Francisco cerró su visita a Verona con una misa de Vigilia de Pentecostés en el estadio Bentegodi. Una homilía improvisada, dialogada con el pueblo, que respondía a sus preguntas, y que concluyó con una rotunda ovación. Algo no muy pulcro desde el punto de vista litúrgico, pero profundamente eclesial, profundamente pueblo de Dios.
Con cierto retraso, en su acto final en la ciudad de la amor, la que vio nacer la historai de Romeo y Julieta -bajo el original lema 'La justicia y la paz se besarán'-, y después de comer con los presos, el Papa reivindicó el protagonismo del Espíritu Santo, y la promesa de Dios de que "derramará su Espíritu sobre todo ser humano (...), no sólo sobre unos pocos elegidos, sino sobre todo el pueblo".
"El Espíritu nos cambia la vida, nos da valentía", subrayó, denunciando a los "cristianos como el agua tibia, a los que les falta coraje", improvisó, saltándose en buena medida la homilía que había preparado.
"El Espíritu nos da valentía", añadió. "no nos hace a todos iguales, a todos diferentes, pero con un solo amor. El Espíritu es el que nos salva de hacernos iguales, pero el Espíritu nos salva y nos pone a todos juntos".
"El Espíritu hace la armonía de la Iglesia". Ese es "el milagro de hoy", añadió. "¿Qué hace el Espíritu? Crea armonía", añadió. "Todos necesitamos que el Espíritu Santo nos dé armonía. En la ciudad, en el lugar del trabajo. Lo contrario de la armonía es luchar uno contra otro", proclamó, en una homilía dialogada, en la que quiso preguntar, y recibir respuestas, del pueblo.
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