Exclusiva RD: El obispo emérito de la Prelatura de Ayaviri narra su infierno en Perú y humillación en Roma Schmalhausen, el otro obispo del Sodalicio: "Denuncié a Figari por abuso sexual a comienzos del 2013 (...) y solo encontré puertas cerradas y selladas"

Monseñor Kay Martín Schmalhausen Panizo
Monseñor Kay Martín Schmalhausen Panizo Foto Instituto de Pastoral Andina

"Toda puerta tocada se convirtió para mí, a pesar de ser un obispo de la Iglesia, en puerta cerrada y sellada. Los nombres que menciono no son debido a ningún ánimo de venganza. Me mueve el propósito de que esta cultura eclesiástica enfermiza de 'no se dice, no se sabe', tenga en algún momento un punto final"

"El episcopado fue para mí el camino inesperado de salida de un sistema pernicioso de manipulación y control, así como el despertar a un mundo real y bastante más saludable, fuera de aquella burbuja y su mundo paralelo, de manufactura ideológica y sectaria"

"Aún hoy recuerdo, durante la visita papal del 2018 al Perú, las miradas y gestos evasivos a mi saludo de los dos cardenales Parolin y O'Malley, parte de la comitiva pontificia. La indiferencia y frialdad fueron absolutas. Quedé devastado. Entonces me di cuenta de dos cosas: de la dimensión institucional -sistémica- del encubrimiento en la Iglesia y de que probablemente mi ministerio episcopal estaba llegando a su final"

"Sé perfectamente de lo que se habla cuando se describe al Sodalicio como una comunidad sectaria, como una jaula invisible de encierro mental, como una organización de dependencia y control. Con el abuso convertido en sistema, con una cultura interna tóxica, con comportamientos mafiosos, siempre actuando en la sombra y tras el trono. Un pulpo con tentáculos en todos los ámbitos de poder: eclesiásticos, financieros y civiles"

Los últimos acontecimientos en torno al Caso Sodalicio –con su vaivén mediático- me llevan a escribir esta reflexión, un tanto singular y quizás hasta paradójica, pues integra dos miradas: la del exmiembro (por 46 años del Sodalitium Christianae Vitae, SCV, y víctima de sus abusos) y la del obispo, a cargo de la Prelatura de Ayaviri por tres lustros.

‘Informe RD’ con análisis y el Documento Final del Sínodo

Comencé a participar del Sodalicio a los 14 años, ingresé a comunidad a los 18, fui ordenado sacerdote a los 25. Cumplidos los 41 fui nombrado obispo de Ayaviri (con sede a 4.000 metros de altura, en Puno), donde viví 15 años. Solicité mi indulto de salida del Sodalitium a los 54 años. Actualmente, marco los 60 años; y en cuanto obispo, soy emérito.

¿Qué puedo pensar y decir con un recorrido doblemente institucional de 46 años, entre la comunidad religiosa en cuestión y la Conferencia Episcopal Peruana (CEP)?

Del Sodalicio diré que, a partir de mis 14 años -y hasta al menos los 25- sufrí los más diversos abusos, maltratos, humillaciones, burlas e insultos. Para la mayoría de las personas, inimaginables. Lo que quiero decir es que, en el rango de los abusos de los que se acusa al Sodalicio, no quedé libre de ninguno. Y todo esto comenzó a los pocos meses de mi vinculación como menor de edad, en casa de Alberto Gazzo, sodálite y luego exsacerdote.

"Mi año de infierno y horror"

Mi primer año de vida comunitaria en la casa “San Aelred” lo describí en algún momento como “mi año de infierno y horror”. Tuve a Germán Doig de superior, con su estrategia de palo y caramelo, y a Figari, quien llegaba todos los sábados a cenar para, semana tras semana, con denigraciones, burlas e insultos, someter mi voluntad.

Germán Doig y Luis Fernando Figali
Germán Doig y Luis Fernando Figali

El episcopado fue para mí el camino inesperado de salida de un sistema pernicioso de manipulación y control, así como el despertar a un mundo real y bastante más saludable, fuera de aquella burbuja y su mundo paralelo, de manufactura ideológica y sectaria.

