"Podemos decir: contigo, Señor, todo es nuevo. Contigo, todo comienza de  nuevo" El Papa invita en la homilía de Pascua a buscar al Resucitado "en la vida, en el rostro de los hermanos, en lo cotidiano"

Pascua en el Vaticano
Pascua en el Vaticano

"La carrera de la Magdalena, de Pedro y de Juan manifiesta el  deseo, el impulso del corazón, la actitud interior de quien se pone en búsqueda de Jesús"

"No se le puede  encerrar en una bonita historia que contar, no se le puede reducir a un héroe del pasado ni pensar en Él como una estatua colocada en la sala de un museo"

"Él  está vivo y permanece siempre con nosotros, llorando las lágrimas de quien sufre y multiplicando la  belleza de la vida en los pequeños gestos de amor de cada uno de nosotros"

"La Pascua nos invita al movimiento". Francisco teje la homilía de Pascua (con el Papa ausente y la ceremonia presidida por el cardenal Angelo Comastri), en torno al verbo correr, que es lo que hicieron María Magdalena, Pedro y Juan. Correr para "salir al encuentro de Cristo". Porque al Resucitado "no se le puede  encerrar en una bonita historia que contar, no se le puede reducir a un héroe del pasado ni pensar en Él como una estatua colocada en la sala de un museo".

Porque Cristo "está vivo y permanece siempre con nosotros, llorando las lágrimas de quien sufre y multiplicando la  belleza de la vida en los pequeños gestos de amor de cada uno de nosotros". Y el Papa nos invita a rezar así: "Contigo, Señor, todo es nuevo. Contigo, todo comienza de  nuevo".

La Plaza de San Pedro presenta el aspecto de las grandes ocasiones, con un lleno hasta la bandera. Sin el Papa presidiendo, pero con su presencia flotando en esta plaza en forma de corazón que late con su pastor frágil y débil, pero firme y decidido a ir hasta el final y afianzar la primavera de la Iglesia.

La plaza adornada con miles de flores (y tulipanes) holandesas, para más de 35.000 personas presentes.

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Pascua
Pascua

Texto íntegro de la homilía pascual del Papa Francisco

María Magdalena, al ver que la piedra del sepulcro había sido retirada, salió corriendo para  avisárselo a Pedro y a Juan. También los dos discípulos, al recibir la desconcertante noticia, salieron  y —dice el Evangelio— «corrían los dos juntos» (Jn 20,4). ¡Todos los protagonistas de los relatos  pascuales corren! Y este “correr” expresa, por un lado, la preocupación de que se hubieran llevado el  cuerpo del Señor; pero, por otro lado, la carrera de la Magdalena, de Pedro y de Juan manifiesta el  deseo, el impulso del corazón, la actitud interior de quien se pone en búsqueda de Jesús. Él, de hecho,  ha resucitado de entre los muertos y, por eso, ya no está en el sepulcro. Hay que buscarlo en otra  parte. 

Este es el anuncio de la Pascua: hay que buscarlo en otra parte. ¡Cristo ha resucitado, está  vivo! La muerte no lo ha podido retener, ya no está envuelto en el sudario, y por tanto no se le puede  encerrar en una bonita historia que contar, no se le puede reducir a un héroe del pasado ni pensar en Él como una estatua colocada en la sala de un museo. Al contrario, hay que buscarlo, y por  eso no podemos quedarnos inmóviles. Debemos ponernos en movimiento, salir a buscarlo: buscarlo  en la vida, buscarlo en el rostro de los hermanos, buscarlo en lo cotidiano, buscarlo en todas partes  menos en aquel sepulcro. 

Buscarlo siempre. Porque si ha resucitado de entre los muertos, entonces Él está presente en  todas partes, habita entre nosotros, se esconde y se revela también hoy en las hermanas y los hermanos  que encontramos en el camino, en las situaciones más anónimas e imprevisibles de nuestra vida. Él  está vivo y permanece siempre con nosotros, llorando las lágrimas de quien sufre y multiplicando la  belleza de la vida en los pequeños gestos de amor de cada uno de nosotros. 

Pascua
Pascua

Por eso la fe pascual, que nos abre al encuentro con el Señor Resucitado y nos dispone a  acogerlo en nuestra vida, está lejos de ser una solución estática o un instalarse tranquilamente en  alguna seguridad religiosa. Por el contrario, la Pascua nos impulsa al movimiento, nos empuja a correr  como María Magdalena y como los discípulos; nos invita a tener ojos capaces de “ver más allá”, para  descubrir a Jesús, el Viviente, como el Dios que se revela y que también hoy se hace presente, nos  habla, nos precede y nos sorprende. Como María Magdalena, cada día podemos sentir que hemos  perdido al Señor, pero cada día podemos correr a buscarlo de nuevo, sabiendo con seguridad que Él  se deja encontrar y nos ilumina con la luz de su resurrección. 

Hermanos y hermanas, esta es la esperanza más grande de nuestra vida: podemos vivir esta  existencia pobre, frágil y herida, aferrados a Cristo, porque Él ha vencido a la muerte, vence nuestras  oscuridades y vencerá las tinieblas del mundo, para hacernos vivir con Él en la alegría, para siempre.  Hacia esa meta, como dice el apóstol Pablo, también nosotros corremos, olvidando lo que se queda a nuestras espaldas y proyectándonos hacia lo que está por delante (cf. Flp 3,12-14).

Apresurémonos,  pues, a salir al encuentro de Cristo, con el paso ágil de la Magdalena, de Pedro y de Juan. El Jubileo nos llama a renovar en nosotros el don de esta esperanza, a sumergir en ella nuestros  sufrimientos e inquietudes, a contagiar con ella a quienes encontramos en el camino, a confiarle a  esta esperanza el futuro de nuestra vida y el destino de la humanidad. Y por eso no podemos aparcar  el corazón en las ilusiones de este mundo ni encerrarlo en la tristeza; debemos correr, llenos de alegría.  Corramos al encuentro de Jesús, redescubramos la gracia inestimable de ser sus amigos.  Dejemos que su Palabra de vida y de verdad ilumine nuestro camino. Como dijo el gran teólogo Henri  de Lubac, «debe bastarnos con comprender esto: el cristianismo es Cristo. No es, en verdad, otra cosa.  En Jesucristo lo tenemos todo» (Las responsabilidades doctrinales de los católicos en el mundo de  hoy, Madrid 2022, 254). 

Pascua
Pascua

Y este “todo”, que es Cristo resucitado, abre nuestra vida a la esperanza. Él está vivo, Él quiere  renovar también hoy nuestra vida. A Él, vencedor del pecado y de la muerte, le queremos decir: “Señor, en la fiesta que hoy celebramos te pedimos este don: que también nosotros seamos  nuevos para vivir esta perenne novedad. Límpianos, oh Dios, del polvo triste de la costumbre, del  cansancio y del desencanto; danos la alegría de despertarnos, cada mañana, con ojos asombrados al  ver los colores inéditos de ese amanecer, único y distinto a todos los demás. […] Todo es nuevo,  Señor, y nada se repite, nada es viejo.” (cf. A. Zarri, Quasi una preghiera). 

Hermanas, hermanos, en el asombro de la fe pascual, llevando en el corazón toda esperanza  de paz y de liberación, podemos decir: contigo, Señor, todo es nuevo. Contigo, todo comienza de  nuevo.

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