Juan Martín Velasco y Rufino Velasco: dos profetas Despido con gratitud a dos teólogos
En 2013 llega el papa Francisco. Y en el 2015 Juan Martín Velasco interpreta esa llegada como “una sorpresa y una esperanza”
Con el dolor ante tanto sufrimiento de muchos que se van sin recibir un signo de cariño y de muchos que lloran solos sin poder dar el último Dios a sus seres queridos,, recuerdo con gratitud a dos creíbles creyentes cristianos, de fina sensibilidad evangélica y pensadores en profundidad. Es bien conocida la influencia benéfica de Juan Martín en la renovación de la espiritualidad . Rufino ha sido significativo no solo por sus valiosos escritos sino también por su integración en el grupo que, siguiendo la invitación del Concilio, ha venido elaborando “Exodo”, empeño por abrir camino.
Aquí me ciño a la visión de estos dos teólogos sobre la reforma de la Iglesia pedida y sugerida en sus líneas generales por el Vaticano II. Como referencias el lbro de Rufino. “La Iglesia en el tercer milenio”,2002; y “Creo en la Iglesia”,2015, de Juan Martín. Entresaco algunas frases con breve comentario. He conocido a los dos y creo que no traiciono su pensamiento. Su teología es ya para “un Iglesia en salida”.
1. Presencia pública de la Iglesia. “La tesis central de la GS es que lglesia existe en el mundo de modo que solo en el interior de la historia tiene sentido y significación concreta” (Rufino) En el Concilio “la Iglesia ha dejado de asentarse como sociedad paralela al mundo y ha comenzado a entenderse como comunión de fraternidades compuestas por personas que viven en el mundo….; como tales esas fraternidades asumen los proyectos y tareas de la sociedad y comparten con ella , los gozos y la esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de los afligidos” (Juan Martín).
Esta visión recuerda el deseo de Jesús: “no te pido que los saques del mundo”. Hay que leer la Carta a Diogneto a finales del s II sobre los cristianos en el mundo: no se distinguen de los demás hombres, ni por el lugar en que viven, ni por su lenguaje, ni por sus costumbres. Ellos, en efecto, no tienen ciudades propias, ni utilizan un hablar insólito, ni llevan un género de vida distinto…. viven en ciudades griegas y bárbaras, según les cupo en suerte, siguen las costumbres de los habitantes del país, tanto en el vestir como en todo su estilo de vida”. La Iglesia no es un sociedad paralela, junto a, o por encima de la sociedad civil. No se identifica con ningún partido político, no es una ONG universal ni un banca del Espíritu Santo. Es parte de la sociedad humana, y no tiene remedios sobrenaturales para reemplazar nuestra incapacidad de sacar la vacuna contra el corona virus.
2. La Iglesia es pueblo de Dios integrado por todos los bautizados. “lo que el Concilio pretende con esta denominación es en primer plano es nuestra condición común de creyentes; lo que somos antes de cualquier otra denominación eclesial…; la igualdad fundamental de todos los creyentes está por encima de toda desigualdad que provenga de todo lo que ns diferencia ” (Rufino). La imagen de la Iglesia como pueblo de Dios “desplaza el acento de la jerarquía a la totalidad de los miembros del pueblo; sustituye pues la idea de una sociedad desigual por la de una sociedad de iguales; en derecho, dignidad, responsabilidad, que no elimona la existencia de las funciones jerárquicas entendidas ahora como ministerios”(Juan Martín).
Con motivo de la pandemia, han salido agudos comentarios sobre la posición de la Iglesia, destacando gestos o palabras de los obispos ayudas de instituciones eclesiales benéficas. No tengo nada en contra. Pero la Iglesia no se reduce a los obispos ni a las instituciones eclesiales. La integran todos los bautizados. El pueblo de Dios que en su mayoría están codo a codo con los demás ciudadanos trabajando por la vida y la dignidad de las personas. Ya el Concilio dejó claro que los seglares o laicos cristianos, en y desde dentro de mundo, están realizando la misión de toda la Iglesia.
3. La Iglesia misterio de comunión, en la gracia, la caridad y el Espíritu. “La comunidad cristiana “emerge de la intrínseca vitalidad de la fe”( Rufino). “La vida cristiana comienza en el encuentro con Jesucristo. Las fraternidades eclesiales forman parte sin disolver su propia identidad, su propia forma de vida en la vigente en el mundo en que se desarrolla su actividad.”(Juan Martín)
Estar en el mundo, en solidaridad con la entera familia humana con todas las realidades entre las que vive “sin ser del mundo” entendido como idolatría del poder, del prestigio y del tener. Ya lo decía la Carta a Diogneto: Los cristianos como ciudadanos , participan com los demás en las tareas seculares, no tienen privilegios sociales ni son grupo cultural aparte. Pero “ dan muestras de un tenor de vida admirable y, a juicio de todos, increíble. Obedecen las leyes establecidas, y con su modo de vivir superan estas leyes”. La gratuidad y la compasión solidaria que brotan en la fe o experiencia cristiana van más allá de lo legalmente mandado y responden a la intención profunda de la ley. Es una experiencia que también respiran, muchas veces de forma ignorada, muchas personas que ni siquiera están bautizados en la Iglesia.
