GEBIRA, Madre del Señor, presencia viva del "rey" ausente (asesinado o muerto)

Volviendo al origen de la Iglesia encontramos a María, madre de Jesús, entendida como "gebira", madre del "rey" o personaje ausente (muerto, asesinado), como muestra toda la historia de Israel. Hubo otras mujeres, con Magdalena, apostola apostolorum, fundadora de la Iglesia (como dice Francisco). Pero luego cobró más importancia la Madre de Jesús, como su “pareja” (Gebira, socia Christi, theotokos, cf. Concilio de Éfeso,431), y su figura ha seguido creciendo a pesar del rechazo de iconoclastas (siglo VIII) y algunos protestantes (siglo XXVI) 

Muchos piensan hoy (2020) de manera tácita o expresa que ha llegado la hora de retomar (no rechazar) el principio mariano del cristianismo, y así lo mostraré de un modo inicial, con ocasión de la Merced (24.9.20), signo y fiesta de la Justicia/Misericordia de Dios, expresada y “venerada” por María.   

          Hoy expongo de un modo histórico‒exegético el principio del “culto” de María como gebira, madre/socia del Señor. (b) Mañana expondré su figura como signo y principio de liberación (Merced: Misericordia/Justicia) mesiánica.

EL FUEGO DEL ESPÍRITU – VIRGEN MARÍA

Jerusalén y Galilea, la primera Iglesia

             Jesús inició un movimiento de Reino de Dios (liberación humana) hacia el año 30 d.C. en Galilea[1]. Su propuesta fue escuchada y aceptada por mucho, pero entre ellos no se hallaba María, su madre, ni tampoco sus hermanos, como atestiguan Mc 3, 31-35 y 6, 1-6 y Jn 7, 1-9)[2].

Con ocasión de las fiestas de Pascua, Jesús presentó su mensaje de Reino en Jerusalén y su propuesta fue aceptada por algunos, pero rechazada por los sacerdotes del Templo[3]. Es posible que la madre de Jesús hubiera venido también a las fiestas, pero a pesar del testimonio de Jn 19, 25-27 (que ha de entenderse en otra perspectiva) fuera entonces tampoco “cristiana”.

  Los primeros “creyentes” oficiales, aceptados por la tradición fueron galileos (cf. Mc 16, 1-8; cf. Mc 26, 69 par; Hch 1, 16; 2, 7; Hch 9, 31; 13, 31) y entre ellos resulta fundamental la misión de otras mujeres (Mc 16,1‒8), iniciadoras pascales del movimiento cristiano. Pero tampoco en ese momento aparece aún María como miembro de los dos primeros grupos “oficiales” de la Iglesia. Sólo en el tercero podremos encontrarla: 

‒ Grupo 1º: Pedro y los Doce en Jerusalén. Muy pronto, quizá por “presión de fe” de algunas mujeres, los Doce “seluhim” a quienes Jesús había elegido para simbolizar el retorno y cumplimiento de las tribus de Israel, dirigidos o animados de un modo especial por Simón Pedro, parecen haberse trasladado a Jerusalén, reinterpretando el movimiento de Jesús y esperando su pronto retorno, y a partir de esa esperanza surgió una comunidad de “seguidores” mesiánicos, como un tipo de “secta” escatológica judía, entre otras que había ya en su tiempo.

- Grupo 2º. Los “helenistas”. Muy pronto creyeron en Jesús y se añadieron a los Doce un grupo significativo de helenistas, es decir, de judíos de lengua griega, venidos de la diáspora, para renovar o ratificar su vocación judía y su esperanza mesiánica en Jerusalén. De ellos habla de un modo sorprendente y sorprendido el libro de los Hechos (cap. 6‒7). Fueron hombres y mujeres que no habían conocido a Jesús “según la carne”, pero que quedaron sorprendidos (transformados) por su “destino” mesiánico y su “crucifixión”.  

‒ Grupo 3º. Hermanos de Jesús, una iglesia de parientes.  Pronto surgió, sin que el libro de los Hechos diga cómo, una “comunidad” de cristianos judíos de ley, que vieron a Jesús como un “renovador de la ley nacional”. Ellos se encuentran encabezados por Santiago, hermano de Jesús, y así aparecen como “fundadores” de un cristianismo “legal”, esperando a Jesús como gran maestro de la Ley. Entre ellos se encuentra, sin duda, la madre de Jesús, que aparece pronto como una figura importante del grupo[4]. 

El primer testigo fidedigno (de primera mano) que tenemos de esos hechos es Pablo, quien cuenta su historia cristiana en Gal 1‒2 y en el conjunto de Filipenses.  Todo parece indicar que él forma parte de la tendencia de los cristianos helenistas, a quienes perseguía en Damasco, que era por entonces su ciudad. Pero él recibe una “llamada” de Jesús, se hace cristiana y realiza durante tres años una “misión” en Arabia (quizá en el reino de los nabateos, no lejos del mismo Damasco)[5].

