"Murió como tenía que morir: entre sus fieles, ante la gente toda del mundo" Andrés Torres Queiruga: "Murió con los viejos zapatos puestos"

"Me gustaría acertar si pienso que en esa última visita el católico Vance supo leer el mensaje, acaso la súplica, que ya sin palabras aquel papa le expresaba en su impotencia física"
"Murió un papa de viejos zapatos ortopédicos, que no servían para andar por palacios, pero permitían acudir de inmediato a la llamada de los rescatados"
"Retomando de nuevo la explosión evangélica acontecida en el Vaticano II, se incluye con pleno derecho propio en la lista de los grandes pontífices que enderezaron la marcha de la iglesia"
"No hizo todo lo que le gustaría hacer, y se dedicó a poner las bases que lo hicieran posible en el futuro. Si en cuestiones concretas frenó antes de tiempo o acertó en la espera, aun no hay seguridad para juicios tajantes"
"Retomando de nuevo la explosión evangélica acontecida en el Vaticano II, se incluye con pleno derecho propio en la lista de los grandes pontífices que enderezaron la marcha de la iglesia"
"No hizo todo lo que le gustaría hacer, y se dedicó a poner las bases que lo hicieran posible en el futuro. Si en cuestiones concretas frenó antes de tiempo o acertó en la espera, aun no hay seguridad para juicios tajantes"
| Andrés Torres Queiruga
Ver al papa Francisco en sus últimas apariciones públicas ha sido una experiencia dolorosa: el Papa se nos va, está acabado, era la impresión irreprimible. Pero también, la lección continuada y culminante. Murió como tenía que morir: entre sus fieles, ante la gente toda del mundo.
Personalmente, viendo lo que le aconsejaban los médicos, yo no excluiría que allá en lo más íntimo de su conciencia, Francisco sabía que estaba exponiendo su vida. Pero no podía marchar sin despedirse: quiso morir abierto al mundo, sin ocultar su debilidad. Fue el testimonio vivo de su empeño de comunidad universal, de fraternidad sin fronteras y sin exclusiones.

Me gustaría acertar si pienso que en esa última visita el católico Vance supo leer el mensaje, acaso la súplica, que ya sin palabras aquel papa le expresaba en su impotencia física. Allí delante tenía la lección de una vida gastada en la defensa de los humildes, de los emigrantes, de los que mueren en África sin alimentos ni medicinas, de los que agonizan en Gaza bajo la destrucción de las bombas, tal vez blasfemamente justificadas con la Biblia.
En aquella escena tan familiar, se reflejaba la más limpia conciencia ética del mundo, como llamada radicalmente evangélica y universalmente humana contra la indiferencia incomprensible frente a los horrores que están envenenando el alma de la humanidad.
Murió un papa de viejos zapatos ortopédicos, que no servían para andar por palacios, pero permitían acudir de inmediato a la llamada de los rescatados del naufragio en Lampedusa o a visitar, ya muy herido, Mongolia en ese viaje que Javier Cercas ha narrado tan bien, retratando su auténtica y comunal humanidad. La de un papa santo y pecador, de pastor preocupado por animar a una iglesia en salida, hospital para las necesidades del mundo y anunciando un Dios de compasión incondicional, que asegura la esperanza definitiva para todos, también en lugar primero para las víctimas históricamente irreparables.
Preocupación que Francisco “primereó” incluso sobre cualquier tentación de liderazgo en el diálogo con las demás confesiones cristianas y con el Islam. Gestos que, en este último caso, pudieron parecer exagerados, nacían de la autenticidad más valiente y radical.

Francisco, como papa, supo leer su rol histórico en el momento eclesial. Retomando de nuevo la explosión evangélica acontecida en el Vaticano II, se incluye con pleno derecho propio en la lista de los grandes pontífices que enderezaron la marcha de la iglesia. Pastor sin pretensiones de teólogo, pero protegiendo a los teólogos y su trabajo, se concentró en el cultivo de la esperanza radical, sin limitaciones partidistas, poniendo el centro en Jesús y consciente de que hacia delante el camino solo está iniciado.
Tuvo, como el Nazareno, oposición dura y acusaciones tan injustas como incomprensibles. No soy especialista en eclesiología; pero, viendo como reaccionó ante ellas, me atrevo a decir que, en sentido institucional, fue, o cuando menos intentó ser, el primer papa de ejercicio expresamente democrático. Toleró disidencias gravísimas que ayer eran simplemente impensables y dejó que la discusión intraeclesial fuera clarificando las cosas. A eso apunta, en otro plano más hondo, el esfuerzo por iniciar el proceso de la sinodalidad, de nombre difícil, pero con la meta clara de devolverle el justo protagonismo a la comunidad de los fieles. Aún no resulta fácil calibrar el influjo enorme que, si fuere llevada adelante, esta difícil y compleja iniciativa puede tener de cara el futuro.
Papa previamente experimentado en el gobierno, supo tomar medidas enérgicas frente a los abusos concretos que hacían daño a las personas y pervertían el testimonio cristiano. En la marcha general supo medir los tiempos, distinguiendo entre lo ideal y lo posible. No hizo todo lo que le gustaría hacer, y se dedicó a poner las bases que lo hicieran posible en el futuro. Si en cuestiones concretas frenó antes de tiempo o acertó en la espera, aun no hay seguridad para juicios tajantes. No le ayudó la falta --aun muy extendida en la teología actual-- de una justa distinción entre lo auténticamente dogmático y lo perteneciente a la autonomía ética o a la oportunidad pastoral (cuestión aguda y pienso que mal clarificada en el caso candente del sacerdocio de la mujer).

De una cosa estoy seguro: pudo equivocarse en esta o en otras decisiones posibles, pero no tengo la mínima duda de que actuó en conciencia, en ese discernimiento radical ante Dios que ha sido la guía decisiva de su vida y de su conducta.
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