Los 'canónigos' y sus 'dignidades' “¡Haced cuanto quieran los curas!”
¿Para cuándo y dónde un concurso de trajes talares canonicales de las diversos cabildos catedralicios de España y del extranjero? ¿Cuáles serían los criterios a tener cuenta en la selección?, ¿Sería la soberbia o sería la humildad?
La antología del disparate “religioso” está empedrada, y engrosa sus páginas y secciones, en proporciones espectaculares increíbles, a la luz de la liturgia, de la pastoral, de la teología y del sentido común. Y conste que tal dato para pocos se constituye en placer y en motivo de satisfacción. con excepción de quienes hasta hacen bobalicones alardes de increyentes o de semi-ateos. A no muchos les divierten los disparates “religiosos”. A muchos más los entristecen. Y es que en el fondo de las conciencias permanece indeleble una porción de respeto ético-moral, del que el elemento religioso forma parte importante.
Comenté hace días, aunque muy someramente, la reflexión contenida en una Carta Pastoral del obispo de Córdoba en la relación intrínseca de Dios con las mitras episcopales y la ausencia de su nombre sagrado en el acto cívico organizado por las autoridades supremas de la nación, “silenciadores de Dios”, nada menos que por prescripción política inherente a la coalición que nos rige.
En otro orden de cosas, aunque siempre religioso, el arzobispo de Valencia acaba de pronunciar unas palabras santas, justificadoras de la ceremonia solemne a propósito del nombramiento, acogida y recepción de dos nuevos canónigos en la “toma de posesión” de sus respectivos puestos en el cabildo catedralicio. Las palabras, tan escuetas como doctorales, son estas:
“Vuestra misión, como todo culto, sea el servicio a los demás, con el fin de que verdaderamente, y a través de vuestro ministerio, en este servicio puedan percibir los demás, cercanos o alejados, que es la Iglesia la que acoge y sirve a todos, ya que Dios es el Señor soberano de todo y de todos, por lo que nadie podrá quedar excluido”.
Enmarcadas estas palabras en el rito y en la ceremonia, suenan a hueco. Son palabras sin relleno y tal vez sobradas de hipocresías. Los canónigos, por ser canónigos, no forman parte, en igualdad de condiciones, del pueblo de Dios y menos del resto de clero. Son, de por sí, “dignidades”. Como si hubiera sido el mismo Jesús su elector, de modo similar al que lo fue del colegio de sus apóstoles y de sus amigos. La idea del canonicato en el organigrama canónico y administrativo de las respectivas diócesis da la impresión de ser de origen divino o sacramentario.
Avala esta idea u opinión el mismo reportaje gráfico que acompaña la información de esta referencia. Los nuevos, y antiguos, canónigos, aparecen revestidos de colores de rojo vibrante que igualan, y aún superan, a los episcopales y cardenalicios en la cúspide de sus solemnidades y “funciones” litúrgicas o para-litúrgicas. Los títulos y adjetivos superlativos que demandan los de recién estrenada condición canónica de miembros del cabildo, parece humillante para el resto del clero. Sus estampas en papel “cuché” serían apreciadas y hasta del agrado de lectores y lectoras de revistas y publicaciones de la alta sociedad, interesada en los colorines, en los ritos y en las ceremonias también “religiosas”.
El de los canónigos, con las connotaciones propias de las benditas fiestas falleras valencianas de arte y cartón piedra, es una imagen -¡otra más- de la Iglesia, en la que con seguridad y evangelio, los “coronavirus” habrá de actuar un día de forma penitencial por todos sus costados, con obligada mención para las mitras, los báculos, capas magnas, anillos pastorales (¿?) y demás ornamentos que se dicen “sagrados” (Por cierto, ¿para cuándo y dónde un concurso de trajes talares canonicales de las diversos cabildos catedralicios de España y del extranjero? ¿Cuáles serían los criterios a tener cuenta en la selección?, ¿Sería la soberbia o sería la humildad? ¿No habrá desaparecido para entonces esta institución en la llamada Iglesia sinodal?. De todas maneras, un concurso de estas características resultaría poco –nada- reverente-, aunque gracioso y para algunos, rentable. ¿Se integrarían ya las “canónigas”.) El pueblo fiel y sensato parece haberlo percibido hace años y la RAE es fiel testigo de las frases y segundas acepciones e intenciones que les aplica a expresiones tales como “vivir –o comer- como un canónigo”, por citar un ejemplo devoto…
Estos – los canónigos- no son de procedencia divina. Ni los de Valencia ni los de cualquier otro cabildo. Su elección tampoco es democrática. Se hace entre amigos y con pactos políticos “a la griega”. “Cabildear” es verbo con connotaciones abiertamente anti –clericales, como si la RAE le hubiera declarado la guerra –“cruzada”- a quienes el cardenal arzobispo de Valencia les urge a integrarse en el pueblo.
En este contexto pastoral valenciano, es preciso solicitar el indulto para la frase “¡Diga SÍ a cuanto quieran los curas¡” “¡Dí SÍ a todo lo que te pidan los curas¡” Precisamente durante estos días en la jurisdicción civil se celebran las últimas sesiones referentes a la “Operación- trama Gürtel”, cuyo co- protagonista de una buena parte de ella fue nada menos que el hoy emérito papa Benedicto XVI, a quien intereses sobre todo políticos y partidistas “pepecianos” convencieron fácilmente para presidir actos del Encuentro Mundial de la Juventud.
Con este panorama todavía “sub judice”, y en este rosario de ilegalidades, me hago eco, por ahora, de estas preguntas: ¿Qué significación exculpatoria veraz, pastoral y dogmática, tiene una frase como esta, de entrega absoluta a la voluntad de los curas? ¿Qué economista y canonista llegará a justificar, entre los gastos pendientes de la visita pontificia, los 180.000 (¡¡) euros de la conocida como “Misa de los Kikos”.? ¿Tan caros están los estipendios –tasas- por esas latitudes levantinas? ¿Es el culto el centro y la justificación suprema de la Iglesia?
Tener que “decir SÍ a cuanto quieran los curas”, rompe y descalabra los esquemas de las más copiosas antologías de los disparates.