Mis primeras denuncias

Denuncié a Luis Fernando Figari por abuso sexual a comienzos del 2013. Doig había fallecido 12 años antes. Por supuesto, la investigación del Sodalicio, en manos de Sandro Moroni y su consejo superior, quedó en nada. Confronté a sus autoridades: nuevamente, nada. Los años 2015 y 2016 advertí en Roma de los graves problemas de la comunidad como tal; verbalmente y por escrito. Me entrevisté con el secretario de Estado, Pietro Parolin: silencio romano. Llevé mi denuncia personalmente a la entonces Congregación para la Vida Religiosa, otro esfuerzo en vano. Y quiero añadir que, esto último vino acompañado de una denigración como pocas he padecido, por parte de José Rodríguez Carballo, el segundo al mando de dicho dicasterio. Un año después, él mismo me pidió que le enviara mi denuncia por correo electrónico. No sirvió de nada. Advertí, asimismo, con un largo informe escrito, al Cardenal Sean O'Malley, cabeza de la Comisión de Prevención de Abuso a Menores: silencio bostoniano.

Toda puerta tocada se convirtió para mí, a pesar de ser un obispo de la Iglesia, en puerta cerrada y sellada. Los nombres que menciono no son debido a ningún ánimo de venganza. Me mueve el propósito de que esta cultura eclesiástica enfermiza de “no se dice, no se sabe”, tenga en algún momento un punto final.

Campaña de calumnias en Roma y Perú

Conforme avanzaba el tiempo, me fui enterando de las difamaciones y calumnias que en mi contra se sembraron dentro y fuera de Roma. Sus promotores fueron algunas autoridades del Sodalicio, entre ellos Enrique Elías, su procurador ante la Santa Sede. A esta campaña se sumaron algunos de mis hermanos de la Conferencia Episcopal Peruana. Los típicos mecanismos de empoderarse en el control de la narrativa, al estilo de Goebbels: “miente, miente, que algo queda”.

Estábamos aún lejos de los acontecimientos del 2018, cuando se produjo la visita del papa Francisco a Chile, con la consecuente conversión en su mirada y comprensión de la temática de los abusos en la Iglesia. Era todavía el ambiente de nula transparencia y el desconocimiento de lo que significa “rendir cuentas”. Estabamos lejos del “escuchar, proteger y dar crédito” a las víctimas.

El cardenal Parolin
El cardenal Parolin

Aún hoy recuerdo, durante la visita papal del 2018 al Perú, las miradas y gestos evasivos a mi saludo de los dos cardenales Parolin y O'Malley, parte de la comitiva pontificia. La indiferencia y frialdad fueron absolutas. Quedé devastado. Entonces me di cuenta de dos cosas: de la dimensión institucional -sistémica- del encubrimiento en la Iglesia y de que probablemente mi ministerio episcopal estaba llegando a su final.

En efecto, en 2021, el nuncio de turno, Nicola Girasoli, por teléfono y a gritos, demandó mi renuncia. ¿A qué venía ya resistir a una maquinaria cuyos engranajes no se detendrían? Bastó una simple carta y una excusa de corte diplomático: “Mons. Kay debía atender a su madre muy anciana”.

El Dios Dinero

Sé perfectamente de lo que se habla cuando se describe al Sodalicio como una comunidad sectaria, como una jaula invisible de encierro mental, como una organización de dependencia y control. Con el abuso convertido en sistema, con una cultura interna tóxica, con comportamientos mafiosos, siempre actuando en la sombra y tras el trono. Un pulpo con tentáculos en todos los ámbitos de poder: eclesiásticos, financieros y civiles.

Y es que, si hablamos de los posibles mil millones de dólares en cuentas offshore y a nombre de testaferros (da pena decirlo de una institución religiosa), el dinero significa poder, y el poder es capaz de comprar conciencias y decisiones sobre personas e instituciones.

Los primeros 10 expulsados del Sodalicio
Los primeros 10 expulsados del Sodalicio La República

Conocí de primera mano la malicia de las autoridades de mi otrora comunidad. Los vi coordinar y organizar a escondidas, con absoluta impunidad, decisiones y acciones delictivas. Como cuando, estando yo en Ayaviri, en medio de las tensiones originadas por Erwin Scheuch, entonces superior regional del Perú, para hacerse a mis espaldas del control de la Prelatura, buscó además controlar (y de hecho, lo logró) los dineros del Fondo Minsur para programas sociales, sin yo conocer aún de los malos manejos de altas sumas de dinero. De esto me enteraría años después por algunos testigos.

