Isauro Covili, OFM obispo de Iquique, Chile Hacer memoria de los 50 años del golpe militar "debe ser un aprendizaje para que no vuelva a ocurrir en el futuro"

Mons Isauro Covili camina con su pueblo en una diócesis marcada por el desierto
Mons Isauro Covili camina con su pueblo en una diócesis marcada por el desierto

Desde su realidad geográfica, religiosa y cultural en el norte chileno, monseñor Covili cuenta su experiencia de aprender a ser obispo acompañando al pueblo que le confió el papa Francisco hace un año. En pocos meses promulgó nuevas orientaciones pastorales con una masiva participación laical

Sostiene que "los 50 años nos interpelan en términos de reflexión. No para mirar hacia atrás, sino en términos de futuro, cómo nos hacemos cargo de la vida, de la exigencia de verdad y de justicia que todavía muchos esperan"

Afirma que el Sínodo de la sinodalidad "tiene que ser un sínodo que ayude a una forma de ser iglesia que no es nueva, sino que nos vincula a la naturaleza misma de la Iglesia.  Y aspiro que el Sínodo, con toda la temática que este tenga, coloque de relieve la presencia de la mujer y sobre todo el protagonismo laical"

El actual obispo de Iquique, en el norte de Chile, Isauro Covili Linfati, nació en 1961, en Lumaco y vivió su infancia en Capitán Pastene, y luego en Angol, todas ellas, tierras mapuche pertenecientes a la diócesis de Temuco. Cuando en 1981 ingresó en la Orden Franciscana, dijo que quería ser solo un fraile al estilo de Francisco de Asís.

Sus primeros años de fraile los vivió en fraternidades de inserción en zonas marginales de Santiago, dedicándose a la evangelización y a la animación de la justicia y la paz. También ha sido párroco. En 2010 publicó el libro “Memoria de una Iglesia orante y peregrina”.

Pero luego le ha tocado ser superior de casa, consejero provincial, maestro de novicios, profesor, vicario provincial, provincial, vicario general y ahora obispo. “Todo eso nunca estuvo en mis libros”, afirma con humildad.

Lleva solo un año y dos meses de ministerio episcopal y dice que este tiempo ha tenido “su propia densidad”. Y explica: “por ejemplo, dejar de vivir con mis hermanos franciscanos y trasladarte a vivir a una ciudad donde nunca has vivido y donde prácticamente no conocías y no conocías a nadie aparte de los tres franciscanos que viven aquí”. Pero también lo define como “un año de mucha gracia, crecimiento y como dije cuando llegué a la diócesis, quiero ser un aprendiz. Si bien tengo experiencia, elementos para aportar y ayudar a la Iglesia Local confiada pero por, sobre todo, hay que aprender”.

¡Y cómo no! Iquique es una diócesis de historia y cultura particular en Chile, que en la costa es entrada a la Pampa del Tamarugal en el desierto de Atacama. Uno de los rasgos clave aquí, desde la primera evangelización hasta hoy, son los bailes religiosos que no son como las típicas procesiones sino un movimiento rítmico entre caminar y danzar que practican miles de personas para venerar a la Virgen del Carmen y a muchos santos que forman las fiestas patronales en los cientos de pequeños pueblos, especialmente san Lorenzo en Tarapacá.

Y aunque el obispo luzca solideo, mitra y báculo es uno más en la procesión pues la autoridad en dicho acto la ejerce un bailarín laico que se denomina “alférez”, “caporal” quien guía y sabe conducir al pueblo en el baile. Esto “ha sido una experiencia profunda, de estar presente, y caminar con los que caminan”. Y desde luego, “ha sido, también, un tiempo para conocer la diócesis, al clero diocesano muy dedicado en el trabajo pastoral, a la vida religiosa con una bella presencia en la Diócesis, a las comunidades cristianas. Esta es una iglesia con rostro multicultural e internacional” desde sus inicios, pensando no solo en los curas extranjeros, sino que también en los miles de migrantes y por los límites geográficos de su jurisdicción. Es una iglesia que “tienen su historia y un camino sinodal que ha realizado con esfuerzo y al que me he sumado escuchando, motivando, animando, constituyendo equipos de trabajo porque no soy un actor pasivo”.

