Conferencia pronunciada por Ángel Gutiérrez Sanz en de la presentación de su libro FIELES A NUESTRO DESTINO
El libro presentado con el título FIELES A NUESTRO DESTINO, tiene como tema central al hombre, personificado en cada uno de los miembros de la familia humana que minuto a minuto viven su situación concreta, con sus miedos y esperanzas, alegrías y tristezas, con sus triunfos y derrotas, con sus convicciones e incertidumbres, con sus deseos y proyectos con sus amores y desamores. Preguntarnos por nosotros mismos lleva consigo muchas implicaciones que merecen ser abordadas con veneración y respeto, incluso también con la esperanza de que siga teniendo vigencia sin término aquella frase pronunciada ya hace siglos por Terencio: “Hombre soy y nada de lo humano me puede dejar indiferente”.
Parece bien cierto que las cuestiones que afectan a la compleja problemática humana, carecen de fecha de caducidad por ser intemporales; aún así, a la hora de hacer una selección de las mismas y darles una determinada orientación, yo he tomado en cuenta las preocupaciones, las carencias y limitaciones de nuestro presente cultural, rico en lo técnico y pobre en lo humano, por ello se hace aconsejable que antes de pasar a analizar el libro en cuestión, nos detengamos en hacer unas breves consideración sobre el panorama cultural actual, en cuyo contexto se inscribe el libro objeto de esta presentación
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Del hombre actual se podrán decir muchas cosas, menos de que peca de ingenuidad. La larga experiencia cultural vivida durante siglos, ha hecho que estemos de vuelta de casi todo. El recelo, las dudas, las desconfianzas son las actitudes que vienen caracterizando la modernidad, sobre todo desde que entraron en acción los maestros de la sospecha, cuestionadores de los fundamentos de nuestra cultura milenaria. Hoy hasta estos maestros de la sospecha, después de habernos dejado malparados, se han vuelto sospechosos ellos mismos, tal como quedaba reflejado en aquella famosa pintada callejera de autor anónimo “Dios ha muerto, Marx ha muerto y yo me encuentro muy malito” Esto es lo que nos ofrece nuestra contra-cultura pos-moderna, pos-religiosa, pos-industrial pos-todo
El hombre contemporáneo al perder todas sus seguridades y ver cómo todo se derrumbaba a su alrededor tuvo que agarrarse a algo y lo que hizo fue engancharse a un plan de vida, que responde a un esquema muy simple, pero muy práctico, cuyas bases son la economía, la ciencia y la tecnología y así vamos tirando, como podemos.
La razón técnico-científica ha sido la alternativa que nos ha llevado a una situación de desarrollo envidiable en la que ahora nos encontramos. El progreso ha alcanzado tasas de producción y de consumo hasta ahora desconocidas. Se ha elevado el nivel de vida y con él ha llegado un estado de bienestar, que ha hecho que nos olvidemos de todo lo demás. Nuestra única preocupación ha quedado reducida a vivir la vida a tope, gozar y disfrutar lo más posible del momento presente. Es lo que se ha dado en llamar la cultura del Carpe diem. Nada de cuestiones trascendentes en torno al sentido de la vida, nada de preguntas enojosas sobre nuestra existencia, nada de responsabilidades y humanas exigencias, que para lo único que pueden servir es para aguarnos la fiesta.
Venimos asistiendo sin inmutarnos a un proceso generalizado de crisis, crisis cultural, educativa, moral, religiosa, familiar, crisis de humanismo, crisis de pensamiento y nada nos ha inquietado. Sólo nos hemos asustado, cuando hemos oído hablar de crisis económica, porque ésta sí que puede comprometer nuestra única razón de vivir. No nos ha importado lo más mínimo quedarnos vacíos por dentro, siempre y cuando las neveras estuvieran repletas. Nuestros compromisos no están del lado de las cuestiones profundas y fundamentales de la humana existencia, nuestras aspiraciones van más a ras de tierra, enmarcadas en un hedonismo materialista. Si hemos de ser sinceros, habremos de reconocer que en nuestra sociedad los valores humanos cuentan menos que los económicos, lo que la gente cree es que “Entre la honestidad y el dinero lo segundo es lo primero”. Puede que suene un poco fuerte, pero es bastante cierto, que nuestro sueldo representa lo que en realidad valemos.
“La sociedad tecnológica, dice Gabriel Marcel, dispensa al individuo un tratamiento similar al de una máquina. La vida se desprende así de su misma significación, de toda su profundidad.” En esta sociedad de la sobreabundancia en que nos encontramos el hombre contemporáneo ha sabido estar a la altura de las circunstancias, convirtiéndose en consumidor ejemplar, que devora todo lo que pilla a su paso. Al hombre contemporáneo Eric Fromm le dedica estas ambles palabras. “Es el consumidor eterno; se traga bebidas, alimentos, cigarrillos… Consume todo, engulle todo. El mundo no es más que un enorme objeto para su apetito, una gran mamadera, una gran manzana, un pecho opulento”. Este consumista compulsivo ha elevado el bienestar a la categoría de ideología y ha hecho del disfrute de la vida su particular religión, nuestro mundo se ha puesto de lado de la razón técnica-científica, olvidándose de la razón filosófica de la que pasa olímpicamente, como si se tratara de algo para extraterrestre. Triste es reconocerlo para quienes amamos a la filosofía; pero es así. Yo personalmente he tenido ocasión de constatarlo en varias ocasiones porque la cosa viene de atrás. ***
Lo que nuestro mundo piensa es que tenemos que dejarnos de filosofías e ir al grano que no es otra cosa que tratar de hacer realidad el sueño americano. Sucede no obstante que los problemas han comenzado a amontonarse sobre la mesa, ahora que la razón técnico- científica en la que el hombre depositó su confianza, comienza a dar muestras de agotamiento. La compleja problemática humana está poniendo cada vez más al descubierto los contrastes y las limitaciones del cienticismo salvaje. Por debajo de la aparente bonanza van apareciendo los síntomas angustiosos de quien no sabe para que vive. No sin razón se dice que las depresiones, bastante generalizadas por cierto, las obsesiones y miedos neuróticos, son las enfermedades propias de las sociedades opulentas. Tenemos miedo a quedarnos a solas y en silencio, tenemos miedo a enfrentarnos con nosotros mismos, por eso buscamos desesperadamente perdernos entre el ruido, el bullicio y las preocupaciones.
El desarrollo técnico-científico, a quien sin duda debemos mucho, pues de no ser por él, seguramente, muchos de nosotros no estaríamos aquí ahora, comienza a dar muestras de que por sí sólo no puede responder a todas las exigencias humanas. Por debajo de su rostro más amable afloran ya una serie de contradicciones. Desde hace tiempo se viene detectando que la excesiva tecnificación ha derivado en deshumanización. Los avances técnico-científicos han sido fuente de vida y de bienestar; pero también lo están siendo de destrucción y muerte. Fuente de producción; pero a muchos les ha mandado al paro. Los avances en el campo de la biogenética no se corresponden con el avance moral, hasta el punto de que están apareciendo hechos averrantes a los que se les da el visto bueno, por el mero hecho de que la ciencia y la técnica los ha hecho posibles. El contraste Norte-Sur vergonzante y escandaloso es un fenómeno típico de la era post-industrial. La palabra paz está en nuestros labios; pero vivimos en guerras y violencias de todo tipo. Aquí habría que decir con Salustio: “poco vale aquella ciencia que no sabe hacer virtuoso al que la profesa”.Hablamos de reconstruir el mundo pero en realidad nos lo estamos cargando y por fin nadie sabe como acabará esta crisis económica, hay quien asegura que cambiará nuestra forma de ver el mundo y la vida. Hasta puede que con la crisis económica nos animemos a consumir más valores humanos, porque como esos son gratuitos… ¿Quien sabe? En fin, todo hace pensar que no estamos al comienzo sino al final de una era.
