Colombia, cocina, reconciliación y verdad Aprendiendo de Virgelina Chará a celebrar la eucaristía
Chará, una humilde y grande mujer procedente de Suárez, en el pacífico colombiano, es directora de la fundación ASOMUJER, afrodescendiente, desplazada, lideresa, defensora de los derechos humanos
"Hablaba mientras cocinaba y compartía unos deliciosos y típicos aborrajados, y en esa mesa servida online, estaban entre otros, y también cocinando y comiendo, algunos colombianos dispersos que tuvieron que dejar el país a causa de la violencia"
"Vi ese poder que tiene el reunirnos y estar juntos, preparar los alimentos y comerlos mientras nos contamos historias y hacemos memoria"
"Es muy distinto decir que la eucaristía es nuestra vida, a decir que nuestra institución vive de la eucaristía"
"Vi ese poder que tiene el reunirnos y estar juntos, preparar los alimentos y comerlos mientras nos contamos historias y hacemos memoria"
"Es muy distinto decir que la eucaristía es nuestra vida, a decir que nuestra institución vive de la eucaristía"
Hace unos días, el 23 de junio, la comisión de la verdad facilitó un diálogo virtual al que llamó “Colombia, cocina y verdad”. La invitada especial fue Virgelina Chará, una humilde y grande mujer procedente de Suárez, en el pacífico colombiano, directora de la fundación ASOMUJER, afrodescendiente, desplazada, lideresa, defensora de los derechos humanos y que ha dedicado 35 años al trabajo desinteresado con poblaciones marginales.
Virgelina hablaba mientras cocinaba y compartía unos deliciosos y típicos aborrajados, y en esa mesa servida online, estaban entre otros, y también cocinando y comiendo, algunos colombianos dispersos que tuvieron que dejar el país a causa de la violencia, el embajador de Alemania en Bogotá, el comisionado Carlos Beristain… y entre el montón de seguidores vía YouTube, yo, desde Kenia, comensal sin ser notado.
Ese diálogo, y en especial lo que decía Virgelina, fueron para mí, y apuesto que también para muchos que extrañamos la celebración en las iglesias, inspiración, en donde menos la esperaba, para entender la eucaristía en estos tiempos complicados que vivimos en el país, no sólo por el virus Covid-19, sino por el virus de la violencia que sigue dejando tantos muertos y víctimas. Sí, teología eucarística desde la cocina de una mujer negra que se juega la propia vida por la vida abundante para todos.
"Teología eucarística desde la cocina de una mujer negra que se juega la propia vida"
Virgelina, con un grupo de costureras que crece siempre más, se propuso no dejar que Colombia pierda la memoria y como un signo de este trabajo cogieron telas, hilos, agujas, tijeras, alfileres y empezaron a tejer un paño inmenso, serán necesarios cinco mil metros, para arropar el palacio de justicia de la plaza de Bolívar con las historias bordadas de todos los que han muerto y sufren la guerra. Parece una utopía y, sin embargo, están consiguiendo lo imposible, no tanto el paño vasto sino la memoria de Colombia gritada como buena noticia en ese edificio símbolo de nuestra tragedia. Y cada vez que el grupo se reúne a tejer memoria en el inmenso paño, pues también hay mesa servida y comida para todos.
La lideresa nos cuenta cómo logra que los costureros se reúnan en torno a una olla y se sienten a la mesa, y como estos signos crean un ambiente que deja que todos se escuchen, que cuenten lo que les pasó, que hablen de sus luchas, de sus dolores, de su muerte y que vayan así haciendo comunión, tejido social: “Fue algo nuevo -decía la señora-, cómo una olla, un fogón con leña, era capaz de unir a tantas personas… y hablar de verdad, hablar de memoria, hablar de paz, hablar de tejido social, de la reconstrucción del tejido social y todos ser capaz y hablar el mismo lenguaje… las universidades, colegios y todos los que estaban ahí alrededor de esa olla”. Estas palabras, que yo copiada mientras la oía, nos hablan del poder que tiene el reunirnos y estar juntos, preparar los alimentos y comerlos mientras nos contamos historias y hacemos memoria.
Veo a Virgelina, aunque tal vez ella no se reconozca así, presidiendo la eucaristía de la vida, y dejando que todos a su alrededor se hundan no solo en el recuerdo de sus seres queridos asesinados, sino en la memoria misma de Cristo que muere y resucita en Jesús y en todas las víctimas de la historia. Virgelina y los suyos apuntan, sin proponérselo, en esa capacidad de Espíritu Santo que tienen los sencillos, a la esencia de lo que hacemos los cristianos cuando nos reunimos.
Comer y tejer memoria, aquí está la primera clave que nos da Virgelina y su grupo de costureras para entender la eucaristía. Nutrirse y contarse historias, alimentarse de la vida donada, de la carne entregada y de la sangre derramada, y celebrar al único Cristo Resucitado en todos los que han muerto su muerte. La memoria eucarística saca a Cristo de las tumbas, cuando arropamos las víctimas con el paño de la memoria, los muertos resucitan, y sin importar lugar ni día nos sorprendemos con ellas llenos de pascua.
