Más misericordia y menos rigorismos ni paternalismos

Este jueves 12 de marzo, el santo padre ha ofrecido unas palabras a los participantes en el curso promovido por el tribunal de la penitenciaria apostólica en la sala Clementina.

Como siempre invito a quien no lo haya hecho a buscar el texto íntegro (aunque me temo que está solo en italiano) en www.Vatican.va. Desde aquí vamos a recoger únicamente algunas ideas que a quien escribe le han parecido muy inspiradoras.

“Los Sacramentos, como sabemos, son el lugar de la proximidad y de la ternura de Dios hacia los hombres; Son el modo concreto que Dios ha pensado, ha querido para venir a nuestro encuentro, para abrazarnos, sin avergonzarse de nosotros y de nuestros límites.”

Y es que el ser humano es simbólico por naturaleza y necesita del lenguaje de los símbolos y los signos. El sacramento hace visible una realidad invisible. Es Dios mismo que quiso hacerse cercano al ser humano al instituir los sacramentos.

“De entre los Sacramentos, ciertamente en el de la Reconciliación se hace presente con especial eficacia el rostro misericordioso de Dios: lo concreta y lo manifiesta continuamente. No lo olvidemos nunca, sea como penitentes o como confesores: ¡no existe ningún pecado que Dios no pueda perdonar! ¡Ninguno!”

Lo verdaderamente hermoso del sacramento de la reconciliación es la acción del Espíritu Santo que sale en defensa del penitente. Se expresa la profunda compasión de un Dios que tiene debilidad por su creación y está solícito a perdonarnos.


Subraya tres exigencias:

"Vivir el Sacramento como medio para educar en la misericordia; dejarse educar por cuanto celebramos; custodiar la mirada sobrenatural."

Estas tres exigencias que presenta el papa Francisco son todo un proyecto de renovación permanente. Dice que por medio del sacramento de la reconciliación podemos "ayudar a nuestros hermanos a hacer experiencia de paz y de comprensión, humana y cristiana."

Y muy bien ponderado el papa insiste en lo que NO es el sacramento de la reconciliación. Tristemente en la realidad todavía hay demasiadas malas experiencias de fieles que caen en manos de sacerdotes que se ven con la autoridad de regañar a quien se confiesa pecador y que son expertos en multiplicar el dolor de los pecados, haciéndole caer, en algunos casos, en una experiencia hasta traumática.

El papa recuerda:

"La Confesión no debe ser una “tortura”, sino que todos deberían salir del confesionario con la felicidad en el corazón, con el rostro radiante de esperanza, incluso si alguna vez, lo sabemos, bañados en las lágrimas de la conversión y de la alegría que de ella deriva (cfr Exhort. ap. Evangelii Gaudium, 44). El Sacramento, con todos los actos del penitente, no implica que deba convertirse en un pesado interrogatorio, fastidioso e invasivo. Al contrario, debe ser un encuentro liberador y rico en humanidad a través del cual poder educar en la misericordia, que no excluye, incluso comprende también el justo empeño de reparar, en cuanto fuera posible, el mal cometido."

Y es que a los sacerdotes nos hace falta no olvidar la "Delicadeza de ánimo que hace tanto bien al corazón, también al corazón del confesor! De este modo nosotros, sacerdotes, hacemos crecer las relaciones personales con Dios, de modo que se dilate en los corazones su Reino de amor y de paz."

Y continua haciendo una reflexión en torno a dos opciones o caminos que deforman la esencia del sacramento: Los rígidos que no pasan ni una tilde y presentan un camino tan angosto que uno se ahoga solo de imaginar pasar por ahí, y los del "todo vale" porque Dios es amor y da la sensación que esa maravillosa cualidad de nuestro Señor se convierte en una especie de salvoconducto al permisivismo moral.

Continúa el papa Francisco diciendo que ninguna de esas dos actitudes propician, en realidad, la misericordia:

"Se confunde la misericordia con el ser confesor “de manga ancha”. Pero pensad esto: ni un confesor de manga ancha, ni un confesor rígido son misericordiosos. Ninguno de los dos. El primero, porque dice: “Vamos adelante, esto no es pecado, dale, dale!”. El otro, porque dice: “No, la ley dice…”. Pero ninguno de los dos trata al penitente como a un hermano, lo coge de la mano y lo acompaña en su camino de conversión!"

"Sin embargo, el misericordioso lo escucha, lo perdona, pero se hace cargo y lo acompaña, porque la conversión sí, comienza – quizás – hoy, pero debe continuar con la perseverancia… Lo toma consigo, como el Buen Pastor que va a buscar la oveja perdida y la carga sobre sí. Pero no es necesario confundir: esto es muy importante. Misericordia significa hacerse cargo del hermano o de la hermana y ayudarlo a caminar."

"Y, ¿Quién puede hacer esto? El confesor que reza, el confesor que llora, el confesor que sabe que es más pecador que el penitente, y si no ha hecho aquella cosa fea que dice el penitente, es por simple gracia de Dios. Misericordioso es estar cercano y acompañar el proceso de la conversión."

A los confesores nos dice: "¡Dejaros educar por el Sacramento de la Reconciliación!"


"¡Cuánto podemos aprender de la conversión y del arrepentimiento de nuestros hermanos! Nos animan también a nosotros a un examen de conciencia: yo, sacerdote, ¿amo así al Señor, como esta viejecita? Yo sacerdote, que he sido hecho ministro de su misericordia, ¿soy capaz de tener la misericordia que hay en el corazón de este penitente? Yo, confesor, ¿estoy disponible al cambio, a la conversión, como este penitente, del cual he sido puesto a su servicio? Tantas veces nos edifican estas personas, nos edifican."
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