"Las guerras son la causa de mutilaciones y discapacidades físicas y sensoriales muy graves" Cuando los hermanos mutilan nuestro cuerpo (guerra y discapacidad)
"Confío, a pesar de todo, que la paz sea para los hombres y mujeres de buena voluntad no solo un deseo de “Año Nuevo” sino tarea y compromiso de 'Año Entero'"
"Hasta 56 guerras conforman el paisaje actual de la violencia más inhumana que emborracha de sangre la tierra"
"Todos somos cómplices y beneficiarios, por activa o por pasiva, del criminal negocio de las armas y las guerras, todos aliados de las grandes potencias militares con nuestra indiferencia, nuestros silencios o nuestros miedos"
"Es como si los faraones y herodes del siglo XXI estuvieran aplicando la estrategia de una de las narraciones legendarias más sanguinarias que narran las Escrituras: la matanza de los inocentes que organizó el Faraón para acabar con la vida de Moisés"
"Todos somos cómplices y beneficiarios, por activa o por pasiva, del criminal negocio de las armas y las guerras, todos aliados de las grandes potencias militares con nuestra indiferencia, nuestros silencios o nuestros miedos"
"Es como si los faraones y herodes del siglo XXI estuvieran aplicando la estrategia de una de las narraciones legendarias más sanguinarias que narran las Escrituras: la matanza de los inocentes que organizó el Faraón para acabar con la vida de Moisés"
| José María Marín Sevilla sacerdote y teólogo
Cuando la naturaleza nos hiere sufrimos, pero sabemos que la naturaleza unas veces se comporta como generadora espléndida de la vida y otras, como aterradora compañera de viaje. Sabemos también que nuestro ser corporal es frágil y vulnerable. No ocurre igualmente cuando son nuestros semejantes los que mutilan los cuerpos o asesinan, sin más, a nuestros hermanos. En este caso el alma queda tan profundamente herida, tanto que resultará casi imposible encontrar razones y oportunidades para sanarla. Heridos en lo profundo miles de personas tardarán años en paliar las consecuencias psíquicas y emocionales, o no lo conseguirán nunca.
Para este inicio de año os brindo unas reflexiones acerca de la guerra y la discapacidad. Confío, a pesar de todo, que la paz sea para los hombres y mujeres de buena voluntad no solo un deseo de “Año Nuevo” sino tarea y compromiso de “Año Entero”. Frente a la oscuridad de las guerras que siguen sumando muerte, discapacidades y desolación en la humanidad entera, espero que el siguiente testimonio pueda sembrar en nosotros un poco de esperanza.
Las palabras de Henri François (sacerdote tuberculoso que sobrevivió a la Batalla de Verdún una de las más sangrientas de la Primera Guerra Mundial y posteriormente al exilio durante la Segunda Guerra Mundial), me servirán de hilo conductor.
De esta tierra donde tantos muchachos del mundo se mataron entre sí.
De esta tierra que bebió sangre hasta emborracharse.
De esta tierra de matanza, pero también de heroísmo humano
puesto de manifiesto en los dos campos.
Aquí, de estos cuerpos mutilados, aplastados,
surgió como de un abono sagrado.
No el odio, sino esta flor roja de la caridad.
Bajo el signo de Cristo.
La fraternidad mundial de los que sufren.
(H. François, Iniciador de la Fraternidad Cristiana de Personas con Discapacidad en el 40 Aniversario de la Gran Batalla de Verdún).
Fueron 303 días del año 1936 los que duró la sangrienta Batalla de Verdún en la Primera Guerra Mundial que acabó con la vida de millones de jóvenes, mujeres y niños inocentes. Después vino la Segunda Guerra Mundial. Poco después se inició la cruel guerra de Vietnam que en 20 años acabó asesinando a más de dos millones de civiles… y la lista sigue: Ucrania, Gaza, Etiopía, Afganistán, Siria, República Democrática del Congo, Colombia...
De esta tierra que bebió sangre hasta emborracharse…
Hasta 56 guerras conforman el paisaje actual de la violencia más inhumana que emborracha de sangre la tierra. (Índice de Paz Global según el último informe del Institute for Economics & Peace). El siglo XXI pasará a la historia como el siglo de las guerras televisadas, tuiteadas y visionadas por todos. Guerras que empobrecen a los pueblos y condenan a sus gentes al hambre y la miseria. Guerras que están perfectamente integradas en el sistema, bajo el paraguas de las leyes internacionales. No deberíamos ignorar esta oscura particularidad global de nuestra época. Mucho menos los creyentes que tratamos de plantear el sentido de nuestro ser y de nuestro quehacer desde la fe, el seguimiento de Jesucristo y a la luz de su Evangelio.
