"Los trabajadores no se organizan para combatir al capital, ni para vivir de sus migajas, sino para el futuro del trabajo y el cuidado de la casa común" Emilce Cuda: "En torno a la economía de Francisco, nace el primer sindicato de la economía popular"
"Con representación nacional, y amparado por la Recomendación 193 de la OIT, el nuevo modelo sindical cuenta con 350.000 afiliados. Trabajadores sin patrón, excluidos de todo derecho y reconocimiento, pero conscientes de su dignidad humana"
"En el país del Papa Francisco, los trabajadores organizados, y sus pastores, parten del principio de que el pueblo organiza al pueblo, y el pueblo evangeliza al pueblo. Las organizaciones de trabajadores son verdaderas escuelas de militantes políticos y de misioneros cristianos al mismo tiempo"
"La nueva forma que adquiere la propiedad, sin patrón, es decir la renta financiera, ha dejado estructuralmente fuera del empleo formal trescientos millones de personas en el mundo -según las cifras de la OIT"
"Laudato Si debería interpretarse, sobre todo, como un llamado a una nueva forma de organización económica en donde la regulación financiera tenga por objetivo las tres T: Tierra-Techo-Trabajo. Sin regulación financiera no habrá más que migajas"
"La nueva forma que adquiere la propiedad, sin patrón, es decir la renta financiera, ha dejado estructuralmente fuera del empleo formal trescientos millones de personas en el mundo -según las cifras de la OIT"
"Laudato Si debería interpretarse, sobre todo, como un llamado a una nueva forma de organización económica en donde la regulación financiera tenga por objetivo las tres T: Tierra-Techo-Trabajo. Sin regulación financiera no habrá más que migajas"
| Emilce Cuda, Doctora en Teología por la Pontificia Universidad Catolica Argentina
1. Los trabajadores no esperan, se organizan y hacen
Se crea en Argentina el primer sindicato para la economía social, la UTEP (Unión de Trabajadores de la Economía Popular). En el Documento Fundacional, presentado por Esteban ‘Gringo’ Castro el 21 de diciembre de 2019, dicen: “En ese camino, encontramos un amigo inesperado, el Papa Francisco, que puso ante los ojos del mundo la potencialidad de los pobres organizados afirmando que no solo padecemos la injusticia sino que luchamos contra ella, predicando que en nuestras manos no solo está el destino de los pobres sino el futuro de la humanidad toda, golpeada por una crisis socioambiental y un sistema que sólo rinde culto al dinero”.
Con representación nacional, y amparado por la Recomendación 193 de la OIT, el nuevo modelo sindical cuenta con 350.000 afiliados. Trabajadores sin patrón, excluidos de todo derecho y reconocimiento, pero conscientes de su dignidad humana. La desocupación iniciada en los noventa los llevó, en ese momento, a asumir la identidad de trabajadores desocupados para luchar por su subsistencia, reclamando comida y subsidios. Comprendieron, según dicen en el documento mencionado, que “su vida laboral estaba definitivamente fuera del mercado. Ni la industria, ni el comercio, ni las instituciones estatales los querían como empleados”.
Crearon nuevos modos de trabajo: mercados barriales, puestos de venta ambulantes, fábricas recuperadas, talleres familiares, carretas cartoneras. Estas nuevas unidades económicas de trabajo -como denominan a las cooperativas de trabajo y a las cuadrillas villeras-, se convirtieron en espacios comunitarios de amor y cuidado.
En Argentina, los trabajadores se organizan en sindicatos por rama de actividades a nivel nacional, lo que se conoce como Modelo de Sindicato Único de Trabajadores. No solo se ocupan de problemas inherentes a sus actividades como salario justo y condiciones decentes de trabajo. También se ocupan del bien común de todo el sector social de los trabajadores, estén empleados, desempleados o descartados. Se considera que todo pobre es un trabajador, ya que para poder sobrevivir hasta el dia siguiente, sin renta, en algo trabaja.