Parece cada vez más evidente que nuestra actual cultura necesita ser fecundada con otro tipo de saberes, como puede ser el saber filosófico y teológico. Ha llegado ya el momento de ser fieles a nuestra condición humana recuperando nobles aspiraciones, que nunca debimos perder, hay que volver a dar un sentido profundo a nuestra existencia humana, hay que ir pensando en el alumbramiento de un nuevo hombre menos egoísta y más solidario. Entre todos tenemos que hacer posible que llegue ese día en el que el sueño americano sea sustituido por el sueño de un nuevo humanismo forjado en la justicia y el amor universales. Un humanismo abierto también a la trascendencia porque si no es así es imposible la esperanza. No es cosa de cuatro meapilas que van diciendo por ahí, que el hombre sin Dios es pura nada, un absurdo, un sinsentido, una pasión inútil, pues el mismo existencialismo ateo portador del estandarte filosófico en los últimos años así se vio obligado a reconocerlo.
Está claro pues, que el cientificismo por si sólo no nos va a salvar, porque es incapaz de dar respuesta a nuestros problemas humanos; pero no desesperemos, pues como bien decía Hegel, en clara alusión a la filosofía “La lechuza de minerva sólo emprende su vuelo al anochecer.”
Pienso que lo dicho es suficiente como para adivinar y entrever los motivos que me han llevado a escribir unas páginas, donde quiero expresar el convencimiento de que es preciso mayor interiorización si queremos encontrar algún sentido a nuestra existencia.
Análisis del libro
Paso a continuación a ocuparme ya del libro en cuestión. Lo voy a hace refiriéndome primero a la forma y luego al fondo. He de confesar que el aspecto formal ha sido objeto de especial preocupación por mi parte. Soy consciente de que se lee poco, de que los hombres y mujeres, hoy, siempre tienen algo más importante que hacer que leer un libro, por ello lo que he intentado, es que, sin renunciar al rigor, lo que yo iba escribiendo no resultara pesado, sino que fuera de fácil lectura , ágil, entretenido y sobre todo he tratado de ofrecer un contenido dosificado, a cuentagotas, para que el lector pudiera seleccionar y leer aquello que un momento determinado le interesara , según su estado de animo, sin que ello le ocupara más de cinco minutos. El libro de 217 páginas va estructurado en once capítulos, que giran en torno al tema central que es ese hombre que todos llevamos dentro, si bien cada uno de estos capítulos recoge aspectos diferenciados de la rica problemática humana. A su vez, cada capítulo se descompone en diversos apartados en los que se recogen las pertinentes reflexiones. En cualquier caso la extensión de estos apartados corresponde a lo que pudiera ser un breve articulito de poco más de una página. El número de estas instantáneas juntamente con la presentación de cada capítulo, asciende a más de ciento y aunque interelacionadas entre sí, tienen pleno sentido aisladamente, para que puedan ser leídas por separado
Se ha pretendido que las reflexiones queden insertas en la vida real y en referencia lo al hombre de carne hueso del que tan admirablemente habló Unamuno. No faltan ilustraciones reales y ejemplificadoras que a la vez que ayudan a comprender el mensaje en cuestión, pudieran dar amenidad a la lectura. Aún con todo, en un ensayo como éste lo importante no es el envoltorio sino lo importante naturalmente es lo que va dentro, lo que se dice. Es el fondo, es el contenido del cual paso a hablaros
Fondo
Este libro como ya queda anunciado, pretende ser una reflexión sobre las diversas preocupaciones que como humanos nos afectan, lo que implica preguntarse por muchas cosas de nuestro cotidiano vivir, desde que nacemos hasta que morimos. Se trata en definitiva de recuperar la conciencia de lo que hemos sido, lo que somos y de lo que nos espera. Como es natural, no puedo detenerme en exponer cada uno de los apartados, por lo que procederé a hacer unas calas a lo largo y ancho del extenso territorio humano abordado en este libro, para lo cual nada mejor que agrupar su contenido en cuatro bloques de carácter general.
Sin más dilación vamos con el primero, que se podía enunciar así: a) en torno a la verdad del hombre. Bertrand Russel comentaba sarcásticamente que el animal humano para ser la obra maestra de un Ser Omnipotente con tantos millones de años de experimentación no había sido una gran cosa que digamos, el resultado habría sido poco brillante. Lo que a mi me parece es que a medida que nos acercamos al misterio humano vamos descubriendo que el hombre es un ser grandioso y singular, tanto que cualquier individuo, aún el más insignificante, vale más que una infinidad de mundos.
Innumerables son las definiciones que del hombre se han dado… Ninguna resulta satisfactoria. No porque sean falsas sino por que resultan ser insuficientes. Al final resulta que los hombres y mujeres somos siempre un algo más de lo que de nosotros se dice, porque nuestro proyecto humano permanece siempre abierto, inacabado. Siempre podemos llegar a ser algo más de lo que en un momento determinado somos. Agustín de Hipona decía que “el hombre es un ser siendo”. Tal como si dijéramos, que es un ser que nunca toca fondo, un ser que nunca acaba de ser lo que es. Es como si estuviéramos en tensión constante.
Es verdad que nacemos ya con una naturaleza específica que nos diferencia de todos los demás seres, pero no es menos cierto que esa naturaleza común está siempre a la espera de una realización personal. Con la personeidad se nace, en cambio la personalidad se adquiere decía Zubiri, a base de ir haciendo cosas y afrontando nuevas situaciones. En definitiva con nuestro comportamiento es como vamos escribiendo nuestra historia y eso es lo que vamos a dejar en herencia a los demás.
Tenemos que ir conformando nuestra propia vida y hay muchas formas de hacerlo. Frente a nosotros se abre un inmenso mundo de posibilidades, necesariamente tendremos que coger unas y dejar otras y este es precisamente el gran riesgo que corremos los humanos, pues podemos equivocarnos en la elección. Podemos incluso equivocarnos eligiendo no hacer nada. Hoy que tan de moda está la cultura del ocio, fácilmente puede asaltarnos la tentación de hacer el vago. Escuchamos por ahí decir a algunos que su máxima aspiración es que llegue el día que se pueda permitir el lujo de no hacer nada. Yo personalmente no quisiera que ese día llegara nunca para mí. De las mil posibilidades que cada día ofrece, me gustaría aprovechar una, aunque sólo fuera una. No se trata tampoco de hacer por hacer. No es suficiente con hacer algo, es preciso hacer bien lo que se hace. Mucho se podría decir al respecto.
Responsables somos de lo que hacemos y no tanto de lo que nos pasa. A veces nos suceden cosas que no queremos, ni hemos buscado. No está en nuestras manos conformar el curso de los acontecimientos en que nos vemos envueltos, esto es verdad, lo que sí depende de nosotros es la actitud con la que podemos enfrentarnos a ellos. Lo que haya de ser será. No está en nuestras manos elegir la carga que hemos de llevar; pero sí depende de nosotros robustecer los hombros para poder soportarla. Conocida de todos es la frase de Tagore “Si de noche lloras porque no puedes ver el sol, las lágrimas te impedirán ver las estrellas”. Demos por descontado, que el infortunio tarde o temprano llamará a nuestra puerta, por eso mismo tendremos que aprender a llorar y tal vez como decía Unamuno ésta sea la suprema sabiduría.
