Antonio Aradillas Años santos y Guadalupe
A los “Años santos” les faltan sanos y santos capítulos de teología. Les sobran otros tantos de economía. También les faltan estas y más dosis al tema de las indulgencias
Los años –todos los años- son santos. Los años son por encima de todo, medidas, etapas y unidades de vida, y de por sí no tienen por qué ser unos más, o menos, santos que otros. Todos son años –“años de gracia”. Lo de llamarles “santos” a aquellos periodos de tiempo en los que la correspondiente autoridad eclesiástica determine la coincidencia de la concesión de gracias especiales e indulgencias, a quienes visiten ciertos lugares, recen a santos o a santas ya canonizados y cumplan rigurosamente con los requisitos establecidos, reclama una buena dosis de reflexión a la luz de la fe y del sentido común.
Es opinión bastante generalizada la de que en la actualidad se declaran “años santos” en demasía. Se inventan, descubren o redescubren razones para justificarlos, como si la dedicación a los mismos fuera “santo y seña” del buen quehacer ministerial y pastoral. Es decir, como si los papas, los obispos, los curas y los frailes no tuvieran algo más importante que afrontar, adoctrinar y pastorear en la Iglesia. No se escatiman ninguna clase de esfuerzos, hasta “llegar a removerse Roma con Santiago” para, al final, “conseguir el visado”, con la consecución del documento oficial efectivo de que “los peregrinos de mayor reconocimiento que obtenían las pingües prebendas “espirituales” eran los que iban a Roma o a Santiago”.
(Sin tener que forzar el sentido y el contenido de los términos “reconocimiento” y “prebendas”, y necesidad de mirar y observar con ojos inmisericordes, es de urgente y apremiante necesidad revisar la idea y su traducción a la realidad, de que los “Años santos” como medios e instrumentos de religión y de formación- información de piedad verdadera, demandan la atención especial reformadora que identifica la actividad y decidida misión del bendito papa Francisco. Los “Años santos” de verdad, que no de mentirijillas, como todo- o casi todo, en la Iglesia, clama por las soluciones-absoluciones dimanantes del Vaticano II, inmediatamente extinto por interesados decretos y comportamientos curiales, personales y de grupo).
Sean bienvenidos los “Años santos”, que en calidad de “negocio para la salvación eterna” y, por tanto, aquí y ahora como testimonios de vida y de convivencia – común unión- entre unos y otros, se registran y se llevan a cabo por esos mundo de Dios.
Pero así redactado y proclamado tal reconocimiento, es también de justicia dejar clara y contundente constancia de que “no es oro todo lo que reluce”. Aún más, de que, en donde hay oro, bajo cualquiera de sus modalidades e intenciones, el sol de la religiosidad se apaga, por mucho fervor y empeño que hayan invertido los organizadores de los generosos e indulgenciados episodios en las periferias de tan jubilares y reparadores “Años”.
Con autoridad y evidencia, es obligado reconocer que en los “Años santos”, con KIVA o sin IVA, se registran tantos o más beneficios económicos como el número de indulgencias de las que se lucran quienes “plenariamente” se enriquecen gracias a la intercesión o mediación celestial del santo o santa protagonista del “Año” o del santuario a visitar, para cumplimentar uno de los requisitos imprescindibles establecidos.
A los “Años santos” les faltan sanos y santos capítulos de teología. Les sobran otros tantos de economía. También les faltan estas y más dosis al tema de las indulgencias. Están necesitados –necesitadísimos- de claridad y transparencia los relacionados con el empleo de las limosnas, que con generosidad jubilar se dan cita piadosa y redentora en los “Años santos”. Los administradores –curas, frailes y obispos-, dejarán parte importante de la tarea ministerio económico en manos de laicos y laicas. El dinero también “es” Iglesia, pero no “de” la Iglesia, confundida e identificada esta con hábitos talares, por muy mitrados que sean y por muchas y variadas tonalidades de colorines que luzcan, en indigente armonía con lo así establecido en los manuales litúrgicos.
Como suele ser tan escasa la preparación catequística de los Años santos”, es útil reseñar que los profesionales del ramo de la hostelería son ejemplos de previsión para los negocios que rigen, imprescindibles también en el organigrama y desarrollo de aconteceres tan “religiosos” de la pastoral.
En este contexto jubilar cristiano no me es posible dejar de mencionar el hecho de que también a Nuestra Señora la Santísima Virgen de Guadalupe, “patrona civil y eclesiástica” de la Comunidad Autónoma de Extremadura, se le prepara el ajuar propio de todo un “Año santo”, en el marco prodigioso de su santuario, declarado por la UNESCO, nada menos, y con todos los reconocimientos universales, como “Patrimonio de la Humanidad”. El próximo día 2 de agosto se abrirán con toda solemnidad jerárquica las puertas de su basílica para ser venerada su imagen por extremeños, por el resto de los españoles y por los devotos de países sobre todo hispanoamericanos -¡Virgen de Guadalupe, patrona de la Hispanidad¡- en los que los “conquistadores- evangelizadores- descubridores mayoritariamente extremeños, encendieron lucernas de fe, de redención y de vida.
El hecho de que, pese a todos los pesares, eclesiásticamente la imagen y santuario de Guadalupe sigan perteneciendo a la diócesis de Toledo, y no a cualquiera de las tres extremeñas, al haber sido conquistado este territorio “manu militari” por los otrora todopoderosos y aguerridos arzobispos toledanos, primados de las Españas, plantea un problema religioso político de muy extrañas condiciones, al que les reservo aquí próximamente un puñado de reflexiones “jubilares” no precisamente ”jubilosas” o alegres.