Se lucha para que esa actividad no solo sea decente -es decir, practicada en condiciones de sanidad y remunerada justamente-, sino también digna, es decir, que le permita mediante una acción creativa, y co-creadora con Dios, desplegar su humanidad con todo esplendor, como imagen de Dios. Por eso en Argentina, los trabajadores organizados consideran que el trabajo dignifica -algo que fue recuperado en el Manifiesto por 'El futuro del trabajo, el trabajo después de Laudato Si', del Instituto CERAS de París.
A diferencia de otros contextos, allí los sindicatos son, en su mayoría, católicos -lo cual, sin ser excluyente, genera un campo de trabajo y espiritualidad ecuménica e intereligiosa. En el país del Papa Francisco, los trabajadores organizados, y sus pastores, parten del principio de que el pueblo organiza al pueblo, y el pueblo evangeliza al pueblo. Las organizaciones de trabajadores son verdaderas escuelas de militantes políticos y de misioneros cristianos al mismo tiempo. Ven eso como bueno, y resisten a los iluminados. Quizás porque tengan claro -como el escocés, autor De la división de la naturaleza-, la diferencia entre las naturalezas angélicas omniscientes, que son creadas pero no creadoras, y las naturalezas humanas sapientes, que también son creadas, pero al contrario de las angélicas son trabajadoras, y en ese proceso de co-creatividad con su creador: saben, se conocen, y su dignidad se manifiesta brillando esplendorosamente.
Los pastores acompañan al pueblo, y el pueblo a sus pastores. Este proceso de trabajo-saber permite comprender la conexión espiritual entre el Papa y el pueblo pobre trabajador, el cual ya inició la transición cultural hacia una conversión ecológica, que es ambiental y social. La novedad es que en el siglo XXI, los trabajadores descartados y organizados, militan para la economía social, defendiendo por igual los derechos de los trabajadores y del planeta. No se organizan para combatir al capital, ni para vivir de sus migajas, sino para el futuro del trabajo y el cuidado de la casa común. Su lucha no es eco-nómica, sino eco-lógica. No buscan imponer un nuevo orden, sino crear juntos una nueva lógica, es decir un nuevo sistema de relaciones de trabajo, humanas y solidarias. Ellos mismos dicen -en el mencionado documento de la UTEP-, no ser “beneficiarios de la caridad pública sino trabajadores no dependientes; sin derechos, pero con derecho a organizarse logrando el reconocimiento de la categoría de trabajador de la economía popular”.
2. Sabemos dónde está el pueblo-pobre-trabajador: organizado. Y el patrón: dónde está?
Esta organización del siglo XXI para una economía social con rostro humano tiene como contraparte un capital financiero inhumano y sin rostro para una economía de la concentración de la renta. La propiedad se ha sacralizado. Este dios mortal asume características divinas: no tiene rostro, nombre, ni lugar. El dios financiero no crea de la nada, sino a partir del sufrimiento de la tierra y de los pobres. Un dios que se vende como todopoderoso, pero es impersonal, y como tal no puede ser misericordioso, ni providente. Por el contrario, es egoísta e improvisado, y la pobreza estructural es el costo financiero de esa idolatría. La nueva forma que adquiere la propiedad, sin patrón, es decir la renta financiera, ha dejado estructuralmente fuera del empleo formal trescientos millones de personas en el mundo -según las cifras de la OIT. Sin embargo, esas familias van a sobrevivir. El trabajo tiene futuro, y ese futuro encontrará a los trabajadores unidos y organizados para crear actividades dignas de la persona humana.
En Asís, 2000 jóvenes de todo el mundo, durante cinco días, iniciarán ese proceso de transición ecológica hacia una economía social, reflexionando en torno a doce temas centrales para un nuevo modo de economía social atenta al clamor de la tierra, de los pobres y de las mujeres. Por eso, es importante dar a conocer -para que esos 2000 jóvenes tengan en cuenta-, la primera experiencia de un nuevo modo de organización de los trabajadores y de la producción, el de la economía popular.