Los doce apóstoles de Subirachs. El Santuario de la Virgen del Camino (II)  | León Olvidado

Pues bien, pasados los años, muertos los tres líderes (Pedro, Santiago y el mismo Pablo) a principio de la década de los 60, entre Jerusalén (Santiago), Antioquía, varias ciudades helenistas y Roma, recibimos el testimonio de unas iglesias que mantienen sus diferencias pero dialogan. En ellas destacan los testimonios de Marcos y de documento llamado Q: 

‒ Tradición de los Dichos (Q), ausencia de la madre. Esa tradición ha empezado interpretando a Jesús básicamente como un profeta ymaestro sabio, en la línea de Mc 6, 2: "¿de dónde le viene esta Sabiduría...?". La sabiduría de Jesús no tiene ni padre ni madre en este mundo, pues supera las estructuras familiares antiguas, las normas sociales codificadas por la ley de Israel, situando a los hombres y mujeres de su entorno (especialmente a los pobres) ante la libertad y la gracia de Dios, revelada en Cristo. Lógicamente, en ese contexto, la Madre de Jesús apenas ocupa lugar: no existe una mariología del Q, que pueda inscribirse en las primeras tradiciones antiguas de la iglesia. En ese fondo se entiende el tema de la ruptura familiar de Jesús que la tradición de Q ha destacado (como hará Marcos), en un contexto que parece autobiográfico: la opción por el Reino supera el tipo normal de fidelidades familiares, que son fundamentales en aquel contexto israelita[6].

‒ Marcos transmite una tradición y teología posterior (hacia el 70 d.C.), influida por los cristianos helenistas (Pablo) y por una visión universal de Jesús (cf. Mc 13, 10; 14, 9), de manera que es muy crítico con la comunidad de Jerusalén, tal como él la ve centrada en la madre y los hermanos de Jesús, que quieren prenderle y llevarle a la buena “casa de Israel” pensando que está loco (3, 20-21.31-35). Esos “hermanos” de Jesús, con su madre, parecen vinculados a una tradición nazorea particular, de forma que no entienden (no aceptan) el carácter universal del mensaje de Jesús, en contra de los helenistas[7].

Iglesia judeo-cristiana de Jerusalén

BREVE RELATO DE LA HISTORIA DEL MONASTERIO DE SANTA CATALINA EN EL SINAÍ.  EGIPTO – La Belleza de los Iconos

                       Como he dicho, el movimiento de Jesús se ha expresado desde el principio en formas y modelos distintos[8], tal como aparecen, veladamente,   en el libro de los Hechos[9].   

En ese contexto, quiero insistir en la comunidad de Santiago que se instala en Jerusalén, asume la sacralidad judía del templo y de la nación, reinterpretándola desde Jesús. Ella está formada sólo por cristianos de observancia judía, que empezaron viniendo de Galilea, pero se instalaron en Jerusalén, donde recibieron nuevos miembros que Hch vincula a los grupos sacerdotales (Hch 6, 7) y fariseos cristianos (Hch 15, 5). La relación de parentesco con Jesús parece importante en esta comunidad, y en  ese contexto se puede hablar de la madre de Jesús como “gebîra”, señora mesiánica.  

La misión helenista se inspira en una visión escatológica mucho más intensa, en forma de crítica del templo y del judaísmo de la ley (que aparece ya en Hch 6-7), suponiendo que la muerte de Jesús ha superado las viejas diferencias sacrales simbolizadas por el templo y las leyes de pureza nacional judía; por eso, el evangelio puede extenderse a los gentiles, que son aceptados en el gran cuerpo renovado de Israel. En este contexto se puede hablar de una “concepción virginal de Jesús”, superando un tipo de maternidad puramente judía de María.

La misión paulina empieza vinculada a la helenista, pero lleva hasta el final su tendencia universal,creando iglesias pagano-cristianas, donde no se exige la observancia de la Ley judía. Sus iglesias no son ya comunidades de judíos helenistas que admiten en su grupo a los gentiles, sino comunidades de paganos que se hacen cristianos de un modo directo. Ciertamente, ellas pueden aceptar también a cristianos de origen judío, pero ellos tendrían que aceptar las normas de vida pagana (comidas compartidas, leyes de pureza).

 La comunidad judeo-cristiana de Jerusalén, reunida en torno a Santiago, no ha nacido por escisión o separación, ni a través de un posible "golpe de mano" de los parientes de Jesús, sino por una experiencia pascual de Santiago y de esos familiares de Jesús, que han establecido en Jerusalén su propia iglesia, entre el año 30-33 d.C.,   esperando, sin duda, el próximo retorno de Jesús como Hijo de David, mesías escatológico[10]. 