¿Qué nos pasó en la Iglesia que hicimos de la eucaristía una extraña celebración de gente aburrida, que mira el reloj, y se desespera después de cuarenta minutos? ¿Qué nos pasó que en nuestras misas sólo el cura puede contar historias, y a veces tan desconectadas y lejos de lo que pasa? ¿Qué nos pasó que muchas veces reducimos la eucaristía a un punto del programa, a un evento más en las fiestas de un pueblo y la celebramos sin pensar en los que lloran sus muertos y buscan sus desaparecidos?
Esta Virgelina, que cocina, que prepara la mesa, que sienta a muchos invitados alrededor de su olla, es un sacramento de la Iglesia que celebra la eucaristía, no para cumplir rituales ajenos a la vida, sino para recordar y poder seguir cantando. Creo que las comidas de Virgelina, llenas de memoria, entrarán primero que muchas misas pontificales en el reino de Dios, sospecho que en su casa pueda suceder más el misterio de la Iglesia que en muchas de nuestras catedrales y basílicas. Una eucaristía desmemoriada, indiferente a lo que pasa, adormilada de realidad, es una aporía diabólica, un imposible sacramental, una cuadratura trágica del círculo.
Y Virgelina nos sigue contando el evangelio, usando el lenguaje y la forma del pacífico, y nos narra que cuando se reúnen a cocinar y comer, sucede el milagro, no sólo se rompe el pan, se rompen también los dolores, los odios, y en medio de esas comidas la gente se llena de vida y de ganas, se decide a perdonar y se les mete la fuerza en el estómago y en el alma, y se vuelven hombres y mujeres de paz.
Aquí vuelvo a transcribir sus palabras: “sale una mamá llorando de los militares muertos en combate y sale una mamá de falsos positivos y se genera un choque, porque ella llega llorando y la otra con su dolor… y nosotros llegamos y servimos el almuerzo, y las pusimos a sentarse, a comer juntas y les dijimos alrededor de la alimentación se rompen todos esos dolores y se rompen todos esos odios que tenemos internamente porque nos han puesto a pelear a nosotros contra nosotros, al pueblo contra el pueblo… Y nosotros alrededor de esto somos capaces de romper todos esos duelos y capaces de reconciliarnos…”.
Aquí hay otra clave eucarística, no podemos romper el pan, sin romper al mismo tiempo los dolores, los odios, y la pelea entre nosotros. Celebrar la eucaristía, presidirla, es una responsabilidad tremenda, una cuestión de vida o muerte: el pan partido nos hace una sola cosa, nos pone en íntima solidaridad de unos con otros, derriba la inequidad, nos hace frente de resistencia. En este ayuno de ritos al que nos ha forzado la pandemia, valdría la pena preguntarnos por qué tantas misas sin efecto, inocuas, en la rutina; por qué se parte el pan y por qué los dolores de las víctimas, los odios, la guerra, siguen tan enteros. Algo pasa en nuestras misas que no alcanzan a romper el mal, tal vez sean eso, misas, y no eucaristía; ritos de rúbricas perfectas, pero negligentes de recuerdo y sin ánimo de romper la muerte para que le salga vida.
"Sucede el milagro, no sólo se rompe el pan, se rompen también los dolores, los odios, y en medio de esas comidas la gente se llena de vida"
Una última cosa, que escribo con el corazón en la mano y la mano en la consciencia: nadie paga en la casa de Virgelina, todos llenan la olla, cocinan y bordan historias juntos y el milagro está a la mano, se hace tejido social y se rompen los dolores y la muerte. Sí, nadie paga. Creo que mientras la institución que nos hemos montado, la que confundimos con la Iglesia, viva de la misa, necesite estipendios para financiarse, se sostenga con el culto…. mientras eso pase, será imposible que en nuestra misa suceda la eucaristía.
Es nefasto que el culto a Dios se haya vuelto medio de subsistencia económica, creo que eso obstruyó el misterio que celebramos, y lo volvió cueva de escándalos; eso bloquea todo profetismo, impide en nuestras asambleas la memoria de las víctimas que molesta sin duda a los que más contribuyen con su dinero y pueden pagarse más misas.
Qué bueno que volviéramos a lo genuino, ese tiempo en que lo que se llevaba y se ponía junto a las ofrendas de pan y vino, en especie o en contante, y era sólo para los pobres y necesitados, para acabar la inequidad, y no para engordar capitales y hacer mil obras vacías de caridad y razón social. Es muy distinto decir que la eucaristía es nuestra vida, a decir que nuestra institución vive de la eucaristía, lo primero es alegría de la fe, lo segundo es simonía.
La Iglesia tiene en Colombia una misión inmensa, y “sine Dominica non possumus”, pero para que sea así, para celebrar el día del Señor, necesitamos aprender no solo en la sagrada congregación para los sacramentos y culto divino, sino también en la casa de Virgelina. Tenemos que tejer la fe, y aunque parezca imposible, arropar a toda Colombia. Esto no es utopía, esto es cristianismo, esto pasa en la casa de Virgelina Chará.