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Después de haber reflexionado sobre estas cuestiones en torno a lo somos, lo que hacemos y lo que nos pasa, el libro se detiene en la consideración del entorno que nos envuelve
Toda historia, también la de nuestra vida, requiere un escenario donde representarse. Éste sería el argumento del segundo bloque. b) El escenario de nuestra humana existencia. Los hilos de nuestra existencia se van entretejiendo dentro de un marco espacial y temporal. Un día fuimos arrojados al mundo y allí comenzó nuestro personal peregrinaje. Espacio y tiempo siempre han sido considerados condiciones inseparables de nuestra condición humana.
Nuestra corporeidad está en el origen de nuestra mundanidad. Nuestros sentidos, órganos o miembros corporales están pensados para ejercer su función en complicidad con el mundo exterior. Muchas reflexiones se podían hacer al respecto. Se puede hablar como lo hizo Max Scheler del puesto del hombre en el mundo y también se puede hablar del puesto del mundo en la vida del hombre como le gustaba decir a Julián Marías. Se cree y así es, de que los hombres ocupamos un lugar privilegiado en el mundo; si bien unos más que otros, pues aunque todos vivamos bajo el mismo cielo y nos alumbre el mismo sol, el entorno en que unos y otros nos movemos, es bien distinto, nuestros mundos al igual que las circunstancias que rodean nuestros yos son bastante diferentes. Para unos el mundo es un hotel de cinco estrellas, para otros no pasa de ser una choza. Hemos construido un mundo en el que mucha gente ha quedado excluida sin saber ya que hacer para seguir viviendo. Basta con decir que tres, sólo tres personas, acumulan en sus manos la riqueza equivalente a la de 48 países más pobres de la tierra. Nos quejamos de nuestro mundo y decimos que no nos gusta; pero en realidad este mundo no es otro que el que nosotros mismos hemos construido.
Inseparable de nuestra mundanidad está nuestra temporalidad. La vida no es otra cosa que proceso en marcha. Casi en forma de acertijo preguntaba Voltaire ¿ Cual es de todas las cosas del mundo la más larga y la más corta, la más rauda y la más lenta, la más divisible y la más extensa, sin la que nada se puede hacer, que devora lo pequeño y vivífica todo lo que es grande? No, no es el dinero. ¿Sabe alguien cual? Es el tiempo. Que Platón define como la imagen móvil de la eternidad . Bella definición; pero con ella no queda desvelado el misterio que lo envuelve, así hablamos del pasado que ya no es, del futuro que todavía no ha llegado y del presente que antes de pronunciarlo se ha esfumado.
Los latidos del corazón del tiempo se nos escapan, como el agua entre las manos y aún con todo, nada podemos hacer sin él. Heidegger llega a decir del tiempo que es el fundamento ontológico de nuestra existencia. Es mentira eso que se dice por ahí de que el tiempo es oro. El tiempo es mucho más. Nikós Kazanzaki suplicaba un poco tiempo para concluir su obra. Poco antes de morir decía: El tiempo ha llegado a ser para mí el bien supremo: cuando veo a los hombres malgastar el tiempo, me dan ganas de ir a una esquina a tender la mano como un mendigo: dadme una limosna buenas gentes, dadme un poco de ese tiempo que perdéis, unos minutos, una hora….
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Mientras estemos vivos hay siempre un presente y un futuro, por eso nunca es tarde para preguntarnos por nuestras vidas. c) ¿Qué podemos hacer con nuestras vidas? En torno a esta pregunta se agrupan innumerables cuestiones que conforman este tercer bloque de indiscutible interés para todo hombre o mujer que se precie de tal. Mucho es lo que podemos hacer con nuestras vidas, independiente de la edad que tengamos Siempre es posible añadir vida a los años, aún en los casos en que se hayan añadido ya muchos años a la vida. En cualquier situación en que nos encontremos la vida nos brinda siempre la ocasión de realizar algo importante que permite mirar el futuro con la ilusión de quien piensa que el día más hermoso es el que aún falta por llegar; pero si un día esta ilusión se desvanece y el vivir se convierte en una pesada carga, sólo nos queda pedir a Dios que se compadezca de nosotros.
La vida es un asunto serio en que se pone en juego el ser o no ser de nuestra propia existencia. Hay que saber vivir la propia vida y no dejar que sean otros los que la vivan por nosotros. Cuando menos la propia vida debiera estar exenta de hipotecas, para poder vivirla en plenitud desde la propia situación personal. Circula por ahí una supuesta conversación mantenida entre dos filósofos coetáneos. Uno de ellos era Diógenes el del Tonel un tipo independiente decidido a vivir su propia vida y el otro era Aristipo de Cirene sumiso adulador que vivía lujosamente y satisfecho en la corte de Dionisio, tirano de Siracusa. Sucedió que cuando Diógenes estaba comiendo un plato de lentejas se le acercó Aristipo y le dijo: ah… si hubieras aprendido a mentir y adular no estarías ahora comiendo lentejas a lo que Diógenes respondió: ¡pobre Aristipo! si tú hubieras aprendido a comer lentejas no tendrías necesidad de adular y arrastrarte por el suelo.
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La pregunta sobre ¿qué podemos hacer con nuestra vida? discurre paralela a la pregunta
¿ qué podemos hacer con nuestra libertad? En este libro se trata de clarificar no pocos malentendidos sobre esta cuestión. La palabra libertad es una de las más usadas; pero con significados bien diferentes según los casos. En boca de los héroes o los santos es una de las expresiones más hermosas de nuestro diccionario, en boca de un exaltado libertino puede llegar hasta producir pánico. En su nombre se han llevado a cabo gloriosas proezas; pero también se han cometido atropellos y crímenes abominables. La libertad es presentada como un don que dignifica al hombre y esto es verdad; pero también hay que decir que no está exenta de riesgos, pues se puede hacer mal uso de ella. La libertad puede hacer que nos humanicemos o puede hacer que nos deshumanicemos.
Hoy se habla mucho de una libertad externa, poco exigente que da derecho a casi todo y que a veces se confunde con la tolerancia omnipermisiva. Esta libertad facilona es la que está haciendo que los jóvenes no tengan la necesidad de ser rebeldes. En cambio se silencia la Libertad interior con mayúscula, fruto de una esforzada conquista que nos hace dueños de nosotros mismos y nos libera de las propias esclavitudes que llevamos dentro. Ésta es la Libertad a la que el autor de este libro dedica su atención preferente, aún a pesar de que casi nadie hable de ella. Las gentes que nos creemos libres debiéramos mirarnos por dentro, para ver si lo somos de verdad pues como bien decía Goethe. “No hay peor esclavitud que la de aquel que se cree libre sin serlo”.
La Libertad como todas las cosas grandes responde a un por qué a una razón importante: llegar a ser nosotros mismos. La Libertad en sí misma no es un fin, no es un absoluto, sino un medio para llegar a ser persona, un instrumento para poder cumplir con nuestras exigencias humanas . Asuntos de los que a continuación nos ocupamos.
A través del ejercicio de nuestra libertad estamos llamados a realizarnos humanamente, a dar lo mejor que llevamos dentro, a ser fiel a nosotros mismos. Hoy como ayer la dignidad de la persona sigue estando amenazada, hoy como ayer al individuo hay que defenderlo frente al hombre- masa. Cuando la cantidad cuenta más que la calidad, cuando el gregarismo amenaza con anular toda iniciativa personal, hay que salir al paso para decir con Ortega que el hombre-masa más que hombre es un caparazón de hombre. Hoy más que nunca es difícil sustraerse a la manipulación que ejercer la opinión pública y publicada dada la fuerza de los poderosos medios de comunicación. No sin razón se dice que aquello que no sale en los medios de comunicación es como si no existiera para gran parte de los mortales. El hombre vacío por dentro carente de personalidad siempre encontrará a alguien dispuesto a decirle que es lo que tiene que hacer y cómo tiene que pensar.