Más por intuición que por certezas, decidí cortar a mitad de camino dicho programa. Apenas lo hice recibí la llamada de Jaime Baertl, a gritos destemplados e insultos de todo calibre, reclamándome por la decisión tomada. No hacía mucho, Andrés Tapia, encargado regional de comunicaciones de turno, había intervenido y comprometido con un programa de hackeo la computadora de mi secretario. De esa manera, la cúpula sodálite tenía acceso a mi correspondencia, itinerarios y comunicaciones.

El punto de quiebre

Viví en carne propia la gravedad perniciosa del abuso espiritual y de conciencia, por parte del mismísimo Luis Fernando Figari, preso de la arrogancia patológica de sustituir a Dios.

He experimentado en carne propia la vía dolorosa de la resolución de los traumas. Las fobias, los ataques de pánico, las pesadillas, el miedo, el delirio de persecución, la ansiedad, y tantos otros síntomas que acompañan este calvario prolongado. Conozco de primera mano las dinámicas de manipulación, sometimiento y quiebre de la voluntad.

Luis Fernando Figari
Luis Fernando Figari

Y como víctima experimenté muchas veces la total carencia de empatía, compasión, escucha, reconocimiento, afirmación de parte tanto de miembros del Sodalicio como de autoridades eclesiásticas; esa suerte de bloqueo interno, hecho de discriminación y exclusión, que en milésimas de segundos puede traducirse en miradas replegadas y de secreto repudio, con el deseo instintivo de zafarse de lo que les incomoda o quizás hasta pone en evidencia.

Aprovecho estas líneas para reconocer con humildad y dolor que también yo mismo, décadas atrás, no di crédito a quien me habló de su abuso. Pero, gracias a Dios fue ese, en efecto, mi primer – no único – punto de quiebre e inflexión. En las palabras de esa persona me vi confrontado con mi propia historia y drama.

Por tanto, no puedo sino suscribir todo lo que en tantas publicaciones escritas o videograbadas han expresado sobre esta materia personas como Martin Scheuch, Alfonso Figueroa y su hermana Rocío, José Enrique Escardó, Renzo Orbegoso, Oscar Osterling y Mario Solari. Manuel Rodríguez en sus publicaciones de “Roncuaz”. Martín López de Romaña en su libro “La jaula invisible”, y otros tantos que, de una u otra forma, han compartido su testimonio.

Pedro Salina y Paola Ugaz, en Lima, ante la Nunciatura
Pedro Salina y Paola Ugaz, en Lima, ante la Nunciatura

Siento además que es mi deber agradecer sincera y públicamente una vez más la labor -persistente hasta el agotamiento- de Pedro Salinas y Paola Ugaz, quienes padecen una persecución mediática y judicial completamente injusta; y, en el caso de Pedro, revictimizante, pues él fue, como yo, sodálite.

La Misión

Me gustaría también dejar en claro, para quienes reserven siquiera un mínimo de duda, que la Comisión Scicluna – Bertomeu, designada por el propio Santo Padre, hizo un trabajo impecable en la recolección, organización y aplicación de medidas disciplinarias, resultantes de las denuncias.

Para quienes conocemos y padecimos la corrupta urdimbre interna, las expulsiones están más que justificadas. Pretender quitar crédito, relativizar o peor aún demandar civil y eclesiásticamente a la Comisión, concretamente a uno de sus actores, el P. Jordi Bertomeu no me lo explico sino como una ceguera voluntaria a la trama aquí en juego (pues la información está al alcance de todos) o acaso un actuar malévolo con los mismos viejos mecanismos de difamación y calumnia para controlar la narrativa.

Scicluna y Bertomeu
Scicluna y Bertomeu

Los obispos peruanos

Confieso que, a pesar de que me vida se rompiera en mil pedazos y por años transitara por el valle del dolor y la desesperación, como consecuencia de los abusos, traumas y las revictimizaciones eclesiales sufridas, mi fe sufrió, pero no quedó hecha añicos. Puedo decir hoy con cierta paz espiritual que amo este tesoro, que amo al Señor y amo a la Iglesia. Pero seamos honestos, callar no ayuda a nadie. En consecuencia, las autoridades en la Iglesia deberíamos ser los primeros en romper el silencio.