Gebira. La madre del “señor”

             Conforme al testimonio tardío, pero exacto, de Jn 7, 1-9, los parientes no habían reconocido la misión mesiánica de Jesús en Galilea, pero le “vieron” tras su muerte y le aceptaron como mesías de Israel. Nos gustaría saber la relación que tenían con la madre de Jesús y la posibilidad de que su visión pascual estuviera vinculada al 'luto' funerario por la muerte de su hermano, pero carecemos de datos para precisarlo[11]. También nos gustaría conocer mejor sus vinculaciones con Pedro y los Doce (las comunidades de Galilea), pero tampoco tenemos testimonios más precisos de ello.

Icono de la crucifixión en Santa Catalina del Sinaí, siglo XIII. | Arte  bizantino, Arte religioso, Arte

Sea como fuere, esos parientes de Jesús han reinterpretado sus relaciones con las leyes del templo y con la vida social de Israel, diciendo que él no ha venido a destruirlas, sino a plenificarlas. Pero, al mismo tiempo, ellos han mantenido relaciones de solidaridad con los otros cristianos (galileos y helenistas). No se han rechazado unos a otros, de forma que tanto Pedro como Pablo han podido acudir a Jerusalén (para estar con Santiago) y Pablo ha querido volver allí con su "colecta", para expresar sus lazos con la comunidad que es "madre" o centro de referencia de todas las iglesias (cf. 1 Cor 9; Rom 15; Hch 21-22). En este contexto puede hablarse de la madre de Jesús como gebîra y se han escrito sus genealogías davídicas. 

María Gebîra. La Madre del Señor (cf. Lc 1, 43). María parece vinculada a la comunidad de los judeo-cristianos de Santiago, y tanto Mc 3, 31-35 como Hch 1, 13-14 suponen que ella forma parte de la iglesia dirigida por los parientes del Señor en Jerusalén. Es muy posible que haya venido a convertirse en una figura importante para el grupo, como parecen exigirlo las tradiciones que la presentan como gebîra o Señora-Madre del Mesías de Israel. La historia y cultura israelita más antigua avala esta visión: el hombre es fuerte como guerrero y gobernante, la mujer como madre, pues en cuanto esposa, ella estaba a merced del marido que podía expulsarla de casa (cf. Dt 24, 1-4). Pero, muerto el marido, y defendida por sus hijos, ella se vuelve muy importante en la familia[12].

Parece que Jesús no se casó, pues un tema como el matrimonio era en aquel tiempo algo público. Pero aunque lo hubiera hecho, su mujer en cuanto tal no habría tenido autoridad, pues la autoridad no le venía como esposa (un marido podía tener varias), sino como madre. Parece claro que Jesús no tuvo hijos, pues si los hubiera tenido la madre de esos hijos hubiera tomado la autoridad en la iglesia judeocristiano.

Pues bien, en esa línea, descubrimos por Lc 1, 43, que a la muerte de Jesús algunos “cristianos” conceden autoridad (como madre del Señor, gebîra) a su madre María (Cf. 1 Rey 15, 13; 2 Rey 10, 13; Jer 13, 18). El grupo judeo‒cristiano de Jesús es un grupo de “varones”, al estilo judío, hombres que son importantes (gbr) por lo que hacen. La mujer, en cambio, es importante por los hijos que engendra. Pues bien, en esa, por razón de su hijo Jesús, el Mesías, los parientes del Jesús, pretendiente mesiánico, mesías resucitado, han considerado a su madre como gebîra o Señora. Este puede ser uno de los primeros signos de “veneración” mariana. La madre de Jesús aparece como gebîra o Señora en el fondo de las narraciones de Mt 2 (Jesús está en sus manos); en esa perspectiva pueden entenderse también Lc 1, 43 (¿de dónde a mí que venga a visitarme la madre de mi Señor) y Jn 2, 1-11 (donde parece que María acude a su calidad de madre para pedirle a Jesús que actúe, como indicándolo qué ha de hacer).

Jesús, hijo de David, genealogías mesiánicas. Esacomunidad, centrada en los parientes de Jesús, en Jerusalén, ha empezado dando bastante importancia al mesianismo davídico, en una línea nacional judía. Así parece reconocerlo Pablo, al menos de manera táctica, en su saludo de Rom 1, 3, cuando define a Jesús como "hijo de David según la carne", para añadir que "ha sido constituido Hijo de Dios por el Espíritu, en la resurrección de entre los muertos". Según eso, el origen davídico de Jesús, que se da por supuesto, pertenece al nivel de la carnalidad, entendida no en un plano de fragilidad humana, sino de poder genealógico. Pablo admite esa genealogía Jesús, hijo de David en perspectiva "carnal", es decir, por descendencia de varón, pues las genealogías sólo se cuentan y valoran en línea de varones, pero añadiendo que ella no tiene sentido salvador; lo que define a Jesús como salvador es su origen pascual, por la resurrección, como hijo de Dios[13].