Urge ayudar a que los cristianos participen y vivan esa comunión de gracia y amor que es la Iglesia. Sin eso no irá muy lejos el cambio en las estructuras eclesiales Esa urgencia plantea el interrogante: ¿seguimos en nuestro mundo rural vaciado y envejecido manteniendo solo el ritual de una misa que dice el pobre cura corriendo de un pueblo otro?
4. “Un nuevo comienzo”. Esta expresión empleada por los dos teólogos expresa su deseo de una Iglesia, para la Iglesia para el tercer milenio. En el 2002 Rufino constata que, durante los últimos años -segundo periodo posconciliar. -“han tenido sorprendente fortuna posiciones que en los años 60 caracterizaban a los ambientes más conservadores de la curia romana y del episcopado; hay una reaparición de actitudes que el Vaticana II desechó inequívocamente”. Y ya mirando al futuro Rufino sugiere: “¿No podríamos hacer algo más con nuestras comunidades cristianas, y abrirlas al mundo de la increencia y de los valores claramente intramundanos que caracterizan a la mayoría de los hombres de nuestro tiempo?” . “Estas comunidades lo mismo que las primeras comunidades cristianas nacen de la experiencia de Jesús resucitado del sentido de la fe de todos los creyentes constituyendo así una nueva forma de ser Iglesia”.”En los pobres Cristo se ha aparecido a la Iglesia y en esas comunidades Cristo se hace presente en sus preferidos los pobres”
En 2013 llega el papa Francisco. Y en el 2015 Juan Martín Velasco interpreta esa llegada como “una sorpresa y una esperanza”. Con realismo apunta los retos que el papa tiene para la reforma de la Iglesia: “que impulse con decisión la aplicación, desde la nueva situación que vivimos de la doctrina conciliar en temas tan importantes como la comprensión renovada de la Iglesia, la colegialidad en la toma de decisiones con la descentralizción que supone, el reconocimiento de la participación de los laicos, la conversión de la Iglesia en Iglesia de los pobres, la promoción del ecumenismo y del diálogo entre las religiones, el cambio del estatuto de la mujer en la Iglesia y que todos los católicos, cada uno desde nuestro lugar en el pueblo de Dios respondamos con nuestra indispensable conversión como personas creyentes y testigos del Evangelio y nuestra colaboración en la reconversión de las estructuras envejecidas de la Iglesia”. Casi nada. Confiemos en el Espíritu dador de vida que inspirará también a los Sucesores de Pedro que vendrán después del papa Francisco
Pero con fuerza singular, Juan Martín ha destacado que esa reforma supone un conversión personal, un crecimiento en la fe cristiana como experiencia. Para ser luz la Iglesia debe, como la sal, mezclarse con el alimento y aportar nuevo sabor. La evangelización “se desarrolla en testimonio de vida”, “experiencia de Dios en medio de la vida”; “ es urgente despertar, acompañar y fomentar la experiencia de la fe de sus miembros” En algún comentario de estos días se ha sugerido que la Iglesia necesita una cuarentena una cuaresma de conversión al Evangelio. No sólo aunque también el clero . Todo el pueblo de Dios.
Con motivo de la desgraciada pandemia los pequeños poblados rurales se quedan sin cura y sin misa. Dada la a escasez de presbíteros en un futuro próximo pueden ocurrir que eso sea normal. Poco se arreglará con que la misa por televisión vale para cumplir el precepto. Y tampoco solucionará el problema que hombres o mujeres, casados o solteros reciban ministerios ordenados manteniendo así el estatuto del clero. El tema frontal es la vida de fe experienciada personalmente por los cristianos que integran esas comunidades, y ofrecida de modo creíble para tantos, incluso bautizados, que nadan en la indiferencia religiosa. Si aceptamos esto, el servicio adecuado a la comunidad cristiana no se debe reducir a ritos y cumplimientos. Hay que formar pequeñas comunidades de auténticos creyentes que respiren el encuentro personal de la gracia. Comunidades donde quienes reciben un ministerio de autoridad no sean amos sino servidores cn el amor. Una tarea que debemos emprender sin nerviosismos pero sin pausa.
Ha salido un rollo. Pero mi intención era solo despedir y recordar. Mejor diré celebrar con gratitud la vida, el trabajo, las orientaciones y sobre todo el testimonio creíble que nos han dejado estos dos queridos hermanos.