Dejadnos ser niños
Papá Noel, Santa Claus, los Reyes Magos, la Befana. La ilusión de los infantes. Creencias sin fundamento intelectual, real. Sentimientos y sueños alcanzados, cumplidos. Sin esa imaginación, los niños dejarían de ser niños, personas en normal desarrollo. Dejarían de ser felices.
"Cuando yo era niño hablaba como niño, pensaba como niño, razonaba como niño. Cuando llegué a ser hombre, dejé como inútiles las cosas de niño. Ahora vemos por un espejo y obscuramente, entonces veremos cara a cara. Al presente conozco sólo en parte. Entonces conoceré como soy conocido. Ahora permanecen la fe, la esperanza y la caridad. La más excelente es la caridad" (1 Cor 13, 11ss).
Son numerosos los pasajes bíblicos en que los niños aparecen como ejemplo, como predilectos, como paradigmáticos. Su mundo es la ensoñación. La imaginación nutre su humanidad. Si se les dice que el cuento no es real, no lo aceptan o no les importa. Lo convierten en real. Se lo apropian y encarnan. Lo digieren y defienden con todas las consecuencias.
Saulo, en su carta a los corintios, parte del concepto de niño. Viene a decir: aún de adultos, somos niños. Vemos en espejo, sólo en parte, en la oscuridad. Saulo podría añadir: nos imaginamos, soñamos, endulzamos nuestros amargos temores con seguridades imaginarias. Completamos nuestra finitud con nuestra imaginación
Una mirada a todas las religiones nos muestra este infantil estado de ensoñación, de esperanza, de creencia en algo no papable ni constatable. De entre las religiones del Libro, concretémonos a nuestro Cristianismo católico. No importa que la existencia de Dios sea indemostrable. Soñamos que está más allá de las galaxias. No sólo. Defendemos que Dios son tres personas en una sola entidad. Que una de esas personas genera la otra y que ambas generan una tercera. Que creó el infinito universo y que lo rige milimétricamente. Que exige nuestro acatamiento y que nos premiará o castigará. Que caprichosamente hace milagros en beneficio de algunos privilegiados candidatos a santos.
Más. Ese Dios envió a este planeta a su Segundo para salvar a los humanos ¿de qué? Lo hizo nacer de una joven palestina en forma virginal, como el rayo de sol traspasa el cristal. Ese niño, Jesús, devenido mayor, se ofreció a morir crucificado para luego resucitar y fundar una institución que se llamará Iglesia. A esa institución es preciso afiliarse si queremos que Dios nos ayude, nos perdone los pecados y nos reciba al final de esta vida terrenal. Los humanos que no entren y crean en la Iglesia son aborrecidos de Dios. Incluso pueden ser exterminados y marginados por los creyentes. La madre de Jesús, concebida milagrosamente, no murió. Subió a los cielos en carne mortal y es madre de la Iglesia.
Esa institución tiene ritos que inciden en las conciencias de sus miembros. Son los sacramentos. Condicionan la vida social y espiritual. Sus jerarcas trazan la moralidad de nuestro comportamiento. Su jefe supremo es vicario de Jesús y de Dios. Por ello, es infalible y, salvo excepciones, será proclamado santo después de realizar milagros desde su puesto al lado de Dios.
Después de este brevísimo selectivo naíf esbozo, sólo cabe una conclusión. Los humanos, por avanzada edad que tengamos, somos niños, somos imaginativos, crédulos, temerosos. Seguimos en período de desarrollo. Las religiones, no sólo el Cristianismo, son la prueba de nuestra finitud, de nuestra credulidad. También, de nuestra angustia. Es inconveniente la racionalización y consiguiente descarte de los andamiajes religiosos. Podría conllevar la desesperación de millones de seres. Un ruego a los filósofos, a los teólogos, a los científicos. Dejadnos soñar, idealizar, creer. Eso sí, nada de esclavizar cuerpos y almas en nombre de las religiones. Saulo acierta cuando dice: "ahora permanecen la fe, la esperanza y la caridad. La más excelente es la caridad". Es decir, el amor.