No conocemos directamente las pretensiones davídicas de la familia de Jesús y de la iglesia primitiva de Jerusalén, pero es claro que jugaron un papel importante en la cristología de la comunidad de Jerusalén. En esta perspectiva, la madre de Jesús quedaría integrada (yelevada) dentro de una familia davídica, determinada por la línea masculina: ella tiene valor como esposa de un descendiente de David y, sobre todo, como madre mesiánica de Jesús. Evidentemente, los cristianos de esta comunidad han considerado a Jesús como Hijo de David a través de su padre. Desde esta perspectiva se han establecido las genealogías, conservadas y transformadas en línea distintas, pero convergentes por Mt 1, 1-17 y Lc 3, 23-36. Pero, en ese mismo contexto (muerto probablemente José), ellos han dado importancia a la “madre viuda del mesías”[14].

 En este contexto de crítica y desbordamiento del origen genealógico de Jesús se inscriben (y se superan) los relatos de la concepciónvirginal de Jesús por el Espíritu, pues la tradición helenista que está al fondo de ellos invalida los argumentos básicos de la iglesia de los parientes de Jesús, con sus pretensiones genealógicas. Nos gustaría conocer mejor la vida de esa iglesia, pero no conservamos ningún testimonio directo de Santiago o de alguno de los miembros de su grupo, ni tampoco un evangelio escrito en esa perspectiva.

Solamente conocemos la teología de esa iglesia por las referencias exteriores de Pablo y Hech, por la elaboración de algunos elementos de su piedad en el evangelio de Mt y por algunas posibles alusiones de Jn. Sea como fuere, los parientes de Jesús y los fieles de la comunidad judeo-cristiana de Jerusalén mantuvieron una "misión" propia, y en algún sentido opuesta a la Pablo, como indica no sólo 1 Cor 9, 5, sino toda la polémica de Gal y 1 Cor contra los judeocristianos (cf. Hch 15, 3; 21, 18)[15].

 En esa línea resulta fundamental la aportación de Lucas que recoge numerosas tradiciones judeocristianas en Lc 1-2 y al comienzo del libro de los Hechos, en una línea que muestra gran simpatía histórica por los judeocristianos, en especial por María, la madre de Jesús, cuya verdadera “elevación” como signo cristiano (figura y modelo de fe) comienza a destacarse precisamente ahora. No sabemos cuándo murió, pero debió hacerlo en un momento en que la comunidad judeo-cristiana, dirigida por su hijo Santiago, hermano de Jesús, estaba bien consolidada, quizá después del 41-44 d.C. (cuando Pedro abandona la Iglesia de Jerusalén) y antes del el 62 (cuando Santiago fue asesinado); murió después de haber realizado una tarea simbólica importante como “gebîra” (madre mesiánica y figura de la Iglesia judeo‒cristiana)[16].

La novedad judeo-helenista

             Podemos suponer que los llamados “helenistas” (Hch 6) habían venido a Jerusalén para celebrar las fiestas de Pascua o Pentecostés, de manera que pudieron ser testigos de los últimos acontecimiento de la vida, juicio y muerte de Jesús, dentro de un contexto judío marcado por las esperanzas proféticas y los anuncios de renovación escatológica (cf. Hch 2). Sabemos que muchos habían venido a vivir a Jerusalén desde la diáspora, por motivos básicamente religiosos, porque esperaban un movimiento mesiánico o buscaban una forma nueva de experiencia de Dios en la ciudad del santuario. Hch 6, 9 supone que podían tener sus propias sinagogas o lugares de estudio y oración.

Evidentemente, traían sus propias ideas sobre Israel y su misión entre los gentiles. Pues bien, algunos de ellos pudieron ponerse en contacto con Jesús y con su grupo (como supone quizá Jn 12, 20). Pero la novedad que ellos destacan es la muerte “mesiánica” (¡de fracaso!) de Jesús, en línea pascual En este contexto se inscribe la conversión y trayectoria posterior de Pablo (quizá el 32 d.C., a los dos años de la muerte de Jesús). La misión helenista hizo posible el establecimiento del cristianismo con su propia identidad, a partir del trasfondo judío: 

‒ Muerte de Jesús, fin del templo. Estos cristianos retomaron la crítica de Jesús contra el templo (cf. Mc 11, 15-19), desarrollando una interpretación judía muy especial de la historia, que veía el templo como signo de rechazo contra Dios (cf. Hch 7, 44-50). Pero su novedad no está en su crítica del culto del templo (cosa que podían hacer otros judíos), sino en relacionarla con la muerte de Jesús, quien de esa forma asume y sustituye (niega y supera) los valores anteriores de sacralidad legal judía. A su juicio, la novedad de Jesús se condensaba en su muerte pascual (resurrección), que supera el culto del templo.