Habla de su gente y destaca la acogida de todos y todas. “Lo hacen no porque yo sea el obispo sino porque percibo que es una realidad natural de las comunidades. La gente acoge, se alegra, incorpora, y eso es un gran valor cultural que es enriquecido desde la vida cristiana”.

Dice que le agrada haber encontrado en esta diócesis “laicas y laicos bien preparados, con voz propia y opinión crítica. Eso hay que incorporar sin cuantificar cuántas personas son. Siempre estoy invitando al laicado que se integren, que estén presentes, que participen, y que sean activos. A mí no me complica que alguien pueda tener un pensamiento u opinión distinta. Eso es una riqueza. Pero eso sí, la crítica no puede ser desencarnada, sin cariño porque eso complica la vida de las comunidades y personas. Debe hacerse en un contexto de diálogo, de encuentro y que pueda ser acogida y asumida. Así vamos haciendo camino”.

Mons Isauro Covili promulgó orientaciones pastorales con amplia participación laical
Mons Isauro Covili promulgó orientaciones pastorales con amplia participación laical

— ¿Y cómo ha sido este año con sus hermanos obispos?

— En las reuniones episcopales normalmente hay un buen clima de fraternidad y respetuoso. Ciertamente hay mentalidades, pensamientos diversos. Pero yo percibo en algunos de mis hermanos obispos, que el tema de los abusos los ha dejado un poco afectados, como en general a las comunidades cristianas. Y no es para menos. Todos estamos afectados, y en hora buena.

— ¿Cómo afecta eso a la sinodalidad?

— Claro que la afecta. Sobre todo, respecto de la sinodalidad. La pensamos como camino de transformación, como una acción del Espíritu Santo que sostiene posibilidades de resignificar estructuras o derechamente abandonarlas si hoy día no evangelizan, aunque hayan sido importantes en otro tiempo. Ahora, igual uno va visualizando ciertos cambios positivos. En todas las dicesis se han hecho esfuerzos, en algunas se han celebrado ásambleas sinodales diocesanas. Por ejemplo, aquí en la diócesis hicimos un camino para elaborar las orientaciones pastorales, porque eran necesarias para nuestro camino de Iglesia, y fue un proceso de mucha participación, con metodologías nuevas donde los laicos eran protagonistas. Más de 600 asistentes a la asamblea diocesana del mes de marzo pasado.

— ¿Qué esperanzas tiene en el Sínodo de sinodalidad?

— Mi esperanza está puesta en que el Sínodo pueda ayudar a que la sinodalidad se quede en la Iglesia como una forma de ser y de misión. Que no sea una estrategia que dure lo que dure este papado. Dios quiera que el papa Francisco tenga algunos años más de pontífice para que dé más consistencia al proceso sinodal iniciado.  Por tanto, tiene que ser un sínodo que ayude a una forma de ser iglesia que no es nueva, sino que nos vincula a la naturaleza misma de la Iglesia.  Y aspiro que el Sínodo, con toda la temática que este tenga, coloque de relieve la presencia de la mujer y sobre todo el protagonismo laical.

— Uno de los desafíos grandes de tu diócesis es el tema de las migraciones. ¿Cómo lo atiende este fenómeno social?

— Una de las cosas que tengo que agradecer es que esta diócesis siempre ha tenido un trabajo con migrantes desde la Pastoral Social-Caritas diocesana y ha estado desde el comienzo comprometida con este tema. A los migrantes se asisten con alimentos a través de comedores, pero también se hace un trabajo de promoción humana que lideran las hermanas Hijas de la Caridad, hermanas del Buen Pastor como también de Cristo Pobre. Las primeras desarrollan un trabajo muy hermoso en un campamento en Alto Hospicio, apoyado por la Pastoral Social. Junto con ello, existen fundaciones como Incami, que trabajan con los migrantes para acogerles y acompañarles en todos sus procesos, documentación, trámites, y ubicación de familiares en el país que han llegado antes.

