(Juan Masiá Clavel).- Ni la comparación popular con la media naranja, ni la alegoría platónica del andrógino bastan para describir la relación unitiva de dos personas que se acompañan mutuamente con un enlace íntimo y esponsal.
Tampoco es suficiente la explicación en términos de complementaridad, tan utilizada en la filosofía de Woijtila (Juan Pablo II) y en la teología de Ratzinger (Benedicto XVI) para justificar ideologías de exclusión y prejuicios de género en contra de la relación no heterosexual.
De cara al próximo Sínodo de los Obispos sobre la identidad y misión de la familia, la mentalidad legalista (canonista) y doctrinal (dogmatizadora) choca con el talante personalista y pastoral de los que buscan la reforma evangélica y humanizadora de la tradición católica.
La confrontación se acentúa cuando se tratan dos temas controvertidos: la acogida en la vida eclesial de personas divorciadas casadas de nuevo civilmente y el reconocimiento del enlace matrimonial de parejas no heterosexuales.
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