Navidad:Dilatar las pupilas en la noche
Los cristianos celebramos la encarnación de Dios en nuestra condición humana. Se trata de un acontecimiento real que ha tenido lugar en nuestra historia en un tiempo y en un espacio determinado:”siendo emperador de Roma César Augusto”, en Palestina y en un lugar pobre. Sin cavilar mucho sobre detalles históricos, lo decisivo es la lectura creyente de ese acontecimiento: Dios está con nosotros viniendo nuestro mundo; no con la lógica del poder sino en una famita de emigrantes y en un establo; la Navidad continúa en nosotros pues “el Hijo de Dios en cierto modo se ha unido a todo ser humano”. Dejemos caer esta novedad en el espesor de nuestra vida.
Este mensaje de Navidad puede responder a tres interrogantes que hoy se agolpan en la intimidad de un creyente cristiano. Primero, cuál es el provenir de este mundo tan complejo, con tantas catástrofes, tan incierto. Segundo, la sociedad de consumo se ha posesionado de los símbolos navideños: María, José, el Niño y los reyes magos situados y bien visibles en las fachadas de los grandes comercios que prometen oro y el moro para dar la felicidad, mientras la Iglesia y sus belenes parecen arrinconados y cada vez más insignificantes. Tercero, viendo a las personas convertidas en piezas de rentabilidad productiva, uno de pregunta qué sentido y valor tiene la vida humana. Sobre los tres interrogantes el nacimiento de Jesucristo dilata nuestras pupilas
1 Cuál es el porvenir de este mundo que parece un desastre. Hace unos días leía en Emilio Rodríguez, un gran poeta cuya amistad me honra: “el cielo está sentado en el leve regazo de los días”. Es lo que celebramos en Navidad: la presencia de un Dios que es Amor. Padre y Madre, fundamento de todo; que no se desentiende del mundo y menos aún del ser humano; que está en creación continua, sosteniendo, posibilitando e impulsando a todo y a todos, desde la raíz, desde el fundamento de nuestro ser, sin sustituirnos nunca en nuestra libertad. El mundo, la creación entera, la humanidad, estamos viniendo de él.: “mil gracias derramando, pasó por estos sotos con presura y yéndolos mirando con sola su figura vestidos los dejó de hermosura”. Nuestro mundo es ya el mundo del Hijo de Dios; la condición humana que asumió una vez nunca la abandonará. En toda la creación y de modo especial en el ser humano hay “un no sé qué que queda balbuciendo”. Ese “no sé qué” es el anhelo de fraternidad universal no teórica sino cálida y humana en que todos soñamos ¿No apuntan por ahí estos encuentros de la familia en Navidad que respiran a la vez calor gratificante y nostalgia de plenitud? Si en una balanza ponemos lo que hay de felicidad y lo que hay de sufrimiento en nuestra vida, parece que pesa más el sufrimiento. Pero, al celebrar la presencia definitiva de Dios-con nosotros, creo que nos espera una época de gran ternura.
2. En una sociedad marcada por el consumismo e instalada en la superficialidad, que se apropia de los signos de Belén, mientras la Iglesia queda un poco arrinconada, Navidad también es significativa. Porque Jesús nace no en el templo de Jerusalén o en un palacio resplandeciente sino en un pesebre donde comen los animales; hoy unas imágenes de niños haitianos desvalidos entre la basura me hicieron pensar en el nacimiento del Salvador Y le reconocen los pastores, los social y religiosamente excluidos en aquella sociedad”.
Muchos en la sociedad pretenden vivir como si Dios no existiera porque perciben a la divinidad como rival que los aprisiona. Esos mismos y otros obsesionados por la fiebre posesiva, utilizan los símbolos navideños para promover las ventas. En este panorama la Iglesia debe seguir ofreciendo esa cuna de paja, con María y José pobres y sencillos, con los pastores que se acercan alegres y esperanzados. El nacimiento de Jesús, a quien confesamos Hijo de Dios, sugiere que los cristianos hoy debemos ser testigos en esta sociedad no desde arriba y con poder que se impone por la fuerza, sino en cercanía afectiva y eficaz con los de abajo, anunciando así que el Hijo de Dios se ha unido a todo ser humano cuya dignidad es inviolable.