‒ Nacido de mujer (Gal 4, 4). Pero ellos entienden a Jesús no sólo como aquel que muere por los hombres, sino también como el Hijo que Dios ha enviado a este mundo, nacido de mujer. Ciertamente, en un sentido, el nacimiento de Jesús como hijo de David pertenece al plano de la ley, entendida como “carne” (cf. Rom 1, 3-4). Pero él nace en otro plano, como Hijo de Dios, enviado divino, superando así el nivel de la “ley judía”. En ese contexto, el dato más significativo no está en decir que Jesús “nace de Dios”, como ser divino, sino en seguir diciendo que él nace de María, según la carne.

 A partir de aquí ha podido surgir bastante pronto (aunque después de haber muerto María) el simbolismo teológico (theologumenon) del “nacimiento virginal”, que sirve para superar la visión “genealógica” del origen de Jesús, reinterpretando su nacimiento (que Rom 1, 3-4 sitúa todavía en un plano de la carne, en línea nacional judía) como expresión de la filiación divina de Jesús. Desde aquí se puede afirmar que Jesús ha sido concebido “por el Espíritu”, es decir, por la presencia especial de Dios en la historia y vida de Maris.

Ese signo de la "concepción por el Espíritu" traduce en formas helenistas, cercanas a las empleadas por Filón de Alejandría (filósofo judío del tiempo de Jesús), la experiencia de un nacimiento mesiánico que desborda el plano genealógico y nacional del judaísmo. Según eso, Jesús no es Mesías (Hijo de Dios) por haber brotado del “semen de David” (en forma biológica), sino por haber surgido por obra del Espíritu de Dios, por medio de María, su madre, a quien se entiende ya en forma mesiánica, como “gebira” del Cristo.

En esa línea podían reinterpretarse algunos elementos de la teología de Filón de Alejandría, que hablaba de un nacimiento virginal-espiritual, pero con una diferencia. Según Filón lo que nacía de forma "virginal" (por el poder de Dios) eran las virtudes en el alma de los justos. Ahora, en cambio, el que nace es un hombre, el mesías de Dios.

Ese tema podía hallarse evocado por el mismo Pablo cuando afirma que Abrahán tuvo dos hijos, uno que nació según la carne (de Agar, la esclava), otro que nació según la promesa (de Sara, la libre; cf. Gal 4, 21-5, 1). Es evidente que ese nacimiento a partir de la promesa-espíritu no niega el aspecto "biológico" del nacimiento de Isaac, pero lo sitúa más allá de la "carne", en el nivel pascual del Espíritu (cf. Rom 1, 3-4). Dando un paso más, una visión helenista que se vinculará pronto con tradiciones judeo-cristianas de Santiago y que será asumida y reinterpretada de formas distintas por Mt 1-2 y Lc 1-2, afirmará que Jesús ha nacido "por obra del Espíritu".

Estrictamente hablando, lo que está en juego no es un tema de biología, sino de teología (presencia actuante de Dios) y de antropología mesiánica (el carácter y hondura humano‒divina de la generación de Jesús como mesías de Israel e hijo de Dios), de una forma “virginal” (es decir, superando el plano puramente patriarcalista de su nacimiento).  No sabemos dónde ha surgido esta tradición del nacimiento virginal de Jesús, por obra del Espíritu. Quizá en la misma comunidad judeo-helenista de Jerusalén, quizá en alguna comunidad posterior, en el entorno de la misión helenista (en una línea cercana a la de Pablo), pero ha tenido un éxito inmenso en gran parte de las comunidades cristianas posteriores. Éstos son algunos de sus elementos más significativos.

 − Dualismo espiritualista, irrupción del poder trascendente de Dios. Estrictamente hablando, esa tradición sólo ha podido surgir en un contexto como el helenista (judeo-helenista) donde se supone que cada nacimiento surge a través de una acción espiritual muy intensa de Dios. Estrictamente hablando, esa “irrupción” del Espíritu de Dios no anula la intervención del varón, sino que puede suponerla, pero ella se expresa de un modo tan hondo e intenso que la acción humana del varón (de la dinastía de David) queda en la sombra, o incluso puede no ser necesaria. De esa forma se evita la mediación genealógica de la familia de David y del pueblo judío en el despliegue del mesianismo.

− Ruptura de las generaciones, universalismo humano. El nacimiento 'genealógico' de Jesús en la línea de David corría el riesgo de encerrarle en los cauces de la ley y de la nación judía, como ponían de relieve los judeo-cristianos de Santiago quienes, a la luz del mensaje y destino de Jesús, habían sacado la conclusión de que debían insistir aún más en el cumplimiento de la Ley nacional. Al afirmar que Jesús ha superado ese nivel, naciendo por obra del Espíritu, de María Virgen, esta tradición se pone al servicio de un nuevo orden humano, en línea de salvación universal. Ciertamente, María es judía (y Jesús nace dentro del judaísmo), pero de un modo universal, como salvador de todos los hombres.

