“Toma tu cruz y sígueme”
![Amor](https://c1.staticflickr.com/9/8836/18204796920_2b0613e0bd.jpg)
Muchos son los momentos donde se nos habla de la cruz y donde reflexionamos, precisamente, de ello. Y se hace porque el ser humano se siente identificado con el dolor y el sufrimiento que ello conlleva. En la época de Jesús, al hablar de cruz, no lo hacían como en la actualidad. Ellos entendían y relacionaban la cruz con una muerte “despreciable y tortuosa”.
Nosotros lo relacionamos con la muerte de Jesús y vemos ese símbolo como signo de redención, de perdón… de amor. Y ciertamente, así es, la cruz nos habla de todo eso, especialmente de un amor sin medida que ama hasta el extremo; pero también hacemos otra lectura que tal vez nos aleje un poquito de la realidad, y es que la cruz no es un “soportar” las pequeñas o grandes tribulaciones diarias, ni mucho menos es una exaltación del dolor como medio de agradar a Dios. La verdad que el cristiano no busca el sufrimiento, sino ¡el amor!, estamos hechos para amar no para vivir pendientes de provocar dolor y de darnos “golpes en el pecho”.
Lo importante en esta reflexión es que si somos capaces de acoger la cruz, ésta se transforma en signo de amor y de don total. Por ello si el dolor llega, si tenemos la experiencia del sufrimiento y hemos sabido acoger la cruz podremos vivirlo con más serenidad y paz interior.
Decía Juan Pablo II en su testamento que “la paz interior viene de la cruz, por eso el Señor de los Milagros es un Cristo. Y esa cruz significa entregar la vida por el hermano, la cruz significa que el amor es más fuerte que el odio y la venganza, que es mejor dar que recibir, que la entrega es más eficaz que la exigencia. La cruz significa que no hay fracaso sin esperanza, no hay sombras sin luz, ni tormenta sin puerto de salvación; la cruz significa que el amor no tiene fronteras, que Dios es más grande que nosotros y más grande incluso que nuestro fracaso”.Texto: Hna. Conchi García.