No generará la renta exponencial del modo de mercado capitalista, pero sí la vida digna para los descartados del sistema; una sola oveja recuperada basta para que el cielo se ponga de fiesta. Se trata de que el Estado: por un lado, le garantice a los trabajadores de la economía popular las mismas conquistas sociales que se lograron a lo largo de los siglos XIX y XX; por otro lado, le permita a todos los sectores de trabajadores participar política y democráticamente en el control de la inversión de la renta, para que se haga de manera sustentable, no solo para los incluidos, sino también para los trabajadores descartados. La crisis ecológica que denuncia Laudato Si tiene dos caras, ambiental y social, y no se debe invisibilizar ninguna de ellas.
La cuestión no es el capital sino la desigualdad social. Explica Piketty que el problema para el Estado, antes y después de la Revolución Industrial, no es que el capital se reproduzca mediante el trabajo ajeno, sino cómo regular las diferentes formas de inversión para asegurar que el capital se utilice de la mejor manera posible. Según el autor de Capital e Ideología, hasta ahora la renta no se percibe como un problema moral social, al menos para el catolicismo en general. Lo que genera el conflicto moral, dice este autor, es el modo en que se invierte esa renta, y si esa modalidad permite o no garantizar el bien común.
Dicho de otro modo, la cuestión moral social hoy, en un modo de producción industrial/financiero, que determina relaciones del trabajo sin empleados y sin patrón, pasa por cómo controlar democráticamente la inversión equitativa y sustentable de la renta. Desde el punto de partida de los trabajadores organizados de la economía popular, pasará por lograr participación en los procesos de decisión de una inversión equitativa de la renta, para que esta puede garantizar el bien común, incluso para los trabajadores descartados. Pensar en nuevos modos de inversión sustentables sólo en términos ambientales y no sociales, es una visión equivocada de la conversión ecológica que promueve Laudato Si.
Los principios de las organizaciones de la economía popular, al momento de negociar acuerdos de trabajo con un patrón sin rostro, están expresamente en concordancia con las enseñanzas del Discernimiento Social de la Iglesia, y del magisterio social episcopal y pontificio. Para ilustrar este punto vuelvo a Piketty, quien cuenta que el papa Inocencio IV, ya en el siglo XIII, consideraba actividades moralmente inseguras las inversiones que no generasen un aumento de la riqueza real, es decir para el conjunto de la sociedad; por eso mismo criticaba una tasa de usura que supere un determinado umbral social de reinversión. Entonces, sin cuestionar la propiedad privada de la renta, cómo definir la condiciones de una justa inversión estratégica que tenga en cuenta la desigualdad en que se encuentran los trabajadores de la economía popular respecto de los trabajadores empleados formalmente.
Por ejemplo, si un Estado consigue recursos para invertir en capacitación laboral tecnológica, y ésta sólo es accesible para los trabajadores empleados, esa estrategia de inversión social no será justa y aumentará aún más la desigualdad entre los mismos trabajadores. Sin embargo, la oferta no está disponible para no ocupados -cerrando de ese modo la brecha entre ricos y pobres, o entre empleados y descartados, generando mayor igualdad de oportunidades. Por consiguiente, lo que más importa no es la capacitación tecnológica sino el capital social que esta pueda generar.
Entonces, el problema, para la economía social, es que pueda lograrse una reinversión de la renta que permita financiar esquemas regulatorios que fomenten desarrollos productivos de mayor y mejor escala desde la propia economía social. Según los trabajadores organizados de la economía popular, “el crecimiento no garantiza trabajo y dignidad para todos”, porque “al aumentar la maquinaria y la productividad se pierden puestos de trabajo”, y “el desarrollo del capitalismo contemporáneo nos excluye del trabajo con derechos”.