Observar de lejos, a través de los noticiarios y las redes sociales (cargados de intereses y manipulaciones perfectamente orquestadas) nos permite seguir con nuestras vidas como si nada estuviese pasando, lo que nos hace a todos, de alguna manera, responsables. Es duro reconocerlo, lo sé: todos somos cómplices y beneficiarios, por activa o por pasiva, del criminal negocio de las armas y las guerras, todos aliados de las grandes potencias militares con nuestra indiferencia, nuestros silencios o nuestros miedos.
El miedo es otra de las armas que manejan los magnates que controlan la economía global. Con él consiguen paralizar cualquier intento eficaz de avanzar en Derechos Humanos, frenar la desaparición de las desigualdades sociales y la construcción de una sociedad justa. El miedo es también, un arma letal contra la espiritualidad, la libertad y la verdadera paz.
A esta estrategia del mal nos hemos acostumbrado: silenciados, inconscientes e indiferentes. Sorprende la realidad: el negocio de las armas y la guerra es hoy considerado como algo normal que genera puestos de trabajo y progreso… y quienes se dedican a ello son considerados gente respetable. Es hora de que nuestras palabras suban de tono para denunciar al sistema económico que las genera y a los poderosos que se benefician de ellas. Avergüenza reconocer que vivimos todos, en mayor o menor medida, aliados anónimos y mendigos privilegiados que se conforman con las pocas migajas del gran festín de la muerte.
De estos cuerpos destrozados y aplastados…
La crueldad de las guerras no se limita al asesinato masivo de hombres, mujeres y niños inocentes: la enfermedad y las mutilaciones (amputaciones de extremidades y órganos del cuerpo), constituyen una de sus consecuencias más terribles.
Las guerras son la causa de mutilaciones y discapacidades físicas y sensoriales muy graves. Las cifras son terribles. Millones de niños de todas las edades, de jóvenes mutilados y de personas se verán acompañadas por la discapacidad y la enfermedad crónica para toda su vida. Cifras a las que hay que sumar también los mutilados en cárceles por torturas inimaginables (muchos de ellos por levantar su voz para informar verazmente o denunciar a los magnates criminales que deciden, ordenan y controlan todos los frentes).
Y la suma continua: explosivos abandonados y minas anti-persona seguirán desmembrando a miles de niños y adultos, después del silencio de los tanques y las bombas. Las cifras son brutales, tanto que cuesta creer como las puede soportar una sociedad que se considera desarrollada y bienpensante. Citaremos solo algunas que mencionan diversos informes: más de 100.000 niños murieron o fueron mutilados en conflictos armados entre 2005 y 2020; se estima que más de 20.000 ucranianos han sufrido amputaciones desde que comenzó la invasión en febrero de 2022; entre 7.000 y 8.000 en Gaza; 6.000 personas al año sufren amputaciones a causa de las minas anti-persona, la mayoría son niños… camino a la escuela, a casa o jugando.
Nada debería justificar hoy el bombardeo indiscriminado de pueblos y ciudades; mucho menos dirigir el objetivo hacia hospitales y escuelas, campos de refugiados y convoyes humanitarios como está ocurriendo en Gaza. (El informe 25 años de conflictos armados y la infancia de UNICEF/2022 subraya que Las Naciones Unidas verificaron más de 13.900 incidentes de ataques contra escuelas y hospitales y no menos de 14.900 incidentes de denegación de acceso humanitario a los niños, desde 2005). Nada, ni siquiera la lucha contra el terrorismo justifica semejante crueldad.
Tendríamos que preguntarnos si caben otras estrategias y otras soluciones. No es fácil admitir un asesinato selectivo pero asesinar niños y civiles indiscriminadamente no parece la mejor forma para ganar una guerra. Es como si los faraones y herodes del siglo XXI estuvieran aplicando la estrategia de una de las narraciones legendarias más sanguinarias que narran las Escrituras: la matanza de los inocentes que organizó el Faraón para acabar con la vida de Moisés (Éxodo 1,22) y la réplica de la misma que encontramos siglos después en el evangelio de Mateo (2,16-18): Herodes, para asegurarse el asesinato de Jesús, ordena matar a todos los niños nacidos en las mismas fechas. Lo que en la narración bíblica eran solo leyendas para subrayar la crueldad de los todopoderosos de otros tiempos, hoy son hechos y acontecimientos reales que todos conocemos.