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En este libro también se alerta sobre el peligro que puede suponer la manipulación genética sobre todo en lo referente a embriones. Si no se actúa con responsabilidad, la ingeniería genética puede alterar nuestra especie y nuestra raza, puede cambiar el destino humano. La ingeniería genética pronto estará en disposición de manufacturar hombres y mujeres de forma similar a como se fabrican muñecos y muñecas de trapo. Lo peor que podría sucedernos es que los conceptos de paternidad y maternidad se perdieran y del “alguien” que ahora somos pasáramos a ser simplemente un “algo”.
Otra de las realidades humanas armonizable con la libertad que se hace presente en estas páginas es la dimensión moral del hombre. Si Sartre pudo decir “haz el mal y te sentirás libre” es porque para él la libertad era un absoluto que está por encima del bien y del mal; pero la realidad es que la libertad que no se pone al servicio del deber queda desvirtuada. Otra cosa es que se de preferencia a la moral de aspiraciones sobre la moral de obligaciones, según el dicho de S. Agustín: “Ama y haz lo que quieras” Siempre y cuando se sepa interpretar esta frase, porque se oye cada cosa por ahí… que válgame Dios.
Lo mismo cabe decir de la moral negativa frente a la positiva. Ésta resulta ser mucho más fecunda. Nuestras exigencias morales no quedan satisfechas simplemente con no hacer lo que está prohibido. La moral negativa se la presupone, hay que dar un paso más y aspirar a la moral positiva. El no ser malo no es suficiente para considerar a alguien bueno. Detrás de cada individuo se esconde un héroe o un santo igual que detrás de cada bloque de mármol se esconde una piedad de Miguel Ángel . Por haber olvidado esto, vivimos con el freno puesto, preocupados en el mejor de los casos por hacer desaparecer las telarañas de nuestra conciencia, pero sin preocuparnos lo más mínimo en engalanarla con los mejores valores morales. Según los psicólogos la mayoría de los hombres están especialmente superdotados por la naturaleza para cultivar alguna capacidad o algún tipo de hábito moral de forma sobresaliente y a poco que se lo hubieran propuesto podían haber alcanzado las más altas cotas de virtuosismo, pero como no se dieron cuenta, ni nadie les alertó de ello, se morirán sin saber siquiera que esto podía ser así.
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Este libro en el que se nos muestra al hombre como viajero de la vida, no podía concluir sin hacer referencia a la felicidad como c) meta final en la vida de hombres y mujeres. Tal será el objeto de nuestra última exploración, correspondiente al cuarto bloque ¿Podremos saciar algún día nuestras ansias de felicidad? Las encuestas nos hablan de que más de un 80 % de los ciudadanos se consideran felices. * Yo no me fío mucho de esta felicidad Seguramente se trata de lo que Gustavo Bueno denomina felicidad canalla. Lo que todos sabemos por propia experiencia personal, es que la auténtica felicidad, aquí abajo, se da a cuentagotas, que es difícil conseguir un minuto de felicidad, y lo que nadie ignora es que en el mejor de los casos siempre se trataría de una felicidad efímera y fugaz como lo es nuestra propia vida, por eso presentimos, como lo hacía Aristóteles, que la Felicidad completa no es cosa de este mundo, por ello habría que seguir preguntando ¿podemos aspirar a ella después de haber vivido? ¿Qué será de nosotros cuando se apaguen las luces y se baje el telón?, ¿Acaso nos esperará algún tipo de existencia mejor? Ya sé que este tipo de cuestiones no interesa a las gentes de hoy, preocupadas por asuntos más importantes, como pueda ser cual ha sido el último escándalo político, cual la moda que se llevará el próximo verano o que tiempo hará este fin de semana. Los temas escatológicos no interesan; pero están ahí, de forma inevitable y tendremos que seguir preguntándonos si el morir tiene algún sentido, porque si no lo tiene tampoco lo va a tener la propia vida.
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La pregunta por nuestro destino humano va impregnada del mismo misterio que acompaña al hombre y sólo tiene dos respuestas posibles: Nuestro último destino hay que buscarle en la nada o en el infinito, tanto uno como otro son dos abismos sin fondo, sólo que uno es sombrío y negativo y el otro positivo y luminoso. A los filósofos en general, siempre les ha parecido bastante absurdo o cuando menos una broma de mal gusto que Alguien nos sacara de la nada para hacernos volver a ella. Por otra parte nuestras ansias de felicidad e inmortalidad bien pudieran ser ese caledoscopio que nos ayuda a divisar horizontes de trascendencia. Kant llegó incluso a considerar la eternidad de nuestro ser como un postulado de la Razón Práctica. Naturalmente esto no son nada más que filosofías y lo que la gente pide son verificaciones, constatación de hechos. Nadie ha regresado del más allá, para sacarnos de dudas, nadie ha vuelto para certificar nuestras esperanzas de futuro. Eso es lo que la gente dice; a lo que la gente se agarra, pero esto que la gente dice no es cierto, no es cierto que nadie haya vuelto de la otra ribera, no lo es, lo desmiente un sólido argumento histórico que está ahí.
Dejando a parte esas experiencias que se cuentan en “Vida después de la vida”, recopiladas por el Dr. Raymond Moody, quiero centrarme en la veracidad incuestionable de un hecho real acaecido hace dos mil años. Me refiero a la constatación de un sepulcro vacío como prueba empírica de que un muerto había vuelto a la vida. Nadie se explicaba como; pero sucedió. Ojos humanos pudieron ver al Resucitado, sus palabras pudieron ser escuchadas por hombres y mujeres y las manos incrédulas de Tomás Dídimo, el Mellizo tuvieron que rendirse a la evidencia. Son muchos los testimonios históricos que dan fe de que Cristo resucitó y con él lo hacíamos todos los hombres y mujeres según su promesa. El sepulcro vacío no es ninguna creación mitológica, no es ninguna alocución simbólica, es una realidad histórica reconocida por el más exigente espíritu crítico, aunque siempre habrá quienes, por los intereses que sean, sigan buscando esa supuesta tumba perdida que contenga los restos mortales del Resucitado. En la tumba que Cristo dejara vacía, pueden albergarse ya nuestras ansias de eternidad, en ella caben todas las eternas esperanzas del género humano. A partir de aquí cada uno de nosotros podemos pensar con fundamento que estamos llamados a ser hijos de la luz. Ya no nos conformamos con una inmortalidad cualquiera, sino que aspiramos a una resurrección gloriosa e integral.
Un día los cuerpos que se durmieron corruptibles se despertarán incorruptibles para unirse al alma. Nada de lo que fuimos se perderá, pues si nacemos para morir, también morimos para nacer. Nuestros seres queridos y nosotros mismos después de que todo haya pasado entraremos en la intemporalidad, llevando con nosotros lo que un día fuimos. En alguna parte leí que la muerte no nos roba a nuestros seres queridos, sino que nos los guarda. Así será nuestro destino. Julián Marías a quien le gustaba mucho reflexionar sobre estos temas, poco antes de morir decía: “Yo creo que la otra vida será un reflejo de lo vivido aquí”. Eso decía; una continuación, aunque naturalmente en otra dimensión bien distinta, claro está; Pero aún así, nunca dejaremos de ser nosotros mismos, con nuestro yo, con nuestro rostro, con nuestros rasgos personales que nos seguirán identificando y haciéndonos distintos a los demás. Si después de haber vivido nada de lo que fuimos se ha de perder, lo que cabe decir es que nuestro destino ha comenzado ya y debemos serle fiel. Si como pienso el sepulcro vacío fundamenta nuestras ansias de inmortalidad, lo malo ya no es morir, lo malo es vivir sin esperanza, por eso ya no diré con Becquer “ ¡Dios mío que solos se quedan los muertos! mejor diré con Ortega: ¡ Dios mío que solos nos estamos quedando los vivos!
