Memoria intacta de Miguel Ángel Blanco
Si no recuerdo mal, era un sábado. El 12 de Julio de 1997 era un sábado. Ahora hace 10 años. El próximo martes hará diez años del asesinato de Miguel Ángel Blanco, el joven concejal del PP en Ermua. Fue un asesinato a cámara lenta. Lo recuerdo como una de las experiencias más dolorosas que yo haya vivido, fuera de las desgracias familiares. Creo que mucha gente lo vivió del mismo modo. La inmensa mayoría de la gente. Toda la gente de bien lo vivió así. Con el alma en vilo, conteniendo el aliento, a la espera del “milagro”. No hubo tal. Sólo muerte y un mensaje sin palabras: “Todos los que no os sometéis a ETA, sois Miguel Ángel; podríais estar en su lugar; merecéis estar en su lugar”.
Aquel día entendimos mejor que nunca, si cabe, que ETA representaba el totalitarismo político. No era un problema sólo de barbarie o crueldad, sino de terror y totalitarismo como argamasa de un proyecto nacional. No había lugar para la razón política y la civilización moral. Los demás, lo contrarios, los insubordinados éramos enemigos y, si preciso es, material desechable.
Al cabo de los años, vinieron los llamados procesos de paz. De exploración, de toma de temperatura o de diálogo, vinieron los procesos de paz. El último, entre el 2006 y 2007, muchos lo hemos vivido con cautela, pero con esperanza. Sé que hemos decepcionado a la gente más próxima a Miguel Ángel Blanco. Hicimos lo que creíamos mejor para todos, y nunca con olvido de Blanco. Tal vez no se entienda, pero es lo que hay. Y, ahora, de nuevo, el fracaso. El proceso de paz se ha ido al garete, ¡lo han llevado al garete!, y otra vez hay que seguir el plan “b”, el de la democracia con todas sus artes y fuerzas frente al terror. Algunos dirán que si no lo veíamos, que siempre es igual. Bueno, sí, cierto, pero alguna generación tendrá que dar con la solución para poner fin a ETA y, a la vez, incorporar a la vida democrática a las fuerzas sociales que la apoyan o disculpan.
Para España, este objetivo es muy importante; para el País Vasco es imprescindible. Ésa es la diferencia. Para España ese objetivo puede alejarse lo que haga falta; para el País Vasco, cada año o lustro es como una losa que nos puede aplastar. Por eso es natural, que cada generación intente alguna solución política frente al terror, para desgajar de él la base social que lo disculpa o apoya. Visto desde lejos, o desde convicciones morales quizá no exentas de nacionalismo español, el eterno volver de los procesos de paz, es incomprensible; visto desde cerca, o desde convicciones morales quizá no exentas de nacionalismo vasco, la vuelta de los procesos de paz es perfectamente comprensible. Estoy seguro de que la siguiente generación, ¡quizá sin más la siguiente legislatura!, lo intentará de nuevo. Y es que es lógico y hasta su derecho. Podemos pensar que el terrorismo de ETA es hoy un mal políticamente incurable, y así se acaba de comprobar. Pero no podemos suponer que lo vaya a ser siempre y para cualquier generación. Yo así lo creo, y desde luego no pienso que esté traicionando a Miguel Ángel Blanco, ni a la lección moral y política que, respecto a ETA, aprendí para siempre aquel sábado, 10 de Julio, de hace diez años.
Aquel día entendimos mejor que nunca, si cabe, que ETA representaba el totalitarismo político. No era un problema sólo de barbarie o crueldad, sino de terror y totalitarismo como argamasa de un proyecto nacional. No había lugar para la razón política y la civilización moral. Los demás, lo contrarios, los insubordinados éramos enemigos y, si preciso es, material desechable.
Al cabo de los años, vinieron los llamados procesos de paz. De exploración, de toma de temperatura o de diálogo, vinieron los procesos de paz. El último, entre el 2006 y 2007, muchos lo hemos vivido con cautela, pero con esperanza. Sé que hemos decepcionado a la gente más próxima a Miguel Ángel Blanco. Hicimos lo que creíamos mejor para todos, y nunca con olvido de Blanco. Tal vez no se entienda, pero es lo que hay. Y, ahora, de nuevo, el fracaso. El proceso de paz se ha ido al garete, ¡lo han llevado al garete!, y otra vez hay que seguir el plan “b”, el de la democracia con todas sus artes y fuerzas frente al terror. Algunos dirán que si no lo veíamos, que siempre es igual. Bueno, sí, cierto, pero alguna generación tendrá que dar con la solución para poner fin a ETA y, a la vez, incorporar a la vida democrática a las fuerzas sociales que la apoyan o disculpan.
Para España, este objetivo es muy importante; para el País Vasco es imprescindible. Ésa es la diferencia. Para España ese objetivo puede alejarse lo que haga falta; para el País Vasco, cada año o lustro es como una losa que nos puede aplastar. Por eso es natural, que cada generación intente alguna solución política frente al terror, para desgajar de él la base social que lo disculpa o apoya. Visto desde lejos, o desde convicciones morales quizá no exentas de nacionalismo español, el eterno volver de los procesos de paz, es incomprensible; visto desde cerca, o desde convicciones morales quizá no exentas de nacionalismo vasco, la vuelta de los procesos de paz es perfectamente comprensible. Estoy seguro de que la siguiente generación, ¡quizá sin más la siguiente legislatura!, lo intentará de nuevo. Y es que es lógico y hasta su derecho. Podemos pensar que el terrorismo de ETA es hoy un mal políticamente incurable, y así se acaba de comprobar. Pero no podemos suponer que lo vaya a ser siempre y para cualquier generación. Yo así lo creo, y desde luego no pienso que esté traicionando a Miguel Ángel Blanco, ni a la lección moral y política que, respecto a ETA, aprendí para siempre aquel sábado, 10 de Julio, de hace diez años.