hay motivo para desearle nada que no sea la salud y la fortaleza para gobernar la Iglesia con la ayuda del Espíritu Santo. Francamente, no me parece acertado hacer bromas al respecto
Hay algunas experiencias, en este sentido, de sacristías virtuales en YouTube donde se reza para que se muera el Papa. ¿Dice algo al respecto su manual? Eso, ¿es más de pastoral o de derecho canónico?
Por fortuna esas “sacristías virtuales”, como usted las denomina, no son objeto de mi interés en el libro. Pero ya que me lo pregunta, me gustaría señalar que la libertad de expresión, tan protegida y consolidada en la vida pública, es también un derecho dentro de la Iglesia, como lo afirma el canon 212. Por tanto, es bueno escuchar todas las voces, también las que nos parecen más disonantes. Si no lo hacemos, corremos el riesgo de encerrarnos en nuestras propias convicciones y seguridades.
No obstante, el mismo canon dice que siempre se ha de salvar la integridad de la fe y de las costumbres y guardar reverencia a los pastores. El Papa, lo creemos como católicos, es el pastor supremo de la Iglesia. No hay motivo para desearle nada que no sea la salud y la fortaleza para gobernar la Iglesia con la ayuda del Espíritu Santo. Francamente, no me parece acertado hacer bromas al respecto.
Entendida la parroquia como comunidad, ¿qué hacemos con las menguantes y aisladas parroquias de la España vacía?
Efectivamente, al reflexionar sobre el verdadero significado de la parroquia como comunidad de fieles, nos encontramos cuestionándonos la autenticidad de muchas de nuestras parroquias, que se caracterizan por el escaso número de fieles y por su población mayoritariamente envejecida. En estas pequeñas comunidades, la falta de diversidad generacional y vocacional se hace evidente, y la práctica pastoral integral resulta en la práctica imposible, limitándose a la celebración semanal de la misa (en el mejor de los casos), al acompañamiento de enfermos o a la celebración de funerales.
Si bien es cierto que los fieles tienen derecho a la atención de su pastor, por más reducida que sea la comunidad, esto no implica necesariamente mantener como parroquias en el sentido jurídico tradicional comunidades que ya no lo son, porque conlleva una carga administrativa que resulta innecesaria y gravosa para el párroco. Es hora de repensar y adaptar nuestras estructuras para que realmente respondan a las necesidades espirituales y comunitarias de nuestra gente.
Como he manifestado en otras ocasiones, urge dejar de identificar templos con parroquias. No cabe otra solución que la agrupación de parroquias en unidades pastorales, suprimiendo canónicamente las parroquias que realmente ya no lo son, y creando equipos de atención pastoral donde se integren diáconos permanentes, laicos y consagrados que cooperen corresponsablemente con el párroco en la misión pastoral.
Muchas crisis sacerdotales tienen su origen en situaciones de aislamiento y de falta de apoyo humano, de falta de perspectivas de futuro, lo que provoca en los sacerdotes sentimientos de fracaso y frustración a veces insuperables. Creo sinceramente que la fraternidad presbiteral es el mejor “apagafuegos” de estas crisis
¿Por qué se ‘queman’ los párrocos? ¿Algún consejo en su manual?
Existen desafíos reales que los párrocos enfrentan diariamente (como el agotamiento por el activismo constante, la presión de un voluntarismo excesivo, la sensación de abandono o soledad, el enfoque burocrático del ministerio y los momentos de desilusión, depresión o rebeldía) y que podrían tener, al menos en su origen, una causa común que radica en el entorno en el que el sacerdote se encuentra y cómo lo experimenta internamente en su misión compartida.
Identificar estas variables que influyen en el proceso, tanto a nivel personal como institucional, nos permite trazar estrategias para abordar los problemas antes de que se vuelvan demasiado difíciles o imposibles de resolver. Es un tema muy complejo. No es el momento ahora para hacer un análisis detallado, pero sí puedo remitirle al que hice en la segunda parte del libro Sacerdotes rotos, del obispo francés Mons. Daucourt, editado por Sígueme el año pasado, donde doy cuenta de las causas más comunes del denominado “burnout”, o síndrome de desgaste profesional.
Urge, en todo caso, crear verdaderos equipos sacerdotales que trabajen en espíritu de comunión. Muchas crisis sacerdotales tienen su origen en situaciones de aislamiento y de falta de apoyo humano, de falta de perspectivas de futuro, lo que provoca en los sacerdotes sentimientos de fracaso y frustración a veces insuperables. Creo sinceramente que la fraternidad presbiteral es el mejor “apagafuegos” de estas crisis.
Habla también el manual de las bendiciones. ¿Le ha dado tiempo a añadir la doctrina emanada de Fiducia supplicans? ¿Qué le parece esta nota doctrinal? ¿Complica o facilita la labor a los párrocos en un tema de creciente interés para un determinado número de fieles y en determinadas casuísticas? Lo digo porque hay obispos que han pedido que no se aplique…
El párroco es un servidor del Evangelio y tiene que hacer llegar el mensaje de esperanza a todos. Las bendiciones espontáneas son un gesto de esa Iglesia que no desea excluir a nadie, que acoge. Ningún padre se niega a bendecir a un hijo, por muy desastre que sea, porque confía en que Dios, que no repudia a ninguno de sus hijos, le ayudará. No sabemos los caminos que Dios tiene para atraer y convertir el corazón de las personas. Pero sí tenemos medios para acercar a las personas a la Fuente de la misericordia.
Sería una grave irresponsabilidad no usarlos. En el libro recojo, curiosamente, la aplicación práctica de Fiducia supplicans en la página 325, que recuerda la fecha del Concilio de Nicea, del que el año próximo celebraremos 1700 años, donde los grandes desacuerdos iniciales entre los obispos concluyeron, tras intensos debates, con un consenso sobre lo fundamental, siempre obra del Espíritu Santo. Algo debemos aprender también hoy de esa experiencia.