Según muestra Thomas Piketty en su último libro, a mayor crecimiento, mayor desigualdad. América Latina es un ejemplo de eso; no es el continente más pobre, sino el más desigual -si se lo compara con África y parte de Asia. En términos absolutos de producción de la renta, la brecha entre ricos y pobres es la más amplia de los tres continentes. En las tierras del Papa Francisco, cuando aumenta el crecimiento de la renta -ya sea por desarrollo tecnológico o extractivismo-, los pobres no son menos pobres, y los ricos son cada vez más ricos.
El problema, más que en la tecnología y la capacitación, está en la concentración de la riqueza, y de la renta que esa riqueza produce -ambas sacralizadas culturalmente-; un concentración sin regulación financiera y sin políticas públicas de inversión y distribución social de la renta. Esto es lo que está pidiendo hoy la UTEP y es otro de los temas sobre los que se deberá reflexionar en Asís. La pelea, por ahora, no es contra la riqueza sino de la acumulacion insensible de la renta.
3. Si no se combate el capital: cómo se controla la inversión social de la renta?
El éxito en la acumulación de la renta en las sociedades preindustriales radicó en: conseguir la mejor calidad de materias primas al mejor costo; hacer progresar las técnicas de producción; y asegurar una buena cadena de almacenamiento y distribución. Hoy pasa por otro lado. La renta no solo proviene del trabajo, sino también de las finanzas. En consecuencia, la vida de los trabajadores depende cada vez más de la estructura financiera que de su habilidad, capacitación y formación.
Dicho de otro modo, por más calificada que logre llegar a ser la formación de los trabajadores, la desigualdad persistirá sino se piensa en otros modos de empleo que no producen renta, pero sí cuidado del otro y de la casa común. Persistirá la desigualdad, por más que se estimule la ayuda del Estado, las ONG y las caritativas becas de prestigiosas universidades para que a sus aulas también puedan asistir los hijos de los trabajadores -que serán los trabajadores sobrecalificados asalariados del futuro. Sin embargo, incluso cuando se desarrollen otros modos de empleo que no produzcan renta pero sí cuidado del otro y de la casa común, sin regulación financiera la desigualdad seguirá explotando y el camino al desarrollo estará vedado para los continentes empobrecidos. Laudato Si debería interpretarse, sobre todo, como un llamado a una nueva forma de organización económica en donde la regulación financiera tenga por objetivo las tres T: Tierra-Techo-Trabajo. Sin regulación financiera no habrá más que migajas.
Aún en las condiciones actuales, los trabajadores, según el Papa Francisco: “No se contentan con promesas ilusorias, excusas o coartadas. Tampoco están esperando de brazos cruzados la ayuda de ONGs, planes asistenciales o soluciones que nunca llegan o, si llegan, llegan de tal manera que van en una dirección o de anestesiar o de domesticar. Esto es medio peligroso. Ustedes sienten que los pobres ya no esperan y quieren ser protagonistas, se organizan, estudian, trabajan, reclaman y, sobre todo, practican esa solidaridad tan especial que existe entre los que sufren, entre los pobres, y que nuestra civilización parece haber olvidado, o al menos tiene muchas ganas de olvidar”.
El capital está siempre en movimiento. Para no llegar como el búho de Minerva, tarde, los trabajadores también lo están. Atentos a que nuevas estrategias económicas sustentables no perpetúen la desigualdad mediante formas financieras y tecnocráticas sostenidas culturalmente por el coro angélico del dios mortal, los trabajadores descartados se unen -como expresa en su discurso el Gringo Castro-, a partir de “algo más fuerte que la ideología: el sufrimiento común de nuestros hijos sin pan y nuestros intereses como trabajadores”. Por eso sus prioridades son Tierra, Techo y Trabajo, y sostienen ser “conscientes de que el hambre se erradica y la dignidad se conquista solo si estos tres derechos sagrados están debidamente garantizados”.