Parece bien cierto que las cuestiones que afectan a la compleja problemática humana, carecen de fecha de caducidad por ser intemporales; aún así, a la hora de hacer una selección de las mismas y darles una determinada orientación, yo he tomado en cuenta las preocupaciones, las carencias y limitaciones de nuestro presente cultural, rico en lo técnico y pobre en lo humano, por ello se hace aconsejable que antes de pasar a analizar el libro en cuestión, nos detengamos en hacer unas breves consideración sobre el panorama cultural actual, en cuyo contexto se inscribe el libro objeto de esta presentación
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Del hombre actual se podrán decir muchas cosas, menos de que peca de ingenuidad. La larga experiencia cultural vivida durante siglos, ha hecho que estemos de vuelta de casi todo. El recelo, las dudas, las desconfianzas son las actitudes que vienen caracterizando la modernidad, sobre todo desde que entraron en acción los maestros de la sospecha, cuestionadores de los fundamentos de nuestra cultura milenaria. Hoy hasta estos maestros de la sospecha, después de habernos dejado malparados, se han vuelto sospechosos ellos mismos, tal como quedaba reflejado en aquella famosa pintada callejera de autor anónimo “Dios ha muerto, Marx ha muerto y yo me encuentro muy malito” Esto es lo que nos ofrece nuestra contra-cultura pos-moderna, pos-religiosa, pos-industrial pos-todo
El hombre contemporáneo al perder todas sus seguridades y ver cómo todo se derrumbaba a su alrededor tuvo que agarrarse a algo y lo que hizo fue engancharse a un plan de vida, que responde a un esquema muy simple, pero muy práctico, cuyas bases son la economía, la ciencia y la tecnología y así vamos tirando, como podemos.
La razón técnico-científica ha sido la alternativa que nos ha llevado a una situación de desarrollo envidiable en la que ahora nos encontramos. El progreso ha alcanzado tasas de producción y de consumo hasta ahora desconocidas. Se ha elevado el nivel de vida y con él ha llegado un estado de bienestar, que ha hecho que nos olvidemos de todo lo demás. Nuestra única preocupación ha quedado reducida a vivir la vida a tope, gozar y disfrutar lo más posible del momento presente. Es lo que se ha dado en llamar la cultura del Carpe diem. Nada de cuestiones trascendentes en torno al sentido de la vida, nada de preguntas enojosas sobre nuestra existencia, nada de responsabilidades y humanas exigencias, que para lo único que pueden servir es para aguarnos la fiesta.
Venimos asistiendo sin inmutarnos a un proceso generalizado de crisis, crisis cultural, educativa, moral, religiosa, familiar, crisis de humanismo, crisis de pensamiento y nada nos ha inquietado. Sólo nos hemos asustado, cuando hemos oído hablar de crisis económica, porque ésta sí que puede comprometer nuestra única razón de vivir. No nos ha importado lo más mínimo quedarnos vacíos por dentro, siempre y cuando las neveras estuvieran repletas. Nuestros compromisos no están del lado de las cuestiones profundas y fundamentales de la humana existencia, nuestras aspiraciones van más a ras de tierra, enmarcadas en un hedonismo materialista. Si hemos de ser sinceros, habremos de reconocer que en nuestra sociedad los valores humanos cuentan menos que los económicos, lo que la gente cree es que “Entre la honestidad y el dinero lo segundo es lo primero”. Puede que suene un poco fuerte, pero es bastante cierto, que nuestro sueldo representa lo que en realidad valemos.
“La sociedad tecnológica, dice Gabriel Marcel, dispensa al individuo un tratamiento similar al de una máquina. La vida se desprende así de su misma significación, de toda su profundidad.” En esta sociedad de la sobreabundancia en que nos encontramos el hombre contemporáneo ha sabido estar a la altura de las circunstancias, convirtiéndose en consumidor ejemplar, que devora todo lo que pilla a su paso. Al hombre contemporáneo Eric Fromm le dedica estas ambles palabras. “Es el consumidor eterno; se traga bebidas, alimentos, cigarrillos… Consume todo, engulle todo. El mundo no es más que un enorme objeto para su apetito, una gran mamadera, una gran manzana, un pecho opulento”. Este consumista compulsivo ha elevado el bienestar a la categoría de ideología y ha hecho del disfrute de la vida su particular religión, nuestro mundo se ha puesto de lado de la razón técnica-científica, olvidándose de la razón filosófica de la que pasa olímpicamente, como si se tratara de algo para extraterrestre. Triste es reconocerlo para quienes amamos a la filosofía; pero es así. Yo personalmente he tenido ocasión de constatarlo en varias ocasiones porque la cosa viene de atrás. ***
Lo que nuestro mundo piensa es que tenemos que dejarnos de filosofías e ir al grano que no es otra cosa que tratar de hacer realidad el sueño americano. Sucede no obstante que los problemas han comenzado a amontonarse sobre la mesa, ahora que la razón técnico- científica en la que el hombre depositó su confianza, comienza a dar muestras de agotamiento. La compleja problemática humana está poniendo cada vez más al descubierto los contrastes y las limitaciones del cienticismo salvaje. Por debajo de la aparente bonanza van apareciendo los síntomas angustiosos de quien no sabe para que vive. No sin razón se dice que las depresiones, bastante generalizadas por cierto, las obsesiones y miedos neuróticos, son las enfermedades propias de las sociedades opulentas. Tenemos miedo a quedarnos a solas y en silencio, tenemos miedo a enfrentarnos con nosotros mismos, por eso buscamos desesperadamente perdernos entre el ruido, el bullicio y las preocupaciones.
El desarrollo técnico-científico, a quien sin duda debemos mucho, pues de no ser por él, seguramente, muchos de nosotros no estaríamos aquí ahora, comienza a dar muestras de que por sí sólo no puede responder a todas las exigencias humanas. Por debajo de su rostro más amable afloran ya una serie de contradicciones. Desde hace tiempo se viene detectando que la excesiva tecnificación ha derivado en deshumanización. Los avances técnico-científicos han sido fuente de vida y de bienestar; pero también lo están siendo de destrucción y muerte. Fuente de producción; pero a muchos les ha mandado al paro. Los avances en el campo de la biogenética no se corresponden con el avance moral, hasta el punto de que están apareciendo hechos averrantes a los que se les da el visto bueno, por el mero hecho de que la ciencia y la técnica los ha hecho posibles. El contraste Norte-Sur vergonzante y escandaloso es un fenómeno típico de la era post-industrial. La palabra paz está en nuestros labios; pero vivimos en guerras y violencias de todo tipo. Aquí habría que decir con Salustio: “poco vale aquella ciencia que no sabe hacer virtuoso al que la profesa”.Hablamos de reconstruir el mundo pero en realidad nos lo estamos cargando y por fin nadie sabe como acabará esta crisis económica, hay quien asegura que cambiará nuestra forma de ver el mundo y la vida. Hasta puede que con la crisis económica nos animemos a consumir más valores humanos, porque como esos son gratuitos… ¿Quien sabe? En fin, todo hace pensar que no estamos al comienzo sino al final de una era.
