Ecclesia ante et retro oculata (la Iglesia tiene ojos delante y detrás)
El clima ilusionado creado por la decisión de convocar un concilio ecuménico derivaba de la simpatía universal que Juan XXIII había despertado: si el futuro concilio era cosa suya, por fuerza tenía que ser algo bueno. El “Papa bueno” no cesaba de alimentar aquel clima esperanzado con discursos que iban precisando los objetivos de la magna asamblea eclesial, y muchos teólogos desarrollaban y aplicaban las palabras del Papa. Sería el año 1961 o 1962 cuando el P. Congar pronunció en París una conferencia sobre el anunciado concilio, en la cual citó una frase de san Bernardo de Claraval que hablaba de la Ecclesia ante et retro oculata, “la Iglesia que tiene ojos delante y detrás”, locución probablemente inspirada en la visión de Apocalipsis 5 del cordero degollado pero que se mantiene en pie (o sea: que ha muerto pero ha resucitado) y que “tiene siete cuernos y siete ojos (o sea: que mira en todas direcciones), que son los siete espíritus de Dios, enviados por toda la tierra”. El P. Congar aplicaba la sentencia de san Bernardo en el sentido de que el futuro concilio debería mirar hacia atrás, a su fuente primordial, Jesús y su evangelio, y proyectarla hacia delante, hacia el futuro. Era la idea que Juan XXIII no cesaba de afirmar y repetir. Él, desde su juventud, había tenido la preocupación de distinguir lo esencial de lo secundario, y esto es lo que haría el Concilio: recuperar lo esencial del evangelio, oscurecido o difuminado por el polvo que sobre él se había depositado a lo largo de los siglos, y entonces, con una fidelidad total a su esencia, adaptarlo con gran libertad a las circunstancias cambiadas.
Muchos de los cambios promulgados por el Vaticano II, que los sectores reaccionarios (que culminarían en el cisma lefebvriano) tachaban de protestantismo o de modernismo, no eran más que un retorno a los orígenes. Pensemos en la liturgia en la lengua del pueblo, en la colegialidad episcopal o en la libertad religiosa.
Y lo que decimos del espíritu del Vaticano II según la mente de Juan XXIII, tan bien interpretada por el P. Congar, se ha de aplicar igualmente a la Iglesia de nuestros días: ha de ser no sólo retro, sino también ante oculata.