"Es tiempo de separar lo que es necesario de lo que no lo es" Cardenal Baltazar Porras: "Hay que despertar, dejar los miedos y volver nuestra mirada y corazón al Señor"

Esperanza y Fe
Esperanza y Fe

"Estamos a las puertas de una Semana Santa muy particular. La pandemia del coronavirus nos ha sorprendido y obligado a acatar una cuarentena ni buscada ni querida"

"La conversión, palabra enojosa, es la tarea de este tiempo y de la Semana mayor"

"La 'ausencia de lo usual' nos lleva a darnos cuenta de lo importante que es la nostalgia y necesidad de lo realmente valioso"

"Escudriñemos en el sentido trascendente de vivir estos días, tal vez, con mayor ímpetu y fe, para que alumbre el camino del futuro cercano, cuando volvamos "a la normalidad", que exigirá repensar y reprogramar casi todo"

"En ausencia de prebíteros, la variedad de expresiones de fe popular que he encontrado en los pueblos llaneros y en las montañas andinas nos dan refencias de dónde mirar, recrear y actualizar nuestra fe y nuestra esperanza"

"Celebramos la Semana Santa de una manera verdaderamente inusual, que manifiesta y resume el mensaje del Evangelio, el del amor ilimitado de Dios. Y en el silencio de nuestras ciudades, resonará el Evangelio de Pascua"

Estamos a las puertas de una Semana Santa muy particular. La pandemia del coronavirus nos ha sorprendido y obligado a acatar una cuarentena ni buscada ni querida. Es un parón en seco que trastorna los parámetros con los que medimos casi todo. Es tiempo de separar lo que es necesario de lo que no lo es. La incertidumbre y el miedo se apoderan de las instituciones y de las personas. Todo se ha oscurecido, un silencio que ensordece y un vacío desolador que paraliza todo a su paso. Nos encontramos asustados y perdidos (Papa Francisco).

Nos resistimos a aceptar la fragilidad de la existencia. Creíamos que éramos invencibles y estamos arropados por un enemigo invisible pero real que pasa como el ángel exterminador, segando vidas y creando confusión. El aislamiento en el que normalmente vivíamos, nos hacía felices porque entre rejas y portones custodiábamos la intimidad y los bienes acumulados. Ahora, percibimos que sin los otros, no podemos sobrevivir. Las crisis hay que asumirlas con racionalidad, coraje y un mínimo de solidaridad que potencie las mejores virtudes del ser humano: la ayuda mutua.

“La tempestad, -la pandemia-, desenmascara nuestra vulnerabilidad y deja al descubierto esas falas y superfluas seguridades con las que habíamos construido nuestras agendas, nuestros proyectos, rutinas y prioridades. Nos muestra cómo habíamos dejado dormido y abandonado lo que alimenta, sostiene y da fuerza a nuestra vida”. Ahora hay que despertar, dejar los miedos y volver nuestra mirada y corazón al Señor. La conversión, palabra enojosa, es la tarea de este tiempo y de la Semana mayor. La fuerza del Espíritu invita a levantar la mirada para seguir a Jesús en su entrega generosa para darnos vida. Pasión y muerte es camino de vida y resurrección. Llamada urgente a cambiar, renovar, trillar nuevos senderos para que brille la vida plena de todos.

Algo más nos desasosiega en estos días. Vivir la semana mayor en casa, sin participar en las tradiciones que tanto nos atraen. La bendición de los ramos, las procesiones del Nazareno, el pago de promesas vestidos de morado, la visita a los monumentos, la bendición del agua, los viacrucis y tantas otras devociones que aprendimos de niño, y aunque con frecuencia nos olvidamos de Dios, cuando nos ahogamos levantamos la mirada. El sabio dicho popular lo retrata: nos acordamos de Santa Bárbara cuando truena.

Gracias a la presencia de tanta gente que arriesga mucho, nos sentimos acogidos por amigos invisibles, vistos como salvadores y decisivos para sobrevivir: “médicos, enfermeros y enfermeras, encargados de reponer los productos en los supermercados, limpiadoras, cuidadoras, transportistas, fuerzas de seguridad, voluntarios, sacerdotes, religiosas y tantos pero tantos otros que comprendieron que nadie se salva solo”.

Se suma a lo anterior el que se nos invita a celebrar la semana santa “en casa”. No lo veamos como una imposición absurda. No es lo ordinario, pero sí, una ocasión para vivirla con pasión y con la convicción de encontrarnos como los judíos en la noche en que abandonaban la esclavitud rumbo a la tierra prometida. Que nuestros mayores se conviertan en los celebradores familiares, no tiene nada de raro. Acaso, muchos no aprendimos a rezar en el regazo de nuestras abuelas, rodeados de los de casa, con la alegría de sentirnos queridos aunque a veces nos resultara un tanto aburrido repetir avemarías o jaculatorias. Aprovechemos los subsidios que prepararon nuestros seminaristas y diagramaron con ilusión los muchachos de la pastoral juvenil para que el calor del hogar sea la luz que alumbre el oscuro sendero de la vida y llene los espíritus de la fuerza que nos llega de lo alto.

