El principio elemental de una ética para reconciliarnos y respetar la vida El que mira a los ojos no mata
Juan Manuel Echavarría es un artista que siempre nos sorprende. Su obra nos deja ver la belleza que está por todas partes, incluso en el horror de la guerra, contemplarla nos da fuerza y nos ofrece la certeza de que si somos humanos podemos esperar lo mejor. En estos días, desde hace ya unos meses y hasta el próximo mayo 24, en el museo de la Universidad de Antioquia, podemos asistir a su exposición “Cuando la muerte empezó a caminar por aquí”.
Quiero compartir con ustedes una de las obras de la exposición y reflexionar sobre ella: la de un excombatiente del ejército Nacional de Colombia, quien ingresó a las filas cuando tenía 19 años y permaneció allí por 9 años. La obra se llama “El día del milagro”.
“El que mira a los ojos no mata”. El soldado y el guerrillero se encuentran y están listos para dispararse, y entonces ocurre el milagro, se miran a los ojos y comprenden que no se pueden matar.,,Mirarse a los ojos, ver al que nos ve, nos trae salvación.
“El que mira a los ojos no mata”. El soldado y el guerrillero se encuentran y están listos para dispararse, y entonces ocurre el milagro, se miran a los ojos y comprenden que no se pueden matar.,,Mirarse a los ojos, ver al que nos ve, nos trae salvación.
| Jairo Alberto Franco Uribe
Juan Manuel Echavarría es un artista que siempre nos sorprende. Su obra nos deja ver la belleza que está por todas partes, incluso en el horror de la guerra, contemplarla nos da fuerza y nos ofrece la certeza de que si somos humanos podemos esperar lo mejor. En estos días, desde hace ya unos meses y hasta el próximo mayo 24, en el museo de la Universidad de Antioquia, podemos asistir a su exposición “Cuando la muerte empezó a caminar por aquí”. Allí, la sensibilidad del maestro Echavarría, deja expresar la de un buen grupo de excombatientes de todos los bandos, de la guerrilla, de los paramilitares y de El Ejército que narran y pintan sus experiencias en la guerra.
Quiero compartir con ustedes una de las obras de la exposición y reflexionar sobre ella: la de un excombatiente del ejército Nacional de Colombia, quien ingresó a las filas cuando tenía 19 años y permaneció allí por 9 años. La obra se llama “El día del milagro”, aquí está la pintura y el relato que lo acompaña:
“Esto es en el departamento del Valle del Cauca en el Páramo de Las Hermosas. Estaba adscrito a un batallón. En el momento que sucedió, yo tendría por ahí 24 años. Ya en ese momento llevaba cuatro años de soldado profesional. Uno la mentalidad que tenía en ese momento era que, entre más bajas mejor, por las premiaciones que se entregaban en el ejército.
Nos encomiendan una operación que era el registro y control de un área para montar una base, para el control y paso de personal, de controlar el paso de la guerrilla. Después de cinco días de caminata por la montaña, llegamos a un punto donde encontramos un grupo de guerrilleros. Entramos en un combate, a mí me tocaba hacer un cierre por otra parte con un compañero. Debido al calor del combate, de pronto tomo distancia de mi compañero, y al querer coronar un cerro, al subirlo, me encuentro de frente con este señor guerrillero.
Nosotros quedamos a menos de 10 metros… hay una frase que dice: “el que mira a los ojos no mata”, y yo creo que fue esa situación. El mirarnos a la cara reflejó una situación, no sé, de… cobardía. Pero a la misma vez como de fuerza, como de saber que estábamos iguales y que ambos nos podíamos matar, porque estábamos preparados para eso. Pero al vernos a la cara no nos dio el valor de hacer nada.”
“El que mira a los ojos no mata”. El soldado y el guerrillero se encuentran y están listos para dispararse, y entonces ocurre el milagro, se miran a los ojos y comprenden que no se pueden matar. El relato del militar y su correspondiente pintura nos ofrece el principio elemental de una ética para reconciliarnos y respetar la vida: mirar al otro, hacer contacto visual, sostener la mirada, vernos las caras. Sí, porque solo allí, viendo al que nos ve, reflejados en la pupila del otro, también del que es diferente, e incluso del que queremos eliminar, solo allí, ocurre el milagro, se ahuyenta la muerte y nos viene la vida. Es demasiado simple y es secreto para la paz que tanto anhelamos.
La historia de la mirada del soldado y del guerrillero me remitió a otra, también de una mirada, la de la esclava Agar, narrada en el capítulo 16 del Génesis. La mujer, en embarazo, utilizada por Abrahán y humillada por Sara, está desesperada y amenazada de dolor y muerte; entonces huye al desierto y por allá se encuentra un pozo de agua, y en esa fuente, que en el desierto significa salvación, dice ella que “ve al que la ve”, y a partir de esa visión recupera su fuerza, puede confiar en el futuro, se llena de vida. Me imagino que, queriendo beber y sacar agua, tuvo que mirar al fondo del pozo para hundir su vasija y allí, en lo profundo, vio su rostro reflejado y supo que Dios la miraba con sus propios ojos. El soldado hundió su mirada en la del guerrillero, el guerrillero hundió la suya en la del soldado, se reflejaron el uno en el otro, y esto, como dice el soldado que cuenta la experiencia, fue el día del milagro. Mirarse a los ojos, ver al que nos ve, nos trae salvación. Le sucedió a Agar, le sucedió a los dos que combatían en el Páramo de Las Hermosas y nos puede suceder a todos. Las pupilas del otro son el pozo donde se refleja Dios, son lugar teológico, son ocasión de teofanía, allí suceden los únicos milagros.
Gracias Juan Manuel Echavarría por “Cuando la muerte empezó a caminar por aquí”, y gracias al excombatiente que nos narró la historia. Y gracias a Agar, esa mujer oprimida que tuvo el valor de sostenerle la mirada a Dios. Para no matarnos, mirarnos a los ojos, vernos las caras.
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