Parece cada vez más evidente que nuestra actual cultura necesita ser fecundada con otro tipo de saberes, como puede ser el saber filosófico y teológico. Ha llegado ya el momento de ser fieles a nuestra condición humana recuperando nobles aspiraciones, que nunca debimos perder, hay que volver a dar un sentido profundo a nuestra existencia humana, hay que ir pensando en el alumbramiento de un nuevo hombre menos egoísta y más solidario. Entre todos tenemos que hacer posible que llegue ese día en el que el sueño americano sea sustituido por el sueño de un nuevo humanismo forjado en la justicia y el amor universales. Un humanismo abierto también a la trascendencia porque si no es así es imposible la esperanza. No es cosa de cuatro meapilas que van diciendo por ahí, que el hombre sin Dios es pura nada, un absurdo, un sinsentido, una pasión inútil, pues el mismo existencialismo ateo portador del estandarte filosófico en los últimos años así se vio obligado a reconocerlo.
Está claro pues, que el cientificismo por si sólo no nos va a salvar, porque es incapaz de dar respuesta a nuestros problemas humanos; pero no desesperemos, pues como bien decía Hegel, en clara alusión a la filosofía “La lechuza de minerva sólo emprende su vuelo al anochecer.”
Pienso que lo dicho es suficiente como para adivinar y entrever los motivos que me han llevado a escribir unas páginas, donde quiero expresar el convencimiento de que es preciso mayor interiorización si queremos encontrar algún sentido a nuestra existencia.
Análisis del libro
Paso a continuación a ocuparme ya del libro en cuestión. Lo voy a hace refiriéndome primero a la forma y luego al fondo. He de confesar que el aspecto formal ha sido objeto de especial preocupación por mi parte. Soy consciente de que se lee poco, de que los hombres y mujeres, hoy, siempre tienen algo más importante que hacer que leer un libro, por ello lo que he intentado, es que, sin renunciar al rigor, lo que yo iba escribiendo no resultara pesado, sino que fuera de fácil lectura , ágil, entretenido y sobre todo he tratado de ofrecer un contenido dosificado, a cuentagotas, para que el lector pudiera seleccionar y leer aquello que un momento determinado le interesara , según su estado de animo, sin que ello le ocupara más de cinco minutos. El libro de 217 páginas va estructurado en once capítulos, que giran en torno al tema central que es ese hombre que todos llevamos dentro, si bien cada uno de estos capítulos recoge aspectos diferenciados de la rica problemática humana. A su vez, cada capítulo se descompone en diversos apartados en los que se recogen las pertinentes reflexiones. En cualquier caso la extensión de estos apartados corresponde a lo que pudiera ser un breve articulito de poco más de una página. El número de estas instantáneas juntamente con la presentación de cada capítulo, asciende a más de ciento y aunque interelacionadas entre sí, tienen pleno sentido aisladamente, para que puedan ser leídas por separado
Se ha pretendido que las reflexiones queden insertas en la vida real y en referencia lo al hombre de carne hueso del que tan admirablemente habló Unamuno. No faltan ilustraciones reales y ejemplificadoras que a la vez que ayudan a comprender el mensaje en cuestión, pudieran dar amenidad a la lectura. Aún con todo, en un ensayo como éste lo importante no es el envoltorio sino lo importante naturalmente es lo que va dentro, lo que se dice. Es el fondo, es el contenido del cual paso a hablaros
Fondo
Este libro como ya queda anunciado, pretende ser una reflexión sobre las diversas preocupaciones que como humanos nos afectan, lo que implica preguntarse por muchas cosas de nuestro cotidiano vivir, desde que nacemos hasta que morimos. Se trata en definitiva de recuperar la conciencia de lo que hemos sido, lo que somos y de lo que nos espera. Como es natural, no puedo detenerme en exponer cada uno de los apartados, por lo que procederé a hacer unas calas a lo largo y ancho del extenso territorio humano abordado en este libro, para lo cual nada mejor que agrupar su contenido en cuatro bloques de carácter general.
Sin más dilación vamos con el primero, que se podía enunciar así: a) en torno a la verdad del hombre. Bertrand Russel comentaba sarcásticamente que el animal humano para ser la obra maestra de un Ser Omnipotente con tantos millones de años de experimentación no había sido una gran cosa que digamos, el resultado habría sido poco brillante. Lo que a mi me parece es que a medida que nos acercamos al misterio humano vamos descubriendo que el hombre es un ser grandioso y singular, tanto que cualquier individuo, aún el más insignificante, vale más que una infinidad de mundos.
Innumerables son las definiciones que del hombre se han dado… Ninguna resulta satisfactoria. No porque sean falsas sino por que resultan ser insuficientes. Al final resulta que los hombres y mujeres somos siempre un algo más de lo que de nosotros se dice, porque nuestro proyecto humano permanece siempre abierto, inacabado. Siempre podemos llegar a ser algo más de lo que en un momento determinado somos. Agustín de Hipona decía que “el hombre es un ser siendo”. Tal como si dijéramos, que es un ser que nunca toca fondo, un ser que nunca acaba de ser lo que es. Es como si estuviéramos en tensión constante.
Es verdad que nacemos ya con una naturaleza específica que nos diferencia de todos los demás seres, pero no es menos cierto que esa naturaleza común está siempre a la espera de una realización personal. Con la personeidad se nace, en cambio la personalidad se adquiere decía Zubiri, a base de ir haciendo cosas y afrontando nuevas situaciones. En definitiva con nuestro comportamiento es como vamos escribiendo nuestra historia y eso es lo que vamos a dejar en herencia a los demás.
Tenemos que ir conformando nuestra propia vida y hay muchas formas de hacerlo. Frente a nosotros se abre un inmenso mundo de posibilidades, necesariamente tendremos que coger unas y dejar otras y este es precisamente el gran riesgo que corremos los humanos, pues podemos equivocarnos en la elección. Podemos incluso equivocarnos eligiendo no hacer nada. Hoy que tan de moda está la cultura del ocio, fácilmente puede asaltarnos la tentación de hacer el vago. Escuchamos por ahí decir a algunos que su máxima aspiración es que llegue el día que se pueda permitir el lujo de no hacer nada. Yo personalmente no quisiera que ese día llegara nunca para mí. De las mil posibilidades que cada día ofrece, me gustaría aprovechar una, aunque sólo fuera una. No se trata tampoco de hacer por hacer. No es suficiente con hacer algo, es preciso hacer bien lo que se hace. Mucho se podría decir al respecto.
Responsables somos de lo que hacemos y no tanto de lo que nos pasa. A veces nos suceden cosas que no queremos, ni hemos buscado. No está en nuestras manos conformar el curso de los acontecimientos en que nos vemos envueltos, esto es verdad, lo que sí depende de nosotros es la actitud con la que podemos enfrentarnos a ellos. Lo que haya de ser será. No está en nuestras manos elegir la carga que hemos de llevar; pero sí depende de nosotros robustecer los hombros para poder soportarla. Conocida de todos es la frase de Tagore “Si de noche lloras porque no puedes ver el sol, las lágrimas te impedirán ver las estrellas”. Demos por descontado, que el infortunio tarde o temprano llamará a nuestra puerta, por eso mismo tendremos que aprender a llorar y tal vez como decía Unamuno ésta sea la suprema sabiduría.
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Después de haber reflexionado sobre estas cuestiones en torno a lo somos, lo que hacemos y lo que nos pasa, el libro se detiene en la consideración del entorno que nos envuelve
Toda historia, también la de nuestra vida, requiere un escenario donde representarse. Éste sería el argumento del segundo bloque. b) El escenario de nuestra humana existencia. Los hilos de nuestra existencia se van entretejiendo dentro de un marco espacial y temporal. Un día fuimos arrojados al mundo y allí comenzó nuestro personal peregrinaje. Espacio y tiempo siempre han sido considerados condiciones inseparables de nuestra condición humana.