La madre de Jesús, superación del riesgo gnóstico. Tomado en sí mismo, el helenismo podía conducir a un espiritualismo como el de Filón, en el que sólo importa la vida interior, o a una forma de gnosis, donde la madre y el nacimiento biológico carecen de importancia. Pues bien, en contra de eso, la iglesia ha mantenido en su confesión la palabra 'nacido de María virgen', para destacar así la humanidad de Jesús. En ese sentido, la apelación a María como madre de Jesús (por obra del Espíritu Santo) sirve para destacar la carnalidad de Jesús, su cuerpo histórico (su “carne”). Paradójicamente, ella, la virgen, es una expresión privilegiada de la carne humana, pero en sentido personal y universal, como seguiremos viendo en Mateo y Lucas.

La madre de Jesús. Narraciones evangélicas. Al llegar a este nivel, debemos añadir que una cosa es confesar que Jesús ha nacido por obra del Espíritu (superando así la genealogía de los varones y la ley) y otra es articular esa confesión en un relato. Eso es lo que han hecho, de un modo ejemplar, en formas distintas pero convergentes, Mt 1-2 y Lc 1-2. Sus relatos no pueden entenderse en forma “dogmática”, como han pensado muchos teólogos posteriores, sino en línea histórico-salvífica, mostrando de forma simbólica cómo Jesús no ha empezado a ser salvador en un momento posterior, a través de su mensaje especial y de su muerte, sino desde su mismo nacimiento, por obra del Espíritu Santo en María Virgen.

 Ni Mateo ni Lucas han querido narrar el nacimiento virginal de Jesús por sí mismo, sino que lo han puesto al servicio de algo que para ellos es más importante (la filiación salvadora universal de Jesús) y así lo han hecho poniendo de relieve la exigencia de conversión de José, el hijo de David (Mt) y la experiencia creyente de María (Lc). Tanto el uno como el otro reinterpretan de modos distintos, pero convergentes, la misión y figura de María como “gebîra” (Señora Mesiánica), asumiendo, criticando y superando la visión de los judeo-cristianos de Santiago[17].

 NOTAS 

[1] Así lo he destacado en la Historia de Jesús, Verbo Divino, Estella  2013.

[2] Esa “falta de fe” indica más bien la novedad de Jesús, que se ha enfrentado con la visión mesiánica (nazorea) de su familia, para abrir un camino nuevo, escandaloso, de opción por el reino de Dios a partir de los pobres y excluidos. De manera lógica, en un primer momento, sus familiares (con su madre) no estuvieron de acuerdo con él, no le siguieron. En contra de una visión idealizada e idealista de María, que le presenta como madre tierna y pasiva de un Jesús a quien ve desde el principio como Hijo de Dios, tanto Marcos como Juan nos hacen ver que ella fue una madre y mujer que tenía su propia visión del mesianismo, y que tuvo que enfrentarse con Jesús por ello.

[3] Podemos pensar que la propuesta de Jesús fue discutida y que las autoridades del Templo actuaron por miedo (cf. Mc 11, 15-15; 14, 1-2.57). Algunos discípulos le traicionaron y negaron (cf. 14, 43-50.66-72). Intervino también la autoridad romana que condenó a muerte a Jesús por las implicaciones político-sociales de su movimiento. La muerte de Jesús fue un hecho abierto, con repercusiones públicas, que ahora no podemos precisar con más precisión. Gran parte del cristianismo primitivo se inicia con la reacción de los diversos 'grupos de Jesús' ante el 'fracaso' de su muerte. Había venido a Jerusalén como enviado escatológico de Dios, para anunciar el Reino, con su sabiduría y su capacidad carismática, pero el gobernador romano (Poncio Pilato) le condenó a muerte, con la colaboración de los mismos representantes de la ley judía (del templo de Jerusalén) y los romanos.

[4] Todo lo que conocemos de estas comunidades lo sabemos desde la memoria que ellas han dejado de sí mismas en textos posteriores, que asumen y recrean su herencia (especialmente el documento Q y Mc, recreado por Mt y Lc). Durante un tiempo, hasta el 45-46 d.C., a pesar del carácter central de Santiago, Pedro sigue siendo la figura más importante de esas comunidades (cf. Gal 1, 18). Más aún, conforme al testimonio de Pablo (Gal 2, 1-10), reinterpretado por Lucas en Hch 15, a pesar de que ha dejado la ciudad en la persecución del 41-44 d.C. (cf. Hch 12, 17), Pedro sigue también vinculado a la comunidad de Jerusalén, donde le vemos 49-50 d.C. De todas formas, Pedro ha terminado convirtiéndose en misionero cristiano-helenista (y no en un miembro de la iglesia de Santiago en Jerusalén) y es muy posible que algunos otros miembros del grupo de los Doce hayan realizado la misma opción.  

