Teólogos en pelotas, ante el Santo Oficio

Copio un párrafo de un artículo mío publicado en “Compostellanum” vol. LIII, nº 1-2, p. 204:
“La llamada Consulta se compone de unos 30 miembros que suelen reunirse los lunes en el palacio del Santo Oficio. Pablo VI, en su Motu Proprio Integrae servandae, manda que dicha Consulta se componga de viris doctrina, prudentia, usu praestantibus ex universo terrarum orbe... En realidad, los Consultores de la Congregación son altos funcionarios de Curia romana o/y superiores de Casas generalicias religiosas en Roma o/y finalmente profesores de Facultades eclesiásticas de Roma”.


Hoy intento incidir en la naturaleza, importancia y función de la Consulta dentro del Santo Oficio. Es de suma importancia para quienes nos dedicamos a la reflexión teológica y a enseñar o publicar nuestras conclusiones. Puedo asegurar que de este órgano interno del Santo Oficio – la Consulta - depende la calificación de heterodoxia o de ortodoxia de un autor y de su producción. La Congregación Plenaria (de Cardenales) dispone de las actas de la Consulta y suele dictaminar en el sentido de sus conclusiones, sin apenas entrar en el fundo de la cuestión. Su veredicto, el último, mira sólo a la oportunidad de actuar.

Pero esa Consulta, de la que se derivan tales importantes consecuencias doctrinales y personales, está escandalosamente contaminada y, además, es absurdamente incompetente. Es mi humilde opinión y la defiendo con honestidad y con el vigor de la propia convicción y sobre bases experimentales. Durante ocho años fui oficial del Santo Oficio y participé semanalmente en la preparación del material para innumerables sesiones de la Consulta. Conocí y traté a cada uno de los consultores en los últimos años de Pablo VI.

Contaminada. La designación de los miembros de la Consulta se rige por los mismos principios que los nombramientos episcopales u otros emanados de Roma. Los designados (nunca las designadas!) deberán coincidir con la mentalidad e ideología papales y con la escuela romana. Es impensable que acceda a la Consulta algún teólogo o eclesiástico que haya enseñado, defendido o escrito alguna propuesta que mínimamente se aparte de documentos pontificios o curiales, aunque tales documentos sean de bajo rango. Estamos, como he probado en mi citado artículo, ante un quasi-juicio doctrinal. Hagamos un esfuerzo de traslación a otros juicios humanos. Concluiremos que la Consulta, tal como hoy está constituida, tendría que abstenerse de enjuiciar a la mayor parte de los teólogos recientemente encausados.

Incompetente (intelectualmente). Lo siento, porque varios de los consultores han sido o son amigos míos. Sólo han obedecido. Algunos de ellos me confesaron su incompetencia para la función de la Consulta. Algunos nunca llegaron a enseñar ni a reflexionar profesionalmente sobre temas teológicos, más allá de los obligatorios estudios del Seminario; nunca ha escrito un artículo o libro sobre esos temas.

Los secretarios (arzobispos), números dos, de cada una de las nueve Congregaciones papales son miembros de la Consulta del Santo Oficio. Casi todos ellos ascendieron por escalafón, partiendo de puestos inferiores del funcionariado curial. Ninguno es teólogo. Con frecuencia, son licenciados o doctores en Derecho Canónico.

Algunos superiores mayores de Órdenes religiosas también son miembros de la Consulta. Son hombres (no mujeres!) prudentes, al márgen de los avatares teológicos, indudables buenos gestores, elegidos sólo para regir un colectivo.

Unos pocos profesores de Facultades eclesiásticas romanas también han recibido la misión de integrar la Consulta. Pocos, poquísimos, son estudiosos y maestros de Teología. Y si lo son, su campo de conocimiento se reduce a una especialidad bien concreta: Moral, Bíblia, Fundamental, Patrística, etc.
Pero lo más estridente es que también puedan formar parte de la Consulta profesores de Estadística, de Ciencias Sociales, de Arqueología. Pregunto,¿Es esto serio? Dejada atrás la Inquisición, ¿es tolerable que unos incompetentes juzguen a un competente dudosamente ortodoxo?

Sólo tres ejemplos cercanos. Maximino Romero de Lema, pasó de la sede de Ávila a secretario de la Congregación del Clero. Inmediatamente fue designado miembro de la Consulta del Santo Oficio. Nunca tomó la palabra en el aula de la Consulta. Su voto era siempre el del español Antonio María Javiere. Ambos eran mis amigos. Don Maximino se me quejaba. Sólo era doctor en Derecho civil, ajeno a cuanto se discutía en el Santo Oficio. Peor fue el caso de Pietro Pavan. Era sociólogo, rector del Laterano. Había redactado la encíclica Pacem in terris. Toda una personalidad en su campo, pero un nadie en Teología. Muchas veces hablábamos de la incongruencia de haber sido nombrado para la Consulta. Yo pasaba con él los fines de semana en la residencia de las “blanquitas” de Grottaferrata. Interminables charlas. Paván, con fuerte personalidad, lo tenía claro. En cinco años, sólo asistió a dos o tres sesiones, precisamente a aquellas en que había algo de Sociología. Quiero citar también al español Aniceto Fernández, entonces Prepósito General de los Dominicos, hombre prudente y buen gestor, alejado de la Teología como me reconocía. Y, en mi tiempo de Curia, ni siquiera los “jefes” del Santo Oficio, Ottaviani y Seper sucesivamente, eran teólogos, como luego lo fue, sin duda, Ratzinger. Éste aplicó su visión, sus tesis, con la exclusión de otras posibles. Al menos, posibles.
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