Igualdad e igualitarismo social ante la crisis
Les supongo a Ustedes desbordados de información sobre la crisis económica. Probablemente entre hartos y atemorizados. Me consta que hay que gente que evita encender la radio o el televisor durante las comidas. No quiere que se le atraganten las noticias.
A estas alturas, ya no es que no entendamos lo de la crisis, sino que nos la imaginamos como un huracán que azota nuestras costas y que no sabemos bien con qué intensidad final nos alcanzará. Hay algo de literatura épica en todo esto. Porque nadie que se precie puede hablar de la situación económica sin decir “desastre, desplome y derrumbe”. Es la ley de la información. Nada es noticia si no es extraño o extraordinario. Pero ésta es otra cuestión a la que otro día me referiré.
Al final, está claro que gran parte del sistema financiero, empresas y personas, ¡cuidado, porque son empresas y personas conocidas!, han campado a sus anchas, han urdido, ¡o consentido a otros!, las más diversas maneras para jugar con el dinero de los ahorradores, y han provocado la contaminación general del sistema; en palabras sencillas, nadie sabe ya realmente si es rico o está arruinado. Esto ha pasado en América, sobre todo. Pero la contaminación de “títulos” sin valor está por todos lados. Y además, la desconfianza es su fruto natural.
Para salir de esta situación lo más normal es concluir así: “quién contamina, debe pagar”; “el que la ha hecho, que la pague”; “el que tenga que hundirse que se hunda y el mercado quedará limpio de tramposos”. Parece sencillo. ¿Cuál es el problema? Y ¿si son nuestros bancos y cajas los que han arriesgado y nuestros ahorros están a la intemperie? Y ¿si son muchos los contaminados y al borde de la quiebra? Pues que crece la desconfianza, nadie presta a nadie, se contrae la inversión y el consumo, crece el paro y todos sufrimos. Así que si el mal está muy extendido, como parece, no nos quedará otro camino que participar en el remedio. Con tres condiciones, que los gestores sean castigados económicamente y, en su caso, penalmente, que los controles futuros sean mayores (¡qué a tiempo se fue Rato!, ¿no?)y que las empresas que salgan adelante nos devuelvan lo prestado.
Así que escaparse va a ser difícil. Pero no vayamos a América y volvamos a nuestra tierra. Aquí la especulación ha sido más con inmuebles que financiera. En sociedades pequeñas como la nuestra se conoce todo el mundo y aquí ha habido personas, familias y profesionales que han ganado mucho con la construcción. Sinceramente, creo que demasiado. Incluso sin pensar en trapicheos, ¡qué ya es taparse las narices, demasiado. A éstos hay que atarlos de corto. No me da pena cuando oigo que se cierran inmobiliarias en mi ciudad, (salvo por los empleados). Me preocupa si las han vigilado de cerca, o si se van buscando dinero fácil en otro negocio de temporada. Me preocupa sí, y mucho, el desempleo de la construcción y más aún en la industria y los servicios de calidad. Me preocupa porque éstos son nuestro futuro. Por eso es la hora de los pactos sociales. Tiene que colaborar el empresariado y hacerlo con rigor y justicia. Yo tengo una idea muy positiva de los empresarios y emprendedores; no tanto de los financieros, por ma´s que sepa que son necesarios, pero sí de los empresarios y gente emprendedora de negocios. Cuando alguien me dice que “se lo llevan crudo”, pienso, ¡bueno, caso por caso!, no lo confundamos todo, y, además, si es tan fácil y bueno, por qué no lo intentas. Estoy contra la demagogia siempre. Pero dicho esto, hay que vigilarlos de cerca y poner coto a los arribistas que van de negocio en negocio sin producir nada. (Pienso siempre en capitales con gente detrás, gente que podemos identificar y comportamientos que podemos valorar. Cuando entramos en esta globalización financiera, la que da tumbos buscando auxilio público para sus juegos malabares, más casino que economía productiva, ya todo lo veo de otro modo).