3.Una de nuestras principales preocupaciones es cómo justificar nuestra vida, qué es lo que en definitiva, proporciona un valor a nuestra existencia, para nosotros mismos, y eventualmente para los demás. Nos importa saber si somos dignos de existir. Porque experimentamos a menudo un cierto temor a este respecto, nos preguntamos hasta qué punto merecemos existir y somos amables. En nuestra sociedad las personas se ven obligadas a justificarse por las propias obras, es preciso siempre estar demostrando el propio valor. Los que no rentan económicamente nada valen.
A nosotros portadores de esta inquietud llega la buena noticia de Navidad: “paz a los seres humanos porque son amados de Dios”. Somos amados gratuitamente, no porque seamos buenos sino porque Dios es bueno. Nos ama por nosotros mismos, y no por cualquier otra razón. Creer es caer en la cuenta de que Dios nos acepta totalmente, nos mira siempre con amor y espera nuestro crecimiento, que seamos nosotros mismos y demos fruto abundante.. Cuando una persona es amada sabe que tiene valor por sí misma. Aunque nos sintamos rechazados por todos, Dios nos ama, nunca estamos solos porque El está con nosotros, viniendo a nosotros, actualizando la Navidad. Las celebraciones navideñas son oportunidad para abrirnos a esa presencia recordando los sentimientos del mismo Jesús: “no estoy sólo porque el Padre está conmigo”. Si realmente nos dejamos alcanzar y modelar por esa presencia de amor crecerá la fraternidad entre nosotros, en nuestras familias y en nuestra sociedad
En el nacimiento de Jesús, que de algún modo sigue teniendo lugar en el nacimiento y en la vida de todo ser humano, se está realizando algo inaudito que Juan de la cruz cantaba como villancico:
"La madre estaba en pasmo
De que tal trueque veía
El llanto del hombre en Dios
Y en el hombre la alegría
Lo cual del uno y del otro
Tan ajeno se solía".
Celebremos cada día en nuestra cotidianeidad este venturoso trueque
Este mensaje de Navidad puede responder a tres interrogantes que hoy se agolpan en la intimidad de un creyente cristiano. Primero, cuál es el provenir de este mundo tan complejo, con tantas catástrofes, tan incierto. Segundo, la sociedad de consumo se ha posesionado de los símbolos navideños: María, José, el Niño y los reyes magos situados y bien visibles en las fachadas de los grandes comercios que prometen oro y el moro para dar la felicidad, mientras la Iglesia y sus belenes parecen arrinconados y cada vez más insignificantes. Tercero, viendo a las personas convertidas en piezas de rentabilidad productiva, uno de pregunta qué sentido y valor tiene la vida humana. Sobre los tres interrogantes el nacimiento de Jesucristo dilata nuestras pupilas
1 Cuál es el porvenir de este mundo que parece un desastre. Hace unos días leía en Emilio Rodríguez, un gran poeta cuya amistad me honra: “el cielo está sentado en el leve regazo de los días”. Es lo que celebramos en Navidad: la presencia de un Dios que es Amor. Padre y Madre, fundamento de todo; que no se desentiende del mundo y menos aún del ser humano; que está en creación continua, sosteniendo, posibilitando e impulsando a todo y a todos, desde la raíz, desde el fundamento de nuestro ser, sin sustituirnos nunca en nuestra libertad. El mundo, la creación entera, la humanidad, estamos viniendo de él.: “mil gracias derramando, pasó por estos sotos con presura y yéndolos mirando con sola su figura vestidos los dejó de hermosura”. Nuestro mundo es ya el mundo del Hijo de Dios; la condición humana que asumió una vez nunca la abandonará. En toda la creación y de modo especial en el ser humano hay “un no sé qué que queda balbuciendo”. Ese “no sé qué” es el anhelo de fraternidad universal no teórica sino cálida y humana en que todos soñamos ¿No apuntan por ahí estos encuentros de la familia en Navidad que respiran a la vez calor gratificante y nostalgia de plenitud? Si en una balanza ponemos lo que hay de felicidad y lo que hay de sufrimiento en nuestra vida, parece que pesa más el sufrimiento. Pero, al celebrar la presencia definitiva de Dios-con nosotros, creo que nos espera una época de gran ternura.