Nuestra corporeidad está en el origen de nuestra mundanidad. Nuestros sentidos, órganos o miembros corporales están pensados para ejercer su función en complicidad con el mundo exterior. Muchas reflexiones se podían hacer al respecto. Se puede hablar como lo hizo Max Scheler del puesto del hombre en el mundo y también se puede hablar del puesto del mundo en la vida del hombre como le gustaba decir a Julián Marías. Se cree y así es, de que los hombres ocupamos un lugar privilegiado en el mundo; si bien unos más que otros, pues aunque todos vivamos bajo el mismo cielo y nos alumbre el mismo sol, el entorno en que unos y otros nos movemos, es bien distinto, nuestros mundos al igual que las circunstancias que rodean nuestros yos son bastante diferentes. Para unos el mundo es un hotel de cinco estrellas, para otros no pasa de ser una choza. Hemos construido un mundo en el que mucha gente ha quedado excluida sin saber ya que hacer para seguir viviendo. Basta con decir que tres, sólo tres personas, acumulan en sus manos la riqueza equivalente a la de 48 países más pobres de la tierra. Nos quejamos de nuestro mundo y decimos que no nos gusta; pero en realidad este mundo no es otro que el que nosotros mismos hemos construido.
Inseparable de nuestra mundanidad está nuestra temporalidad. La vida no es otra cosa que proceso en marcha. Casi en forma de acertijo preguntaba Voltaire ¿ Cual es de todas las cosas del mundo la más larga y la más corta, la más rauda y la más lenta, la más divisible y la más extensa, sin la que nada se puede hacer, que devora lo pequeño y vivífica todo lo que es grande? No, no es el dinero. ¿Sabe alguien cual? Es el tiempo. Que Platón define como la imagen móvil de la eternidad . Bella definición; pero con ella no queda desvelado el misterio que lo envuelve, así hablamos del pasado que ya no es, del futuro que todavía no ha llegado y del presente que antes de pronunciarlo se ha esfumado.
Los latidos del corazón del tiempo se nos escapan, como el agua entre las manos y aún con todo, nada podemos hacer sin él. Heidegger llega a decir del tiempo que es el fundamento ontológico de nuestra existencia. Es mentira eso que se dice por ahí de que el tiempo es oro. El tiempo es mucho más. Nikós Kazanzaki suplicaba un poco tiempo para concluir su obra. Poco antes de morir decía: El tiempo ha llegado a ser para mí el bien supremo: cuando veo a los hombres malgastar el tiempo, me dan ganas de ir a una esquina a tender la mano como un mendigo: dadme una limosna buenas gentes, dadme un poco de ese tiempo que perdéis, unos minutos, una hora….
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Mientras estemos vivos hay siempre un presente y un futuro, por eso nunca es tarde para preguntarnos por nuestras vidas. c) ¿Qué podemos hacer con nuestras vidas? En torno a esta pregunta se agrupan innumerables cuestiones que conforman este tercer bloque de indiscutible interés para todo hombre o mujer que se precie de tal. Mucho es lo que podemos hacer con nuestras vidas, independiente de la edad que tengamos Siempre es posible añadir vida a los años, aún en los casos en que se hayan añadido ya muchos años a la vida. En cualquier situación en que nos encontremos la vida nos brinda siempre la ocasión de realizar algo importante que permite mirar el futuro con la ilusión de quien piensa que el día más hermoso es el que aún falta por llegar; pero si un día esta ilusión se desvanece y el vivir se convierte en una pesada carga, sólo nos queda pedir a Dios que se compadezca de nosotros.
La vida es un asunto serio en que se pone en juego el ser o no ser de nuestra propia existencia. Hay que saber vivir la propia vida y no dejar que sean otros los que la vivan por nosotros. Cuando menos la propia vida debiera estar exenta de hipotecas, para poder vivirla en plenitud desde la propia situación personal. Circula por ahí una supuesta conversación mantenida entre dos filósofos coetáneos. Uno de ellos era Diógenes el del Tonel un tipo independiente decidido a vivir su propia vida y el otro era Aristipo de Cirene sumiso adulador que vivía lujosamente y satisfecho en la corte de Dionisio, tirano de Siracusa. Sucedió que cuando Diógenes estaba comiendo un plato de lentejas se le acercó Aristipo y le dijo: ah… si hubieras aprendido a mentir y adular no estarías ahora comiendo lentejas a lo que Diógenes respondió: ¡pobre Aristipo! si tú hubieras aprendido a comer lentejas no tendrías necesidad de adular y arrastrarte por el suelo.
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La pregunta sobre ¿qué podemos hacer con nuestra vida? discurre paralela a la pregunta
¿ qué podemos hacer con nuestra libertad? En este libro se trata de clarificar no pocos malentendidos sobre esta cuestión. La palabra libertad es una de las más usadas; pero con significados bien diferentes según los casos. En boca de los héroes o los santos es una de las expresiones más hermosas de nuestro diccionario, en boca de un exaltado libertino puede llegar hasta producir pánico. En su nombre se han llevado a cabo gloriosas proezas; pero también se han cometido atropellos y crímenes abominables. La libertad es presentada como un don que dignifica al hombre y esto es verdad; pero también hay que decir que no está exenta de riesgos, pues se puede hacer mal uso de ella. La libertad puede hacer que nos humanicemos o puede hacer que nos deshumanicemos.
Hoy se habla mucho de una libertad externa, poco exigente que da derecho a casi todo y que a veces se confunde con la tolerancia omnipermisiva. Esta libertad facilona es la que está haciendo que los jóvenes no tengan la necesidad de ser rebeldes. En cambio se silencia la Libertad interior con mayúscula, fruto de una esforzada conquista que nos hace dueños de nosotros mismos y nos libera de las propias esclavitudes que llevamos dentro. Ésta es la Libertad a la que el autor de este libro dedica su atención preferente, aún a pesar de que casi nadie hable de ella. Las gentes que nos creemos libres debiéramos mirarnos por dentro, para ver si lo somos de verdad pues como bien decía Goethe. “No hay peor esclavitud que la de aquel que se cree libre sin serlo”.
La Libertad como todas las cosas grandes responde a un por qué a una razón importante: llegar a ser nosotros mismos. La Libertad en sí misma no es un fin, no es un absoluto, sino un medio para llegar a ser persona, un instrumento para poder cumplir con nuestras exigencias humanas . Asuntos de los que a continuación nos ocupamos.
A través del ejercicio de nuestra libertad estamos llamados a realizarnos humanamente, a dar lo mejor que llevamos dentro, a ser fiel a nosotros mismos. Hoy como ayer la dignidad de la persona sigue estando amenazada, hoy como ayer al individuo hay que defenderlo frente al hombre- masa. Cuando la cantidad cuenta más que la calidad, cuando el gregarismo amenaza con anular toda iniciativa personal, hay que salir al paso para decir con Ortega que el hombre-masa más que hombre es un caparazón de hombre. Hoy más que nunca es difícil sustraerse a la manipulación que ejercer la opinión pública y publicada dada la fuerza de los poderosos medios de comunicación. No sin razón se dice que aquello que no sale en los medios de comunicación es como si no existiera para gran parte de los mortales. El hombre vacío por dentro carente de personalidad siempre encontrará a alguien dispuesto a decirle que es lo que tiene que hacer y cómo tiene que pensar.
