Una Iglesia en primera persona del plural

Llevamos mucho tiempo, demasiado, hablando de "la" Iglesia. De "esa" Iglesia compinchada con el poder, con el dinero, con los secretos. De las declaraciones de "la" Iglesia sobre el preservativo, la moral sexual, los matrimonios gay, la mujer... Se nos hincha a todos la boca a la hora de hablar de "la" Iglesia. Sobre todo a los creyentes. Y ha llegado, creo, la hora de cambiar el paso.

Lo hemos dicho en varias ocasiones, y debemos aplicarnos el cuento: el Papa sólo es un hombre, por muchas esperanzas que muchos hayamos depositado en esa esperanza que nos trae Francisco y sus gestos. Los gestos son importantes, generan expectativas (que, si no se cumplen, provocan espléndidas decepciones) y contagian alegría y complicidad. Pero se quedan en nada si no comportan compromisos: este Papa parece dispuesto a asumirlos, y con él toda "la" Iglesia. Pero hay que pedir más. Corrijo: hay que pedirnos más.

Es hora de exigirnos como creyentes, de una u otra ideología, más o menos ortodoxos, progresistas, moderados o conservadores, que tomemos conciencia de que ésta es "nuestra" Iglesia. Con sus defectos y sus virtudes. Con sus esperanzas y sus miedos. Con sus pecados y su gloria. Con su capacidad para cambiar el mundo y, también, para provocar tristeza e indignidad.

Es hora de considerarnos, de verdad, miembros de la misma Iglesia. De ese movimiento de seguidores de Jesús el Nazareno, de aquel que mañana entró en Jerusalén en loor de multitudes y pocos días después fue condenado por los mismos que le ensalzaban. Así es nuestra Iglesia: paradójica, contradictoria, difícil de entender... como nosotros mismos.

Ha llegado la hora de entender, y de hablar, y construir, "la" Iglesia en primera persona del plural. Porque el Papa es "la" Iglesia, pero no sólo. Porque los obispos son "la" Iglesia, pero no sólo. Porque los religiosos, los movimientos, los fieles de base, los alejados, también son "la" Iglesia. La de Cristo. La nuestra. Porque ha llegado la hora de decir, y de creer, y de actuar en consecuencia sobre la base de que "somos" Iglesia. Y que sin todos y cada uno de nosotros el camino se hace más cojo, con más piedras y con menos libertad. Porque todos y cada uno de nosotros somos necesarios, con nuestros talentos y nuestras miserias. Porque así somos, a imagen y semejanza de quien nos creó.

Porque sin "Nosotros" no existirías "tú", ni "yo", ni "los otros". Porque el mensaje sólo se entiende desde el prójimo que, además, también soy yo. "Iglesiemos" pues. En primera persona. Del plural.
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