En lo que concierne a nuestra Conferencia Episcopal Peruana (CEP) me siento en la obligación de compartir algunas preguntas y reflexiones, especialmente luego de su último comunicado de prensa de este 7 de diciembre.

Personalmente, pienso que como Conferencia Episcopal hemos fallado gravemente en nuestra actuación. Si lo que se dice en aquella nota de prensa con relación a todo lo que se actuó en materia del Sodalicio fuera real y efectivo, ¿por qué nunca hubo resultados? ¿Por qué tuvieron que pasar diez o más años para que se concretara una investigación, cuando otros objetivos se logran en apenas semanas o meses? ¿Por qué pudo más la persistencia y presión de las víctimas, que las presidencias de turno? ¿Podemos excusarnos simplemente diciendo – como afirma el comunicado - que todo depende de Roma y es allí donde toca preguntar y averiguar? ¿No damos la impresión con ello de querer exculparnos de nuestra inacción o incluso potencial permisión, si la hubiera habido en alguno?

En mi calidad de obispo -y exmiembro del Sodalicio- a lo largo de mis 15 años de presencia activa en la CEP, nunca se me preguntó mi parecer u opinión sobre el tema. Jamás se me acercó alguien a nombre de la CEP para entablar un diálogo honesto y directo con la finalidad de realmente comprender lo que sucedía, y así poder actuar. Hubiera sido, creo, un interlocutor valioso para esclarecer dudas, responder preguntas, ayudar en la búsqueda de la verdad y de posibles soluciones.

En cambio, unido al manto del silencio no solo percibí una opacidad irresponsable, falta de transparencia y de rendición de cuentas, sino que sufrí otra vez el ostracismo, esa marginación sutil y silenciosa, tan clericalmente educada, que sin necesidad de palabras me gritaba: “aquí́ se te tolera, pero no eres bienvenido”.

Así pues, comprendo muy bien las quejas de las víctimas hacia los que durante estos años decisivos fueron las cabezas de nuestra CEP, sus presidentes y consejos permanentes.

La idea de que resuelto el asunto del Sodalicio, finalmente habremos pasado la página y arribado nuevamente al “modo normalidad”, además de ser un absurdo, evidenciaría una ceguera insólita y un proceder irresponsable

Durante mi propio proceso de duelo por las pérdidas a consecuencia de mi salida del Sodalicio y los difíciles años como ordinario de Ayaviri, mientras iba lidiando con el sufrimiento a cuestas, paradójicamente se me acercaron no solo víctimas de abuso del Sodalicio. También me tocó escuchar víctimas de otras congregaciones religiosas y de clérigos de varias partes del país que buscaban ser atendidas, validadas y acaso recibir alguna orientación.

Por eso, la idea de que resuelto el asunto del Sodalicio, finalmente habremos pasado la página y arribado nuevamente al “modo normalidad”, además de ser un absurdo, evidenciaría una ceguera insólita y un proceder irresponsable.

Francisco, con los obispos de Perú
Francisco, con los obispos de Perú Vatican Media

Los tiempos han cambiado. Mientras como pastores de la Iglesia no entendamos que nuestra actuación no debería circunscribirse a meros trámites burocráticos ni mucho menos estar motivada por intereses, banderías y agendas de uno u otro tipo, será difícil que demos la talla a los desafíos de la Iglesia en el Perú y el mundo. Son tiempos en que prácticamente todo se llega a saber. La impunidad y omertá en la Iglesia, hoy por hoy, parece no resisitir por mucho tiempo. La información viaja a velocidades inauditas y los secretos se descubren tarde o temprano. De esto va dejando clara constancia la historia del Sodalicio y otras más a lo largo y ancho del mundo católico.

Transparencia, integridad y rendición de cuentas son exigencias ineludibles para la Iglesia y sus pastores de hoy y mañana si queremos evitar que sean los tsunamis de indignación, ira e impotencia los que rompan los diques de la omertá y el encubrimiento, arrasando todo a su paso y enlodando el rostro de la Iglesia de Cristo, para escándalo de los hombres y mujeres de fe.

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