"Cuando yo era niño hablaba como niño, pensaba como niño, razonaba como niño. Cuando llegué a ser hombre, dejé como inútiles las cosas de niño. Ahora vemos por un espejo y obscuramente, entonces veremos cara a cara. Al presente conozco sólo en parte. Entonces conoceré como soy conocido. Ahora permanecen la fe, la esperanza y la caridad. La más excelente es la caridad" (1 Cor 13, 11ss).
Son numerosos los pasajes bíblicos en que los niños aparecen como ejemplo, como predilectos, como paradigmáticos. Su mundo es la ensoñación. La imaginación nutre su humanidad. Si se les dice que el cuento no es real, no lo aceptan o no les importa. Lo convierten en real. Se lo apropian y encarnan. Lo digieren y defienden con todas las consecuencias.
Saulo, en su carta a los corintios, parte del concepto de niño. Viene a decir: aún de adultos, somos niños. Vemos en espejo, sólo en parte, en la oscuridad. Saulo podría añadir: nos imaginamos, soñamos, endulzamos nuestros amargos temores con seguridades imaginarias. Completamos nuestra finitud con nuestra imaginación
Una mirada a todas las religiones nos muestra este infantil estado de ensoñación, de esperanza, de creencia en algo no papable ni constatable. De entre las religiones del Libro, concretémonos a nuestro Cristianismo católico. No importa que la existencia de Dios sea indemostrable. Soñamos que está más allá de las galaxias. No sólo. Defendemos que Dios son tres personas en una sola entidad. Que una de esas personas genera la otra y que ambas generan una tercera. Que creó el infinito universo y que lo rige milimétricamente. Que exige nuestro acatamiento y que nos premiará o castigará. Que caprichosamente hace milagros en beneficio de algunos privilegiados candidatos a santos.
Más. Ese Dios envió a este planeta a su Segundo para salvar a los humanos ¿de qué? Lo hizo nacer de una joven palestina en forma virginal, como el rayo de sol traspasa el cristal. Ese niño, Jesús, devenido mayor, se ofreció a morir crucificado para luego resucitar y fundar una institución que se llamará Iglesia. A esa institución es preciso afiliarse si queremos que Dios nos ayude, nos perdone los pecados y nos reciba al final de esta vida terrenal. Los humanos que no entren y crean en la Iglesia son aborrecidos de Dios. Incluso pueden ser exterminados y marginados por los creyentes. La madre de Jesús, concebida milagrosamente, no murió. Subió a los cielos en carne mortal y es madre de la Iglesia.
Esa institución tiene ritos que inciden en las conciencias de sus miembros. Son los sacramentos. Condicionan la vida social y espiritual. Sus jerarcas trazan la moralidad de nuestro comportamiento. Su jefe supremo es vicario de Jesús y de Dios. Por ello, es infalible y, salvo excepciones, será proclamado santo después de realizar milagros desde su puesto al lado de Dios.
Después de este brevísimo selectivo naíf esbozo, sólo cabe una conclusión. Los humanos, por avanzada edad que tengamos, somos niños, somos imaginativos, crédulos, temerosos. Seguimos en período de desarrollo. Las religiones, no sólo el Cristianismo, son la prueba de nuestra finitud, de nuestra credulidad. También, de nuestra angustia. Es inconveniente la racionalización y consiguiente descarte de los andamiajes religiosos. Podría conllevar la desesperación de millones de seres. Un ruego a los filósofos, a los teólogos, a los científicos. Dejadnos soñar, idealizar, creer. Eso sí, nada de esclavizar cuerpos y almas en nombre de las religiones. Saulo acierta cuando dice: "ahora permanecen la fe, la esperanza y la caridad. La más excelente es la caridad". Es decir, el amor.