[5] Sea como fuere, a los tres años “sube” a Jerusalén para “historêsai” (compartir su visión) con Pedro, con Santiago, el hermano del Señor. Significativamente él no “ve” (no conversa) con ningún representante de la comunidad helenista, quizá porque él mismo se siente “de los helenistas”, quizá porque entre ellos no exista ningún personaje destacado (que podría ser Bernabé).

[6] En ese contexto (cf. Q 21: Lc 9, 57-61 par), Jesús ha podido decir "quien no odia a su padre y a su madre... no puede ser mi discípulo" (Q 56; Lc 14, 26-27; Mt 10, 37-39). Según eso, Jesús ha superado un tipo de relaciones familiares que se cierran en sí mismas, mostrando que la apertura al Reino y el compromiso a favor de los pobres y excluidos de la sociedad está por encima de la pequeña fidelidad al padre o a la madre. Todo nos permite suponer que estas palabras expresan su experiencia personal, su apertura a Dios Padre: “Todo me ha sido concedido por mi Padre, y nadie conoce al Hijo sino el Padre y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar" (Q 25; Lc 10, 21-22; Mt 11, 25-27). Dios mismo aparece así como padre-madre de Jesús, origen de su autoridad (todo me lo ha concedido), principio y sentido de todo conocimiento; en ese contexto no se puede hablar de influjo de su madre.

[7] A pesar de eso, Marcos puede y quiere recuperar las tradiciones galileas del mensaje y milagros de Jesús, vinculadas a la memoria de Pedro y de los Doce, a quienes confía la tarea de extender su obra y mensaje (cf. 6, 6b-13). En este contexto se inscribe su referencia a la madre y hermanos de Jesús, vinculados a Nazaret, que aparece enfáticamente como su patria (Mc 6, 1). En ese fondo galilea se inscriben los textos de 'crisis familiar', que vuelve a encontrarse en el Q. Los que siguen a Jesús tienen que dejar padre y trabajo (cf. Mc 1, 16-20), abandonando al padre y al madre, con todo lo que significa la familia de este mundo (con casa y campos), para recibir una familia más amplia, en perspectiva de Reino (cf. Mc 10, 28-30; 13, 12). Por eso el hecho de ser madre o hermano de Jesús en línea biológica carece de importancia.

[8] Cf. R. Bauckham, Jude and the Relatives of Jesus in the early Church, Clark, Edinburgh 1990; "James and the Jerusalem Church", en The Book of Acts IV. Palestinian Setting, Eerdmanns, Grand Rapids MI 1995, 415-480; J. Blinzer, Die Brüder und Schwestern Jesu, SBS, Stuttgart 1967;  F. F. Bruce, New Testament History, Doubleday, New York 1972, 195-233;  M. Hengel, Between Jesus and Paul, SCM, London 1983.

[9] Hch 1, 12-14 supone que la primera comunidad de Jerusalén estaba formada por tres grupos: los Doce, las mujeres y los hermanos de Jesús con su madre. De las mujeres como grupo separado no dice nada el resto del libro. De los Doce como tales tampoco dice luego nada, ni se ocupa más de los hermanos de Jesús como grupo significativo, hasta que cita bruscamente a Santiago (Hch 12, 17), como representante de la iglesia de Jerusalén, de la que Pedro tiene que huir, a causa de una persecución. Es evidente que el autor de Hch supone conocida la importancia de Santiago. El año 49 se reúnen los líderes (Santiago, Pedro, Pablo) en Jerusalén y reconocen la existencia de dos (o tres) tendencias eclesiales: Los judeo-cristianos siguen cumpliendo las normas nacionales de la ley; los pagano-cristianos, quedan eximidos de ella, de manera que aparecen como fieles al Cristo (y a las promesas de Israel) sin hacerse judíos. 

[10] Tras la muerte de Santiago Zebedeo y la marcha de Pedro, en tiempos de Herodes Agripa (años 43–44 d.C.; cf. Hch 12), la comunidad de Jerusalén quedó dirigida por Santiago, hermano del Señor,  (cf. Hch 15, 13; 21, 18; 1 Cor 15, 7; Gal 1, 19; 2, 9.12). Santiago y su grupo son partidarios de un cristianismo judío, vinculado a Jerusalén y a las tradiciones legales y mesiánicas de Israel. Ellos son plenamente judíos, en Jerusalén y en los demás lugares donde viven, formando así parte de la “federación” de sinagogas; pero, al mismo tiempo, mantienen su comunión mesiánica con los cristianos que vienen de la gentilidad y que no han sido circuncidados, ni cumplen las observancias judías. Ellos debieron sufrir una fuerte conmoción con el asesinato de Santiago (el año 62 d.C.; cf. F. Josefo, Ant XX, 197) y, sobre todo, con la guerra judía (del 67-70 d.C.). En esa línea parecen moverse algunos textos de la tradición de Mt, que intensifican la más alta justicia y obediencia a la ley, pero en línea de interioridad (como en las antítesis de Mt 6) y de justicia del Reino (cf. Mt 5, 17-20).