Y si pienso en los trabajadores, creo que hay que diferenciar y exigir esfuerzos serios a los que tenemos trabajo fijo y razonablemente remunerado. Esto es así. Entre los funcionarios y entre los demás trabajadores. Lo demás, el “todos revueltos y todos iguales”, no me sirve. Se lo digo a los sindicatos claramente. No me sirve. Y entre los jubilados, lo mismo. Decir que se van a mantener las pensiones no es, sin más, justo; es justo decir que se van a mejorar mucho más las bajas que las altas, y que entre las altas, habrá incluso crecimiento por debajo de la inflación si preciso es. Pero, ¿por qué esta mitificación del todos iguales? (Ni mención tengo que hacer de las profesiones laborales y los autónomos, pues es obvio que su justa aportación la considero parte sustancial de cualquier pacto social ante la crisis. Y es sabido que, aquí, como en todo, hay situaciones distintas y comportamientos diversos, pero la regla general es un "escaqueo más que notable" a la hora de evitar la responsabilidad fiscal que les corresponde. La prueba es la participación de las rentas salariales en el montante final del IRPF, y el mismo concepto referido a la rentas empresariales y de los aútónomos. Esto para otro día).
Y lo mismo pienso de la devolución de los 400 euros en la declaración de la renta, y de los 2500 euros por el nacimiento de un niño, etc. Pero, ¿por qué esta mitificación del igualitarismo? No estoy de acuerdo. Como no me dedico a la política, puedo decirlo. El igualitarismo es injusto. Lo justo es mejorar las condiciones de trabajo y vida de todos, exigir la responsabilidad de todos según nuestras posibilidades, y compensar la iniciativa de las personas que crean riqueza sostenible.
Estoy por la igualdad como clave de la justicia social, pero no por el igualitarismo; la igualdad respeta las diferencias que nos hacen diferentes y peculiares, pero vigila y frena la desigualdad que tiene origen en la injusticia o que ¡termina conduciéndonos a ella!
El igualitarismo es como repartir gafas graduadas para todos, miopes o no, y a todos con la misma graduación; pues no estoy de acuerdo. Un pacto social es otra cosa y no puede sostenerse en “cómo se salvan los que me votan, o mis afiliados”, o en "ya que no podemos doblegar a los más poderosos, preservemos nuestra posición social intermedia y la de quienes sostienen el sistema y participan"; los "satisfechos con el sistema social" que decía GALBRAITH. Advierto esto porque lo veo venir. No estoy de acuerdo. Al final la pagan lo mismos, es decir, los que no tienen voz ni voto, ni están organizados, ni pueden presionar, ni amenazan con para el sistema de producción, "ajenos a las votaciones, consumidores de casi nada y socialmente irrelevantes".
(Claro que el mismo miedo me dan los que con el pretexto del igualitarismo despachan la igualdad. Pero, a estas alturas, ya no confundimos el vino con el vinagre).
A estas alturas, ya no es que no entendamos lo de la crisis, sino que nos la imaginamos como un huracán que azota nuestras costas y que no sabemos bien con qué intensidad final nos alcanzará. Hay algo de literatura épica en todo esto. Porque nadie que se precie puede hablar de la situación económica sin decir “desastre, desplome y derrumbe”. Es la ley de la información. Nada es noticia si no es extraño o extraordinario. Pero ésta es otra cuestión a la que otro día me referiré.
Al final, está claro que gran parte del sistema financiero, empresas y personas, ¡cuidado, porque son empresas y personas conocidas!, han campado a sus anchas, han urdido, ¡o consentido a otros!, las más diversas maneras para jugar con el dinero de los ahorradores, y han provocado la contaminación general del sistema; en palabras sencillas, nadie sabe ya realmente si es rico o está arruinado. Esto ha pasado en América, sobre todo. Pero la contaminación de “títulos” sin valor está por todos lados. Y además, la desconfianza es su fruto natural.
Para salir de esta situación lo más normal es concluir así: “quién contamina, debe pagar”; “el que la ha hecho, que la pague”; “el que tenga que hundirse que se hunda y el mercado quedará limpio de tramposos”. Parece sencillo. ¿Cuál es el problema? Y ¿si son nuestros bancos y cajas los que han arriesgado y nuestros ahorros están a la intemperie? Y ¿si son muchos los contaminados y al borde de la quiebra? Pues que crece la desconfianza, nadie presta a nadie, se contrae la inversión y el consumo, crece el paro y todos sufrimos. Así que si el mal está muy extendido, como parece, no nos quedará otro camino que participar en el remedio. Con tres condiciones, que los gestores sean castigados económicamente y, en su caso, penalmente, que los controles futuros sean mayores (¡qué a tiempo se fue Rato!, ¿no?)y que las empresas que salgan adelante nos devuelvan lo prestado.