2. En una sociedad marcada por el consumismo e instalada en la superficialidad, que se apropia de los signos de Belén, mientras la Iglesia queda un poco arrinconada, Navidad también es significativa. Porque Jesús nace no en el templo de Jerusalén o en un palacio resplandeciente sino en un pesebre donde comen los animales; hoy unas imágenes de niños haitianos desvalidos entre la basura me hicieron pensar en el nacimiento del Salvador Y le reconocen los pastores, los social y religiosamente excluidos en aquella sociedad”.
Muchos en la sociedad pretenden vivir como si Dios no existiera porque perciben a la divinidad como rival que los aprisiona. Esos mismos y otros obsesionados por la fiebre posesiva, utilizan los símbolos navideños para promover las ventas. En este panorama la Iglesia debe seguir ofreciendo esa cuna de paja, con María y José pobres y sencillos, con los pastores que se acercan alegres y esperanzados. El nacimiento de Jesús, a quien confesamos Hijo de Dios, sugiere que los cristianos hoy debemos ser testigos en esta sociedad no desde arriba y con poder que se impone por la fuerza, sino en cercanía afectiva y eficaz con los de abajo, anunciando así que el Hijo de Dios se ha unido a todo ser humano cuya dignidad es inviolable.
3.Una de nuestras principales preocupaciones es cómo justificar nuestra vida, qué es lo que en definitiva, proporciona un valor a nuestra existencia, para nosotros mismos, y eventualmente para los demás. Nos importa saber si somos dignos de existir. Porque experimentamos a menudo un cierto temor a este respecto, nos preguntamos hasta qué punto merecemos existir y somos amables. En nuestra sociedad las personas se ven obligadas a justificarse por las propias obras, es preciso siempre estar demostrando el propio valor. Los que no rentan económicamente nada valen.
A nosotros portadores de esta inquietud llega la buena noticia de Navidad: “paz a los seres humanos porque son amados de Dios”. Somos amados gratuitamente, no porque seamos buenos sino porque Dios es bueno. Nos ama por nosotros mismos, y no por cualquier otra razón. Creer es caer en la cuenta de que Dios nos acepta totalmente, nos mira siempre con amor y espera nuestro crecimiento, que seamos nosotros mismos y demos fruto abundante.. Cuando una persona es amada sabe que tiene valor por sí misma. Aunque nos sintamos rechazados por todos, Dios nos ama, nunca estamos solos porque El está con nosotros, viniendo a nosotros, actualizando la Navidad. Las celebraciones navideñas son oportunidad para abrirnos a esa presencia recordando los sentimientos del mismo Jesús: “no estoy sólo porque el Padre está conmigo”. Si realmente nos dejamos alcanzar y modelar por esa presencia de amor crecerá la fraternidad entre nosotros, en nuestras familias y en nuestra sociedad
En el nacimiento de Jesús, que de algún modo sigue teniendo lugar en el nacimiento y en la vida de todo ser humano, se está realizando algo inaudito que Juan de la cruz cantaba como villancico:
"La madre estaba en pasmo
De que tal trueque veía
El llanto del hombre en Dios
Y en el hombre la alegría
Lo cual del uno y del otro
Tan ajeno se solía".
Celebremos cada día en nuestra cotidianeidad este venturoso trueque