Cuando la ciencia avanza, la religión recula.
Una pequeña reflexión sobre aquello de "ciencia y religión", eterno asunto que tantos quebraderos ha supuesto para esta última.
| Pablo Heras Alonso.
Es un hecho, ha sido así, es así: cuando la ciencia --con sus descubrimientos y aserciones--, y la religión --en su concreción histórica específica--, confrontan postulados, aseveraciones, actitudes, normas... el resultado es letal para las religiones.
Por eso “los sacerdotes del nuevo Baal” se revuelven contra las pretensiones de la ciencia de introducir su bisturí en todos los aspectos de la vida.
Cuando los campos coinciden, ¿puede haber religión tras la ciencia? La respuesta es NO, aunque parezca que pecamos un tanto voluntaristas al decir esto.
En contra de tal aseveración al punto arguyen: ¿dónde queda el “sentimiento religioso”, eso que parece innato en la naturaleza humana? También la respuesta está en la ciencia, pero ahora no es el caso.
Dicen, reiteran y aseveran, y esto sí es voluntarismo puro, pero por su parte, que no hay contradicción entre la ciencia y la religión. Desde luego: si ciencia y religión no son excluyentes es porque hay un ámbito superior a ambas, que es “el hombre”.
El objeto y el sujeto es el mismo. No es la ciencia, por otra parte, sino la razón la que hace al hombre dueño de sí mismo.
Labor de la ciencia también es ayudar a desmontar adherencias y lazos que lo atan, como es la religión; labor de la ciencia, por ejemplo, es ayudar al hombre a liberarse de la angustia que le produce su propia libertad, al decir de algunos filósofos; o ayudar al hombre –capaz de imaginar futuros-- en los terrores que le produce la asunción del hecho de la muerte como hecho futuro incuestionable.
La ciencia, que no es otra cosa que la instrucción, la educación, el raciocinio, el librepensamiento, el sentido común, libera al hombre… también de la religión.