Así que escaparse va a ser difícil. Pero no vayamos a América y volvamos a nuestra tierra. Aquí la especulación ha sido más con inmuebles que financiera. En sociedades pequeñas como la nuestra se conoce todo el mundo y aquí ha habido personas, familias y profesionales que han ganado mucho con la construcción. Sinceramente, creo que demasiado. Incluso sin pensar en trapicheos, ¡qué ya es taparse las narices, demasiado. A éstos hay que atarlos de corto. No me da pena cuando oigo que se cierran inmobiliarias en mi ciudad, (salvo por los empleados). Me preocupa si las han vigilado de cerca, o si se van buscando dinero fácil en otro negocio de temporada. Me preocupa sí, y mucho, el desempleo de la construcción y más aún en la industria y los servicios de calidad. Me preocupa porque éstos son nuestro futuro. Por eso es la hora de los pactos sociales. Tiene que colaborar el empresariado y hacerlo con rigor y justicia. Yo tengo una idea muy positiva de los empresarios y emprendedores; no tanto de los financieros, por ma´s que sepa que son necesarios, pero sí de los empresarios y gente emprendedora de negocios. Cuando alguien me dice que “se lo llevan crudo”, pienso, ¡bueno, caso por caso!, no lo confundamos todo, y, además, si es tan fácil y bueno, por qué no lo intentas. Estoy contra la demagogia siempre. Pero dicho esto, hay que vigilarlos de cerca y poner coto a los arribistas que van de negocio en negocio sin producir nada. (Pienso siempre en capitales con gente detrás, gente que podemos identificar y comportamientos que podemos valorar. Cuando entramos en esta globalización financiera, la que da tumbos buscando auxilio público para sus juegos malabares, más casino que economía productiva, ya todo lo veo de otro modo).
Y si pienso en los trabajadores, creo que hay que diferenciar y exigir esfuerzos serios a los que tenemos trabajo fijo y razonablemente remunerado. Esto es así. Entre los funcionarios y entre los demás trabajadores. Lo demás, el “todos revueltos y todos iguales”, no me sirve. Se lo digo a los sindicatos claramente. No me sirve. Y entre los jubilados, lo mismo. Decir que se van a mantener las pensiones no es, sin más, justo; es justo decir que se van a mejorar mucho más las bajas que las altas, y que entre las altas, habrá incluso crecimiento por debajo de la inflación si preciso es. Pero, ¿por qué esta mitificación del todos iguales? (Ni mención tengo que hacer de las profesiones laborales y los autónomos, pues es obvio que su justa aportación la considero parte sustancial de cualquier pacto social ante la crisis. Y es sabido que, aquí, como en todo, hay situaciones distintas y comportamientos diversos, pero la regla general es un "escaqueo más que notable" a la hora de evitar la responsabilidad fiscal que les corresponde. La prueba es la participación de las rentas salariales en el montante final del IRPF, y el mismo concepto referido a la rentas empresariales y de los aútónomos. Esto para otro día).
Y lo mismo pienso de la devolución de los 400 euros en la declaración de la renta, y de los 2500 euros por el nacimiento de un niño, etc. Pero, ¿por qué esta mitificación del igualitarismo? No estoy de acuerdo. Como no me dedico a la política, puedo decirlo. El igualitarismo es injusto. Lo justo es mejorar las condiciones de trabajo y vida de todos, exigir la responsabilidad de todos según nuestras posibilidades, y compensar la iniciativa de las personas que crean riqueza sostenible.
Estoy por la igualdad como clave de la justicia social, pero no por el igualitarismo; la igualdad respeta las diferencias que nos hacen diferentes y peculiares, pero vigila y frena la desigualdad que tiene origen en la injusticia o que ¡termina conduciéndonos a ella!
El igualitarismo es como repartir gafas graduadas para todos, miopes o no, y a todos con la misma graduación; pues no estoy de acuerdo. Un pacto social es otra cosa y no puede sostenerse en “cómo se salvan los que me votan, o mis afiliados”, o en "ya que no podemos doblegar a los más poderosos, preservemos nuestra posición social intermedia y la de quienes sostienen el sistema y participan"; los "satisfechos con el sistema social" que decía GALBRAITH. Advierto esto porque lo veo venir. No estoy de acuerdo. Al final la pagan lo mismos, es decir, los que no tienen voz ni voto, ni están organizados, ni pueden presionar, ni amenazan con para el sistema de producción, "ajenos a las votaciones, consumidores de casi nada y socialmente irrelevantes".
(Claro que el mismo miedo me dan los que con el pretexto del igualitarismo despachan la igualdad. Pero, a estas alturas, ya no confundimos el vino con el vinagre).