Mons Isauro Covili ora con voluntarios que atienden migrantes en la frontera chilena
Mons Isauro Covili ora con voluntarios que atienden migrantes en la frontera chilena

— Por la crisis migratoria, en Iquique se ha despertado una fuerte xenofobia de sus habitantes…

— Ese ha sido un tema complejo, y quizás es hasta comprensible sobre todo en período de llegadas masivas de personas lo que hoy día ya no pasa. Pero hay gente que vive estos sentimientos de rechazo y por ello en todo lugar, cuando voy a las comunidades o en las homilías de las misas, ponemos el tema con respeto de unos por otro, para valorar e integrar la riqueza cultural de las personas que llegan y nuestro trato tiene que ser digno para con ellos.

La dictadura fue tan dolorosa que hacer memoria nos afirma en la defensa de la vida que la Iglesia chilena hizo en su momento y que le caracterizó, liderada por pastores que realmente era hombres de Dios y profetas

"No es un tema fácil porque incluso en la elaboración de nuestras prioridades pastorales, la dedicada a los migrantes no tuvo el apoyo suficiente para entrar en las seis que queríamos establecer, justamente por estos sentimientos encontrados que la gente todavía tiene. No entró como tampoco entraron los bailes religiosos. Pienso que ambas son parte de la identidad de la Iglesia aquí en el norte y hay que darle una lectura positiva: los migrantes es una práctica dada, ya instalada igual que los bailes. Por lo tanto, ¿para qué la vamos a tenerles como prioridad sin son parte del ser de nuestro rostro como iglesia?".

— ¿Qué opina sobre los 50 años del golpe militar que se cumplen el próximo mes?

— Este tema de los 50 años ha sido motivo de algunos momentos de diálogo en grupos pequeños y en algunas comunidades en que he estado presente. Y me parece que el hacer memoria de este acontecimiento, debe ser un aprendizaje para que no vuelva a ocurrir en el futuro. La dictadura fue tan dolorosa que hacer memoria nos afirma en la defensa de la vida que la Iglesia chilena hizo en su momento y que le caracterizó, liderada por pastores que realmente era hombres de Dios y profetas. En su momento ellos supieron cuidar, jugársela, y tener una voz profética. Creo que hay una historia que debemos recoger. Si uno olvida y pierde la memoria, entonces, podemos volver, no a repetir esos acontecimientos, pero sí situaciones semejantes. Por eso los 50 años nos interpelan en términos de reflexión. No para mirar hacia atrás, sino en términos de futuro, cómo nos hacemos cargo de la vida, de la exigencia de verdad y de justicia que todavía muchos esperan.

Nadie puede ser atropellado en su dignidad. La violencia, agresiones verbales y desprestigios nunca serán un camino legítimo: ni para imponer o combatir ideas, ni como medio para promover demandas sociales o políticas, tampoco como método para obtener por la fuerza beneficios económicos o materiales

— ¿Qué nos enseña este período de la historia de Chile?

— Por sobre todo, el respeto de la persona humana. La dignidad de la persona humana y el respeto de su vida desde la concepción hasta la muerte. Este es el principio fundamental de todo el orden social, lo que exige el cuidado irrestricto de los derechos humanos como base de nuestra convivencia. Nadie puede ser atropellado en su dignidad. La violencia, agresiones verbales y desprestigios nunca serán un camino legítimo: ni para imponer o combatir ideas, ni como medio para promover demandas sociales o políticas, tampoco como método para obtener por la fuerza beneficios económicos o materiales.

— ¿Falta profetismo a la Iglesia?

— En el tiempo que vivimos, la Iglesia está invitada a vivir en fidelidad a su misión e iluminar la vida desde el Evangelio, como también a tener voz profética cuando las realidades sociales lo ameritan.

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