La celebración estuvo presidida por Bessarión, arzobispo metropolitano ortodoxo de España y Portugal, y a ella se sumaron el obispo auxiliar de Madrid Jesús Vidal, el delegado de Ecumenismo de la diócesis de Madrid, Aitor de la Morena, y el director de la Oficina del Arzobispo, Juan Francisco Macías. «Hermanos sacerdotes de la Iglesia católica», los saludó con afecto Bessarion, afirmando que son «un gran apoyo» y cuya presencia fue «una gran alegría, porque compartimos la alegría de Cristo Resucitado». «Nuestra casa es vuestra casa».
Todo en la pequeña iglesia ayuda al recogimiento y a la veneración. El suelo, con hojas de laurel que el arzobispo metropolitano había esparcido al comienzo del sábado, sobre las 11:00 horas, la primera vez que proclamó que Cristo ha resucitado. Y el templo, en tinieblas al inicio de la liturgia, solo iluminada por la luz de las velas de los fieles, encendidas tras el pregón pascual, y así hasta bien avanzada la celebración, cuando las lámparas centrales se encienden mientras Bessarion venera el santo sepulcro. En él está ya Jesús resucitado y todos los fieles pasan a besar el Evangelio. Varias veces lo incensará Bessarion, igual que lo hará con los fieles congregados, con un incensario con campanitas que suenan, acompasando la cadencia de los cantos.
Efectivamente, la inmensa mayoría de la liturgia es cantada, la primera parte más entusiasta; hacia la mitad, coincidiendo con las antífonas, más sosegada. Al comienzo se repite de forma periódica, en griego y ucraniano en su mayoría, pero también algunas veces en español, Cristo ha resucitado, verdaderamente ha resucitado. Igual hará al final de la predicación, por tres veces.
Una predicación en la que Bessarion trasladó a los fieles las palabras de Batolomé, arzobispo de Constantinopla y patriarca ecuménico. «Tras haber corrido la carrera de la santa y gran Cuaresma y pasado con compunción la Semana de la Pasión de Nuestro Señor, he aquí que nos deleitamos en la celebración de su esplendorosa Resurrección, a través de la cual fuimos redimidos de la tiranía del Hades», comenzaba. En la Pascua, recordaba Bartolomé, «los fieles ortodoxos descubren que su verdadera esencia es existir en Cristo». La fe ortodoxa, subrayaba, es experiencial pascual, en la que «el mal no tiene la última palabra en la historia mundial». Y concluía implorando a Dios «que traiga la paz al mundo y guíe nuestros pasos hacia toda obra buena y agradable a Él».
También en español se rezó el padrenuestro y el credo, y una de las oraciones finales, en boca del arzobispo metropolitano: «Señor, que bendices a los que te bendicen y santificas a los que ponen su esperanza en ti, salva a tu pueblo y bendice tu heredad. […] No nos abandones a nosotros que ponemos en ti nuestra esperanza […] A ti glorificamos y adoramos, al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo, ahora y siempre y por los siglos de los siglos ».
La celebración se desarrolló entre el templo, donde se sitúa el pueblo, y el santuario, pequeña capilla para el altar, lugar del sacerdote y el diácono. La liturgia, muy gestual, incluía momentos de procesión hacia el exterior, para seguir proclamando la Resurrección de Jesucristo, la comunión y la bendición final.
Con las velas permanentemente encendidas hasta el final, tres horas después, los fieles terminaron la celebración saludando uno por uno al arzobispo, que les entregó, como muestra de alegría pascual, unos trozos de pan. Cristo ha resucitado también en esta pequeña comunidad ortodoxa del patriarcado de Constantinopla en Madrid.