[11] Cf. La Madre de Jesús, Sígueme, Salamanca 1990, 26-30. Ha destacado este motivo J. D. C. Crossan, The Birth of Christianity, Harper, San Francisco 1998.

[12] Cf. R. de Vaux, Instituciones del AT, Herder, Barcelona 1985, 172-173. Para un estudio más amplio de la  gebîra y sus funciones cf. G. Molin, "Die Stellung der  gebîra im State Juda" ThZ 10 (1954) 161-175; H. Donner, ·Art und Herkunft des Amtes der Königinmutter im AT", en Fest. J. Friedrich, Heidelberg 1959, 105-145; N. E. A. Andreasen, "The role of the Queen Mother in the Israelite Society": CBQ 45 (1983) 179-194. He desarrollado el tema en La historia de Jesús, Verbo Divino, Estella 2013.

[13] Es muy posible que la tradición de Mc 12, 35-37, aceptada de modo reticente por el autor del evangelio, nos sitúe en el mismo contexto. Los que apelan al mesianismo nacional, diciendo que Jesús es Hijo de David, se sitúan en un plano imperfecto. El Jesús mesiánico y resucitado pertenece a un plano superior, pues David, autor simbólico del Sal 110, 1, le llama mi Señor, y Dios, verdadero protagonista de la historia, le hace sentar a su derecha, como mesías y juez definitivo. Esta es la cita del salmo: "Dios el Señor (=Dios) a mi Señor (=el mesías Jesús): ¡siéntate a mi derecha...!" (cf. Mc 12, 36) sólo de un modo reticente ese título mesiánico de Jesús, al ponerle por encima de David.

[14] En su origen, las genealogías le sitúan dentro de una descendencia que está determinada por la sucesión de los padres varones, de manera al final de ellas debería hablarse de un nacimiento normal de Jesús, “hijo de José”, en clave de genealogía de varones. Jesús aparecía así como “hijo de David” por ser hijo de José, el “nazoreo” (pretendiente davídico). En este contexto, María aparece sólo en un segundo momento, como esposa de José, y después como gebîra, madre del Señor mesiánico, recibiendo así toda su importancia. Los evangelios han citado las genealogías   para cambiar su sentido, en un contexto donde se habla ya de una “concepción por el Espíritu”, de manera que Jesús no es mesías por ser descendiente de David, sino por haber sido engendrado (en sentido más alto) por el Espíritu de Dios.

[15] Esta iglesia quiso mantenerse dentro del judaísmo, pero eso no impidió que suscitará el rechazo de otros círculos judíos, de manera que Santiago, su representante más significativo, fue asesinado por orden del sumo sacerdote saduceo en torno al 62 d. C. (cf. Flavio Josefo, AJ, 20, 199-203). Ciertamente otros judíos protestaron pero las tensiones de estos judeo-cristianos con otros judíos no cristianos aumentaron. Es muy posible que con la guerra del 67-70 d. C. muchos tuvieran que abandonar Jerusalén, porque su mesianismo era opuesto a la violencia y guerra contra Roma; por otra parte, para ellos, el acontecimiento fundamental de la salvación de Dios ya se había realizado. Aquella iglesia acabó, pero una parte de su herencia ha sido conservada y recreada desde diversas perspectivas. 

[16] Sólo así se explica la importancia que ella ha tenido en las iglesias posteriores, y la función que ha realizado en ellas, como muestran los evangelios. Su recuerdo dejó una huella intensa en la vida de la comunidad judeo-cristiana de Jerusalén, y de allí pasó al resto de las comunidades, de formas diversas, como seguiré indicando. Debió morir en Jerusalén, pues las tradiciones que la vinculan en forma geográfica con el Discípulo Amado, interpretando de forma sesgada el texto Jn 19, 25-27 y añadiendo que murió en Éfeso, carecen de fundamento. Una tradición antigua, propia de las comunidades judeo-cristianas de Jerusalén (¡no de las helenistas), sitúa su sepulcro en el lugar que ahora ocupa la basílica de la DormitioMaríae, junto al torrente Cedrón, cerca del lugar donde se supone que estaba el Huerto de los Olivos. No es imposible que ella hubiera sido enterrada allíHa estudiado el tema A. Álvarez, María de Nazaret. Visión Bíblica Actual, Nueva Utopía, Madrid 2012.

[17] No es imposible que Jesús naciera en Belén, lugar del que  provenía (al menos simbólicamente) su familia nazarena, pues unos cien años antes de su nacimiento (104-103 a. C.) hubo una 'rejudaización' de Galilea, conquistada por los reyes asmoneos de Jerusalén, que llevaron colonos judíos a Galilea. Pero esto es una suposición, y los relatos del nacimiento en Belén pueden entenderse quizá mejor en perspectiva teológica. 

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