Dios y Señor de la vida, “pon tu música en mí mientras atravieso el desierto del ruido. Que el destello de tu Amor bese las cumbres de mis pensamientos y se detenga en el valle de la vida, donde madura la cosecha” (Rabindranath Tagore).

Pon tu música en mí

A las puertas de iniciar una semana santa “inédita”, “inusual”, no es para estar perplejos o indecisos. Es una oportunidad para valorar más y mejor lo que significa ”la ausencia de lo usual”, que nos lleva a darnos cuenta de lo importante que es la nostalgia y necesidad de lo realmente valioso. El Papa Francisco en la tarde del Viernes de Concilio, ha querido "entrar” en el hogar de todos, en un momento difícil para expresar su cercanía y afecto. Escudriñemos en el sentido trascendente de vivir estos días, tal vez, con mayor ímpetu y fe, para que alumbre el camino del futuro cercano, cuando volvamos “a la normalidad”, que no debe ser tal, pues exigirá repensar y reprogramar casi todo, para que la lección sea provechosa.

El espíritu misionero y la creatividad de muchos creyentes nos ha regalado una serie de subsidios para que vivamos la semana santa en casa. Son muchas y variadas las iniciativas que a través de las redes están llegando. Bendito sea Dios. Sin embargo, es bueno hacer memoria.

Los momentos difíciles, la ausencia de presbíteros para la eucaristía, las trabas a causa de fenómenos naturales o de los obstáculos que pone la sociedad, han sido pan nuestro a lo largo de la historia. Nuestros mayores, pensemos en el lejano oriente donde la fe cristiana se mantuvo por siglos gracias a la trasmisión del evangelio en el hogar, al calor de las familias, en la ayuda mutua de comunidades que se comportaron como la buena semilla que dio fruto abundante porque fue regada por la gracia divina que, misericordiosamente, anima y consuela a quienes se conservaron fieles a lo que un día sembraron misioneros intrépidos.

Religiosidad popular en Venezuela

No hay que ir muy lejos. La fe en la Venezuela decimonónica, milagrosamente se mantuvo y creció en ausencia de sacerdotes y misioneros. Sólo en algunas de nuestras ciudades y pueblos, a diario o esporádicamente, se contó con algún sacerdote que podía celebrar los sacramentos. La evangelización, la catequesis, las lecturas devocionales, porque el manejo de la Biblia no estaba tan difundido como ahora, quedó en manos de la feligresía. Mamás catequistas, rezanderas/os que presidían celebraciones, en el bautismo -“echar el agua”- o en los velorios y aniversarios de difuntos. Hombres cofrades que se encargaron de mantener viva las tradiciones procesionales con rezos, cantos apropiados, cuido y mantenimiento de los templos. Los pesebres o nacimientos, los aguinaldos, las semanas santas, las fiestas patronales, las actividades comunitarias para pedir lluvia, ausencia de plagas, buenas cosechas, y tantas otras, son “el milagro” que “en estos dos milenios de cristianismo, innumerable cantidad de pueblos han recibido la gracia de la fe, la han hecho florecer en su vida cotidiana y la han trasmitido según sus modos culturales propios” (EG 116).

Me he sentido enriquecido con la variedad de expresiones de fe popular que he encontrado en los pueblos llaneros y en las montañas andinas. Verdaderos maestros de una fe viva y esperanzada. Las tradiciones navideñas, la cruz de mayo, las novenas, las salves a la Virgen y a los santos, los responsos a los difuntos, unas veces cantados en latín “macarrónico” pero inteligible, los “monumentos”, especie de creaciones artísticas con objetos sencillos para “honrar” a un santo o un difunto, y muchas otras. Casi todas esas manifestaciones terminan con un compartir fraterno, una comida comunitaria, aunque no sea más que una bebida, un pan, arepa con queso, y eventualmente un hervido o sancocho. Así que tenemos donde mirar, recrear y actualizar.

“Celebramos la Semana Santa de una manera verdaderamente inusual, que manifiesta y resume el mensaje del Evangelio, el del amor ilimitado de Dios. Y en el silencio de nuestras ciudades, resonará el Evangelio de Pascua. Dice el apóstol Pablo: “Y murió por todos, para que ya no vivan para sí los que viven, sino para aquel que murió y resucitó por ellos” (2 Cor 5, 15). En Jesús resucitado, la vida ha vencido a la muerte. Esta fe pascual alimenta nuestra esperanza. Me gustaría compartirla con vosotros esta noche. Es la esperanza de un tiempo mejor, en el que también nosotros podamos ser mejores, finalmente liberados del mal y de esta pandemia. Es una esperanza: la esperanza no defrauda; no es una ilusión, es una esperanza” (Papa Francisco).

15.- 3-4-2020 (4358)

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