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En este libro también se alerta sobre el peligro que puede suponer la manipulación genética sobre todo en lo referente a embriones. Si no se actúa con responsabilidad, la ingeniería genética puede alterar nuestra especie y nuestra raza, puede cambiar el destino humano. La ingeniería genética pronto estará en disposición de manufacturar hombres y mujeres de forma similar a como se fabrican muñecos y muñecas de trapo. Lo peor que podría sucedernos es que los conceptos de paternidad y maternidad se perdieran y del “alguien” que ahora somos pasáramos a ser simplemente un “algo”.
Otra de las realidades humanas armonizable con la libertad que se hace presente en estas páginas es la dimensión moral del hombre. Si Sartre pudo decir “haz el mal y te sentirás libre” es porque para él la libertad era un absoluto que está por encima del bien y del mal; pero la realidad es que la libertad que no se pone al servicio del deber queda desvirtuada. Otra cosa es que se de preferencia a la moral de aspiraciones sobre la moral de obligaciones, según el dicho de S. Agustín: “Ama y haz lo que quieras” Siempre y cuando se sepa interpretar esta frase, porque se oye cada cosa por ahí… que válgame Dios.
Lo mismo cabe decir de la moral negativa frente a la positiva. Ésta resulta ser mucho más fecunda. Nuestras exigencias morales no quedan satisfechas simplemente con no hacer lo que está prohibido. La moral negativa se la presupone, hay que dar un paso más y aspirar a la moral positiva. El no ser malo no es suficiente para considerar a alguien bueno. Detrás de cada individuo se esconde un héroe o un santo igual que detrás de cada bloque de mármol se esconde una piedad de Miguel Ángel . Por haber olvidado esto, vivimos con el freno puesto, preocupados en el mejor de los casos por hacer desaparecer las telarañas de nuestra conciencia, pero sin preocuparnos lo más mínimo en engalanarla con los mejores valores morales. Según los psicólogos la mayoría de los hombres están especialmente superdotados por la naturaleza para cultivar alguna capacidad o algún tipo de hábito moral de forma sobresaliente y a poco que se lo hubieran propuesto podían haber alcanzado las más altas cotas de virtuosismo, pero como no se dieron cuenta, ni nadie les alertó de ello, se morirán sin saber siquiera que esto podía ser así.
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Este libro en el que se nos muestra al hombre como viajero de la vida, no podía concluir sin hacer referencia a la felicidad como c) meta final en la vida de hombres y mujeres. Tal será el objeto de nuestra última exploración, correspondiente al cuarto bloque ¿Podremos saciar algún día nuestras ansias de felicidad? Las encuestas nos hablan de que más de un 80 % de los ciudadanos se consideran felices. * Yo no me fío mucho de esta felicidad Seguramente se trata de lo que Gustavo Bueno denomina felicidad canalla. Lo que todos sabemos por propia experiencia personal, es que la auténtica felicidad, aquí abajo, se da a cuentagotas, que es difícil conseguir un minuto de felicidad, y lo que nadie ignora es que en el mejor de los casos siempre se trataría de una felicidad efímera y fugaz como lo es nuestra propia vida, por eso presentimos, como lo hacía Aristóteles, que la Felicidad completa no es cosa de este mundo, por ello habría que seguir preguntando ¿podemos aspirar a ella después de haber vivido? ¿Qué será de nosotros cuando se apaguen las luces y se baje el telón?, ¿Acaso nos esperará algún tipo de existencia mejor? Ya sé que este tipo de cuestiones no interesa a las gentes de hoy, preocupadas por asuntos más importantes, como pueda ser cual ha sido el último escándalo político, cual la moda que se llevará el próximo verano o que tiempo hará este fin de semana. Los temas escatológicos no interesan; pero están ahí, de forma inevitable y tendremos que seguir preguntándonos si el morir tiene algún sentido, porque si no lo tiene tampoco lo va a tener la propia vida.
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La pregunta por nuestro destino humano va impregnada del mismo misterio que acompaña al hombre y sólo tiene dos respuestas posibles: Nuestro último destino hay que buscarle en la nada o en el infinito, tanto uno como otro son dos abismos sin fondo, sólo que uno es sombrío y negativo y el otro positivo y luminoso. A los filósofos en general, siempre les ha parecido bastante absurdo o cuando menos una broma de mal gusto que Alguien nos sacara de la nada para hacernos volver a ella. Por otra parte nuestras ansias de felicidad e inmortalidad bien pudieran ser ese caledoscopio que nos ayuda a divisar horizontes de trascendencia. Kant llegó incluso a considerar la eternidad de nuestro ser como un postulado de la Razón Práctica. Naturalmente esto no son nada más que filosofías y lo que la gente pide son verificaciones, constatación de hechos. Nadie ha regresado del más allá, para sacarnos de dudas, nadie ha vuelto para certificar nuestras esperanzas de futuro. Eso es lo que la gente dice; a lo que la gente se agarra, pero esto que la gente dice no es cierto, no es cierto que nadie haya vuelto de la otra ribera, no lo es, lo desmiente un sólido argumento histórico que está ahí.
Dejando a parte esas experiencias que se cuentan en “Vida después de la vida”, recopiladas por el Dr. Raymond Moody, quiero centrarme en la veracidad incuestionable de un hecho real acaecido hace dos mil años. Me refiero a la constatación de un sepulcro vacío como prueba empírica de que un muerto había vuelto a la vida. Nadie se explicaba como; pero sucedió. Ojos humanos pudieron ver al Resucitado, sus palabras pudieron ser escuchadas por hombres y mujeres y las manos incrédulas de Tomás Dídimo, el Mellizo tuvieron que rendirse a la evidencia. Son muchos los testimonios históricos que dan fe de que Cristo resucitó y con él lo hacíamos todos los hombres y mujeres según su promesa. El sepulcro vacío no es ninguna creación mitológica, no es ninguna alocución simbólica, es una realidad histórica reconocida por el más exigente espíritu crítico, aunque siempre habrá quienes, por los intereses que sean, sigan buscando esa supuesta tumba perdida que contenga los restos mortales del Resucitado. En la tumba que Cristo dejara vacía, pueden albergarse ya nuestras ansias de eternidad, en ella caben todas las eternas esperanzas del género humano. A partir de aquí cada uno de nosotros podemos pensar con fundamento que estamos llamados a ser hijos de la luz. Ya no nos conformamos con una inmortalidad cualquiera, sino que aspiramos a una resurrección gloriosa e integral.
Un día los cuerpos que se durmieron corruptibles se despertarán incorruptibles para unirse al alma. Nada de lo que fuimos se perderá, pues si nacemos para morir, también morimos para nacer. Nuestros seres queridos y nosotros mismos después de que todo haya pasado entraremos en la intemporalidad, llevando con nosotros lo que un día fuimos. En alguna parte leí que la muerte no nos roba a nuestros seres queridos, sino que nos los guarda. Así será nuestro destino. Julián Marías a quien le gustaba mucho reflexionar sobre estos temas, poco antes de morir decía: “Yo creo que la otra vida será un reflejo de lo vivido aquí”. Eso decía; una continuación, aunque naturalmente en otra dimensión bien distinta, claro está; Pero aún así, nunca dejaremos de ser nosotros mismos, con nuestro yo, con nuestro rostro, con nuestros rasgos personales que nos seguirán identificando y haciéndonos distintos a los demás. Si después de haber vivido nada de lo que fuimos se ha de perder, lo que cabe decir es que nuestro destino ha comenzado ya y debemos serle fiel. Si como pienso el sepulcro vacío fundamenta nuestras ansias de inmortalidad, lo malo ya no es morir, lo malo es vivir sin esperanza, por eso ya no diré con Becquer “ ¡Dios mío que solos se quedan los muertos! mejor diré con Ortega: ¡ Dios mío que solos nos estamos quedando los vivos!