👹✡️🗡🩸👶#SantosInocentes
— † Rafa Folgado 🇪🇸✋️ (@elsoberado) December 27, 2024
🇵🇸#Palestinapic.twitter.com/3zC9AETYyJ
Surgió, como de un abono sagrado la fraternidad…
¡Cuesta creerlo, pero existe! Después de cada guerra la vida vuelve. La vida siempre vuelve. Supervivientes con ganas de ponerse en pie, reconstruir y caminar de nuevo, jóvenes mutilados empeñados en pasar página, reconciliarse y sembrar semillas de paz y fraternidad, surgen de todos los campos, después de cada batalla, en todas las guerras.
De esta tierra que bebe sangre hasta emborracharse de muerte y odio surgen hermosas historias y proyectos profundamente humanos. De la más profunda oscuridad renacen hombres y mujeres sublimes: descentrados de su egocidad y sus penas, reorientan su existencia con más hondura para vivir atentos a otros más aplastados que ellos, más necesitados de fortaleza y esperanza. Hace falta tiempo, mucha fe y regeneración interior para llegar a esta cumbre de humanización. El desafío es difícil: habrá que arrancar de las entrañas, la rabia para sustituirla por serenidad y perdón. Estos hombres y mujeres que “descendieron al mismísimo infierno” (como el joven crucificado de Nazaret) son ese abono sagrado con el que todos podemos ir sembrando fraternidad y diálogo para conquistar la paz que, jamás conseguirán las armas.
Cuesta descubrirlo, pero después de cada guerra hay lugar para despertar la conciencia solidaria y la generosidad personal (y colectiva) para afianzar el deseo de cuidar y rehabilitar. Después de la Primera Guerra Mundial, por ejemplo, aumentó y se generalizó la fabricación de prótesis; lo que antes estaba reservado a una minoría privilegiada, empezó de alguna manera a estar al alcance de miles de personas. El Estado de Kurdistán en Irak, se ha convertido en uno de los puntos estratégicos para ayudar a los miles de personas mutiladas a causa de las minas terrestres. Es cierto que también en esto queda mucho camino que recorrer (países enteros siguen estando excluidos de estos recursos y no son pocos, todavía, los negocios abusivos de farmacéuticas y ortopedias), pero no es menos cierto que la razón y la ciencia, la solidaridad y la justicia son realidades que valoramos más cuando las hemos perdido o las necesidades son más apremiantes.
… bajo el signo de Cristo.
H. François y a las/os jóvenes con discapacidad que iniciaron la Fraternidad Cristiana de Personas con Discapacidad justo al finalizar en la Segunda Guerra Mundial en aquellos campos de Verdún nos dejaron su “legado espiritual”. Hoy, como ellos, también nosotros estamos seducidos por la idea de que “nada ni nadie” puede frustrar para siempre el avance de la vida, ni la victoria del bien sobre el mal. Sabemos, como ellos, que por muy abajo que nos empujen algunas de las circunstancias más dolorosas de la vida, siempre podemos ponernos en pie. Más cuando lo hacemos juntos y mejor si lo hacemos como cuidadores de los demás. Sabemos finalmente que, acoger, respetar a los demás en su diversidad y servir, es la forma mayor y mejor de existir en esta tierra.
Las guerras plantean a la Iglesia grandes desafíos en su misión. La palabra, la vida y la muerte del joven profeta de Nazaret maldecido (perseguido y asesinado por defender los derechos de los pobres, la justicia y la paz), es para la comunidad de sus seguidores “el signo” bajo el que ha de construir el proyecto de Iglesia encarnada y sinodal que necesita y espera la humanidad, en este siglo de guerras.
El Papa Francisco dedicó a la búsqueda de la paz gran parte de su homilía de Nochebuena, con la que quiso iniciar el Jubileo: “La esperanza no admite la falsa prudencia de quien no se arriesga por miedo a comprometerse, ni el cálculo de quien sólo piensa en sí mismo; la esperanza es incompatible con la vida tranquila de quien no alza la voz contra el mal ni contra las injusticias que se cometen sobre la piel de los más pobres” (24, diciembre 2024).
Es pues hora de iniciar un nuevo año, con jubileo o sin jubileo, colocando en el centro de la preocupación de la Iglesia (prelados y clérigos incluidos) las mil formas que la guerra tiene de profanar lo más sagrado de este mundo: las personas, su vida, sus familias y su tierra. "De la abundancia del corazón habla la boca" (Lucas 6, 45) dijo en día Jesús, es hora de que el dolor de las víctimas inocentes de todos los combates nos hiera profundamente nuestro corazón de hermanos y que nuestros labios denuncien “indignados”, cada día, la justicia, la opresión y la muerte.